¡Gracias por leer! Espero les guste. Recuerden comentar, reseñar y dar like. Lamento la hora del capitulo, llego tarde a casa.
Ramsés sintió como si el pasado lo hubiese alcanzado, como si las llamas que había dejado atrás se encendieran de nuevo, esta vez dentro de él, pero no podía moverse, había olvidado cómo hacerlo. Su mente atrapada en aquel infierno, el calor asfixiante, los gritos, el olor a humo.Todo pasó demasiado rápido.Todo… volvió a él con una fuerza que impactó de frente.— ¿Qué… qué estás haciendo? — su voz salió baja al principio, apenas audible, rota, desconcertada, pero que no tardó en endurecerse a la par que sus facciones — ¿Qué diablos crees que estás haciendo?Gala se puso rápidamente de pie, nerviosa por su reacción.— Ramsés, yo… lo siento, no quería… no sabía, yo… — las palabras no terminaban de salir de su boca. Se sentía tonta.Ramsés negó duramente, ofuscado, y sin dudarlo, se inclinó hacia la cama y comenzó a recoger los pedazos de papel con movimientos torpes y desesperados, sus manos temblorosas traicionando la máscara de control que intentaba mantener.Gala lo observó constern
Gala sintió la textura irregular y contuvo ligeramente el aliento, pero en sus caricias no hubo más que ternura.Ramsés, por su lado, al ser tocado de esa forma y en ese lugar que muchas veces había evitado incluso mirarse, cerró los ojos y apretó los puños como si de pronto un rayo lo hubiese atravesado. Su respiración se volvió pesada y escalofrío recorrió su cuerpo.Era la primera vez que permitía que alguien lo tocara.Giulia no se atrevió a tanto, de hecho, si recordaba, ella evitó a toda costa curar sus heridas las primeras semanas.— No tienes que… intentar hacer nada de esto para demostrar que no te importa — dijo en un tono apagado, cargado de reproche.— Es que no me importan, Ramsés — aseguró la muchacha, y él se giró hacia ella con gesto atormentado —. No me asustan, no me asustan en lo absoluto. Ni tus heridas, ni tu… enojo.Él negó con la cabeza, apartándose un poco, rostro endureciéndose como un mecanismo de autodefensa.— No sabes lo que dices, es mejor que te vayas y m
La noche se hizo larga, y fuera, el mundo parecía no importarles.Ramsés y Gala habían dado paso a lo que estaban sintiendo, que no era más que pureza y gentilidad. El silencio los absorbió y se llevaron al cuarto de baño, adornado apenas con la cálida luz de las velas que titulaban sobre la superficie del lavabo y la tina. El suave aroma de las flores, mezclándose con el suave y apenas audible rumor de los árboles, meciéndose contra el viento al otro lado de la ventana.Sus cuerpos sumergidos en el agua tibia. Ella, con sus brazos rodeándolo, sentía la vulnerabilidad de su esposo, un hombre que a simple vista parecía impenetrable, reducido ahora a un niño perdido en el refugio de unos brazos que no iban a soltarle.Gala, con demasiada paciencia, dejó que sus dedos recorrieran las cicatrices en la espalda de Ramsés, tocándolas con una devoción que él jamás había experimentado. Sus caricias no eran de lástima, sino de aceptación total, como si aquellas marcas fueran parte natural de su
Después de ese día, las cosas parecieron mejorar muchísimo, no solo para la pareja de recién casados, sino en general para la hacienda.La mañana después de que Ramsés le hubiera confesado a Gala lo que lo atormentaba de su pasado, no supieron cómo estar lejos del otro.Ramsés decidió que iba a tomarse el día para él y para su esposa. Hace mucho no hacía eso. Desde el incendio no hubo día de descanso para él, no si los recuerdos volvían para atormentarlo.Las caricias, los besos y los murmullos, todo era parte de lo que estaban viviendo y sintiendo.— Ah, no me quiero levantar nunca de aquí — murmuró Gala esa mañana, sobre el torso de su marido, sonriendo con ternura y hechizo.Ramsés también sonrió y besó la coronilla de su cabeza, trazando líneas sobre su delicada espalda, como si quisiera memorizar cada centímetro de ella.En eso, alguien llamó a la puerta.— Debo ir a ver quién es — le dio un cálido beso en los labios y se levantó con nada más que ropa interior, ajeno a la mirada d
