Sálvame
Sálvame
Por: AbbyWriter23
I

Sentidos... lo son todo para mí. Sin ellos no podría imaginar un mundo basado en mis recuerdos.

Cada sentimiento siempre me inunda, me sumerge... así como la oscuridad lo hizo hace siete años, todo en el mundo es maravilloso, y magnifico.

Hasta lo más pequeño es tan imperfectamente bello.

Una vez escuché decir alguien a su hija, "cierra los ojos, y siente como la brisa no solo te refresca, siente como te llena y te muestra que lo invisible existe y jamás se va de tu ser"

Esa persona fue mi padre y me lo dijo a mí, en aquel entonces solo creí que mi padre había enloquecido, cualquiera cree eso, pero tenía mucha razón...aún la tiene.

Mi vida se limita a los sentidos, excepto uno. La visión. Perdí el poder de ver a los doce años, por un accidente automovilismo del que murió mi hermano y yo terminé ciega.

Hasta cuando perdí el poder de ver, entendí todo lo que me decía mi padre de que lo invisible, aunque no se vea, se siente. Desde entonces, mi vida es así, sentir y aunque tiene sus pros y contras, aprendí a ser feliz por una razón. Puede que sea ciega y dependa de mis padres. Pero ay algo que compensa muchas desventajas de no poder ver, disfruto de las cosas más insignificantes que ofrece el mundo.

Disfruto de lo que los demás desprecian y amo todo lo que otras personas ni siquiera pueden ver con sus ojos.

Desde el momento en que me sumergí en la oscuridad, empecé a ver de verdad.

- Anochecerá pronto, cariño. Deberías entrar – murmuró mi madre tocando mi hombro, sintiendo su calor maternal invadirme, haciendo que sonriera.

- Déjame esperar a que llegue el atardecer – comenté escuchando las olas chocar con la arena y la brisa del atardecer empezar a correr sintiendo como mi cabello en mi espalda empezaba a moverse.

Escuché como mi madre suspiró y pocos segundos después retiró su mano de mi hombro. Todo sonido proveniente de ella se desvaneció, eclipsándose aún más mi momento preferido cuando vengo a la playa. El atardecer.

Mientras la brisa me refrescaba y mi cabello revoloteaba y caía en mi cara, lo aparté con delicadeza mientras sentía los últimos rayos de sol calentar mi cuerpo absorbiéndolo por completo. Estiré las piernas empezando a sentir las olas rozar los dedos de mis pies haciéndome sonreír hasta que sentí el ultimo rayo de sol desvanecerse y como la brisa templada se empezaba a volver fría, hasta que mi cuerpo, minutos después, empezó a temblar. Me levanté y tomé mi bastón para ir a casa.

Con el tiempo había memorizado todos los detalles, el número de pasos que debía dar y en qué dirección, para encontrar el primer indicio de que estaba camino a casa. Y así fue.

Di seis pasos lentos hasta que al dar el séptimo, la hierba caliente aun por el sol cosquilleó las plantas de mis pies mientras seguía caminando. Trece pasos más adelante toqueteé con mi bastón más arriba de suelo, encontrando el primer escalón de madera. Allí lo encontré y subí los cinco escalones, caminé a través de la plataforma de madera, donde a mi derecha sabía que se encontraba una mesa de metal con un parasol que sonaba con el viento de la playa, sonando de fondo como las olas empezaban a bajar su intensidad, volviéndose un sonido apagado.

Levanté la mano y a la altura de mi cintura, encontré la manija para deslizar hacia la derecha la puerta corredera de cristal. Así lo hice y di un paso entrando a la casa donde de inmediato escuché la voz de mi hermana menor peleando por el móvil y el sonido de las ollas en la cocina que se encontraba junto a mí me aviso que mi madre estaba sirviendo la cena mientras mi padre pasó la página de su libro comiendo de su manzana.

Cerré la puerta y pasé los pies por la alfombra que mi mamá puso explícitamente para que nos limpiáramos los pies de arena.

