— ¡¿Qué diablos quieres decir con que mi esposa no está en la hacienda?! ¡Habla ya! — exigió el brasileño con vehemencia, incorporándose fuera de su silla.
— Patrón, no lo sé, uno de los peones me dijo que la vio cabalgar quién sabe a dónde. No parecía muy… — bajó la mirada.
Ramsés entornó los ojos.
— ¿Muy qué? ¡Termina de hablar con un demonio!
— No parecía saber muy bien lo que hacía ni a dónde iba. La verdad es que… le ensillaron al caballo más agresivo, patrón. ¡Le ensillaron a la morena!
— ¡¿Qué carajos?!
Sin esperar a nada, Ramsés le dio la vuelta al escritorio y salió de su despacho, sin atender el llamado de nada ni de nadie. Continuó y no se detuvo hasta llegar a los establos.
— ¡Felipe! ¡Felipe! — llamó al seguramente culpable de todo aquello.
El hombre joven salió con los ojos bien abiertos.
— ¡Patrón!
— ¡¿Qué fue lo que hiciste?!
— ¿De qué habla, patrón? ¡No le entiendo!
— ¡De mi esposa! ¡De mi jodida esposa! ¡De eso hablo! ¿En dónde está?
— Yo, bueno, yo… no lo sé, patrón.
Ramsés apretó los puños. En el pasado era un hombre que solía contenerse, últimamente no tanto.
— ¿Tú ensillaste a la morena?
— Sí, patrón, yo…
— ¿Por qué, diablos, lo hiciste? En primer lugar, ¿por qué diablos mi esposa montaría a una bestia sin mi consentimiento?
— ¡Ella me dijo que sabía lo que hacía! ¡Yo le advertí, pero la morena era la única en el establo en ese momento! ¡Al resto de los caballos…!
— ¡Por tu bien, espero que mi esposa no esté en peligro! — lo señaló advirtiéndole, y salió despavorido de allí, dejando en el aire aquella promesa.
En cuanto volvió a la casa grande, no se detuvo hasta llegar a su destino. La habitación de aquella mujer que le fastidiaba el humor. Abrió sin llamar siquiera.
Adelina, la nana de su joven esposa, alzó el rostro en cuanto lo vio allí, plantado frente a ella. Caminaba de un lado a otro con un rosario en la mano.
— ¡¿En dónde está?! — preguntó el Casablanca. Su pecho bajando y subiendo. Entonces notó el equipaje de ambas, juntos, a un lado de la cama. Entornó los ojos y volvió la vista a la mujer — ¡¿Qué en dónde está, carajo?!
— ¡No lo sé! ¡No pude detenerla! ¡Dijo que… iría al pueblo en ese horrible animal! ¡Le dije que no, pero fueron en vano mis súplicas! — expresó con horror y preocupación, asustada, culpable por no haberla podido detener.
Ramsés tiró de su cabello con rabia y desesperación y ladeó la cabeza en dirección al peón que lo acompañaba.
— ¡Reúne a todos los peones!
— ¡Sí, señor!
En cuanto el hombre salió y Ramsés intentó hacer lo mismo, la voz de Adelina lo detuvo.
— ¡Mi niña no sabe cabalgar a esos animales! — le dejó como recordatorio.
Ramsés la miró por encima del hombro con aprensión y pasó un trago antes de salir de allí. Por supuesto que lo sabía. Esa era su mayor preocupación.
Minutos después, ya había dado las órdenes precisas. Peones se movieron y comenzaron una ardua búsqueda por los alrededores de aquellas vastas tierras. Ramsés confiaba en que no había llegado muy lejos. ¡Dios! ¡Era una inmadura! ¿Es que no se daba cuenta de todos los peligros que corría?
Se frotó el rostro con desespero y echó un vistazo al reloj. Había pasado casi una hora desde que su gente emprendió la búsqueda. Las mujeres se habían encargado de ir al pueblo solo para descartar que hubiese llegado.
— No, patrón, nadie ha visto una joven así como su esposa en las últimas horas — avisó una muchacha casi al mediodía, con angustia, seguida de un peón que tampoco traía buenas noticias.
Ya rebasado, Ramsés decidió que la buscaría él mismo. ¡Eso debió haber hecho desde un principio, muy a pesar de que su orgullo era más fuerte que él!
— ¡Esto es increíble! ¿Cómo es posible que nadie la encuentre? — bramó, histérico —. ¡Tú, ensíllame un caballo! ¡Ahora!
