V

Al día siguiente no volvió, ni tampoco el siguiente a ese. Súbitamente me había resignado a que no volvería a hablar con él y sentir su presencia, tampoco me afectaba tanto... sin embargo, la forma en que se fue. No fue la más adecuada.

Se fue impotente, intentando ayudarme de alguna forma, pero no se puede hacer nada. Eso lo supe al momento en que me quitaron la banda de los ojos y solo vi oscuridad, aunque mi madre decía que tenía los ojos abiertos.

Con el tiempo mis recuerdos de lugares y las personas más allegadas a mí, se avivaban aún más en mi mente imaginando sus acciones habituales cuando hablaba con ellos, eso me hizo también ser más llevadero mi problema. Después del accidente, no solo perdí la vista, también había perdido a mi hermano.

Antiguamente, éramos tres. Él era el mayor, tenía diecisiete en ese entonces. Se llamaba August, yo prefería llamarlo Gus, al igual que todos los que lo conocían. Era muy enérgico como Camille, tenía el sueño de ser piloto de aviones y llevaba ahorrando desde los doce con mis padres para su universidad y así no ser una carga para ellos y cuando yo entrara a la universidad, mi hermano no me lo impidiera.

Poco recuerdo de él, supongo que después de la perdida, muchas cosas fui olvidando debido a que ya no escuchaba su voz, ni su risa contagiosa, la recordaba como un sonido ronco pero que en medio de la carcajada tomaba una respiración escuchándose como si tuviera hipo y después seguía. Todos en la familia tenemos esa risa, es común en nosotros, al igual que gruñir cuando algo no nos gusta o molesta.

Su físico, en cambio lo tenía grabado a fuego en mi mente, no era muy alto, tampoco muy bajo. Media aproximadamente entre uno sesenta a uno setenta. Era flaco pero muy fuerte, le gustaba cargarme como un saco de patatas en su espalda y correr por todo el jardín de la casa gritando.

"¡Hermanas a la venta! ¡Económicas, livianas y muy chillonas!" mientras Camille lloraba creyendo que me regalaría a un loco. Les teme.

De hecho, creo que tiene una fobia con ellos.

Su cabello era igual que el de papá, negro como la noche, pero la diferencia entre el cabello de nuestro padre era que él es liso. Y Gus era crespo, "igual al abuelo" decía cada que lo veía mi abuelita. Tenía la piel blanca, pero con unas pecas muy pocos visibles en la nariz que lo hacían ver tierno cuando era bebé en las fotos familiares y siempre tenía una sonrisa tan bella, que aquel que la veía quedaba encantado con él.

Así como se daba a querer tan fácilmente, también se podía dar a odiar con el alma.

Y lo que más me encantaba de él, eran sus ojos. No eran azules. Ni tampoco verdes, nunca encontré esa idolatría por solo ese tipo de color de ojos en un hombre que lo hace ser bello. Sus ojos eran cafés con miel. En la noche se veían cafés y en el día, cuando el sol impactaba en su rostro, tomaban el color de la miel, siempre los envidié. Los míos son muy comunes, tanto que olvidé su color.

Sabía que Gus quería tener mis ojos porque me daban un aire de "misteriosa" así como yo quería los suyos porque daban un aire de querer estar siempre con esa persona.

Tenía problemas, como cualquier persona. No se creía especial y tampoco nuestros padres nos hacen ser especiales. No necesitamos serlo porque nos enseñaron desde que nacimos que cada uno somos diferente y eso nos hace jamás ser como los demás y debíamos estar orgullosos de eso.

Mi hermana por su parte la última vez que la vi, tenía diez años. Y la recuerdo muy bella. Era morena, igual que papá y tenía el cabello negro con toques de castaño que mi mama acostumbraba a trenzar y dejárselo crecer hasta la cintura. Le encantaba su cabello, en ese entonces no media más de metro y medio y siempre usaba vestidos hasta la rodilla de todo tipo. Usaba muy pocos pantalones, a mamá no le gustaba porque era muy delgada y se le burlaban en el colegio diciendo que era anoréxica.

Siempre llegaba llorando y mi hermano la consolaba diciendo "¿si tú eres anoréxica, entonces que soy yo? Camille, creo que tienes un hermano bulímico" y se reía ante su broma que no entendía Camille, y mi madre lo regañaba por decir eso.

Y yo... la verdad no recuerdo como era.

Recordaba que no me importaba mi físico, ni tampoco como los demás me vieran, solo lo que yo pensara de mí misma. Pero no recuerdo más.

Después del accidente jamás me he tomado la molestia de preguntarle a mi madre como soy ahora o a Camille como me visto, porque simplemente no me interesa. Confió en que Camille y mi madre eligen bien mi ropa, según mis gustos y con eso me basta y sobra...

- ¿Qué tal el libro? – preguntaron a mis espaldas haciendo que diera un respingo asustada.

Forcé una sonrisa y cerré el libro dejándolo a un lado, ya que llevaba leyendo la misma página desde hacía media hora.

- Mi mente hoy no está para leer – comenté abrazando mis piernas.

