5. La nueva niñera

Después de darse una ducha, Alma se miró en el espejo.

Los años no parecía haber pasado para ella. Estaba cerca de sus treinta, pero su rostro era el mismo que en las fotografías que se tomó cuando tenía veinte. Su piel lucía pálida bajo la luz, contrastando con el color rosáceo en sus labios y marrón en sus ojos. Desde que era una niña cuidó de su cabello, así que lucía un castaño sedoso cayendo por encima de sus hombros.

Al igual que Marcos entrenaba cada mañana. Solo lo hacía para mantenerse fuerte y saludable. Jamás por vanidad, pero los cambios eran evidentes en su figura. Abrió la bata e inspeccionó su firme busto y la delgada cintura sin una gota de grasa. Solo se había mostrado de aquella forma ante su esposo. Él había alcanzado partes de ella que jamás creyó que alguien tocaría. Recordó la forma como el hombre la trabajó con los dedos la primera vez que estuvieron juntos, antes de entrar tiernamente en ella.

No había sido horrible como su madre siempre le había dicho que sería. Por lo contrario, fue una sensación que deseó repetir y lo hizo bajo la excusa de procrear. Nada deseaba más que volver a estar con su esposo en aquella forma tan íntima. Pero cada vez que lo intentaba, la voz de su madre resonaba en su consciencia y la culpabilidad se apoderaba de ella.

—Esto no está bien —se permitió admitir para sí misma—. No puedo perder a mi familia.

El corazón se le aceleraba ante la sola idea de intentar cambiar. Pero en aquel momento, se dijo que tenía que hacerlo. Mañana iría a la tienda y compraría un poco de ropa normal, en lugar de aquellos vestidos recatados de falda y mangas largas que solía usar.

Más tarde, se enfundó en su pijama. Por primera vez, en mucho tiempo, dormiría en un hotel, lejos de su familia. Rezó por ellos y pidió fortaleza. Luego, se metió entre las sábanas y pensó en el vestido que luciría, sonriendo al imaginarse la sorpresa en el rostro de su esposo.

***

Marcos nunca había pasado tiempo con su hijo a solas. Los fines de semana solían ir al parque o de campi, siempre en compañía de Alma, y a veces, de la niñera. Advirtió que no conocía lo suficiente al chico. Él comió pastel de chocolate en el desayuno, pero se rehusó a almorzar con el mismo. Las galletas que Marcos preparó quedaron duras y llenas de semilla. Matías también las rechazó. Alma jamás permitió que se contratara una empleada, alegando que ella podía ocuparse perfectamente de su hogar, como en efecto siempre lo hizo.

—¿Qué quieres para almorzar? —Preguntó Marcos al pequeño, después de que los spaggettis se convirtieran en una masa—. ¿Te gusta la pizza?

—No la de piña y pepperoni.

—Tampoco a mí —sonrió Marcos y pidió una grande de pollo.

Después de comer, fueron a lavarse los dientes. Matías tenía una crema especial que su madre le había comprado porque la otra le picaba. Ella le había enseñado el paso a paso para una buena limpieza dental y el niño se lo explicó a su padre. Después de eso, lo condujo a la sala.

—Tienes que tocar el piano —indicó Matías a su padre, acomodándose sobre el regazo del hombre—. Toca “la nana”.

Marcos nunca se sintió interesado por aprender a tocar el instrumento, no de la forma que lo hacía Alma, así que no era diestro en el tema. No obstante, presionó las teclas, pero el pequeño negó con la cabeza, desaprobando su intento fallido.

—Esta —Matías le señaló una tecla en el medio—, luego esta, y luego esta, y después esta, y estas dos a la vez…

Marcos siguió las indicaciones, pero le resultó complicado. Matías se rio de él, y entonces le enseñó cómo se hacía. Sus pequeños dedos no llegaban a tiempo a las notas, pero, aun así, lo superaba en habilidad, y lo sorprendió cuando empezó a cantar con voz afinada.

Era realmente apacible escucharlo y los ojos de Marcos empezaron a pesar. Apoyó la barbilla contra la coronilla del pequeño, inhalando el dulce aroma de su champú. Olía a bebé y frutas.

—Eres muy talentoso —dijo Marcos, una vez el niño terminó—. ¿Quién te enseñó todo esto?

—Mamá.

Habían pasado diecinueve horas desde que ella se marchó, pero parecían días. La casa no era la misma sin la presencia de Alma. Se sentía fría y vacía. Marcos pensó que, a lo mejor, se había precipitado a tomar una decisión. Estaba enfurecido por lo que ella hizo a noche, pero después de reflexionar la comprendió. Alma pensó que él había estado con otra mujer. No justificaba lo que había hecho, pero se colocó en sus zapatos. Él habría reaccionado de una forma mucho peor.

—¿Cuándo vendrá ella? —Preguntó Matías, alzando la vista hacia su padre.

