Victoria despertó, sus manos estaban atadas a cuerdas que colgaban del techo. Intentó dar un paso, pero Charlie le había pasado un lazo alrededor de los tobillos. Un ligero vistazo alrededor le hizo comprender que se hallaba al interior de un garaje vacío. La única luz provenía de dos ventanas altas en las paredes a sus flancos. Charlie se hallaba en frente de ella, escrutándola con una mirada de lobo feroz. La camiseta abierta y sin mangas dejaba al descubierto la piel dura y tonificada del hombre.Charlie gozaba de una apariencia que habría seducido a una de aquellas mujeres con las que el sujeto solía estar, pero Victoria no profesaba interés hacia los hombres, mucho menos hacia el asesino de su hermana.—Hoy haré todas tus fantasías realidad, preciosa —Charlie cerró la distancia entre él y Victoria. Hacía rodar un puñal de hoja brillante en sus manos—. Sé que estás enojada conmigo, pero hoy haré que dejes de un lado aquel horrible pasado —Charlie colocó la punta del puñal en el cu
—Alma. ¡Te juro que no es lo que parece! —Exclamó Marcos Rubio cuando su esposa lo encontró con otra mujer en la oficina—. Ella apareció de repente y se me fue encima, yo jamás… Pero antes de que pudiera terminar, Alma se lanzó sobre Mónica Soler y la agarró del cabello, dispuesta a arrojarla a través de la ventana del veinteavo piso. Mónica gritó, intentando zafarse de su agarre, pero no logró hacerlo hasta que la secretaría de Marcos intervino para separarlas. —¡Fuera! —Gritó Alma a la amante de su esposo antes de escupirle insultos a la cara—. Si vuelves a poner un pie en esta empresa, te sacaré a rastras… ¡Fuera! La aludida recogió la blusa y huyó del lugar evitando que la mujer volviera a írsele encima. Alma siempre fue tranquila, pero ahora la furia hervía en su sangre. Hace mucho tiempo sospechaba que Marcos le era infiel, pero jamás creyó que lo hallaría en pleno acto. —Alma —Marcos se interpuso delante de ella cuando intentó abandonar la oficina—, déjame explicártelo. Sé q
—Entonces, ¿vas a dejarla? —preguntó Charlie, el mejor amigo de Marcos, a la mañana siguiente. —No, eso jamás, solo intentaba manipularla para que me complaciera, pero pasó todo lo contrario. Me echó de la habitación. Ella sigue furiosa. —Y cómo no, si te encontró con otra mujer. Solo a ti se te ocurre acostarte con Mónica Soler en la oficina. —No me acosté ni hice nada con ella. Charlie lo miró con recelo. Los hombres se conocían desde que estaban en la universidad. Antes de que Marcos se casara solían salir juntos a bares y lugares frecuentados por mujeres para lo que ellos denominaban “la cacería”. Pero ahora, se habían distanciado un poco. Marcos era un hombre de familia y Charlie seguía con su vida de lujuria. Por un tiempo, Marcos escuchó a su amigo adular los seductores atributos de la modelo en cuestión, haciendo gestos y utilizando palabras poco recatadas que le provocaron perversas imágenes mentales. —Es que, prácticamente, eres virgen —dijo Charlie, meciéndose en la si
La casa de los Rubio estaba ubicada en el campo. Se trataba de una lujosa construcción de tres plantas hecha en madera, con ventanales que atrapaban la luz de los astros. Un camino de grava trabajada se extendía desde la puerta principal hasta el camino de tierra que debía cruzarse para llegar a la carretera principal. A los flancos y atrás de la vivienda, se divisaba un vasto césped verde que terminaba donde el bosque de abedules comenzaba. Alma se hallaba en la sala, sentada junto al piano. Matías yacía sobre su regazo. Todas las noches ella le daba lecciones de música al niño. A sus diecisiete meses resultaba complejo para él alcanzar las teclas más lejanas, así que Alma tocaba y él observaba. Luego le permitiría tocar una melodía al azar. Matías siempre mostró interés por la música. Dentro de las fantasías de Alma, estaba ver a su pequeño convertirse en un gran artista. Cuando tuviera la edad suficiente lo inscribiría en el coro de la iglesia. La mujer terminó de tocar y fue el t
