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5. ¡Por tu bien, espero que mi esposa no esté en peligro!

— ¡¿Qué diablos quieres decir con que mi esposa no está en la hacienda?! ¡Habla ya! — exigió el brasileño con vehemencia, incorporándose fuera de su silla.

— Patrón, no lo sé, uno de los peones me dijo que la vio cabalgar quién sabe a dónde. No parecía muy… — bajó la mirada.

Ramsés entornó los ojos.

— ¿Muy qué? ¡Termina de hablar con un demonio!

— No parecía saber muy bien lo que hacía ni a dónde iba. La verdad es que… le ensillaron al caballo más agresivo, patrón. ¡Le ensillaron a la morena!

— ¡¿Qué carajos?!

Sin esperar a nada, Ramsés le dio la vuelta al escritorio y salió de su despacho, sin atender el llamado de nada ni de nadie. Continuó y no se detuvo hasta llegar a los establos.

— ¡Felipe! ¡Felipe! — llamó al seguramente culpable de todo aquello.

El hombre joven salió con los ojos bien abiertos.

— ¡Patrón!

— ¡¿Qué fue lo que hiciste?!

— ¿De qué habla, patrón? ¡No le entiendo!

— ¡De mi esposa! ¡De mi jodida esposa! ¡De eso hablo! ¿En dónde está?

— Yo, bueno, yo… no lo sé, patrón.

Ramsés apretó los puños. En el pasado era un hombre que solía contenerse, últimamente no tanto.

— ¿Tú ensillaste a la morena?

— Sí, patrón, yo…

— ¿Por qué, diablos, lo hiciste? En primer lugar, ¿por qué diablos mi esposa montaría a una bestia sin mi consentimiento?

— ¡Ella me dijo que sabía lo que hacía! ¡Yo le advertí, pero la morena era la única en el establo en ese momento! ¡Al resto de los caballos…!

— ¡Por tu bien, espero que mi esposa no esté en peligro! — lo señaló advirtiéndole, y salió despavorido de allí, dejando en el aire aquella promesa.

En cuanto volvió a la casa grande, no se detuvo hasta llegar a su destino. La habitación de aquella mujer que le fastidiaba el humor. Abrió sin llamar siquiera.

Adelina, la nana de su joven esposa, alzó el rostro en cuanto lo vio allí, plantado frente a ella. Caminaba de un lado a otro con un rosario en la mano.

— ¡¿En dónde está?! — preguntó el Casablanca. Su pecho bajando y subiendo. Entonces notó el equipaje de ambas, juntos, a un lado de la cama. Entornó los ojos y volvió la vista a la mujer — ¡¿Qué en dónde está, carajo?!

— ¡No lo sé! ¡No pude detenerla! ¡Dijo que… iría al pueblo en ese horrible animal! ¡Le dije que no, pero fueron en vano mis súplicas! — expresó con horror y preocupación, asustada, culpable por no haberla podido detener.

Ramsés tiró de su cabello con rabia y desesperación y ladeó la cabeza en dirección al peón que lo acompañaba.

— ¡Reúne a todos los peones!

— ¡Sí, señor!

En cuanto el hombre salió y Ramsés intentó hacer lo mismo, la voz de Adelina lo detuvo.

— ¡Mi niña no sabe cabalgar a esos animales! — le dejó como recordatorio.

Ramsés la miró por encima del hombro con aprensión y pasó un trago antes de salir de allí. Por supuesto que lo sabía. Esa era su mayor preocupación.

Minutos después, ya había dado las órdenes precisas. Peones se movieron y comenzaron una ardua búsqueda por los alrededores de aquellas vastas tierras. Ramsés confiaba en que no había llegado muy lejos. ¡Dios! ¡Era una inmadura! ¿Es que no se daba cuenta de todos los peligros que corría?

Se frotó el rostro con desespero y echó un vistazo al reloj. Había pasado casi una hora desde que su gente emprendió la búsqueda. Las mujeres se habían encargado de ir al pueblo solo para descartar que hubiese llegado.

— No, patrón, nadie ha visto una joven así como su esposa en las últimas horas — avisó una muchacha casi al mediodía, con angustia, seguida de un peón que tampoco traía buenas noticias.

Ya rebasado, Ramsés decidió que la buscaría él mismo. ¡Eso debió haber hecho desde un principio, muy a pesar de que su orgullo era más fuerte que él!

