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María subió a la habitación después de que el doctor les hubiese informado que el peligro ya había sacado, que por suerte la bala que perforó a Ramsés había salido y no había comprometido ningún órgano importante. Necesitaría absoluto reposo durante las semanas siguientes, y de no cumplirlo estrictamente, podría complicar su situación y dar al hospital, cosa que todos en la hacienda sabían Ramsés evitaba desde el incendio.Una vez, bajo una noche de tormenta en la hacienda, lo picó un alacrán venenoso. El doctor no iba a poder llegar y casi lo perdían por negarse a que los peones lo llevaran al pueblo por tierra.María agradecía que Ramsés fuese un hombre de roble.Llamó a la puerta y entró con cuidado. La imagen frente a sí la dejó sin aliento. Era increíble. Parecía un cuadro dibujado.El débil y pequeño cuerpo de Gala reposaba sobre a la orilla de la cama, aferrada a la mano de Ramsés con una protección y adoración que asombraba. La cabeza de él descansaba sobre el hombro de la much
— Señora, no tiene que hacer esto. Hablaré con Ramsés. ¡Lo que está haciendo es incorrecto! ¡Es inhumano! ¡Jamás lo vi ponerse así! — insistió María, en serio preocupada por la reacción del dueño de todo aquello que las rodeaba.Pero Gala negó con una sonrisa triste y se detuvo a mitad de camino.— María, no hagas nada, por favor — le suplicó, cansada.— Pero…— Y por favor, es hora de que comiences a llamarme Gala. Yo… ya no soy la señora de esta casa.Que dijese aquella barbaridad rompió el corazón de María, y tomó sus manos entre las suyas.— No mereces esto, muchacha. ¡Ramsés debe saber que… tú lo cuidaste! ¡Qué tú…!— Basta, María. Ramsés no necesita saber nada. Lo que hice fue de forma genuina y sin interés —ahora era María la que negaba, pero, por esa vez, guardó silencio —. Mejor muéstrame qué es lo que debo hacer.Durante los siguientes minutos. María le indicó a detalle todo, absorbida por la tristeza y la inconformidad. No es que aquello fuese un trabajo menospreciado, pero
Horas más tarde, Gala no había avanzado ni siquiera la mitad. El sol se ocultaba a lo lejos y pronto comenzaría a anochecer.Ramsés salió del despacho, inquietó, sin poder concentrarse en su trabajo ni en nada más que no fuese su jodida esposa.Entró en la cocina y encontró a todo el mundo murmurando, pero en cuanto lo vieron allí parado, guardaron silencio.— María, ¿Gala ha terminado ya?La mujer negó.— Hace horas que le llevé el almuerzo y no llevaba ni siquiera una cuarta parte.Ramsés se tensó y echó un vistazo a su reloj.Eran casi las seis de la tarde. El sol desaparecía en las montañas.— ¿Por qué diablos se ha demorado tanto?— ¿Y cómo piensas que voy a saberlo? ¡Si te has negado a que vaya con ella! — replicó la mujer, enojando al brasileño.— Cuida tu tono, María. Que tenga consideraciones contigo no quiere decir que lo vaya a hacer siempre.— ¿Y qué es lo peor que puedes hacer? — lo retó, mirándolo a los ojos.¡Esa mujer lo iba a sacar de sus casillas!— ¡Es insoportable h
Era casi la media noche cuando Ramsés — descubrió a Gala salir de la habitación de María. Rápido se escondió detrás de un pilar y aguardó a que se despidieran para sorprender a su joven esposa en las escaleras.Algo llevaba consigo que no dudó en notar.— ¿Qué haces despierta a esta hora? — preguntó enseguida en su espalda con aquella profunda voz que cortó el aire como un látigo.Gala se giró inocente y ahogó un jadeo como si hubiese sido sorprendida haciendo algo malo. Estaba ataviada dentro de su bata de dormir y llevaba el cabello ligeramente recogido en una media cola. La imagen que vio Ramsés no hizo más que acentuar la fragilidad de la joven.— Yo — sus ojos abiertos ampliamente con una mezcla de susto y sorpresa y sus manos ocultas detrás de su espalda como una niña pequeña —… fui por un vaso de agua.Ramsés entornó los ojos y apretó los puños.— Mientes.— Es verdad, yo…— ¡Mientes! — repitió, más enérgico —. Te vi salir de la habitación de María. ¿Qué ocultas, eh? ¿Es que aca
