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Ramsés permaneció sentado en el amplio sillón de su despacho, con los codos apoyados en sus rodillas y las manos entrelazadas frente a su rostro, sin saber cómo sentirse.— ¿Esto es lo que merezco por volver a confiar? — se preguntó a sí mismo, ofuscado, lleno de dudas, miedo y celos. Celos que lo cegaban.¿Qué debía hacer? ¿Qué diablos… debía hacer?Los recuerdos de la noche anterior lo golpearon con fuerza. Las caricias de Gala, con ellas y sus promesas, habían conseguido traer de él algo que llevaba mucho tiempo enterrado, y que había logrado traspasar todas y cada una de sus barreras. ¿Había sido todo… una mentira? Dios, si existía esa posibilidad, iba a enloquecer. ¡Lo haría! ¡Su naturaleza volvería!— Necesitas enfrentar esto, Ramsés — se dijo al fin, tomando una profunda bocanada de aliento, para entonces ponerse de pie y salir del despacho.Al llegar a la habitación, escuchó murmullos, pero estos se silenciaron en cuanto él entró.Gala estaba sentada a la orilla de la cama. El
Gala se descompuso por completo al ver a Ramsés desaparecer por la puerta. Sus piernas cedieron, y con un temblor incontrolable, se dejó caer a los pies de la cama. Enterró el rostro en sus manos, sollozando en silencio mientras aquel dolor punzante atravesaba su pecho.No supo por cuánto tiempo estuvo así, ni por cuánto más lo estaría; lo cierto es que ni estaba segura de que pudiera dejar de doler.Mientras tanto, Ramsés había tenido que salir de la casa grande en busca del aire, como si necesitara huir de sus propios pensamientos, de sí mismo. Pero eso ni siquiera consiguió calmarlo. Se sentía ahogado, incrédulo. ¡Un gran idiota! Estaba consumiéndose por dentro.Cuando finalmente decidió regresar a la casa, el sol se ocultaba en el horizonte. Entró por la puerta de la cocina, como solía hacerlo, sin mirar ni hablar con nadie, pero María, que no comprendía lo que estaba ocurriendo, lo siguió hasta el despacho.— Ramsés…— Ahora no, María, ahora no — le dijo entre dientes, pero la muj
Esa noche, la casa grande parecía envuelta en un manto de silencio casi escalofriante. El ambiente era denso, como si cada rincón del lugar estuviera impregnado del dolor que Gala y Ramsés cargaban. La cena, como siempre, fue servida a las ocho, pero quedó intacta. Ramsés permaneció en su despacho, con la mirada fija en algún punto a través de la ventana, mientras el nudo en su pecho crecía y crecía con cada segundo que pasaba.Lo consumía.Lo quemaba.María, seriamente preocupada, insistió en que les llevaran algo de comer a cada uno por su lado, pero no fue hasta la mañana siguiente, después de haberle ganado al sol e ir al pueblo y regresar, cuando se enteró de que las cosas no solo seguían iguales.— El patrón no quiso probar bocado, y sigue en el despacho desde anoche. No creo que haya dormido tampoco — le dijo una muchacha.— Y la señora tampoco. Fui a llevarle el desayuno como me pediste, pero ni siquiera probó algo de la cena. Y parece tan triste, como si estuviera sufriendo de
Gala parpadeó, confundida, contrariada, después de recibir aquella llamada.— ¿Ayudarte? Nana, ¿qué… está pasando? ¿Por qué estabas con Simón? ¿Qué…?— Mi niña, escúchame, Simón intentó secuestrarme para que te obligara a venir a mí, pero yo me negué, no iba a exponerte. ¡Está loco!— Dios, nana, ¿estás… bien?— Sí, mi niña, logré escapar.— ¿En dónde estás? Hablaré con Ramsés, le diré que vaya por ti.— No, no, a él no. Estoy… en la hacienda.— ¿En la hacienda? ¿En dónde?— En una casucha. Estoy hambrienta y sedienta, mi niña. ¡Por favor, ven!Ajena a que la sirvienta que le había llevado el teléfono escuchaba toda la conversación detrás de la puerta, aceptó. Su nana era todo lo que había quedado para ella después de la muerte de sus padres y de su hermana. Tenía que ayudarla.— ¿Cómo… piensas venir sin que ese hombre se dé cuenta, mi niña? Debe estar furioso con lo que me cuentas, pero te prometo que le explicaré todo.— Yo… me las arreglaré, nada. ¡Espérame allí! — le pidió, feliz d
