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8. Una propuesta descabellada

—¿En dónde… carajo estabas? —Gruñó Marcos en cuanto Alma ingresó a su despacho para saludarlo. La mujer nunca le había dado razones para desconfiar de ella, pero, aun así, imágenes perversas de Alma con otro hombre cruzaron por su mente—. Te llamé al puto celular y no contestaste.

Marcos lucía realmente furioso e hizo que el corazón de Alma latiera con fuerza, pero no debido al temor. Por alguna razón, aquella actitud dominante le calentaba la sangre.

—Chist —Alma lo reprendió—. No uses ese vocabulario en casa. Matías podría escucharte… Fui de compras en la mañana y en la tarde me encontré con Andrea, mi psicóloga, inicié las sesiones de nuevo.

Marcos pareció calmarse un poco, aunque en realidad Alma mintió en la primera parte. En realidad había pasado la mañana en la clínica dando inicio al tratamiento para su enfermedad.

—¿De compras? —Marcos rodeó la mesa y se colocó frente a ella, cruzado de brazos. Llevaba una camiseta blanca con la piel del pecho al descubierto—. ¿Y qué compraste?

—Ah, ¿qué compré? —Alma se tomó un segundo para pensar en una respuesta. No llevaba bolsas, ni nada que sostuviera su mentira—. En realidad, no compré nada.

—Así que fuiste de compras, pero no compraste nada —Marcos entornó los ojos, mirándola con incredulidad.

Alma se sintió descubierta, pero se sostuvo en su mentira y cerró la poca distancia que los separaba. Abrazó a Marcos y le presionó los labios contra la piel exquisita de su pectoral, inhalando su aroma delicioso.

—No estés enfadado conmigo —le rogó ella—. Me distraje y el día se me pasó muy rápido… No sucederá de nuevo. Sabes que siempre he sido muy responsable.

Le costó un poco contentarlo, pero terminó por hacerlo cuando ella le sacó una sonrisa al adular lo guapo que lucía hoy. Marcos tomó el rostro entre sus manos y le dio un beso que fue tierno al principio, pero después utilizó su lengua. Alma se separó, sorprendida ante la repentina actitud salvaje.

—Tengo que ir a preparar la cena —dijo ella, frotándole la ancha extensión de su espalda por debajo de la camisa. Le guiñó un ojo y agregó—: nos desquitaremos más tarde.

Y así lo hicieron. Él no la tomó como quiso hacerlo por un momento, en cambio, utilizó de nuevo sus dedos magníficos y la sometió con su lengua. Marcos conocía demasiado bien la forma como a ella le gustaba y utilizó ese conocimiento a favor de ambos.

Evitó que ella terminara pronto, postergando el orgasmo, pero cuando se lo permitió, Alma se sacudió en sus brazos y le gimió contra el cuello embriagada ante tanta dicha. Luego, fue su turno de devolverle a Marcos tanto placer, así que jugó con el cuerpo del hombre, deslizando la lengua sobre las líneas que marcaban su pecho y abdomen hasta que finalmente lo chupó en la parte que tenía más endurecida.

Su potente liberación salpicó el rostro de Alma y un poco de la espesa sustancia cayó en uno de sus ojos. Él se disculpó, después se rieron y abrazaron, exhaustos. Alma quería levantarse para darse una ducha, pero los reconfortantes brazos de su marido se lo impidieron. Se quedó dormida y cuando despertó, él no se hallaba a su lado.

—Marcos —lo llamó cuando lo escuchó en el baño, dando arcadas—. ¿Estás bien?

El hombre regresó antes de que ella pudiera ir a verlo. Alma se alarmó en cuanto notó que un hilo de sangre manchaba su mentón, pero Marcos la tranquilizó, asegurándole que todo estaba bien.

—Creo que fue algo que comí —dijo el hombre, regresando a la cama—. ¿Tienes alguna pastilla para el dolor de estómago?

—Sí, te prepararé un té enseguida.

Alma quiso incorporarse, pero su marido la atrapó y no la dejó ir. Ella realmente estaba preocupada y le exigió que la liberara, pero terminó por ceder a sus juegos.

—¿Me prometes que estás bien? —Le preguntó Alma después, acariciándole un lado del rostro—. Prométeme que si algo está mal contigo me lo dirás.

—Por supuesto —los ojos color de miel le estudiaron el rostro—, prometimos que lo haríamos cuando nos casamos. Estaremos juntos en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza… Y sin secretos. Si algo estuviera sucediéndote, también me lo dirías, ¿verdad?

