—Alma. ¡Te juro que no es lo que parece! —Exclamó Marcos Rubio cuando su esposa lo encontró con otra mujer en la oficina—. Ella apareció de repente y se me fue encima, yo jamás…
Pero antes de que pudiera terminar, Alma se lanzó sobre Mónica Soler y la agarró del cabello, dispuesta a arrojarla a través de la ventana del veinteavo piso. Mónica gritó, intentando zafarse de su agarre, pero no logró hacerlo hasta que la secretaría de Marcos intervino para separarlas.
—¡Fuera! —Gritó Alma a la amante de su esposo antes de escupirle insultos a la cara—. Si vuelves a poner un pie en esta empresa, te sacaré a rastras… ¡Fuera!
La aludida recogió la blusa y huyó del lugar evitando que la mujer volviera a írsele encima. Alma siempre fue tranquila, pero ahora la furia hervía en su sangre. Hace mucho tiempo sospechaba que Marcos le era infiel, pero jamás creyó que lo hallaría en pleno acto.
—Alma —Marcos se interpuso delante de ella cuando intentó abandonar la oficina—, déjame explicártelo. Sé que suena estúpido, pero no te engaño, y nunca…
Antes de que pudiera terminar, Alma le propinó una bofetada que le dejó los dedos marcados en la mejilla.
—¿A caso me crees tonta? —Espetó mirando a su esposo con odio—. Sé perfectamente lo que vi.
En vista de que la mujer estaba cegada por la rabia, Marcos la dejó marchar, maldiciéndose así mismo por haber sido tan débil. Si Alma no los hubiera descubierto, probablemente le habría sido infiel.
—Intente detenerla, doctor, pero no logré hacerlo.
Victoria Fernández, su secretaria, habló con voz temblorosa. Marcos la miró y reflexionó sobre lo que acababa de pasar. Alma había llegado hecha una furia como si supiera que él estaba allí con otra mujer.
—Usted le dijo que Mónica estaba aquí, ¿verdad? —Marcos le lanzó una mirada fulminante.
—¿Qué? No, claro que no.
Alma y Victoria se habían hecho muy buenas amigas, así que era obvio que la mujer mentía.
—Esta despedida —decidió Marcos, enfurecido—, recoja sus cosas y márchese.
El rostro de Victoria traslució terror. Había tenido que competir reñidamente por ocupar aquel lugar, con aspiraciones de ascender dentro de la empresa.
—Pero, doctor, ¿por qué? No me haga esto, por favor —suplicó Victoria—. Mi madre está enferma, y necesito mi trabajo para pagar las cuentas de la clínica…
—No fue eficiente, debió haberme avisado que Alma venía para acá —dijo Marcos inflexible—. Y no se moleste en regresar por su liquidación.
—Pero doctor…
Victoria lo siguió a través del pasillo, rogándole para que no la despidiera, pero Marcos no se retractó de su decisión, ni siquiera cuando ella se echó a llorar.
***
Alma apresuró el paso cuando escuchó el claxon del auto de Marcos a su espalda, pero el hombre la alcanzó en un callejón oscuro y sin salida. La lluvia caía con violencia y sus ropas estaban empapadas.
—¡Atrás! —Alma tomó el dije en forma de cruz que colgaba de su cuello y le apuntó con este al traidor—. Atrás, demonio.
Marcos la arrinconó contra la pared, rogándole perdón, pero ella le golpeó el duro pecho en gesto de rechazo.
—No voy a justificar lo que estuve a punto de hacer —dijo el hombre, traspasándola con sus ojos del color de la miel—, pero tienes que entender que en parte también ha sido tu culpa. Si me dieras lo que me corresponde no tendría que poner los ojos sobre otras mujeres.
—¿Estás diciendo que es mi culpa? —Alma lo miró con dramática sorpresa.
—Solo digo que deberías darme lo que me corresponde —susurró Marcos—. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que estuvimos juntos.