— ¡Habla ya, muchacha! ¿Qué esperas?— Es que, María, yo… yo creo que cometí un error, uno muy grave, y por eso la señora ahora no sabemos dónde está.— ¡Dime de una buena vez que eso que hiciste, muchacha del demonio!— Bueno, lo que pasa es que… alguien llamó a la señora, y me dijo que era de vida o muerte que le pasara el teléfono, entonces yo lo hice, pero ya sabe lo curiosa que soy y me quedé escuchando detrás de la puerta — la muchacha jugaba nerviosa con sus dedos.— ¿Y qué escuchaste? — exigió María saber, con el corazón en la mano.— Pues es que ese es el problema, que no entendía nadita de lo que hablaban.María miró al cielo y volvió la vista a esa muchacha seriamente.— ¿Qué fue lo primero que escuchaste? — quizás de esa forma podía conseguir una pista que la llevara a esa pobre muchacha que, sospechaba, podía estar en peligro.— Bueno, la escuché preocupada, dijo algo como… “Nada, ¿Dónde estás?”María abrió los ojos.— ¡Continúa!— Después, hablaron de un tal simón, la señ
La búsqueda dio inicio, y de un momento a otro, había llegado a un punto crítico. Era una carrera contra el tiempo que Ramsés no estaba dispuesto a perder.Con cada minuto que pasaba sin que encontraran a Gala, su entereza se desmoronaba un poco más. Las horas avanzaban como una tormenta; lenta y agónica. Uno a uno, los jornaleros regresaban sin noticias. Las sirvientas que habían ido al pueblo también volvieron con las manos vacías. Nadie sabía nada. Nadie la había visto. ¿Cómo podía ser posible? ¡¿Cómo?!Cuando la tarde comenzó a caer, la noticia de la desaparición llegó más allá de los límites de la hacienda. Uno de los primeros en llegar fue Cristo Oliveira, un viejo conocido y vecino, acompañado de su esposa. Ramsés no esperaba verlo, especialmente después de la distancia que él mismo había impuesto desde aquel incendio que lo cambió todo. Cristo se desmontó de su caballo con una expresión seria.— Ramsés — saludó estrechando su mano. Enseguida supo darse cuenta de la angustia que
Ramsés nunca había tenido miedo como en ese momento, y es que de solo pensar que podía perderla, a él también se le iba la vida.— Vamos, mi amor, mírame, te lo suplico — rogó con voz rota, pegándola a su cuerpo y besando cuidadosamente su frente — ¡¿Qué pasa con el doctor?!— ¡Patrón! ¡Patrón! ¡Es el doctor! ¡Quiere hablar con usted! — le dijo un peón que entró corriendo a la casucha.Sin perder tiempo, Ramsés tomó el aparato y se lo llevó a la oreja.— Doctor, tiene que venir, es urgente. ¡Mi mujer está herida!— Lo sé, es lo que me acaba de informar uno de tus hombres, pero Ramsés, estoy lejos de la hacienda. Hay un virus que se ha propagado por los pueblos aledaños y me he ofrecido como voluntario para asistir a tanto como puedan. Pero escúchame con atención lo que harás, muchacho.Ramsés sintió que perdería el aliento. ¡La vida!— Doctor, mi mujer necesita asistencia. ¿Recomienda que la lleve al hospital en helicóptero?— No, no sabemos qué tanto ha afectado el golpe en la cabeza,
El sonido de la tormenta seguía afuera, las gotas golpeando rítmicamente el tejado de la casucha. La chimenea lanzaba destellos de luz cálida que iluminaban el pequeño espacio, haciendo que todo pareciera menos hostil. Fue en medio de ese ambiente tranquilo que Gala finalmente abrió los ojos.Al principio, todo era un borrón. La luz del fuego bailaba ante su mirada desorientada, y el dolor en su cabeza era punzante, casi insoportable. Intentó moverse, incorporarse, pero una mano cálida y firme la detuvo con suavidad.— Sí, soy yo, tranquila, no hagas esfuerzo.La voz profunda y tranquilizadora de Ramsés fue lo primero que reconoció con claridad, y ladeó la cabeza, encontrándose con sus ojos, aquellos ojos oscuros y llenos de preocupación que parecían escrutar hasta lo más profundo de su ser. Gala lo miró confundida, sin comprender del todo lo que sucedía.— ¿Qué... qué pasó? — murmuró con voz ronca, llevándose una mano temblorosa a la cabeza—. Me duele mucho...Ramsés suspiró, su mirad