Ramsés tiene miedo que Gala lo rechace por lo que paso en aquel incendio... pero no sabe que ahora lo están viendo los ojos correctos. ¡Esperemos nazca el amor! Gracias por leer. Recuerden comentar, reseñar y dar muchos likes. Eso me ayuda a seguir.
Al separarse ligeramente de ese pequeño ser que llevaba una luz natural consigo, Ramsés pasó un trago. Para ese momento sus ojos guardaban cientos de emociones. Emociones jamás experimentadas. Inconexas. Vibrantes. Era demasiado para procesar. Tanto que tuvo que dar un paso hacia atrás, pensando seriamente sobre lo que estaba ocurriendo, sobre lo que… iba a pasar entre ellos. Jamás fue su plan. Jamás su idea fue llevarla a la cama, al contrario, la quería a su lado como una esposa virgen, y después de asegurarse de que hubiera derramado hasta la última de sus lágrimas, dejarla. Dejarla cómo lo hizo Giulia consigo. Esa era su venganza. Lamentaba no poder llevarla a cabo… lamentaba que su deseo por esa muñequita de cristal fuese más grande.Despacio, sin apartar sus ojos de los suyos, se inclinó sobre su cuerpo. Gala contuvo el aliento en todo momento. No dejaba de observar su rostro, cada pliegue y curvatura. Su expresión llena de vulnerabilidad y bienvenida, atormentándolo, seduciéndol
— La señora no quiso bajar a comer — respondió María después de que Ramsés hubiera preguntado por su esposa, y se lo quedó mirando como esperando a que este dijera algo.— ¿Qué? ¿Por qué me miras así?— ¿No piensas hacer nada?— ¿Hacer nada de qué? ¿De qué hablas?María exhaló y colocó cuidadosamente una mano sobre la mesa del desayunador.— Sé que ordenaste bien temprano que recogieran los alimentos de la noche anterior. No solo no cenaste con ella, la dejaste plantada. Esa pobre muchacha debe sentirte tan abochornada.— Si crees que por eso ha decidido no bajar a desayunar, te equivocas.— Entonces sabes lo que le pasa.— María… — advirtió Ramsés con voz cansada.— María nada. He visto la forma en como la tratas y te lo repito, ella no es culpable de nada. Es inocente. Ella no tiene que pagar por lo que esa mujer…— Buenos días — de repente la voz de Gala llenó el desayunar.Ramsés alzó la vista y se le cortó el aliento en cuanto la vio bajo el umbral de la puerta. Su joven esposa es
— Señora, esto ha llegado hoy para usted — le avisó una sirvienta de la casa a Gala, que se encontraba en la habitación de su nana, siendo consolada por esta.Gala alzó el rostro con ojos apagados, y frunció el ceño.— ¿Para… mí? — preguntó, contrariada, tomando un pequeño sobre sellado que no llevaba más que blanco en su exterior.— Sí, señora, lo ha traído uno de los jornaleros. Con permiso.Gala tomó el papel y lo examinó confundida. No comprendía de qué podría tratarse. Pero tampoco dudó en abrirlo y averiguarlo.“Encuéntrate conmigo esta noche en los establos”, Simón.El corazón de Gala se saltó un latido y sus ojos se abrieron. Miró a Adelina con horror.— ¿Qué pasa, mi niña? ¿Quién te ha enviado eso?— Nana, es… Simón. ¿Cómo me encontró? ¿Cómo sabía que yo…? Dios, no. ¿Por qué? ¿Qué quiere? — comenzó a negar de un lado a otro y a negar con la cabeza.— Quizás quiere arreglar el pasado.Pero Gala continuó negando.— No, no tiene derecho. No después de lo que… me hizo — recordó aq
— Basta, Simón, tienes que irte. Si Ramsés te descubre aquí…— ¿Qué? ¿Qué me hará? No le tengo miedo — enfrentó con valentía, y tomó las manos de Gala entre las suyas. Ella intentó oponerse, pero él fue más insistente —. Por favor, Gala, vámonos de aquí. No eres feliz. No amas a ese hombre.— ¡Tú qué sabes! ¡Yo…! — parpadeó. Tenía sentimientos encontrados. Sentimientos que, después de la noche en la que consumió su matrimonio, no podía sacar de su cabeza, ni de su corazón.— ¡Lo ves! — sonrió Simón, orgulloso, y tomó el rostro de Gala entre sus frías manos —. Todavía me amas, todavía… me amas como yo a ti. Vámonos Gala. Lo tengo listo para sacarte de aquí. El helicóptero, el dinero, todo. Vine por ti. Vine por nosotros, mi amor — y sin más, pegó sus labios contra los suyos de forma enérgica, robándole un beso.Gala abrió los ojos y se tensó, rechazando inmediatamente el contacto de Simón sobre sus labios. No lo deseaba. No del modo en el que… deseaba que fuesen los labios de su marido