Alma quiso taparse los oídos. Él la había engañado y jamás lo perdonaría, pero ¿por qué no podía dejar de sentir aquellos extraños hormigueos cada vez que Marcos estaba tan cerca y le hablaba de aquella forma? Desde que se casaron solo se acostó con él cuatro veces hasta la concepción de su hijo Matías.
—Sé que quieres —Marcos acercó su rostro al de ella—. Sé que me deseas tanto como yo te deseo a ti. ¿Por qué es tan difícil para ti desarraigarte del pasado? Comprende de una buena vez que es natural.
—Ya lo hemos hablado —Alma miró hacia otro lado. Le resultaba imposible sostenerle la mirada a su esposo cuando él la veía con tanto deseo—. Fue la forma como me educaron, y no puedo cambiarlo.
—Claro que puedes, y yo te ayudaré —Marcos le acercó sus labios al oído y prosiguió—: ¿recuerdas la primera vez que lo hicimos? Estabas tan asustada, pero después no querías que parara. Mojaste las sábanas y arañaste mi espalda mientras te retorcías debajo de mí. Fue tan bueno. Sé que lo amaste tanto como yo.
—Cállate.
—¿Por qué? ¿Se te eriza la piel cuando te hablo de esta forma? —Marcos la tocó por encima de su vestido, arrancándole un jadeo—. Vamos a casa. Te compensaré por todo lo que pasó, y estarás agradecida.
Alma se negó a escucharlo y sentirlo, lo cual hizo que Marcos se enfureciera. Él la agarró del cuello (sin lastimarla) y clavó sus ojos en los de ella.
—No podemos seguir así —gruñó—. He tratado de entenderte, pero ya no puedo más. Debes cumplir con tus obligaciones como esposa, o de lo contrario, nos separaremos. Nuestro matrimonio se habrá roto y será tu culpa. ¿Lo entiendes?
A pesar de todo, Alma no tenía la suficiente fuerza de voluntad para dejarlo. Aún lo amaba como la primera vez y Marcos lo sabía, así que no discutió más con él. Marcos le presionó los labios suavemente contra la comisura de su boca y se separó para mirarla a los ojos.
—Te amo —dijo en voz más receptiva—. Vamos al auto. Prepararé la cena esta noche, no me gusta que estés enfadada conmigo.
Durante el camino él se mostró atento e intentó hacer algunos chistes para que ella cambiara su humor, pero Alma no menguó su actitud y optó por castigarlo con su silencio.
Una vez llegaron a su casa, ubicada a las afueras de la ciudad, Alma se encerró en su habitación y evitó que Marcos le colocara las manos encima. El hombre ya no se mostró enfadado, sino comprensivo. Realmente, solo quería hablar con ella y arreglar la situación.
—No voy a obligarte a hacer nada que no quieras —dijo Marcos, dando ligeros golpes a la puerta—. Nunca te engañé. Solo quiero que me creas. Odio oírte llorar por mi culpa.
Sin embargo, el llanto de Alma no se debía solo a su traición. En realidad, desde que amaneció su día iba de mal en peor: Matías se cayó por las escaleras, había encontrado a su esposo siéndole infiel y ahora tenía ante sus ojos los resultados de los exámenes médicos que se mandó hacer cuando empezó a sentirse mal.
—Esto no puede ser cierto —dijo Alma, observando las lágrimas caer sobre el papel que sostenía en sus manos temblorosas—. No, por favor, tiene que ser un error.
