Por un momento, Marcos estuvo tentado a llamar a Mónica y cumplir con su amenaza. En cambio, se comunicó con Charlie y acordaron reunirse en el bar que solían frecuentar en su juventud. Se trataba de un sitio ubicado al norte de la ciudad, conocido por presidir los mejores espectáculos de chicas. Acudían a este, políticos, empresarios y mafiosos.
Solo en una ocasión Marcos había pagado por un servicio privado, en ánimos de saciar la curiosidad. No era su estilo pagar por un poco de placer. Por lo contrario, aquel tipo de mujeres eran las preferidas de Charlie. Aquella noche estaba convenciéndolo para que accediera a probar.
—Ellas son Tiffany y Alicia —Charlie le presentó a dos sensuales mujeres con ropa poco recatada. Una de ellas era rubia y la otra pelinegra—. Si tan tímido eres, entonces, vamos los cuatro. Cada uno de su lado del colchón, ¿qué dices?
Marcos apuró un trago de Whisky, negando con la cabeza:
—Estás loco.
Charlie rodó los ojos. Estrechó a las mujeres contra él y encontró los labios de una, antes de besar a la otra. Ambas movieron las manos debajo de la ropa de Charlie, palpando piel mientras le otorgaban placer con sus labios. El hombre era tan alto y musculoso como Marcos. Siempre entrenaban juntos. No obstante, Charlie era lampiño y su piel era más clara. Sus ojos eran del mismo tono castaño que su cabello.
Marcos admiró la escena, sintiéndose tentado.
Realmente no había salido con intenciones de traicionar a su esposa, pero ahora, empezaba a reflexionarlo mejor. Le dolía la parte donde necesitaba liberarse y aquellas dos chicas eran hermosas. Poseían bustos grandes que anhelaba probar y traseros redondos, donde se hundiría con la mayor de las satisfacciones.
—¿Cuál eliges? —Preguntó Marcos cuando Charlie se zafó de una de ellas.
El hombre le dio a escoger la que él quisiera, y Marcos optó por Alicia, la pelinegra.
Caminaron a través de un pasillo, alejándose de la multitud. La música fue ensordecida una vez una puerta se cerró a sus espaldas. Ahora se hallaban en una habitación con paredes rojas, iluminadas por lámparas a suspensor.
Charlie se subió encima de su chica y se restregó contra ella al tiempo que se deshacía de su ropa. Marcos empujó a Alicia contra el lado que les correspondía en el mueble rojo. Ella se mordió el labio, aguardando por él.
—Quítate el sostén —le ordenó Marcos, ansiando ver los fabulosos pechos de la mujer.
Ella lo hizo, al tiempo que él se quitaba su camiseta.
***
A las once de la noche empezó a lloviznar y la carretera se tornó fangosa. Alma había estado a punto de quedarse atascada, pero finalmente había surgido a la carretera principal. Matías iba dormido a su lado con el cinturón de seguridad sujetándolo al asiento. Él no quería viajar, pero Alma lo convenció de hacerlo con la promesa de que verían a su abuela. Sería un largo viaje de seis horas hasta llegar al pueblo, pero Alma no tenía otro lugar a donde dirigirse.
Mermó la velocidad cuando estuvo a punto de chocar con otro auto en una curva. Solo cuando pasó a su lado, advirtió que se trataba de Marcos. El hombre también la reconoció e hizo sonar el claxon para que ella se detuviera. Pero, en cambio, Alma aceleró más.
A través del espejo retrovisor, vio que ahora Marcos la perseguía. Alma esperaba dejarlo atrás, pero en una recta él la rebasó y giró derrapando en el pavimento. El auto se detuvo de costado frente a ellos.
Cegada por los celos y la locura, Alma no se detuvo. Se volvió hacia Matías cerciorándose de que su cinturón de seguridad estuviera bien ajustado, y aceleró. Se oyó un estrépito cuando chocó contra la puerta trasera del otro vehículo. Su intención había sido arrastrarlo un poco, intimidando a Marcos, pero tuvo que detenerse cuando un vidrio la cortó encima de la ceja y sintió un hilo de sangre cálida discurrirle.