- ¿Qué tal el atardecer, hija? – preguntó mi padre a mi izquierda donde intuí que estaba en el comedor en su puesto habitual, presidiendo la mesa.

Giré la cabeza hacia la dirección de su voz y sonreí – Hermoso – comenté al tiempo que mamá pasó por mi lado, percibiendo el aroma de lasaña.

- Qué bueno, ahora por favor Bill. Deja ese libro que vamos a comer – ordenó mi madre dejando la lasaña en la mesa del comedor.

Escuché a mi padre gruñir por lo bajo haciendo que soltara una risita mientras caminaba hacia mi puesto a lado derecho de él.

Me senté y coloqué la mano en el comedor – Tranquilo, después de que cenemos podrás terminar el libro. ¿A que es interesante, no? – pregunté mientras mi mamá dejaba más cosas en el centro de la mesa y seguía revoloteando por la cocina y el comedor.

Mi papá tomó mi mano sintiendo después que sus labios estaban en mi oreja.

- Al menos tu si tuviste una tarde calmada, yo tuve que escuchar los regaños de tu madre a las ollas y a tu hermana pelear dos horas por el móvil – murmuró haciendo que soltara una risita negando.

Mi madre al escuchar mi risita, dejó algo en la mesa y corrió la silla de ella al lado opuesto de donde mi padre se sienta.

- Dejen de cuchichear los dos. Los pillé – comentó haciendo que mi padre quitara su mano de la mía.

- No hemos cuchicheado nada, cariño.

- Vale, pues no te creo – promulgó mi madre escuchándose después el entrechoque de un plato con las pinzas de metal.

Estiré mi mano izquierda hacia mi madre y giré mi cabeza en su dirección – Mamá, solo comentábamos el hecho de que hemos tenido tardes opuestas.

En ese momento, mi hermana se hizo presente escuchando como se acercaba por el sonido de sus pasos y después escuché como se sentó con demasiado ruido y golpeo la mesa.

Di un brinco ante su ataque de ira y entrelacé mis dedos enarcando las cejas en dirección a mi hermana que sabía, estaba sentada frente a mí.

- ¿Peleaste de nuevo con Will? – pregunté escuchando de respuesta un gruñido tan particular en nuestra familia.

Al momento, mi padre tomó mi copa y escuché que servía un poco de vino.

- Jamás me ha agradado ese chico – comentó sintiendo que su voz estaba muy forzada como si estuviera apretando la mandíbula y al momento intuí que le lanzaba una mirada a mi hermana de desaprobación.

- Jamás te ha agradado alguno de mis novios, papá – espetó mi hermana.

Me encogí de hombros – No deberías enojarte, Camille. No es para tanto – comenté.

Al momento mi madre colocó el plato frente a mí y busqué a tientas el tenedor.

- Eso lo dices, Alia, porque jamás te has enamorado... - explicó mientras comía un poco de lasaña sintiendo mi estómago rugir de satisfacción y pedir más – cuando lo estés, me entenderás.

Negué – No creo jamás entenderlo, porque simplemente tu forma de ver el mundo es completamente distinta a la mía. Pero me encantaría alguna vez saber lo que se siente.

- Claro está, si alguna vez te llegas a enamorar – murmuró por lo bajo haciendo que me quedara quieta pasando el bocado.

Tomé una bocanada de aire al tiempo que mi madre gruñó

- Camille, no le hables de ese modo a tu hermana. ¿Acaso te hizo algo? – le riñó haciendo que mi hermana bufara y supongo también rodara los ojos.

- No tengo la culpa de que esté ciega. ¿Acaso la tengo? – atacó botando el tenedor al piso.

Cuando escuché a mi padre suspirar y que iba a decir algo, intervine.

- No tienes la culpa de nada, Camille. Es mi culpa estar así, por ello no te preocupes – comenté retomando la tarea de comer sumiéndose la mesa en el completo silencio. 

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