Al día siguiente no volvió, ni tampoco el siguiente a ese. Súbitamente me había resignado a que no volvería a hablar con él y sentir su presencia, tampoco me afectaba tanto... sin embargo, la forma en que se fue. No fue la más adecuada.
Se fue impotente, intentando ayudarme de alguna forma, pero no se puede hacer nada. Eso lo supe al momento en que me quitaron la banda de los ojos y solo vi oscuridad, aunque mi madre decía que tenía los ojos abiertos.
Con el tiempo mis recuerdos de lugares y las personas más allegadas a mí, se avivaban aún más en mi mente imaginando sus acciones habituales cuando hablaba con ellos, eso me hizo también ser más llevadero mi problema. Después del accidente, no solo perdí la vista, también había perdido a mi hermano.
Antiguamente, éramos tres. Él era el mayor, tenía diecisiete en ese entonces. Se llamaba August, yo prefería llamarlo Gus, al igual que todos los que lo conocían. Era muy enérgico como Camille, tenía el sueño de ser piloto de aviones y llevaba ahorrando desde los doce con mis padres para su universidad y así no ser una carga para ellos y cuando yo entrara a la universidad, mi hermano no me lo impidiera.
Poco recuerdo de él, supongo que después de la perdida, muchas cosas fui olvidando debido a que ya no escuchaba su voz, ni su risa contagiosa, la recordaba como un sonido ronco pero que en medio de la carcajada tomaba una respiración escuchándose como si tuviera hipo y después seguía. Todos en la familia tenemos esa risa, es común en nosotros, al igual que gruñir cuando algo no nos gusta o molesta.
Su físico, en cambio lo tenía grabado a fuego en mi mente, no era muy alto, tampoco muy bajo. Media aproximadamente entre uno sesenta a uno setenta. Era flaco pero muy fuerte, le gustaba cargarme como un saco de patatas en su espalda y correr por todo el jardín de la casa gritando.
"¡Hermanas a la venta! ¡Económicas, livianas y muy chillonas!" mientras Camille lloraba creyendo que me regalaría a un loco. Les teme.
De hecho, creo que tiene una fobia con ellos.
Su cabello era igual que el de papá, negro como la noche, pero la diferencia entre el cabello de nuestro padre era que él es liso. Y Gus era crespo, "igual al abuelo" decía cada que lo veía mi abuelita. Tenía la piel blanca, pero con unas pecas muy pocos visibles en la nariz que lo hacían ver tierno cuando era bebé en las fotos familiares y siempre tenía una sonrisa tan bella, que aquel que la veía quedaba encantado con él.
Así como se daba a querer tan fácilmente, también se podía dar a odiar con el alma.
Y lo que más me encantaba de él, eran sus ojos. No eran azules. Ni tampoco verdes, nunca encontré esa idolatría por solo ese tipo de color de ojos en un hombre que lo hace ser bello. Sus ojos eran cafés con miel. En la noche se veían cafés y en el día, cuando el sol impactaba en su rostro, tomaban el color de la miel, siempre los envidié. Los míos son muy comunes, tanto que olvidé su color.
Sabía que Gus quería tener mis ojos porque me daban un aire de "misteriosa" así como yo quería los suyos porque daban un aire de querer estar siempre con esa persona.
Tenía problemas, como cualquier persona. No se creía especial y tampoco nuestros padres nos hacen ser especiales. No necesitamos serlo porque nos enseñaron desde que nacimos que cada uno somos diferente y eso nos hace jamás ser como los demás y debíamos estar orgullosos de eso.
Mi hermana por su parte la última vez que la vi, tenía diez años. Y la recuerdo muy bella. Era morena, igual que papá y tenía el cabello negro con toques de castaño que mi mama acostumbraba a trenzar y dejárselo crecer hasta la cintura. Le encantaba su cabello, en ese entonces no media más de metro y medio y siempre usaba vestidos hasta la rodilla de todo tipo. Usaba muy pocos pantalones, a mamá no le gustaba porque era muy delgada y se le burlaban en el colegio diciendo que era anoréxica.