Matías, a su lado, empezó a llorar. Sus ojos se abrieron con pánico cuando miró a su madre herida. Alma lo inspeccionó con temor, pero por suerte, ningún vidrio del espejo retrovisor lo alcanzó. Él estaba bien. Alma quiso emprender la huida, pero antes de que pudiera hacerlo, Marcos se colocó en la ventanilla y le exigió que abriera la puerta. El hombre estaba rojo en cólera como nunca antes Alma lo había visto y ella sintió miedo.
Abrió la puerta. Él se inclinó sobre ella e inspeccionó a Matías. Después de comprobar que el niño se encontraba bien, tomó a Alma de ambos lados del rostro y le inspeccionó la herida. La cólera en su rostro menguó a la preocupación. Él rasgó su camiseta y limpió la sangre con la tela. Afuera seguía lloviznando y su ropa empezaba a empaparse.
—Estás loca y desquiciada —dijo Marcos, mientras presionaba el trapo contra su herida—. ¿Por qué me haces esto? Siempre soy bueno contigo y esto es lo que recibo de ti. Me rechazas y ahora intentas asesinarme, poniendo tu vida y la de nuestro hijo en peligro.
—Hueles a perfume de mujer —ella lo miró con desdén—. Voy a irme con Matías y jamás volveré.
—Mamá. No quiero ir a ningún lado.
Alma se volvió hacia el pequeño. Sus ojos brillantes mostraban súplica.
—No, no irán a ningún lado —le aseguró Marcos—. Hablaré con tu madre. Tú, quédate aquí.
Tiró de Alma hacia la parte trasera del auto, bajo la llovizna. Continuó limpiándole la sangre arriba de la ceja.
—No es muy profunda. No necesitarás puntos.
—No puedes retenernos —dijo Alma, enfadada—. Después de lo que hiciste, no quiero estar cerca de ti.
—No hice nada, Alma —respondió él, siendo sincero—. Estuve tentado a hacerlo, pero pensé en ti y desistí. Te prometí que nunca te engañaría y he cumplido mi palabra.
Alma le esquivó la mirada, mostrándose incrédula.
—Fue lo que pasó —aseveró Marcos, cansado de la actitud de su mujer—. Si no quieres creerme es tu problema.
Marcos solía acosarla cada vez que discutían de aquella manera, sus manos y labios se movían en todas las partes de ella, pero en aquella ocasión, mantuvo una distancia prudente. Y Alma anheló el calor que brotaba de su cuerpo. A pesar de todo, lo adoraba como siempre lo había hecho.
—Marcos…
—Haz lo que quieras —interrumpió él, tensando la mandíbula—. Vete, pero Matías se queda conmigo.
Ella quiso protestar, pero guardó silencio cuando él cerró la distancia entre sus rostros, mirándola directo a los ojos:
—Te quiero, Alma. Pero ha sido suficiente. Nos vendrá bien separarnos por un tiempo, o para siempre. Matías se quedará conmigo, pero acordaremos los días en los que podrás visitarlo. Omite las demandas. Si nos vamos a juicio ganaré.
—¿Estás terminando conmigo? —Alma habló con un ligero temblor en la voz—. Es por esa mujer, ¿verdad? Quieres el camino libre para…
Él manoteó el aire con gesto displicente y la dejó con la palabra en la boca. Marcos habló con Matías y le explicó que su madre se marcharía. Alma no deseaba discutir delante de su hijo, así que no lo contradijo. No obstante, no pensaba marcharse. Hoy se quedaría en un hotel y mañana hablaría con Marcos.
—No quiero que te vayas, mami —dijo Matías cuando ella lo abrazó para despedirse.
—Tengo que hacerlo —ella señaló su pequeña herida—. Los doctores curarán a mamá y después regresaré a casa.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo —dijo ella, revolviéndole el cabello antes de presionarle los labios contra la frente.
Marcos se alejó cargando al niño en brazos y lo acomodó en el asiento junto al conductor. Mañana tendría que llevar el auto al taller. Había quedado una amplia abolladura. Sin embargo, el motor no había sufrido ningún daño, ya que arrancó en el primer intento.
Pasaron a un lado de Alma y ella los contempló mientras se alejaban.