— ¿Irá usted, patrón? —preguntaron varios, asombrados. Todavía recordaban la primera vez que la señorita Giulia se había perdido en los cafetales. La mujer llegó picada por bichos y sucia de lodo, pero él nunca se movió a buscarla, y no porque no le importara, porque lo hacía, se notaba profundamente embrujado por esa muchacha, pero no tan preocupado como lo estaba ahora por la señora de Casablanca.
— ¡Haz lo que te ordeno, carajo!
— ¡Sí, patrón!
Y en menos de nada, seguido por sus dos hombres de más entera confianza en aquellas tierras, emprendieron la búsqueda, importándole poco la lluvia que pronto comenzó a caer.
La brisa se hizo fuerte y el silbido de los matorrales les impedía que sus voces se escucharan más allá, así que, a pesar de sus arduos gritos por llamar el nombre de Gala, era muy probable que esta no escuchara.
Dos horas después, continuaban sin saber nada, mientras tanto, hundida en las profundidades de aquellas tierras, Gala cojeaba, empapada, hasta sentir que perdía las fuerzas.
Se abrazó a sí misma, resignada, gritando por ayuda sin ser escuchada. Le dolía la cabeza y la espalda por el golpe que la había azotado al caerse del caballo; aun así, el animal la seguía muy de cerca. No quería que lo montaran, pero allí estaba, era como si de alguna forma quisiera cuidarla.
— ¡Déjame, no me sigas! — le gritó la muchacha, pero el caballo continuó su andar a su lado, hasta que Gala no pudo más. El frío calaba sus huesos y la lluvia le impedía avanzar por los charcos profundos que provocaba. No fue hasta que vio un atisbo de luz cuando exhaló e intentó ir hasta ella, pero de pronto sintió un picor a la altura de su pantorrilla.
Gritó por el fuerte dolor que le provocó, y al bajar la mirada, descubrió algo moviéndose entre las matas. No supo que era. Tampoco lo sabría después. Se desmayó.
Comenzó a anochecer en el instante en el que Ramsés volvió a la casa grande. Adelina y María estaban en el salón principal. Las dos angustiadas. Se incorporaron en cuanto lo vieron llegar.
— ¡Ramsés! — llamó María, preocupada — ¿Qué noticias tienes?
— Nada, vinimos por linternas e impermeables — con aquel clima iba a ser más difícil encontrarla.
— ¡Dio bendito! ¡Pobre niña! — María se llevó las manos al pecho, mientras Adelina enterraba el rostro en sus palmas, devastada.
Ramsés no dijo nada, pero para él todo aquello tampoco lo tenía bien. A diferencia de Giulia, que odiaba aquellas tierras, pero era de carácter más fuerte, sabía que Gala no iba a sobrevivir una noche. Era demasiado débil, inocente y de cristal. Se rompería con nada. Y si lo hacía… no se lo perdonaría jamás.
Iba a salir de vuelta cuando un peón entró, empapado y agitado.
— ¡Patrón! ¡Patrón! — todos voltearon la vista a él — ¡La morena! ¡La morena está aquí!
Ramsés abrió los ojos y salió a prisa, María y Adelina lo siguieron, esperanzadas de ver a esa muchacha.
— ¿¡Y Gala?! ¿En dónde está mi niña?
— La yegua llegó sola, señora, y patrón, está muy inquieta. Tratamos de llevarla a los establos, pero parece que quiere volver a quien sabe qué lugar.
— ¿En dónde está? — exigió saber el brasileño, y enseguida lo llevaron con el animal.
Era cierto, la morena relinchaba inquieta, como si algo la angustiara en su ser. Ramsés se acercó a ella y le acarició el pelaje, tranquilizándola.
— Eh, guapa, tranquila — le susurró con delicadeza. Aquellos animales eran los únicos que sacaban de él a un hombre distinto — ¿Sabes dónde está, verdad? ¿Sabes dónde está Gala?
El caballo se quejó, y Ramsés hizo caso a su instinto y la montó, dejando que la morena lo guiara.
¡Comenzamos fuerte con estos dos! ¡Y no es nada para lo que se viene...! ¡Espero les este gustando esta historia tanto como a mi. Recuerden que me ayudan muchísimo dejando sus comentarios, reseñas en la portada del libro y likes.
