Un sueño muy real

Una hora más tarde y luego de convencer a Erika de que no podía quedarse en aquel lugar, Ben y Erika regresaron a la mansión.

—No quiero ir a casa y estar sola —comentó entre lágrimas.

—Puedes, si quieres quedarte en casa. No tengo problema con ello.

—Gracias Ben, por lo menos sé que mis hijos estarán allí.

—Michael, sí. Andrew, no lo veo desde hace días, desde que tuviste la genial idea de que cada uno de ellos se independizara, sólo sé de él cuando tiene algún inconveniente de dinero —espetó.

—No pretenderás culparme de lo que le ocurrió a nuestra hija.

—No dije eso, pero si estuvieran en casa, todo sería diferente. Por lo menos debiste esperar a que estuvieran un poco más de conciencia.

—No eras tú quien tuvo que lidiar con ellos. Para ti fue más fácil huir a tu oficina. Vives culpándome de mi traición, pero no ves las razones por las que me cansé de estar esperar por ti.

Ben tuvo que apretar con fuerza sus puños y sus mandíbulas para no continuar con aquella discusión con su ex, discusiones que siempre terminaba igual, con insultos cada vez más hirientes y con el sentimiento de culpa.

Bajaron del auto, él entró a la mansión y ella, detrás de él.

—Le diré a María que te prepare la habitación de huéspedes para que pases la noche. —dijo, mientras subía las escaleras.

Michael escuchó la voz de su padre y salió de su habitación.

—¿Pasa algo, papá?

—¿Dónde estabas metido Michael?

—Me quedé hasta tarde revisando unos documentos y luego me tomé un par de tragos con Davis.

—Te estuve llamando varias veces. —dijo en tono alto.

—Dejé el móvil en mi auto y se me descargó por completo. ¿Pero qué es lo que ocurre? —preguntó confundido.

—Jaspe, tuvo un accidente y está muy mal. En la sala está tu madre.

—Michael quedó paralizado con aquella noticia.

—¿Co-como dices? —tartamudeó con voz temblorosa.— ¿Qué le pasó a mi hermana?

—Está en la clínica, ve con tu madre, está muy mal.

Para el rubio, era difícil tener que consolar a la mujer que lo abandonó hace un par de años a él y a sus hermanos por su amante. A diferencia de Andrew y Jaspe, él seguía resentido contra su madre. Bajó las escaleras y al verla, ella extendió sus brazos.

—Hijo, mi hijo. —Michael dejó que ella lo abrazara, mas no correspondió a su abrazo.

—Hola, mamá. —respondió parcamente.

—Sigues odiándome ¿verdad?

—No creo que sea el momento para hablar de eso. Dime cómo está mi hermana.

—Ella, ella está muy mal. Fue un accidente horrible, hijo.

—No puedo creer que no me hayas avisado, mamá.

—Michael no tenía cabeza para ello, estaba desesperada y tu padre no atendía mis llamadas.

—Quiero ver a mi hermana. —tiró con ambas manos los brazos de su madre que rodeaban su torso.

—No, no dejan verla, por eso tu padre y yo tuvimos que venir hasta acá. Pero mañana temprano iremos a verla.

—Yo iré contigo.

—Claro hijo, claro.

Esa noche fue imposible para Ben, dormir; apenas despertaba sobresaltado con la idea de que su hija no pudiera despertar de ese terrible sueño o que por el contrario quedará inmóvil, aquello lo aterraba.

A pesar de que su hija era un tanto rebelde, y tenían algunos inconvenientes por ello, Ben amaba a su hija. A su mente, vienen los recuerdos de infancia cuando la tomaba entre sus brazos para protegerla de las travesuras de Michael o de las confrontaciones con su gemelo.

—Tienes que estar bien, hija. Tienes que estar bien. —mueve su cabeza de lado a lado, sin poder borrar las imágenes del accidente que alcanzó a ver en las redes sociales; el auto estaba destrozado, las probabilidades de su hija estar con vida eran escasas. Realmente había sido un milagro.

Mientras Ben daba vueltas de un lado a otro en su cama, Sara tampoco lograba conciliar el sueño; sólo pensaba en su segundo día de pasantía, en su jefe, en cómo reaccionaría al verlo. Tal vez la vergüenza por lo que sintió esa tarde podía dejarla en evidencia frente a él.

Sara, no supo cuándo se quedó dormida, pero justo esa noche tuvo un sueño un tanto raro.

La pelicastaña llega a la empresa un poco tarde, su jefe la manda a llamar por su retraso.

—Sara, el jefe quiere verla —le indica Eliza.— Tiene cara de pocos amigos. —le advierte.

Ella camina apresurada hasta la oficina. Toca un par de veces, él le contesta. Ella abre la puerta está bastante nerviosa por su segunda falta dentro de la empresa. Pero cuando entra a la oficina de su jefe, él la espera y la recibe con una sonrisa traviesa. Ella se aproxima a él, lo mira fijamente, él se pone de pie. Ambos se acercan, se besan apasionadamente, ella puede sentir aquel beso, sus manos recorriendo su cuerpo y haciéndola temblar de pasión. Aquel sueño es tan vívido que cuando él la toma de la cintura, la levanta y la sienta sobre el escritorio, la falda se sube mientras ella abre las piernas, puede sentir sus labios húmedos junto a los de él, su lengua se desliza entre sus pétalos en flor, ella disfruta de aquella increíble sensación. Su corazón late apresuradamente, la puerta de la oficina se abre...

Ella despierta con el corazón acelerado, los muslos apretados uno contra el otro y la humedad entre sus piernas brotando como un manantial blanquecino.

Sobresaltada mira al reloj, faltan algunos minutos para sonar la alarma, la chica desea quedarse dormida y continuar con aquel sueño, por lo que se recuesta y cierra los ojos, mas no consigue volver a hacerlo.

Decide entonces levantarse de una vez, no quiere llegar tarde, no esta vez. A pesar de Sara saber que todo había sido un sueño, excitante y maravilloso, sí, pero al final un sueño; le pareció tan real que seguía sintiéndose excitada, su vagina húmeda palpitaba acompasada con sus latidos cardíacos...

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