Después de darse una ducha, Alma se miró en el espejo. Los años no parecía haber pasado para ella. Estaba cerca de sus treinta, pero su rostro era el mismo que en las fotografías que se tomó cuando tenía veinte. Su piel lucía pálida bajo la luz, contrastando con el color rosáceo en sus labios y marrón en sus ojos. Desde que era una niña cuidó de su cabello, así que lucía un castaño sedoso cayendo por encima de sus hombros. Al igual que Marcos entrenaba cada mañana. Solo lo hacía para mantenerse fuerte y saludable. Jamás por vanidad, pero los cambios eran evidentes en su figura. Abrió la bata e inspeccionó su firme busto y la delgada cintura sin una gota de grasa. Solo se había mostrado de aquella forma ante su esposo. Él había alcanzado partes de ella que jamás creyó que alguien tocaría. Recordó la forma como el hombre la trabajó con los dedos la primera vez que estuvieron juntos, antes de entrar tiernamente en ella. No había sido horrible como su madre siempre le había dicho que se
Alma arribó a casa al anochecer y se encontró con Marcos y Matías en la cocina en medio del desastre que los dos habían hecho en vanos esfuerzos por preparar algunas galletas. El niño corrió a abrazarla, feliz de verla, pero Marcos le dio una mirada de indiferencia y continuó mezclando la harina. —Mati, sube a tu cuarto —ordenó Alma al pequeño—. Tu padre y yo tenemos asuntos que hablar. Enseguida te llevo algunas galletas. En cuanto el niño se hubo marchado, Alma caminó cerca de su esposo. El hombre estaba dándole la espalda, como si no le importara su presencia, o peor aún, le molestara. Alma había esperado sorprenderlo con su nuevo vestido azul que dejaba sus brazos al descubierto. —He venido a arreglar las cosas —dijo ella con decisión—. Así que haré todo lo que tú quieras. Marcos se volvió hacia ella, le dio un breve vistazo y contuvo una sonrisa. —¿Lo que yo quiera? —Inquirió en tono bajo y seductor—. ¿Estás segura? —Sí. Él deglutió y se mordió el labio cuando sus ojos apun
Marcos no estuvo de acuerdo con la decisión de Alma y se lo hizo saber una vez se encontraron solos en el despacho del hombre.—Pero no entiendo, ¿cuál es el problema? —Protestó Alma—. Siempre me dijiste que era la secretaria más eficiente que habías tenido y estoy segura de que ahora también lo hará muy bien.Victoria le había referido la razón por la cual Marcos la había despedido y tras una ligera reflexión, Alma comprendió por qué el hombre no la quería en casa.—No te gusta que sea mi amiga, ¿verdad? —Ella lo miró a los ojos.—No me gusta que sea una chismosa.—Ah, ya veo —Alma lo miró con desaprobación—. Entonces no tienes intenciones de cambiar. Vas a seguir portándote mal y temes que Victoria me lo cuente.A noche, después de hacer el amor, tuvieron una larga charla en la que Alma decidió que confiaría en la palabra de Marcos. Él nunca la había engañado, pero su actitud aún la hacía dudar.—No, no es eso —Su marido le posó las manos sobre los hombros y la miró arrugando la fre
—¿En dónde… carajo estabas? —Gruñó Marcos en cuanto Alma ingresó a su despacho para saludarlo. La mujer nunca le había dado razones para desconfiar de ella, pero, aun así, imágenes perversas de Alma con otro hombre cruzaron por su mente—. Te llamé al puto celular y no contestaste.Marcos lucía realmente furioso e hizo que el corazón de Alma latiera con fuerza, pero no debido al temor. Por alguna razón, aquella actitud dominante le calentaba la sangre.—Chist —Alma lo reprendió—. No uses ese vocabulario en casa. Matías podría escucharte… Fui de compras en la mañana y en la tarde me encontré con Andrea, mi psicóloga, inicié las sesiones de nuevo.Marcos pareció calmarse un poco, aunque en realidad Alma mintió en la primera parte. En realidad había pasado la mañana en la clínica dando inicio al tratamiento para su enfermedad.—¿De compras? —Marcos rodeó la mesa y se colocó frente a ella, cruzado de brazos. Llevaba una camiseta blanca con la piel del pecho al descubierto—. ¿Y qué comprast