Cabalgó en contra de la tempestad y no se detuvo hasta que la morena lo hizo en un sendero bastante alejando de la hacienda. — ¿Es aquí, morena? — le preguntó al animal como si este fuese a responderle, pero estaba seguro de que no lo habría llevado allí por nada, así que, sin esperar más, le acarició el pelaje y entró a las profundidades de aquellos matorrales. — ¡Gala! — comenzó a llamar. Para esa hora todo se encontraba a oscuras y verla entre las ramas y el agua sería completamente difícil. Hasta que un mechón de cabello brillante llamó su atención entre un charco de agua. Entornó los ojos, tratando de darle forma a aquel rostro que de pronto lo dejó helado. — ¡Gala! — gritó y corrió hasta ella, arrodillándose sobre un pozo de charco y tomando el débil y pálido rostro de su esposa entre sus manos. Tiró de ella contra su cuerpo. Temblaba y estaba completamente entumida de pies a cabeza — ¡Dios, no! — pensó, preocupado, asustado, enojado. ¡¿Cómo se le había ocurrido hacer semejan
Tratando de contener el horror y el miedo que pasaba por sus venas en ese momento, Ramsés tomó a Gala contra su pecho y la recostó contra el respaldo de la cama. Rápido, se quitó la camisa y la rasgó hasta conseguir un suficiente pedazo de tela que le permitiera hacer un torniquete en torno a la pierna de su joven esposa. No sabía hace cuánto la había picado el animal, ni cuán lejos hubiese viajado ya el veneno por su sistema; lo cierto es que cualquier cosa podría ayudar en ese momento, sobre todo porque ya era bastante experto en picaduras.— ¡María! ¡Adrián! ¡Vengan! — llamó con fuerza. Enseguida estos subieron. Los puso al tanto de la situación, preocupándolos también, pero lo importante ahora era conseguirle tiempo suficiente al doctor para llegar a la hacienda.— ¿Sí, patrón?— ¡Trae el botiquín contra picaduras! ¡María… ayúdame a desvestirla! ¡Tiene fiebre y tenemos que bajársela a cómo de lugar!La mujer obedeció enseguida, al igual que el otro hombre.— ¿Qué sabes del doctor?
— ¿Qué diablos acaba de decir? — preguntó Ramsés entre dientes, enojado. Su mirada lanzando dardos imaginarios.Adelina abrió la boca, pero la cerró en cuantos todos volvieron a escuchar esa dulce y suave voz.— Ah, me… duele — se quedó Gala en medio de la bruma que todavía la rodeaba.— Está reaccionando, eso es bueno — dijo el doctor de pronto, acercándose a la escena para examinar mejor a la débil muchacha.Ramsés se hizo a un lado con gesto confuso y ansioso. ¿Qué carajos había querido decir esa entrometida mujer con que ese hombre era el verdadero amor? No, no podía ser. Se mesó el cabello con desespero, y de solo pensar que pudiese ser cierto, lo hizo salir de la habitación como alma que llevaba el diablo.Amanecía cuando Gala al fin abrió los ojos. Lo hizo despacio y con muchísimo esfuerzo.— ¿Nana…? — musitó débilmente al reconocer a la mujer su lado.Adelina se incorporó en cuanto la vio despierta.— ¡Mi niña! ¡Al fin abres tus ojos! ¡Estaba tan preocupada! ¿Cómo te sientes?—
— Siéntate — ordenó el brasileño a su joven esposa y entró al cuarto de baño solo para salir un par de segundos después.Gala obedeció cabizbaja, pero fue más por el leve mareo que le causó ver la sangre en sus heridas que por cualquier otra cosa.Al darse cuenta de la palidez y de que estaba a punto de perder el conocimiento, Ramsés se acercó rápidamente y la tomó casi en el aire.— ¡Gala! — exclamó su nombre con posesión, llevándola a la cama. La recostó sobre las almohadas y abrió enseguida el botiquín de primeros auxilios y empapó un apósito con alcohol antes de llevarlo a su nariz.La jovencita tardó en reaccionar, pero lo hizo.En cuanto la vio despierta, Ramsés respiró de alivio y se incorporó, colocando los brazos en jarra.— ¿Por qué diablos te interpusiste? — exigió saber, sin mirarla.Gala pasó un trago, intimidada por la tenacidad de su voz, y se pegó contra el respaldo de la cama.— No está bien lo que haces. ¿Por qué te desquitas con él?Ramsés negó y sonrió con ironía.—