Escuché que el chico misterioso suspiró y se sentó a mi lado en el parasol – Perdón por irme así la otra vez – se disculpó haciendo que negara, pero tomó mi mano – enserio, tu tratabas de mostrarme lo feliz que aprendiste a ser a pesar de tu... de cómo es tu vida y yo solo pensé que una chica como tú no merece vivir de ese modo.

Con su mano libre, la dejé encima de la suya.

- No tienes que estar de acuerdo, nadie lo está. Solo hay que aceptarlo – concluí haciendo que suspirara alejando su mano.

- Creo que deberíamos cambiar de tema ¿no crees? – preguntó sintiendo que sonreía en medio de la pregunta haciendo preguntarme en mi mente, ¿Cómo será su sonrisa? ¿Cómo es mi sonrisa? ¿Cómo se sabe si la sonrisa que vez, es sincera, aunque tus ojos te muestran ello?

Asentí levantándome - ¿Quieres helado? Mamá y yo fuimos ayer a comprar de varios sabores. Podemos hacer canastas – ofrecí tomando mi bastón.

- No – mi entusiasmo se desinfló

- Ohh, bueno entonces deberíamos... - empecé, pero me interrumpió con una risa.

Se levantó y acerco a mí – Es buena la idea, pero te ofrezco una mejor.

Enarqué las cejas dudosa – Dila

- Te invito a comer helado fuera

Tragué saliva nerviosa - ¿Afuera?

¿Salir? No es que me aterre salir. Lo he hecho, incluso sola, pero salir con alguien aún que ni siquiera conozco y apenas hemos tenido cortas conversaciones, siempre muy profundas, me inquieta y más por el hecho de que jamás he salido con un chico... a solas.

Siempre que salgo es con mis amigas, y familia. Nadie más, tampoco es que me moleste que solo mi círculo social se cierre a ellos, pero tampoco creo que moleste intentar salir con un chico común y corriente afuera a comer un helado, caminar y después volver a casa.

No tiene nada de malo.

****

- ¿De qué sabor quieres el helado? – preguntó mientras escuchábamos las voces de más personas en el local y una muchacha detrás de mi hablando por el móvil.

- ¿Qué sabores hay?

Soltó una risita – Cierto. Hmm... - sopesó supongo viendo los sabores y colores de helado, casi como un arcoíris todos encerrado en un mismo congelador – mora, fresa con cerezas y chocolate derretido, limón, vainilla con chocolate también derretido, tres leches y uno misterioso – comentó – puedes elegir tres.

- ¿De qué es el misterioso?

- No lo sé – murmuró - ¿de qué es? – preguntó a la chica.

Ella se quedó unos segundos en silencio – Es un misterio, cada día se saca un sabor misterioso. Así lo llamamos, son recetas exclusivas del dueño que hace para tener más clientela.

- ¿Alguna vez se repite el sabor misterioso? – pregunté interesada por esa idea.

- Nunca – comentó la chica con decisión – siempre es diferente. Jamás se ha repetido el sabor en los tres años que llevo trabajando aquí

- En ese caso, quiero de ese... fresas con cerezas y chocolate y limón – pedí a lo que después sentí que el chico me ponía el vaso de helado en la mano mientras que con la otra sostenía mi bastón.

Por su parte, el pidió vainilla con chocolate derretido, mora y el misterioso. Después me guío a una mesa al aire libre, donde me ayudó a sentar y después nos quedamos en silencio mientras me imaginaba el color del helado misterioso.

Lo imaginaba de mil formas y colores. Creía que era de muchos colores pasteles como podía ser también fosforescente, también sentí mis papilas gustativas querer un poco por saber de qué sabor es, pero primero aspiré que fuera algún sabor que me gustara. De por si los únicos sabores que no me agradaban era el pepinillo y las espinacas. Eran asquerosas.

Que no fuera cualquiera de los dos estaría feliz.

- ¿Qué piensas? – preguntó supongo de ver que picaba el helado sin aún probarlo.

Me encogí de hombros – De qué color debe ser y su sabor.

- ¿Quieres que te diga de qué color es? – preguntó cauteloso.

Incomoda me revolví en mi silla suspirando, dejé el vaso de helado en la mesa.

- Se lo que estás haciendo. Y no deberías hacerlo – murmuré haciendo ademán de levantarme – puede que esté ciega, pero siento cuando la gente me tiene lastima y tú me la tienes.

Justo cuando me iba a levantar, tomó mi mano y delicadamente me volvió a sentar.

- Escúchame... - empezó haciendo que suspirara – no te tengo lastima, ¿Por qué la tendría? Eres una chica capaz de cualquier cosa, solo tienes un obstáculo en la vida que no te permite seguir, pero aun así tratas de hacerlo y eso es de admirar.

- ¿Así que me admiras? – alcé las cejas entrelazando los dedos dejándolos sobre mi regazo.

- No – contestó decidido – no estoy aquí porque te tenga lastima, ni porque te admire...

- ¿Entonces?

- Me nace... - contestó haciendo que enarcara las cejas confundida – quiero estar aquí, me gusta tu compañía. Me hace sentir libre de mi... mundo

Me aclaré la garganta – En ese caso, deberías empezar diciéndome tu nombre

- Yo...

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