Siempre llegaba llorando y mi hermano la consolaba diciendo "¿si tú eres anoréxica, entonces que soy yo? Camille, creo que tienes un hermano bulímico" y se reía ante su broma que no entendía Camille, y mi madre lo regañaba por decir eso.
Y yo... la verdad no recuerdo como era.
Recordaba que no me importaba mi físico, ni tampoco como los demás me vieran, solo lo que yo pensara de mí misma. Pero no recuerdo más.
Después del accidente jamás me he tomado la molestia de preguntarle a mi madre como soy ahora o a Camille como me visto, porque simplemente no me interesa. Confió en que Camille y mi madre eligen bien mi ropa, según mis gustos y con eso me basta y sobra...
- ¿Qué tal el libro? – preguntaron a mis espaldas haciendo que diera un respingo asustada.
Forcé una sonrisa y cerré el libro dejándolo a un lado, ya que llevaba leyendo la misma página desde hacía media hora.
- Mi mente hoy no está para leer – comenté abrazando mis piernas.
Escuché que el chico misterioso suspiró y se sentó a mi lado en el parasol – Perdón por irme así la otra vez – se disculpó haciendo que negara, pero tomó mi mano – enserio, tu tratabas de mostrarme lo feliz que aprendiste a ser a pesar de tu... de cómo es tu vida y yo solo pensé que una chica como tú no merece vivir de ese modo.
Con su mano libre, la dejé encima de la suya.
- No tienes que estar de acuerdo, nadie lo está. Solo hay que aceptarlo – concluí haciendo que suspirara alejando su mano.
- Creo que deberíamos cambiar de tema ¿no crees? – preguntó sintiendo que sonreía en medio de la pregunta haciendo preguntarme en mi mente, ¿Cómo será su sonrisa? ¿Cómo es mi sonrisa? ¿Cómo se sabe si la sonrisa que vez, es sincera, aunque tus ojos te muestran ello?
Asentí levantándome - ¿Quieres helado? Mamá y yo fuimos ayer a comprar de varios sabores. Podemos hacer canastas – ofrecí tomando mi bastón.
- No – mi entusiasmo se desinfló
- Ohh, bueno entonces deberíamos... - empecé, pero me interrumpió con una risa.
Se levantó y acerco a mí – Es buena la idea, pero te ofrezco una mejor.
Enarqué las cejas dudosa – Dila
- Te invito a comer helado fuera
Tragué saliva nerviosa - ¿Afuera?
¿Salir? No es que me aterre salir. Lo he hecho, incluso sola, pero salir con alguien aún que ni siquiera conozco y apenas hemos tenido cortas conversaciones, siempre muy profundas, me inquieta y más por el hecho de que jamás he salido con un chico... a solas.
Siempre que salgo es con mis amigas, y familia. Nadie más, tampoco es que me moleste que solo mi círculo social se cierre a ellos, pero tampoco creo que moleste intentar salir con un chico común y corriente afuera a comer un helado, caminar y después volver a casa.
No tiene nada de malo.
****
- ¿De qué sabor quieres el helado? – preguntó mientras escuchábamos las voces de más personas en el local y una muchacha detrás de mi hablando por el móvil.
- ¿Qué sabores hay?
Soltó una risita – Cierto. Hmm... - sopesó supongo viendo los sabores y colores de helado, casi como un arcoíris todos encerrado en un mismo congelador – mora, fresa con cerezas y chocolate derretido, limón, vainilla con chocolate también derretido, tres leches y uno misterioso – comentó – puedes elegir tres.
- ¿De qué es el misterioso?
- No lo sé – murmuró - ¿de qué es? – preguntó a la chica.
Ella se quedó unos segundos en silencio – Es un misterio, cada día se saca un sabor misterioso. Así lo llamamos, son recetas exclusivas del dueño que hace para tener más clientela.
- ¿Alguna vez se repite el sabor misterioso? – pregunté interesada por esa idea.
- Nunca – comentó la chica con decisión – siempre es diferente. Jamás se ha repetido el sabor en los tres años que llevo trabajando aquí
- En ese caso, quiero de ese... fresas con cerezas y chocolate y limón – pedí a lo que después sentí que el chico me ponía el vaso de helado en la mano mientras que con la otra sostenía mi bastón.
