— ¿Ca…sarme? — preguntó Gala después de la lectura del testamento. Acababa de enterrar a sus padres y hermana mayor hace menos de veinticuatro horas y no había dormido lo suficiente, así que por la falta de lucidez, le fue fácil suponer que había escuchado mal.
El hombre detrás del escritorio, con la mirada todo el tiempo gacha, repitió la cláusula para que no quedaran dudas, pero Gala negó, desconcertada.
No, era una locura.
¿Por qué razón sus padres la obligarían a casarse? No tenía sentido.
— … y de no cumplir con dicho mandamiento, todo pasará a manos de su tía paterna, Beatriz de Lima.
Gala giró la cabeza y miró a su tía con el ceño fruncido. Fue una sonrisa siniestra lo que la hizo volver la vista al hombre, y con voz dudosa, respondió.
— De acuerdo, lo haré. ¿Cómo contacto a este hombre con el que… debo casarme?
— No se preocupe, solo deberá presentarse en el registro civil a una hora estipulada. La señora de Lima la guiará en todo.
— No necesito de ella.
— Su padre así lo estipuló, señorita.
— Pero…
— Cumple con la última voluntad de tus padres, Galita.
Gala apretó los puños.
— No me digas así —gruñó y tomó sus cosas antes de salir de allí.
Horas más tarde, en la famosa villa Casablanca, a las afueras de Río, se llevaba a cabo una reunión con el hacendado Ramsés Casablanca.
— ¿Y ella lo aceptó, así, sin más? — quiso saber Ramsés, desconfiado. Desde hace algunos años no se fiaba de absolutamente nadie, y en esa ocasión, no sería distinto.
La mujer frente a él cruzó una pierna sobre la otra y colocó los antebrazos sobre las paletas del sillón. Una sonrisa dibujada en su rostro.
— Ya te lo dije. Es vanidosa y consentida por naturaleza. Hará lo que sea con tal de cobrar la herencia.
Ramsés asintió.
— Hice mis propias averiguaciones, y sí, efectivamente es dinero mal habido el que estamos negociando, así que no veo por qué no podamos proceder — pero a Ramsés le importaba muy poco el dinero que pudiera obtener de aquel trato y de aquella familia. Él tenía sus propios intereses. Echó un rápido vistazo a sus abogados y con un simple gesto ordenó que continuaran con los últimos detalles de un contrato en el que se blindaba de absolutamente todo.
— ¿Qué es eso? — preguntó Beatriz de Lima luego de tener aquellos papeles frente a sí. Su ceño se frunció.
— Con esto me aseguras que Gala de Lima será mi esposa, de lo contrario…
— Creí que éramos amigos, no hace falta que me amenaces, además, pareces más interesado en casarte con mi sobrina que por la jugosa cantidad de dinero que vas a recibir. ¿Estoy equivocada, querido?
— Eso no es tu problema — gruñó Ramsés.
— Tienes razón, no lo es. Lo que pase con mi sobrina, en tus manos — miró brevemente el fuete sobre el escritorio de madera y luego volvió la vista a sus ojos —… me tiene sin completo cuidado.
— Me da la leve impresión de que la odias.
— No son solo tus impresiones, y para que veas que estoy realmente comprometida con esto, firmaré lo que necesites — tomó una pluma y se aseguró de llenar cada página —. Listo, tú cumples con tu parte y yo con la mía — nada deseaba más que deshacerse de esa mocosa y quedarse con el dinero de sus padres, o al menos con una buena parte de ello. Y qué mejor que bajo la dictadura del hombre más desalmado de aquellas tierras.
Una semana después, Gala recibió un sobre con su nombre.
Se trataba del hombre con quien iba a casarse. No sabía su nombre y en la carta tampoco estaba escrito, pero estaba segura de que se trataba de él por su contenido.
“He estado esperando por este momento, Gala. Mañana a las ocho. Usa el vestido de la caja”.
Al bajar la mirada, descubrió una caja blanca a la orilla de su cama. Dejó la carta a un lado y deshizo el lazo con cuidado, también la envoltura, hasta revelar un vestido de novia que la dejó sin aliento.
Era precioso y sus detalles eran de costura fina.
Sin percatarse, alguien llevaba rato llamando a su puerta. Salió de su hombro cuando descubrió a su nana entrar.