—Pronto —respondió, pasando los dedos sobre el suave cabello del pequeño—, muy pronto, Mati.

—¿Lo prometes?

Marcos encontró los ojos del niño.

—¿Sabes lo que significa una promesa? —preguntó.

—Sí —asintió Matías—. Significa que no puedes mentir porque enfadarías a Dios, y algo malo te ocurriría. Mamá me lo enseñó.

—Tu madre te ha enseñado muchas cosas, ¿verdad? —Marcos sonrió, percibiendo una especie de vacío en el pecho—. Lo prometo, Mati. Tu madre estará aquí pronto.

No pensaba romper esa promesa.

***

Alma nunca tuvo un buen gusto para la moda, así que le hubiese resultado imposible elegir la ropa adecuada por si sola. Por suerte tenía una buena amiga que había conocido en la empresa de su esposo. Victoria Fernández se había mostrado dichosa cuando Alma le pidió que la acompañara de compras. Así que se encontraban en una de las mejores tiendas de la ciudad, en búsqueda de la muda adecuada.

—Pruébese esta, doña Alma —dijo Victoria, extendiéndole una blusa azul de tirantes—. Con seguridad se ajusta perfecto a su figura.

—Ya te dije que no me llames así, y puedes tutearme. Somos amigas.

—Sí, disculpa —sonrió Victoria—. Aún no me acostumbro. Después de todo, eres la esposa de mi ex-jefe.

Victoria era el tipo de mujer que Alma aprobaba. Vestía tan elegante como una ejecutiva, mostrando su silueta sin necesidad de exhibir piel. Con aquellos tacones era unos cuantos centímetros más alta que Alma, y quizá un poco más atractiva. El cabello rubio le caía lustroso sobre la espalda y sus ojos azules se asemejaban a los de un lobo. Usaba sutil maquillaje, salvo en sus labios pintados con un intenso labial rojo.

Pasaron la mañana de aquel sábado haciendo las compras y en la tarde, Victoria acompañó a Alma al taller para reparar el auto. Al principio Alma se rehusó a contarle lo que había sucedido, pero después de un tiempo, la mujer le generó la suficiente confianza para hacerlo, así que le contó todo: las exigencias Marcos en los últimos días y el altercado en el camino.

—¿Entonces se separaron? —Preguntó Victoria, dándole una mirada curiosa.

En aquel momento se alejaban del taller y Alma conducía atravesando la ciudad, en dirección al hotel. Había planeado arreglarse, vistiéndose con su nueva ropa y después volvería a casa. Le explicó todo esto a Victoria y al cabo de un tiempo agregó:

—Me entregaré a él esta noche.

El solo pensamiento la estremeció. Sabía que gozaría del momento, pero le temía a las sensaciones que la embargarían después.

Victoria la sondeó en preguntas al respecto, pero Alma optó por desviar el tema de conversación y hablaron un poco sobre el trabajo y la empresa.

—Necesitamos una niñera en casa —le comentó después—. ¿Conoces a alguna?

—¿Una niñera? —Los ojos de Victoria parecieron centellear, como si la noticia le alegrara por alguna razón—. ¿De tiempo completo?

—Sí.

—Conozco a alguien —repuso Victoria—. En realidad, antes de estudiar economía, hice la carrera en pedagogía, incluso me especialicé, así que podría decirle a cualquiera de mis antiguas compañeras.

—Es muy importante que sea una mujer comprometida con su labor y muy confiable.

—¿Confiable? —Victoria reflexionó sobre la pregunta y negó con la cabeza—. La verdad hace mucho tiempo que no las veo, así que no podría asegurarte que ellas son confiables o comprometidas. La mayoría lo hace solo por el dinero. Si no trabajara en la nueva empresa me ofrecería con mucho gusto. Realmente me fascinan los niños. Mi sueño era convertirme en una gran maestra, pero lamentablemente no se pudo. Nunca lograré salir adelante con un sueldo de profesora.

—¿Cuánto ganas en la empresa en donde empezaste a trabajar? —La interrogó Alma.

—Setecientos dólares.

—A nuestra niñera le pagábamos trescientos semanales.

—¿Me estás ofreciendo el trabajo?

—Por supuesto, eres la persona más confiable y comprometida que conozco. De hecho, eres mi única amiga.

Victoria se mostró exultante ante el cumplido.

—Pero no creo que a Marcos le agrade la idea —dijo después—. Recuerda que me echó del trabajo.

—Hablaré con él, no te preocupes —le aseguró Alma—. Entonces, ¿aceptas ser nuestra nueva niñera?

Alma creyó que resultaría complicado convencerla, puesto que en la empresa ella aspiraba ascender, cosa que nunca haría siendo una niñera, pero se sorprendió cuando la mujer ni siquiera necesitó pensarlo.

—Lo haré —sonrió Victoria—. ¿Cuándo empiezo?

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