6. Noche de placer

Alma arribó a casa al anochecer y se encontró con Marcos y Matías en la cocina en medio del desastre que los dos habían hecho en vanos esfuerzos por preparar algunas galletas. El niño corrió a abrazarla, feliz de verla, pero Marcos le dio una mirada de indiferencia y continuó mezclando la harina.

—Mati, sube a tu cuarto —ordenó Alma al pequeño—. Tu padre y yo tenemos asuntos que hablar. Enseguida te llevo algunas galletas.

En cuanto el niño se hubo marchado, Alma caminó cerca de su esposo. El hombre estaba dándole la espalda, como si no le importara su presencia, o peor aún, le molestara. Alma había esperado sorprenderlo con su nuevo vestido azul que dejaba sus brazos al descubierto.

—He venido a arreglar las cosas —dijo ella con decisión—. Así que haré todo lo que tú quieras.

Marcos se volvió hacia ella, le dio un breve vistazo y contuvo una sonrisa.

—¿Lo que yo quiera? —Inquirió en tono bajo y seductor—. ¿Estás segura?

—Sí.

Él deglutió y se mordió el labio cuando sus ojos apuntaron al escote de Alma.

—Bonito vestido —susurró—. Me gusta mucho.

Marcos cerró la distancia entre los dos y el corazón de Alma latió con fuerza, más aún cuando el calor que emanaba del musculoso hombre la envolvió. Le encantaba cuando él vestía con aquellas camisetas blancas de tirantes que exhibían sus fuertes hombros y brazos bronceados.

—Espérame en la habitación —dijo Alma en voz baja—. Le llevaré las galletas a Matías y me encargaré de que duerma. Luego, me reuniré contigo.

Marcos le dio una sonrisa e hizo amago de besarla, pero sus labios apenas se tocaron. Alma inhaló su delicioso aroma varonil y la piel se le erizó ante el deseo.

—No te demores —dijo el hombre, palmeándole el trasero—. Iré preparando la cama.

Alma se tomó su tiempo para asimilar lo que estaba a punto de suceder, luchando contra aquella parte que aún lo rechazaba. Arregló un poco la cocina y sacó las galletas del horno que sirvió en una bandeja con un vaso de leche, pero cuando fue al cuarto de Matías lo encontró dormido.

Dejó la bandeja sobre la mesa de noche y cubrió al pequeño con los edredones. Con seguridad no había dormido en todo el día, así que no despertaría hasta mañana. Cerró la puerta con cuidado y abandonó la habitación, dirigiéndose a la suya que quedaba a unas cuantas puertas del otro lado del pasillo.

Unas manos le cubrieron los ojos en cuanto estuvo dentro y sintió la presión del duro cuerpo del hombre tras ella.

Sin preámbulos, Marcos la empujó contra la cama y tras haberse quitado las zapatillas, Alma se arrastró hacia el centro. Quizá estaba yendo demasiado rápido, pero tenía que ser de esa forma, o de lo contrario, vacilaría.

—Planeaba hacerte un espectáculo —Marcos se quitó la camiseta, exhibiendo su delicioso cuerpo cubierto con una ligera capa de vello—, como en los viejos tiempos, pero tendrá que ser después. Mira como me tienes.

Alma se sonrojó cuando él señaló su excitación evidente bajo los delgados pantalones de algodón. Recordó la primera vez que Marcos había entrado en ella, fue sutilmente doloroso al principio, pero después él le había hecho ver las estrellas.

Cuando Marcos hubo quedado solo en su ropa interior, se colocó encima de ella sin presionarla todavía. Dejó caer su frente contra la suya y le dio una de sus hermosas sonrisas:

—Te ves aterrada.

—Lo estoy —respondió ella, palpando con sus manos los amplios pectorales de su marido. La piel se sentía dura y fría, y tuvo el repentino deseo de llevar su boca allí—, pero quiero hacerlo.

—¿Por mí? —Marcos estrechó sus caderas contra las de ella antes de separarse de nuevo. Alma chilló ante la sensación y la sangre ascendió a su rostro—. ¿Temes que te deje?

—No, en realidad... Te necesito.

Alma le apretó los hombros, deslizando las manos hacia sus anchos brazos, palpando con sus dedos las gruesas venas en los bíceps que surgen ante el arduo ejercicio. No dejaba de sorprenderse ante lo rudo y fuerte que su hombre lucía.

—Es bueno oírte admitirlo, cariño —dijo Marcos y fue directo al grano.

Le levantó el vestido y tiró de la delgada prenda que le cubría su parte más íntima, arrastrándola hasta sus rodillas. Enseguida, le enterró el rostro entre las piernas y empezó a trabajarla de la forma que solo él sabía hacerlo.

Fue demasiado para Alma y antes de que pudiera advertirle, liberó la tensión acumulada en su cuerpo. Su interior explotó en constantes hormigueos, especialmente en aquella parte donde Marcos hundía su lengua.

—¿En serio? —Sonrió el hombre, sorprendido y confuso al advertir que su mujer había terminado sin que ni siquiera hubiesen empezado—. ¿Cómo hiciste eso? Realmente eres sensible.

Pero ella aún quería más. Necesitaba sentirlo moviéndose en su interior, así que lo instó a tomarla. Sin embargo, cuando el hombre presionó la punta de su virilidad contra su entrada, la voz de la madre de Alma resonó en su cabeza y la pesada culpa la invadió de repente.