— ¡Esto es increíble! ¿Cómo es posible que nadie la encuentre? — bramó, histérico —. ¡Tú, ensíllame un caballo! ¡Ahora!

— ¿Irá usted, patrón? —preguntaron varios, asombrados. Todavía recordaban la primera vez que la señorita Giulia se había perdido en los cafetales. La mujer llegó picada por bichos y sucia de lodo, pero él nunca se movió a buscarla, y no porque no le importara, porque lo hacía, se notaba profundamente embrujado por esa muchacha, pero no tan preocupado como lo estaba ahora por la señora de Casablanca.

— ¡Haz lo que te ordeno, carajo!

— ¡Sí, patrón!

Y en menos de nada, seguido por sus dos hombres de más entera confianza en aquellas tierras, emprendieron la búsqueda, importándole poco la lluvia que pronto comenzó a caer.

La brisa se hizo fuerte y el silbido de los matorrales les impedía que sus voces se escucharan más allá, así que, a pesar de sus arduos gritos por llamar el nombre de Gala, era muy probable que esta no escuchara.

Dos horas después, continuaban sin saber nada, mientras tanto, hundida en las profundidades de aquellas tierras, Gala cojeaba, empapada, hasta sentir que perdía las fuerzas.

Se abrazó a sí misma, resignada, gritando por ayuda sin ser escuchada. Le dolía la cabeza y la espalda por el golpe que la había azotado al caerse del caballo; aun así, el animal la seguía muy de cerca. No quería que lo montaran, pero allí estaba, era como si de alguna forma quisiera cuidarla.

— ¡Déjame, no me sigas! — le gritó la muchacha, pero el caballo continuó su andar a su lado, hasta que Gala no pudo más. El frío calaba sus huesos y la lluvia le impedía avanzar por los charcos profundos que provocaba. No fue hasta que vio un atisbo de luz cuando exhaló e intentó ir hasta ella, pero de pronto sintió un picor a la altura de su pantorrilla.

Gritó por el fuerte dolor que le provocó, y al bajar la mirada, descubrió algo moviéndose entre las matas. No supo que era. Tampoco lo sabría después. Se desmayó.

Comenzó a anochecer en el instante en el que Ramsés volvió a la casa grande. Adelina y María estaban en el salón principal. Las dos angustiadas. Se incorporaron en cuanto lo vieron llegar.

— ¡Ramsés! — llamó María, preocupada — ¿Qué noticias tienes?

— Nada, vinimos por linternas e impermeables — con aquel clima iba a ser más difícil encontrarla.

— ¡Dio bendito! ¡Pobre niña! — María se llevó las manos al pecho, mientras Adelina enterraba el rostro en sus palmas, devastada.

Ramsés no dijo nada, pero para él todo aquello tampoco lo tenía bien. A diferencia de Giulia, que odiaba aquellas tierras, pero era de carácter más fuerte, sabía que Gala no iba a sobrevivir una noche. Era demasiado débil, inocente y de cristal. Se rompería con nada. Y si lo hacía… no se lo perdonaría jamás.

Iba a salir de vuelta cuando un peón entró, empapado y agitado.

— ¡Patrón! ¡Patrón! — todos voltearon la vista a él — ¡La morena! ¡La morena está aquí!

Ramsés abrió los ojos y salió a prisa, María y Adelina lo siguieron, esperanzadas de ver a esa muchacha.

— ¿¡Y Gala?! ¿En dónde está mi niña?

— La yegua llegó sola, señora, y patrón, está muy inquieta. Tratamos de llevarla a los establos, pero parece que quiere volver a quien sabe qué lugar.

— ¿En dónde está? — exigió saber el brasileño, y enseguida lo llevaron con el animal.

Era cierto, la morena relinchaba inquieta, como si algo la angustiara en su ser. Ramsés se acercó a ella y le acarició el pelaje, tranquilizándola.

— Eh, guapa, tranquila — le susurró con delicadeza. Aquellos animales eran los únicos que sacaban de él a un hombre distinto — ¿Sabes dónde está, verdad? ¿Sabes dónde está Gala?

El caballo se quejó, y Ramsés hizo caso a su instinto y la montó, dejando que la morena lo guiara.

miladyscaroline

¡Comenzamos fuerte con estos dos! ¡Y no es nada para lo que se viene...! ¡Espero les este gustando esta historia tanto como a mi. Recuerden que me ayudan muchísimo dejando sus comentarios, reseñas en la portada del libro y likes.

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