Por su parte, el pidió vainilla con chocolate derretido, mora y el misterioso. Después me guío a una mesa al aire libre, donde me ayudó a sentar y después nos quedamos en silencio mientras me imaginaba el color del helado misterioso.
Lo imaginaba de mil formas y colores. Creía que era de muchos colores pasteles como podía ser también fosforescente, también sentí mis papilas gustativas querer un poco por saber de qué sabor es, pero primero aspiré que fuera algún sabor que me gustara. De por si los únicos sabores que no me agradaban era el pepinillo y las espinacas. Eran asquerosas.
Que no fuera cualquiera de los dos estaría feliz.
- ¿Qué piensas? – preguntó supongo de ver que picaba el helado sin aún probarlo.
Me encogí de hombros – De qué color debe ser y su sabor.
- ¿Quieres que te diga de qué color es? – preguntó cauteloso.
Incomoda me revolví en mi silla suspirando, dejé el vaso de helado en la mesa.
- Se lo que estás haciendo. Y no deberías hacerlo – murmuré haciendo ademán de levantarme – puede que esté ciega, pero siento cuando la gente me tiene lastima y tú me la tienes.
Justo cuando me iba a levantar, tomó mi mano y delicadamente me volvió a sentar.
- Escúchame... - empezó haciendo que suspirara – no te tengo lastima, ¿Por qué la tendría? Eres una chica capaz de cualquier cosa, solo tienes un obstáculo en la vida que no te permite seguir, pero aun así tratas de hacerlo y eso es de admirar.
- ¿Así que me admiras? – alcé las cejas entrelazando los dedos dejándolos sobre mi regazo.
- No – contestó decidido – no estoy aquí porque te tenga lastima, ni porque te admire...
- ¿Entonces?
- Me nace... - contestó haciendo que enarcara las cejas confundida – quiero estar aquí, me gusta tu compañía. Me hace sentir libre de mi... mundo
Me aclaré la garganta – En ese caso, deberías empezar diciéndome tu nombre
- Yo...
De alguna forma, se me vino a la mente la idea de que es un mentiroso y ahora me dirá un nombre falso, sin embargo, algún día, me matará. Creo que al final se me prendió mucho las ideas de mi padre sobre los chicos, todos siendo mafiosos, ladrones, rompecorazones o simplemente malos y ante la idea de un chico sincero que quería estar conmigo se me hizo muy... diferente a lo que he escuchado de los chicos. Después de unos segundos, se aclaró la garganta. - Silas – musitó haciendo que esbozara una sonrisa. Jamás había escuchado a alguien llamarse así. Un nombre raro, para un hombre igualmente diferente a los demás. Imaginé que me observaba detenidamente por una reacción, pero solo sonreí y extendí la mano a donde escuché su voz. - U
Al día siguiente tomamos el vuelo a casa. Y pronto el fin de semana se desvaneció sin que Camille y yo lo notáramos, así que el día de entrar a clases llegó y estaba tan emocionada que desde que mi móvil me avisó que eran las cinco de la madrugada, no pude volver a dormir, así que deambulé por mi habitación hasta que volví a escuchar el sonido del mar y recordé a Silas. Mi madre había guardado el vestido en mi armario, donde encontró allí una carta en braille que decía que cuando volviera a ver, sería la primera prenda que usaría. No entendí el significado, pero mi madre dijo que era muy elegante para llevarlo a la universidad. Así que lo guardó y seguimos desempacando hasta que me quedé dormida y cuando desperté de la emoción, sabía que mi madre había dejado mi habitación ordenada. Finalmente, cuando mi madre entró por la puerta para
Todo pasó como una completa monotonía. Me había acostumbrado a la playa y la ciudad, a pesar de ser mi hogar, siempre había sido muy estresante para mí, sin embargo, el tiempo pasó y pronto llegamos a final de mes.Solo me limitaba a estudiar y salir con Sam al centro comercial o a caminar y en las noches, escuchaba los audios de Silas, siendo un soplo de tranquilidad para mí.Jamás había creído que las personas se podían hacer amigos de un día para otro, pero así me sentía con Silas. A pesar de que ahora solo escuchaba su voz en el audio y releía su nota, no volví a saber de él. De igual forma creo que hubiera sido difícil porque jamás le pregunté si estaba en la playa por vacaciones o donde viv&ia