—Entonces, ¿vas a dejarla? —preguntó Charlie, el mejor amigo de Marcos, a la mañana siguiente. —No, eso jamás, solo intentaba manipularla para que me complaciera, pero pasó todo lo contrario. Me echó de la habitación. Ella sigue furiosa. —Y cómo no, si te encontró con otra mujer. Solo a ti se te ocurre acostarte con Mónica Soler en la oficina. —No me acosté ni hice nada con ella. Charlie lo miró con recelo. Los hombres se conocían desde que estaban en la universidad. Antes de que Marcos se casara solían salir juntos a bares y lugares frecuentados por mujeres para lo que ellos denominaban “la cacería”. Pero ahora, se habían distanciado un poco. Marcos era un hombre de familia y Charlie seguía con su vida de lujuria. Por un tiempo, Marcos escuchó a su amigo adular los seductores atributos de la modelo en cuestión, haciendo gestos y utilizando palabras poco recatadas que le provocaron perversas imágenes mentales. —Es que, prácticamente, eres virgen —dijo Charlie, meciéndose en la si
La casa de los Rubio estaba ubicada en el campo. Se trataba de una lujosa construcción de tres plantas hecha en madera, con ventanales que atrapaban la luz de los astros. Un camino de grava trabajada se extendía desde la puerta principal hasta el camino de tierra que debía cruzarse para llegar a la carretera principal. A los flancos y atrás de la vivienda, se divisaba un vasto césped verde que terminaba donde el bosque de abedules comenzaba. Alma se hallaba en la sala, sentada junto al piano. Matías yacía sobre su regazo. Todas las noches ella le daba lecciones de música al niño. A sus diecisiete meses resultaba complejo para él alcanzar las teclas más lejanas, así que Alma tocaba y él observaba. Luego le permitiría tocar una melodía al azar. Matías siempre mostró interés por la música. Dentro de las fantasías de Alma, estaba ver a su pequeño convertirse en un gran artista. Cuando tuviera la edad suficiente lo inscribiría en el coro de la iglesia. La mujer terminó de tocar y fue el t
Por un momento, Marcos estuvo tentado a llamar a Mónica y cumplir con su amenaza. En cambio, se comunicó con Charlie y acordaron reunirse en el bar que solían frecuentar en su juventud. Se trataba de un sitio ubicado al norte de la ciudad, conocido por presidir los mejores espectáculos de chicas. Acudían a este, políticos, empresarios y mafiosos. Solo en una ocasión Marcos había pagado por un servicio privado, en ánimos de saciar la curiosidad. No era su estilo pagar por un poco de placer. Por lo contrario, aquel tipo de mujeres eran las preferidas de Charlie. Aquella noche estaba convenciéndolo para que accediera a probar. —Ellas son Tiffany y Alicia —Charlie le presentó a dos sensuales mujeres con ropa poco recatada. Una de ellas era rubia y la otra pelinegra—. Si tan tímido eres, entonces, vamos los cuatro. Cada uno de su lado del colchón, ¿qué dices? Marcos apuró un trago de Whisky, negando con la cabeza: —Estás loco. Charlie rodó los ojos. Estrechó a las mujeres contra él y e
Después de darse una ducha, Alma se miró en el espejo. Los años no parecía haber pasado para ella. Estaba cerca de sus treinta, pero su rostro era el mismo que en las fotografías que se tomó cuando tenía veinte. Su piel lucía pálida bajo la luz, contrastando con el color rosáceo en sus labios y marrón en sus ojos. Desde que era una niña cuidó de su cabello, así que lucía un castaño sedoso cayendo por encima de sus hombros. Al igual que Marcos entrenaba cada mañana. Solo lo hacía para mantenerse fuerte y saludable. Jamás por vanidad, pero los cambios eran evidentes en su figura. Abrió la bata e inspeccionó su firme busto y la delgada cintura sin una gota de grasa. Solo se había mostrado de aquella forma ante su esposo. Él había alcanzado partes de ella que jamás creyó que alguien tocaría. Recordó la forma como el hombre la trabajó con los dedos la primera vez que estuvieron juntos, antes de entrar tiernamente en ella. No había sido horrible como su madre siempre le había dicho que se