— ¿Qué la tiene sonriendo de esa forma? — le preguntó María a Gala, en la cocina, a primera hora de la mañana siguiente.— ¿A mí…? — contestó la muchacha, sonrojada.— Sí, jovencita, a ti. Anoche parecías un alma en pena y hoy… luces distinta.— No es nada, cosas tuyas, Marías. Por cierto, ¿has visto a mi nana? Desde ayer que no sé de ella y estoy preocupada. Me dijiste que fue al pueblo, ¿verdad?— Sí, pero según el peón que la llevó… no ha vuelto, tampoco ha querido darle razones.— No entiendo, ella… — de repente, antes de que pudiera decir algo, se escucharon gritos desde afuera de la casa. Todo el mundo alzó la cabeza, murmurando, pero nadie se atrevió a moverse de su sitio, excepto ella — ¿Qué es eso, María? ¿Quién grita de esa forma?María se asomó rápido por la ventaja y con un gesto de resignación exhaló.— No es nada, no te preocupes.— Pero están gritando. Parece como si… estuviesen matando a alguien — angustiada, se acercó a la ventana, y descubrió rápido que era lo que est
— ¿Estás bien? — al ver que habían conseguido atrapar a ese ladronzuelo, bajó la mirada y tomó las manos de su joven y delicada esposa, examinándola — ¡Ese animal! — se refirió al muchacho con enojo y desprecio.— Estoy bien, pero por favor no le hagas nada. ¡Te lo ruego!— ¡Deja de preocuparte por él! — le pidió, histérico. ¿Es que no se daba cuenta de que quien importaba ahí era ella? — Déjame ver eso, quién sabe qué tipo de enfermedades tenga y te pueda contagiar.— No es un perro con rabia, por Dios, es un inocente…— ¡Un inocente jamás te hubiese hecho esto!— ¡Pero…!— Ni una palabra más, por favor — le rogó, seriamente preocupado por esa mordedura. Entonces miró a sus trabajadores —. Llévenlo a los establos y me esperan allí. Que no se les escape o las consecuencias las pagarán ustedes.Dejando dicho eso, tomó la delicada mano de su mano, y sin pensar en nada, la entrelazó a la suya, llevándola consigo, ajeno a las miradas de sorpresa de las sirvientas, y la tierna sonrisa de Ma
Abrir aquel cajón fue un impulso que el fondo sabía que… no debía seguir, pero algo en su interior insistió, algo que. La ayudaría a comprender mejor a su marido.Los recortes de periódico y revistas estaban cuidadosamente guardados, aunque amarillentos por el tiempo, casi desgastados.La joven curiosa tomó el primero de ellos entre sus dedos que, sin saber por qué, temblaban.Un incendio era el protagonista de todo aquello.“Devastador incendio consume propiedad del hacendado Cristo Oliveira”“Importantes hacendados vecinos intentaron ayudar a las víctimas de esa noche”“Ramsés Casablanca, uno de los afectados del incendio”Más titulares saltaban ante sus ojos, pero fue uno de ellos lo que le cortó el aliento.“El poderoso hacendado, Ramsés Casablanca, fue uno de los más afectados de esa noche, todo por intentar salvar a una mujer que aún no sabemos su nombre”“Según noticias filtradas, estas son las recientes imágenes del estado del hacendado”Gala soltó el papel con horror y se llev
Ramsés sintió como si el pasado lo hubiese alcanzado, como si las llamas que había dejado atrás se encendieran de nuevo, esta vez dentro de él, pero no podía moverse, había olvidado cómo hacerlo. Su mente atrapada en aquel infierno, el calor asfixiante, los gritos, el olor a humo.Todo pasó demasiado rápido.Todo… volvió a él con una fuerza que impactó de frente.— ¿Qué… qué estás haciendo? — su voz salió baja al principio, apenas audible, rota, desconcertada, pero que no tardó en endurecerse a la par que sus facciones — ¿Qué diablos crees que estás haciendo?Gala se puso rápidamente de pie, nerviosa por su reacción.— Ramsés, yo… lo siento, no quería… no sabía, yo… — las palabras no terminaban de salir de su boca. Se sentía tonta.Ramsés negó duramente, ofuscado, y sin dudarlo, se inclinó hacia la cama y comenzó a recoger los pedazos de papel con movimientos torpes y desesperados, sus manos temblorosas traicionando la máscara de control que intentaba mantener.Gala lo observó constern