- ¿Alia conoces a este desconocido? – preguntó Sam con asombro contenido en su voz. Tragué saliva y sin poder responder completamente a la pregunta, suspiré rendida y cuando intenté levantarme, se acercó a mí y reconocí su aroma tan particular. - ¿Silas? – pregunté esperanza mientras algo dentro de mí se llenaba de alegría contenida por casi un mes sin escuchar su voz, aparte del audio y poder tener su aroma cerca de mí. Tomó mi mano con delicadeza y lo siguiente que escuché fue que corrió la silla para sentarse junto a mí – Si, Alia. Soy Silas. Con esa sola frase, una sonrisa se hizo en mi rostro y me quede callada por varios segundos mientras trataba de organizar mi mente de cual pregunta hacer primero, ya que ella estaba dispar
- Alia – nombró mi padre sacándome de mi ensoñación, haciendo que regara el jugo sobre mí. De inmediato mis padres se lanzaron a uno quitarme el vaso y otro a limpiarme el jugo sobre mi camiseta, que se me pegó a la piel. Gruñí y negué – Voy a cambiarme – murmuré levantándome. - ¿Estás bien? – preguntó mi padre con un tono de preocupación a nivel máximo. Negué y sonreí para calmarlos, sin embargo, Camille se ofreció a llevarme a mi habitación y ayudarme con la blusa mojada. Al llegar a mi habitación Camille cerró la puerta mientras me sentaba en la cama y ella hurgaba entre mi armario y después me dio una blusa cuando yo ya me había quitado la mía. - ¿Por qué estás tan distraída
Al día siguiente, como era viernes, no tenía que ir a estudiar, tenía los viernes libres de la universidad así que pasé todo el día en pijama, adelantando trabajos. Terminando algunos otros y cuando llegó el medio día, bajé hacia la cocina escuchando la voz de dos personas hablando en ella. Una de ella era la de mi madre, pero la otra no la reconocí. Me era familiar de algún lugar, pero no podía recordar de donde exactamente. Finalmente decidí entrar en vez de escuchar la conversación y más bien ser partícipe de ella. - Buenos días – murmuré sentándome en una banca frente a la isla. Mi madre y la persona con la que hablaba se quedaron callados y sentí su mirada sobre mí y más exactamente mis ojos. - ¿Tus gafas donde están cariño?
Sin previo aviso, ya estaba entre los brazos de Silas, quien dio varias vueltas riendo mientras me abrazada. Sonreí ante la emoción tan diferente que sentí en el momento que hizo aquello que cuando me dejó en el suelo, completamente abatida tanto por su reacción como por lo que sentí internamente cuando lo hizo, que no tuve palabras para hablar, ni siquiera aire para poder respirar hasta que el decidió hablar con la voz entrecortada por la emoción. - Es la mejor noticia del mundo, eso quiere decir que podrás tener una vida normal – comentó volviéndome a abrazar. Me alejé un poco de él y negué – No quiero una vida normal – musité. - ¿No es lo que anhelas? Volví a negar – Algunas
Mi madre me guío hacia el consultorio del doctor Adam mientras mi padre me escoltaba y Camille estaba al otro lado, con su mano en mi hombro mientras yo sostenía con esa mano mi bastón. Suspiré cuando nos detuvimos e imaginé una puerta blanca con un número o una placa con el nombre del doctor, pero no sabría hasta que no lo viera con mis propios ojos. Con nerviosismo, golpeó mi madre varias veces y sentí que mi corazón se detuvo en el momento que escuché la puerta abrirse y sentir el aroma del doctor frente a mí. Humedecí mis labios – Buenos días, doctor Adam. Extendí mi mano que tenía tomada con la de mi madre y él la estrecho amablemente haciéndonos pasar a los cuatro. Tomé una fuerte bocanada de aire cuando me senté y el doctor