Con gran dificultad, Marcos se detuvo y la miró a los ojos con ternura.

—¿Está bien? —Preguntó—. ¿Quieres que vayamos más despacio?

Ligeramente Alma le explicó lo que pasaba. Sin embargo, estaba dispuesta a luchar contra la culpa. El deseo reinaba sobre cualquier otro sentimiento.

—Pero no tienes problemas cuando utilizo mi boca o mis dedos —dijo Marcos—. ¿Por qué?

—Es diferente. De aquella forma no me siento tan… impura.

Quiso explicárselo a Marcos, pero ella misma no terminaba de entenderlo. Además, lo menos que quería en aquel momento era darle una cátedra sobre las creencias que le inculcaron.

—Entonces, no voy a hacerlo —decidió Marcos, siendo tierno y gentil—. Antes no me di cuenta lo mucho que sufriste cuando estuviste conmigo. No lograba entenderlo, ahora si lo hago y lo último que quiero es lastimarte.

—Pero…

La protesta de Alma fue ahogada cuando Marcos sumergió un dedo en ella.

—Así te sientes mejor, ¿verdad? —él le susurró contra los labios. Alma asintió, pasándole las manos sobre su ancha espalda—. Entonces voy a hacer que te corras otra vez, utilizando mis dedos.

No resultaría un problema hacerlo, pero en cuanto ella se acercó a su segunda clímax, Marcos se alejó, privándola del álgido placer.

—Por favor —suplicó Alma, rodando sus caderas en búsqueda de estimulación—, necesito más…

—Creo que ha sido suficiente por hoy, cariño.

Marcos se quitó de ella y se dejó caer de espaldas a un lado de la cama. Alma estaba ardiendo y si él no terminaba lo que había empezado iba a morirse, así que se puso a horcajadas sobre su esposo y lo besó en el pecho, descendiendo hasta encontrar la parte que en aquel momento más deseaba de él.

—¡Joder! —Maldijo Marcos cuando Alma tomó su virilidad entre los labios—. Sigue, no te detengas, cariño.

Él era demasiado grande para que ella pudiera tomarlo por completo, así que por un tiempo solo arrastró la lengua sobre la viscosa punta al tiempo que sacudía su mano de arriba abajo sobre el eje del hombre. Parecía mejor dotado desde la última vez que ella lo había visto, pero a lo mejor solo era su parecer.

No pasó mucho tiempo para que Marcos también se liberara. Lo hizo en el momento justo cuando Alma intentaba llevarlo a su garganta. Ella se separó de inmediato y escupió la espesa sustancia que alcanzó a caer al interior de su boca, el resto bañó el abdomen marcado de su esposo.

—Se supone que debías tragarla —bromeó Marcos, dándole una ancha sonrisa—. Lo has hecho increíble.

Entonces, fue su turno de ofrecerle a Alma el placer que había sido pausado, sin embargo, resultó mucho mejor esta vez, porque mientras él sacudía los dedos al interior de ella, le susurraba perversidades al oído. Ella explotó con un largo quejido que fue ahogado cuando Marcos le devoró la boca.

Aunque ambos disfrutaron el momento y fue bueno, podría haber sido mucho mejor.

—Iré a terapias —dijo Alma después, descansando sobre el pecho de su esposo—. Arreglaré lo que fue dañado en mí y entonces voy a mostrarte todo lo que he pensado hacer contigo.

Lo hicieron una vez más aquella noche hasta quedar exhaustos y al siguiente día despertaron cuando Matías llamó a la puerta. Se vistieron con rapidez y fueron al encuentro del pequeño quien manifestó que tenía hambre.

Cuando se encontraban desayunando en familia en torno a la mesa de la cocina vieron un auto plateado y lujoso acercarse a la casa.

—¿Esperas a alguien? —Preguntó Alma a Marcos.

—No, ¿y tú?

En ese momento Alma recordó que Victoria había quedado de empezar a trabajar como su niñera esa misma mañana, pero no debía tratarse de ella. Ese auto era demasiado lujoso. Sin embargo, cuando emergieron al porche se dio cuenta de que estaba equivocada.

La rubia descendió del auto, luciendo fantástica. Llevaba un bonito vestido rojo ceñido al cuerpo, botas largas de tacón puntiagudo y unas gafas oscuras que le daban el aspecto de una modelo profesional.

—Buenos días —saludó Victoria, dirigiendo una sonrisa a la familia—. Vaya, es un niño muy hermoso —agregó, contemplando a Matías.

Hizo amago de acercarse al pequeño, pero Marcos se interpuso en su camino, dirigiéndole una mirada hosca.

—¿Qué haces aquí? —Gruñó, e imaginando que la mujer iba a rogarle por una nueva oportunidad, agregó—: ¿Acaso no te he dicho que los asuntos del trabajo se tratan en la empresa?

Alma decidió intervenir.

—Creo que olvidé decírtelo —dijo, volviéndose hacia Marcos y se sintió nerviosa ante la repentina actitud agresiva de su esposo—, Victoria es la nueva niñera de Mati. 

Alexander Gonzalez

Querid@s lector@s, sería un gran apoyo si pudieran seguirme. Prometo que la historia mejorará con cada capítulo que transcurra, sobre todo si les gusta las historias candentes que luego subirán de nivel... Muchas gracias por leer :)

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