— Mi niña — se acercó con una media sonrisa — ¿Qué es eso?
— Es… mi vestido de novia. Él… me lo ha enviado.
La noble mujer exhaló y tomó sus mejillas.
— No tienes que hacer nada de esto.
Pero Gala negó.
— Fue la última voluntad de mis padres, nana, y si ellos así lo decidieron, confío en que haya un propósito detrás. Mejor respóndeme algo — tomó sus manos — ¿Crees que vaya a ser una buena esposa?
— Mi niña…
— Por favor, nana, me conoces, sabes todo de mí. Mi sueño siempre ha sido ser la esposa de alguien y tener dos hijos. Y ahora que ese día está a punto de llegar, ¿crees que vaya a estar a su altura?
— La verdadera pregunta, mi niña, sería. ¿Él lo estará?
Gala suspiró y estiró su sonrisa.
— Nana, fue el hombre que escogieron mis padres para mí, y aunque al principio me tomó por verdadero asombro, sé que esto es lo que debo hacer. Se los debo. Además, no voy a permitir que la tía Beatriz destruya todo aquello por lo que mis padres trabajaron. No sería justo. Ellos me lo dieron todo y ahora es mi momento de corresponderles. En cuanto tome posesión, seguiré con su legado. ¿Estarás conmigo a mi lado, nana?
— Siempre, mi niña.
Las dos se quedaron allí por un largo rato, hasta que llegó el gran día.
Nerviosa, Gala de Lima se alistó para su ceremonia, y durante todo el camino, no dejó de preguntarse cómo era el rostro de su esposo, a qué se dedicaba o si él la había visto alguna vez en su vida. Las preguntas rondaron por su cabeza hasta que llegó al registro civil. Su nana y su chofer la acompañaban, como siempre. Ellos eran sus ángeles. Y los iba a necesitar ahora que había quedado sola en el mundo.
— Todavía puedes arrepentirte, mi niña, lo sabes.
— Nana, estaré bien. Esto es lo correcto. Vamos — se ató a su brazo antes de subir las escaleras.
La habitación a la que la guiaron estaba decorada de forma casi nula, y aunque en el fondo esperó más, su sonrisa educada no desapareció.
— Ni siquiera está esperándote, cómo es el deber ser. ¿Quién se cree este hombre? — murmuró la nana, en reprobación, pero Gala le dio un beso en la mejilla y le frotó el brazo.
— Seguro está atrapado en el tráfico — defendió, pero la espera fue de casi una hora entera.
Dos hombres entraron primero, y aunque Gala pudo imaginar que podría tratarse de uno de ellos, algo en su interior lo descartó, hasta que otro hombre, de cabello indomable, porte masculino y mirada salvaje, entró al final.
El corazón de Gala se detuvo, y fue entonces cuando lo supo.
Era él.
Se incorporó fuera de su silla y se alisó su perfecto vestido mientras se acercaba a pasos tímidos.
— Hola — saludó con una sonrisa y las mejillas encendidas. El hombre en cuestión la miró con ojos azules profundos, pero no respondió, así que ella continuó —. Tú debes ser mi prometido, ¿verdad?
Ramsés Casablanca se había quedado sin el habla en el mismo momento en el que Gala de Lima se acercó a él, ataviada dentro de aquel vestido blanco y con la sonrisa más genuina que hubiese esperado ver jamás en ese rostro de porcelana. Era más hermosa de lo que hubiese podido imaginar. Sus ojos grandes. Sus cejas y pestañas lo suficientemente pobladas. Jamás consiguió verla en persona, y lo poco que sabía de ella, era gracias a la mujer que estaba a punto de dejarla sin nada.
Parpadeó, saliendo de su asombro, y se aclaró la garganta.
— Y tú debes ser Gala — se acercó a la pequeña ambiciosa a la que iba a someter sin piedad, a esa que, por ser hermana de quien era, se las iba a cobrar todas. TODAS.