María subió a la habitación después de que el doctor les hubiese informado que el peligro ya había sacado, que por suerte la bala que perforó a Ramsés había salido y no había comprometido ningún órgano importante. Necesitaría absoluto reposo durante las semanas siguientes, y de no cumplirlo estrictamente, podría complicar su situación y dar al hospital, cosa que todos en la hacienda sabían Ramsés evitaba desde el incendio.Una vez, bajo una noche de tormenta en la hacienda, lo picó un alacrán venenoso. El doctor no iba a poder llegar y casi lo perdían por negarse a que los peones lo llevaran al pueblo por tierra.María agradecía que Ramsés fuese un hombre de roble.Llamó a la puerta y entró con cuidado. La imagen frente a sí la dejó sin aliento. Era increíble. Parecía un cuadro dibujado.El débil y pequeño cuerpo de Gala reposaba sobre a la orilla de la cama, aferrada a la mano de Ramsés con una protección y adoración que asombraba. La cabeza de él descansaba sobre el hombro de la much
— Señora, no tiene que hacer esto. Hablaré con Ramsés. ¡Lo que está haciendo es incorrecto! ¡Es inhumano! ¡Jamás lo vi ponerse así! — insistió María, en serio preocupada por la reacción del dueño de todo aquello que las rodeaba.Pero Gala negó con una sonrisa triste y se detuvo a mitad de camino.— María, no hagas nada, por favor — le suplicó, cansada.— Pero…— Y por favor, es hora de que comiences a llamarme Gala. Yo… ya no soy la señora de esta casa.Que dijese aquella barbaridad rompió el corazón de María, y tomó sus manos entre las suyas.— No mereces esto, muchacha. ¡Ramsés debe saber que… tú lo cuidaste! ¡Qué tú…!— Basta, María. Ramsés no necesita saber nada. Lo que hice fue de forma genuina y sin interés —ahora era María la que negaba, pero, por esa vez, guardó silencio —. Mejor muéstrame qué es lo que debo hacer.Durante los siguientes minutos. María le indicó a detalle todo, absorbida por la tristeza y la inconformidad. No es que aquello fuese un trabajo menospreciado, pero
Horas más tarde, Gala no había avanzado ni siquiera la mitad. El sol se ocultaba a lo lejos y pronto comenzaría a anochecer.Ramsés salió del despacho, inquietó, sin poder concentrarse en su trabajo ni en nada más que no fuese su jodida esposa.Entró en la cocina y encontró a todo el mundo murmurando, pero en cuanto lo vieron allí parado, guardaron silencio.— María, ¿Gala ha terminado ya?La mujer negó.— Hace horas que le llevé el almuerzo y no llevaba ni siquiera una cuarta parte.Ramsés se tensó y echó un vistazo a su reloj.Eran casi las seis de la tarde. El sol desaparecía en las montañas.— ¿Por qué diablos se ha demorado tanto?— ¿Y cómo piensas que voy a saberlo? ¡Si te has negado a que vaya con ella! — replicó la mujer, enojando al brasileño.— Cuida tu tono, María. Que tenga consideraciones contigo no quiere decir que lo vaya a hacer siempre.— ¿Y qué es lo peor que puedes hacer? — lo retó, mirándolo a los ojos.¡Esa mujer lo iba a sacar de sus casillas!— ¡Es insoportable h
Era casi la media noche cuando Ramsés — descubrió a Gala salir de la habitación de María. Rápido se escondió detrás de un pilar y aguardó a que se despidieran para sorprender a su joven esposa en las escaleras.Algo llevaba consigo que no dudó en notar.— ¿Qué haces despierta a esta hora? — preguntó enseguida en su espalda con aquella profunda voz que cortó el aire como un látigo.Gala se giró inocente y ahogó un jadeo como si hubiese sido sorprendida haciendo algo malo. Estaba ataviada dentro de su bata de dormir y llevaba el cabello ligeramente recogido en una media cola. La imagen que vio Ramsés no hizo más que acentuar la fragilidad de la joven.— Yo — sus ojos abiertos ampliamente con una mezcla de susto y sorpresa y sus manos ocultas detrás de su espalda como una niña pequeña —… fui por un vaso de agua.Ramsés entornó los ojos y apretó los puños.— Mientes.— Es verdad, yo…— ¡Mientes! — repitió, más enérgico —. Te vi salir de la habitación de María. ¿Qué ocultas, eh? ¿Es que aca