La primera reacción de Victoria ante tan descabellada propuesta fue el rechazo, pero Alma no le dejó tomar una decisión todavía, en cambio le pidió que lo pensara con calma y le diera una respuesta después. Victoria accedió, pensando en la forma que utilizaría aquello a su favor.Jamás se convertiría en la esposa de un hombre que le había hecho tanto daño, pero quizá tenía en sus manos una nueva forma de acabarlo y no pensaba desaprovecharla.Más tarde, se dirigió al cuarto de Mati e ignoró la punzada de remordimiento al ver al pequeño descansando en su lecho.—Mami —dijo Mati somnoliento cuando entre abrió los ojos.—No, Victoria —ella tiró con cuidado de sus brazos—. Tienes que bajar a cenar. Tu madre preparó pastel de zanahoria.Mati se colgó de su cuello para que lo llevara alzado. Su piel se sentía muy suave y olía a bebé. Él no era como los otros pequeños que alguna vez Victoria conoció. Mati casi nunca lloraba y desde que ella llegó no había hecho una pataleta, por el contrario,
Alma regresó a casa al anochecer y encontró a Marcos, Matías y Victoria acomodados en el sofá de la sala mientras veían una película de caricaturas. Los dos hombres bebían lo que parecía ser espumoso chocolate. Victoria había optado por dejar el suyo sobre la mesa de cristal ante ellos. Después de saludar, Alma fue a sentarse al pie de Marcos, pero el hombre la detuvo. Ella creyó que se había enfadado por su tardanza y no la quería cerca, pero solo lo hizo porque aquella parte del mueble estaba húmedo.—Chocolate —le explicó Marcos—. Había una cucaracha en el vaso de Matías, pero Victoria evitó que lo probara a tiempo.—¿Una cucaracha? —Alma interrogó, volviéndose hacia Victoria—. ¿Cómo es posible? Siempre limpio todo muy bien.—Era una pequeña —respondió la niñera—. Vacié el chocolate y lavé la olla. De todas formas, este lo preparé en otra.Alma se acomodó del lado de Matías, planeando hacer una buena limpieza a su cocina mañana temprano. Vio la película en familia durante unos min
El viernes Marcos llegó tarde a su oficina. No solía retrasarse, pero después de la estupenda noche que había pasado, le costó abandonar los brazos cálidos de su mujer, y ahora solo deseaba que el día terminara pronto. Con todo, no podía deshacerse de aquella incertidumbre ante la certeza de que Alma escondía algo; cuando Charlie ingresó a la oficina (como todos los días) notó aquella inquietud y no vaciló en interrogarlo. La mayoría del tiempo el hombre era una molestia, pero también era su mejor amigo y no había otro sujeto en quien Marcos confiara tanto como en él. —Alma me miente —dijo, apretando su pelota de goma que usaba para calmar el estrés— últimamente permanece fuera de casa y llega tarde. Me dijo que se debía a las sesiones con su psicóloga, pero sé que es mentira. Llamé a Andrea y me aseguró que Alma no se había encontrado con ella. A noche Alma llegó tarde de nuevo y volvió a decirme que estaba con su psicóloga. —Y comprobaste que volvió a mentirte. —No, no volví a l
—Te van a asesinar —comunicó Charlie a Marcos tras entrar en la oficina del hombre de nuevo—. Mónica acabó de llamarme y me lo dijo. Ella está viniendo para acá.—Pero, ¿qué le pasa a esa mujer? ¿Se volvió loca o qué?Marcos tomó el teléfono y pidió a su secretaria que le ordenara al portero evitar que Mónica Soler ingresara a la empresa. No obstante, no iba a permitir que la situación continuara de esta forma, así que cuando le informaron que la mujer había llegado, se dirigió a su encuentro.—¿Qué vas a hacer? —Lo detuvo Charlie en el ascensor.—Dejarle las cosas en claro de una buena vez —desdeñó Marcos, colérico—. No voy a permitir que nadie venga a amenazarme.—Espera. No lo hagas… Ella solo está un poco loca por ti, pero es bonita.—¿Qué te pasa a ti? —Marcos fulminó a su amigo con la mirada—. ¿Te volviste imbécil o qué? Marcos tuvo que empujarlo cuando el otro hombre intentó detenerlo de nuevo, sin comprender por qué este se esmeraba por defender a aquella mujer. Al mismo tiem