Alma desvió la mirada, incapaz de sostener la mentira, mirándolo a los ojos.

—¿Verdad? —Insistió Marcos.

—Sí, claro —lo abrazó ella—. Por supuesto que te lo diría, mi amor.

Él quiso separarse y verla al rostro, pero ella lo escondió en el cuello del hombre, haciendo un esfuerzo hercúleo por contener las lágrimas.

No salió de casa al siguiente día, pero no logró concentrarse en sus labores. Dejó quemar el desayuno y tuvo que prepararlo de nuevo, golpeó la mesa de vidrio de la sala y un florero se hizo añicos, confundió el bote de sal con el de pimienta y arruinó el almuerzo… Finalmente, dejó que Victoria se hiciera cargo como tanto había insistido y ella subió al balcón del tercer piso, intentando encontrar la calma.

Pensar en Marcos y la conversación que tuvieron a noche incrementaba la angustia en su pecho, tanto que en ocasiones sintió que le faltaba el aire. Se aferró a los barrotes del balcón y ya no pudo soportarlo más, se aovilló en el suelo y rompió en llanto. Necesitaba aliviarse de alguna manera y estar bien para cuando Marcos regresara.

—¡Alma! —Victoria acudió a su ayuda—. ¿Qué ocurre?

La niñera se inclinó hacia ella, intentando ayudarle a incorporarse, pero cuando Alma le pidió dejarla tranquila cesó de insistir, en cambio, se sentó a un lado de la mujer y le ofreció palabras que lograron apaciguarla.

—Si hay algo en lo que pueda ayudarte, por favor, permíteme saberlo —dijo Victoria con amabilidad—. No me gusta verte así. Es por Marcos, ¿verdad? Volvió a engañarte.

—No —Alma la miró a los ojos y en ese momento decidió que Victoria sería su confidente. Tenía que contarle esto a alguien o no lo soportaría—. No es por él, es por mí. Estoy enferma, muy enferma y he iniciado el tratamiento, pero Marcos no lo sabe y no quiero que lo sepa por ahora.

—¿Qué tienes, Alma? —Victoria la miró con preocupación—. ¿De qué enfermedad me estás hablando?

—Leucemia. Cáncer en la sangre… Hace unos años que me siento mal, pero nunca me hice los exámenes adecuados. Pero mis malestares incrementaron en los últimos días y fui con la doctora.

—Pero aún puedes curarte, ¿verdad? La enfermedad no debe estar muy avanzada, de lo contrario, lucirías mal, habrías perdido el cabello.

—No es mi caso —dijo Alma—. A mí me tomó de manera silenciosa. Quizá nunca pierda el cabello o luzca mal por fuera, pero por dentro…

—De todas formas, te curarás —habló Victoria cuando a Alma se le rompió la voz—. Asistirás al tratamiento con disciplina en algunos años o quizás meses, estarás bien de nuevo.

—No, Victoria. El tratamiento es para postergar un poco el tiempo que me queda de vida, pero, aun así, no tengo más de un año —Alma inspiró profundo y calmó el compás de su respiración antes de continuar—: Me duele dejar a mi familia, pero si ha de ser de esa forma, procuraré dejar todo en orden y bonitos recuerdos. No quiero que piensen en mí con tristeza.

—Alma —las lágrimas discurrieron sobre las mejillas de Victoria—. ¿Es verdad todo lo que me estás diciendo?

—Jamás jugaría con algo tan delicado —el corazón se le encogió ante la repentina compasión en el rostro de Victoria—. Al menos, me tranquiliza saber que Marcos cuidará de nuestro hijo. Confío en él. Sé que es y será el mejor padre y… Marcos tampoco estará solo porque te quiero pedir que estés a su lado.

—Por supuesto que lo haré. Seguiré siendo la niñera de Mati cuando tú no estés.

—Me refiero a para siempre —Alma tomó la mano de Victoria y habló con decisión—. Tu compasión me ha mostrado que eres una buena persona y sé que eres la indicada para proponértelo… Comprenderé si no lo aceptas, pero si lo haces quiero que sepas que te estaré muy agradecida y estoy dispuesta a dejarte toda mi fortuna, es decir, aquella parte que me corresponde y mucho más.

—¿De qué estás hablando?

—Quiero que cuides de Marcos, que ayudes a sanar su corazón —Alma la miró con súplica—. Has que se enamore de ti para que cuando yo ya no esté, te cases con él.

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