Por un momento, Marcos estuvo tentado a llamar a Mónica y cumplir con su amenaza. En cambio, se comunicó con Charlie y acordaron reunirse en el bar que solían frecuentar en su juventud. Se trataba de un sitio ubicado al norte de la ciudad, conocido por presidir los mejores espectáculos de chicas. Acudían a este, políticos, empresarios y mafiosos. Solo en una ocasión Marcos había pagado por un servicio privado, en ánimos de saciar la curiosidad. No era su estilo pagar por un poco de placer. Por lo contrario, aquel tipo de mujeres eran las preferidas de Charlie. Aquella noche estaba convenciéndolo para que accediera a probar. —Ellas son Tiffany y Alicia —Charlie le presentó a dos sensuales mujeres con ropa poco recatada. Una de ellas era rubia y la otra pelinegra—. Si tan tímido eres, entonces, vamos los cuatro. Cada uno de su lado del colchón, ¿qué dices? Marcos apuró un trago de Whisky, negando con la cabeza: —Estás loco. Charlie rodó los ojos. Estrechó a las mujeres contra él y e
Después de darse una ducha, Alma se miró en el espejo. Los años no parecía haber pasado para ella. Estaba cerca de sus treinta, pero su rostro era el mismo que en las fotografías que se tomó cuando tenía veinte. Su piel lucía pálida bajo la luz, contrastando con el color rosáceo en sus labios y marrón en sus ojos. Desde que era una niña cuidó de su cabello, así que lucía un castaño sedoso cayendo por encima de sus hombros. Al igual que Marcos entrenaba cada mañana. Solo lo hacía para mantenerse fuerte y saludable. Jamás por vanidad, pero los cambios eran evidentes en su figura. Abrió la bata e inspeccionó su firme busto y la delgada cintura sin una gota de grasa. Solo se había mostrado de aquella forma ante su esposo. Él había alcanzado partes de ella que jamás creyó que alguien tocaría. Recordó la forma como el hombre la trabajó con los dedos la primera vez que estuvieron juntos, antes de entrar tiernamente en ella. No había sido horrible como su madre siempre le había dicho que se
Alma arribó a casa al anochecer y se encontró con Marcos y Matías en la cocina en medio del desastre que los dos habían hecho en vanos esfuerzos por preparar algunas galletas. El niño corrió a abrazarla, feliz de verla, pero Marcos le dio una mirada de indiferencia y continuó mezclando la harina. —Mati, sube a tu cuarto —ordenó Alma al pequeño—. Tu padre y yo tenemos asuntos que hablar. Enseguida te llevo algunas galletas. En cuanto el niño se hubo marchado, Alma caminó cerca de su esposo. El hombre estaba dándole la espalda, como si no le importara su presencia, o peor aún, le molestara. Alma había esperado sorprenderlo con su nuevo vestido azul que dejaba sus brazos al descubierto. —He venido a arreglar las cosas —dijo ella con decisión—. Así que haré todo lo que tú quieras. Marcos se volvió hacia ella, le dio un breve vistazo y contuvo una sonrisa. —¿Lo que yo quiera? —Inquirió en tono bajo y seductor—. ¿Estás segura? —Sí. Él deglutió y se mordió el labio cuando sus ojos apun
Marcos no estuvo de acuerdo con la decisión de Alma y se lo hizo saber una vez se encontraron solos en el despacho del hombre.—Pero no entiendo, ¿cuál es el problema? —Protestó Alma—. Siempre me dijiste que era la secretaria más eficiente que habías tenido y estoy segura de que ahora también lo hará muy bien.Victoria le había referido la razón por la cual Marcos la había despedido y tras una ligera reflexión, Alma comprendió por qué el hombre no la quería en casa.—No te gusta que sea mi amiga, ¿verdad? —Ella lo miró a los ojos.—No me gusta que sea una chismosa.—Ah, ya veo —Alma lo miró con desaprobación—. Entonces no tienes intenciones de cambiar. Vas a seguir portándote mal y temes que Victoria me lo cuente.A noche, después de hacer el amor, tuvieron una larga charla en la que Alma decidió que confiaría en la palabra de Marcos. Él nunca la había engañado, pero su actitud aún la hacía dudar.—No, no es eso —Su marido le posó las manos sobre los hombros y la miró arrugando la fre