El siguiente par de días, no fue tan distinto para la pareja. Ramsés había prometido a Gala enseñarle a cabalgar y llevarla a la cosecha de esa temporada.Ilusionada, Gala aguardó a que su marido regresara de la empacadora y ayudó a María en la cocina con la esperanza de que las horas pasaran rápido, también aprovechó para averiguar lo que le había pedido el día anterior, ya con preocupación.— ¿Crees que le haya pasado algo, María?Pero María torció el gesto, y aunque de verdad no quería meterse en todo aquello, tuvo que pedirle a una de las sirvientas que le mostrara en el teléfono una fotografía.— No creo que le haya pasado nada, señora. Digo, no se le viera así de familiarizada con este hombre en un restaurante del pueblo.Gala frunció el ceño, y al agrandar la imagen, su pulso se detuvo y palideció.— ¿Qué? ¿Qué es esto… María?— Esta fue la última vez que la vieron en el pueblo, y cómo usted estaba con el pendiente, una de mis muchachas la fotografió cuando fue por el mandado.—
Ramsés permaneció sentado en el amplio sillón de su despacho, con los codos apoyados en sus rodillas y las manos entrelazadas frente a su rostro, sin saber cómo sentirse.— ¿Esto es lo que merezco por volver a confiar? — se preguntó a sí mismo, ofuscado, lleno de dudas, miedo y celos. Celos que lo cegaban.¿Qué debía hacer? ¿Qué diablos… debía hacer?Los recuerdos de la noche anterior lo golpearon con fuerza. Las caricias de Gala, con ellas y sus promesas, habían conseguido traer de él algo que llevaba mucho tiempo enterrado, y que había logrado traspasar todas y cada una de sus barreras. ¿Había sido todo… una mentira? Dios, si existía esa posibilidad, iba a enloquecer. ¡Lo haría! ¡Su naturaleza volvería!— Necesitas enfrentar esto, Ramsés — se dijo al fin, tomando una profunda bocanada de aliento, para entonces ponerse de pie y salir del despacho.Al llegar a la habitación, escuchó murmullos, pero estos se silenciaron en cuanto él entró.Gala estaba sentada a la orilla de la cama. El
Gala se descompuso por completo al ver a Ramsés desaparecer por la puerta. Sus piernas cedieron, y con un temblor incontrolable, se dejó caer a los pies de la cama. Enterró el rostro en sus manos, sollozando en silencio mientras aquel dolor punzante atravesaba su pecho.No supo por cuánto tiempo estuvo así, ni por cuánto más lo estaría; lo cierto es que ni estaba segura de que pudiera dejar de doler.Mientras tanto, Ramsés había tenido que salir de la casa grande en busca del aire, como si necesitara huir de sus propios pensamientos, de sí mismo. Pero eso ni siquiera consiguió calmarlo. Se sentía ahogado, incrédulo. ¡Un gran idiota! Estaba consumiéndose por dentro.Cuando finalmente decidió regresar a la casa, el sol se ocultaba en el horizonte. Entró por la puerta de la cocina, como solía hacerlo, sin mirar ni hablar con nadie, pero María, que no comprendía lo que estaba ocurriendo, lo siguió hasta el despacho.— Ramsés…— Ahora no, María, ahora no — le dijo entre dientes, pero la muj
Esa noche, la casa grande parecía envuelta en un manto de silencio casi escalofriante. El ambiente era denso, como si cada rincón del lugar estuviera impregnado del dolor que Gala y Ramsés cargaban. La cena, como siempre, fue servida a las ocho, pero quedó intacta. Ramsés permaneció en su despacho, con la mirada fija en algún punto a través de la ventana, mientras el nudo en su pecho crecía y crecía con cada segundo que pasaba.Lo consumía.Lo quemaba.María, seriamente preocupada, insistió en que les llevaran algo de comer a cada uno por su lado, pero no fue hasta la mañana siguiente, después de haberle ganado al sol e ir al pueblo y regresar, cuando se enteró de que las cosas no solo seguían iguales.— El patrón no quiso probar bocado, y sigue en el despacho desde anoche. No creo que haya dormido tampoco — le dijo una muchacha.— Y la señora tampoco. Fui a llevarle el desayuno como me pediste, pero ni siquiera probó algo de la cena. Y parece tan triste, como si estuviera sufriendo de