La ceremonia se llevó a cabo de forma rápida y casi fría, y aunque Gala todo el tiempo mantuvo una sonrisa y su dulce optimismo, no sería hasta después de dar el “sí, quiero”, cuando descubriría su nueva realidad. Cruda y devastadora.Por supuesto, antes de firmar su destino, Gala tuvo preguntas, como de dónde se conocían él y sus padres, pero, ninguna de ellas fue respondida, a excepción de un “no tengo tiempo para tus preguntas. Continuamos o lo dejamos aquí. Tú tienes más que perder” de su parte. Por lo que Gala se vio en la obligación de asentir y unir su vida en matrimonio al hombre que estaría por conocer.— ¿Tienes tu equipaje contigo? — fue lo primero que le preguntó Ramsés a Gala luego de haberse convertido en marido y mujer. Ni siquiera hubo beso, lo que abochornó ante a todos a la pobre Gala.Con voz dulce, ella respondió:— No, no sabía que…— ¿Que qué? ¿Qué después de convertirte en la esposa de alguien te irías a vivir con él? — se burló Ramsés de forma cínica, y la cort
Tras recobrar el aliento, Gala bajó del auto, observando con asombro y confusión todo lo que había a su alrededor. Hectáreas tras hectáreas de verde le dieron la bienvenida. También el olor a flores frescas y tierra húmeda. Parpadeó dando un amplio recorrido con su mirada.— ¿Tú… vives aquí? — preguntó la joven, atontada.— Sí, y es donde lo harás tú también a partir de ahora. ¿Por qué? ¿Te desagrada la vida en el campo? — quiso saber con arrogancia y fastidio. No le sorprendería en lo absoluto su rechazo por aquel lugar. A Giulia tampoco le gustaba la vida en aquellas tierras, y cuando lo dejó, no desaprovechó la oportunidad para confesarle en su cara que repudiaba todo de aquel lugar. Desde el olor a pasto hasta el merodear de los bichos.Pero, para su completa sorpresa, la respuesta de Gala fue todo lo contrario.— No, de hecho, es… un lugar hermoso. Creo que va a gustarme la vida aquí.Ramsés la miró contrariado.— ¿Qué?— Sí, bueno, jamás he estado en un lugar como este, pero me
Gala se quedó lívida por largos segundos.— ¿Qué? — consiguió preguntar, atándose la bata y abrazándose a sí misma.— Te dije largo, vamos, fuera de esta habitación. ¡Salte! — y señaló la puerta.Gala ahogó un jadeo y negó con la cabeza, desconcertada, llorosa.— ¡Pero…!— ¿Es que no me escuchaste? ¡FUERA! ¡LARGO! — gritó el brasileño, fuera de sí.Para ese punto, Gala intentó alcanzar su maleta, buscando desesperada y con manos temblorosas algo con lo que cubrirse, pero sin pensarlo y rebasado por el resentimiento, Ramsés la tomó del brazo y la sacó de la habitación sin pensar en las consecuencias, no fue hasta después de largos segundos e inhalaciones profundas cuando reaccionó.— ¡Carajo! — gruñó, ¿qué había hecho? Estaba semi desnuda y… ¡Idiota! ¡Mil veces idiota!Salió a buscarla. No había sido su intención. No de esa forma, pues a final de cuentas, sea cual sean sus planes de venganza, ella seguía siendo su esposa y nadie más que él, tenía el derecho de verla con poca ropa.Abri
— ¡¿Qué diablos quieres decir con que mi esposa no está en la hacienda?! ¡Habla ya! — exigió el brasileño con vehemencia, incorporándose fuera de su silla.— Patrón, no lo sé, uno de los peones me dijo que la vio cabalgar quién sabe a dónde. No parecía muy… — bajó la mirada.Ramsés entornó los ojos.— ¿Muy qué? ¡Termina de hablar con un demonio!— No parecía saber muy bien lo que hacía ni a dónde iba. La verdad es que… le ensillaron al caballo más agresivo, patrón. ¡Le ensillaron a la morena!— ¡¿Qué carajos?!Sin esperar a nada, Ramsés le dio la vuelta al escritorio y salió de su despacho, sin atender el llamado de nada ni de nadie. Continuó y no se detuvo hasta llegar a los establos.— ¡Felipe! ¡Felipe! — llamó al seguramente culpable de todo aquello.El hombre joven salió con los ojos bien abiertos.— ¡Patrón!— ¡¿Qué fue lo que hiciste?!— ¿De qué habla, patrón? ¡No le entiendo!— ¡De mi esposa! ¡De mi jodida esposa! ¡De eso hablo! ¿En dónde está?— Yo, bueno, yo… no lo sé, patrón.