— Mi niña, ¿estás segura de que quieres hacer esto? — preguntó Adelina a su dulce e inocente muchacha —. Ese hombre…— Ese hombre es mi esposo. Ese hombre fue el que eligieron mis padres para mi futuro. Quiero intentarlo, nana. Quiero hacer que mi matrimonio funcione.— No quiero que salgas lastimada.— Eso no pasará, confía en mí, por favor — rogó con esperanza e ilusión, y a Adelina no le quedó más remedio que acompañarla en sus decisiones.En ese momento, María llamó a la puerta.— ¿Estás lista?Gala asintió con entusiasmo y se despidió de su nana con un beso en la mejilla antes de seguir a María a la cocina, dejando a Adelina con esa sensación en su pecho.Mientras tanto, la mujer que había visto crecer al dueño de aquellas tierras y su joven esposa, se ensimismaban por largas en su objetivo.Entraba la madrugada de aquel día, cuando Ramsés llegó a la casa grande, sacudiendo el polvo de sus botas. Había llegado tarde con toda intención, y es que mientras más tiempo pasara lejos de
Al separarse, ninguno de los dos dijo una sola palabra. Gala todavía asimilaba lo que acababa de suceder mientras la mente de Ramsés trabajaba a mil por hora. Algo despertó en él. Algo muy fuerte e inevitable. ¡Irrepetible! Algo de lo que estaba seguro no sentiría dos veces en esa y todas sus vidas.Sus ojos brillaron. Echaron chispas. Y sus manos hormigueando como nunca antes, se posaron sin pensarlo sobre la cintura de su joven esposa, y la pegó a él con más fuerza de la necesaria, entonces, un ser primitivo y superior a él tomó el control de sus decisiones, y le devolvió el beso con energía e intensidad, rozando sus dientes con los suyos, saboreando su lengua y su sabor.Gala ahogó un jadeo y abrió los ojos, pero no hizo absolutamente para separarse, al contrario, se hizo del cuello de su camisa y se sumergió en la necesidad de ser de pronto devorada por él.En ese momento, los dos no pensaban en nada, salvo en el momento que estaban viviendo.Con posesión, Ramsés arrastró una mano
Al separarse ligeramente de ese pequeño ser que llevaba una luz natural consigo, Ramsés pasó un trago. Para ese momento sus ojos guardaban cientos de emociones. Emociones jamás experimentadas. Inconexas. Vibrantes. Era demasiado para procesar. Tanto que tuvo que dar un paso hacia atrás, pensando seriamente sobre lo que estaba ocurriendo, sobre lo que… iba a pasar entre ellos. Jamás fue su plan. Jamás su idea fue llevarla a la cama, al contrario, la quería a su lado como una esposa virgen, y después de asegurarse de que hubiera derramado hasta la última de sus lágrimas, dejarla. Dejarla cómo lo hizo Giulia consigo. Esa era su venganza. Lamentaba no poder llevarla a cabo… lamentaba que su deseo por esa muñequita de cristal fuese más grande.Despacio, sin apartar sus ojos de los suyos, se inclinó sobre su cuerpo. Gala contuvo el aliento en todo momento. No dejaba de observar su rostro, cada pliegue y curvatura. Su expresión llena de vulnerabilidad y bienvenida, atormentándolo, seduciéndol
— La señora no quiso bajar a comer — respondió María después de que Ramsés hubiera preguntado por su esposa, y se lo quedó mirando como esperando a que este dijera algo.— ¿Qué? ¿Por qué me miras así?— ¿No piensas hacer nada?— ¿Hacer nada de qué? ¿De qué hablas?María exhaló y colocó cuidadosamente una mano sobre la mesa del desayunador.— Sé que ordenaste bien temprano que recogieran los alimentos de la noche anterior. No solo no cenaste con ella, la dejaste plantada. Esa pobre muchacha debe sentirte tan abochornada.— Si crees que por eso ha decidido no bajar a desayunar, te equivocas.— Entonces sabes lo que le pasa.— María… — advirtió Ramsés con voz cansada.— María nada. He visto la forma en como la tratas y te lo repito, ella no es culpable de nada. Es inocente. Ella no tiene que pagar por lo que esa mujer…— Buenos días — de repente la voz de Gala llenó el desayunar.Ramsés alzó la vista y se le cortó el aliento en cuanto la vio bajo el umbral de la puerta. Su joven esposa es