Alma arribó a casa al anochecer y se encontró con Marcos y Matías en la cocina en medio del desastre que los dos habían hecho en vanos esfuerzos por preparar algunas galletas. El niño corrió a abrazarla, feliz de verla, pero Marcos le dio una mirada de indiferencia y continuó mezclando la harina. —Mati, sube a tu cuarto —ordenó Alma al pequeño—. Tu padre y yo tenemos asuntos que hablar. Enseguida te llevo algunas galletas. En cuanto el niño se hubo marchado, Alma caminó cerca de su esposo. El hombre estaba dándole la espalda, como si no le importara su presencia, o peor aún, le molestara. Alma había esperado sorprenderlo con su nuevo vestido azul que dejaba sus brazos al descubierto. —He venido a arreglar las cosas —dijo ella con decisión—. Así que haré todo lo que tú quieras. Marcos se volvió hacia ella, le dio un breve vistazo y contuvo una sonrisa. —¿Lo que yo quiera? —Inquirió en tono bajo y seductor—. ¿Estás segura? —Sí. Él deglutió y se mordió el labio cuando sus ojos apun
Marcos no estuvo de acuerdo con la decisión de Alma y se lo hizo saber una vez se encontraron solos en el despacho del hombre.—Pero no entiendo, ¿cuál es el problema? —Protestó Alma—. Siempre me dijiste que era la secretaria más eficiente que habías tenido y estoy segura de que ahora también lo hará muy bien.Victoria le había referido la razón por la cual Marcos la había despedido y tras una ligera reflexión, Alma comprendió por qué el hombre no la quería en casa.—No te gusta que sea mi amiga, ¿verdad? —Ella lo miró a los ojos.—No me gusta que sea una chismosa.—Ah, ya veo —Alma lo miró con desaprobación—. Entonces no tienes intenciones de cambiar. Vas a seguir portándote mal y temes que Victoria me lo cuente.A noche, después de hacer el amor, tuvieron una larga charla en la que Alma decidió que confiaría en la palabra de Marcos. Él nunca la había engañado, pero su actitud aún la hacía dudar.—No, no es eso —Su marido le posó las manos sobre los hombros y la miró arrugando la fre
—¿En dónde… carajo estabas? —Gruñó Marcos en cuanto Alma ingresó a su despacho para saludarlo. La mujer nunca le había dado razones para desconfiar de ella, pero, aun así, imágenes perversas de Alma con otro hombre cruzaron por su mente—. Te llamé al puto celular y no contestaste.Marcos lucía realmente furioso e hizo que el corazón de Alma latiera con fuerza, pero no debido al temor. Por alguna razón, aquella actitud dominante le calentaba la sangre.—Chist —Alma lo reprendió—. No uses ese vocabulario en casa. Matías podría escucharte… Fui de compras en la mañana y en la tarde me encontré con Andrea, mi psicóloga, inicié las sesiones de nuevo.Marcos pareció calmarse un poco, aunque en realidad Alma mintió en la primera parte. En realidad había pasado la mañana en la clínica dando inicio al tratamiento para su enfermedad.—¿De compras? —Marcos rodeó la mesa y se colocó frente a ella, cruzado de brazos. Llevaba una camiseta blanca con la piel del pecho al descubierto—. ¿Y qué comprast
La primera reacción de Victoria ante tan descabellada propuesta fue el rechazo, pero Alma no le dejó tomar una decisión todavía, en cambio le pidió que lo pensara con calma y le diera una respuesta después. Victoria accedió, pensando en la forma que utilizaría aquello a su favor.Jamás se convertiría en la esposa de un hombre que le había hecho tanto daño, pero quizá tenía en sus manos una nueva forma de acabarlo y no pensaba desaprovecharla.Más tarde, se dirigió al cuarto de Mati e ignoró la punzada de remordimiento al ver al pequeño descansando en su lecho.—Mami —dijo Mati somnoliento cuando entre abrió los ojos.—No, Victoria —ella tiró con cuidado de sus brazos—. Tienes que bajar a cenar. Tu madre preparó pastel de zanahoria.Mati se colgó de su cuello para que lo llevara alzado. Su piel se sentía muy suave y olía a bebé. Él no era como los otros pequeños que alguna vez Victoria conoció. Mati casi nunca lloraba y desde que ella llegó no había hecho una pataleta, por el contrario,