—¿En dónde… carajo estabas? —Gruñó Marcos en cuanto Alma ingresó a su despacho para saludarlo. La mujer nunca le había dado razones para desconfiar de ella, pero, aun así, imágenes perversas de Alma con otro hombre cruzaron por su mente—. Te llamé al puto celular y no contestaste.
Marcos lucía realmente furioso e hizo que el corazón de Alma latiera con fuerza, pero no debido al temor. Por alguna razón, aquella actitud dominante le calentaba la sangre.
—Chist —Alma lo reprendió—. No uses ese vocabulario en casa. Matías podría escucharte… Fui de compras en la mañana y en la tarde me encontré con Andrea, mi psicóloga, inicié las sesiones de nuevo.
Marcos pareció calmarse un poco, aunque en realidad Alma mintió en la primera parte. En realidad había pasado la mañana en la clínica dando inicio al tratamiento para su enfermedad.
—¿De compras? —Marcos rodeó la mesa y se colocó frente a ella, cruzado de brazos. Llevaba una camiseta blanca con la piel del pecho al descubierto—. ¿Y qué compraste?
—Ah, ¿qué compré? —Alma se tomó un segundo para pensar en una respuesta. No llevaba bolsas, ni nada que sostuviera su mentira—. En realidad, no compré nada.
—Así que fuiste de compras, pero no compraste nada —Marcos entornó los ojos, mirándola con incredulidad.
Alma se sintió descubierta, pero se sostuvo en su mentira y cerró la poca distancia que los separaba. Abrazó a Marcos y le presionó los labios contra la piel exquisita de su pectoral, inhalando su aroma delicioso.
—No estés enfadado conmigo —le rogó ella—. Me distraje y el día se me pasó muy rápido… No sucederá de nuevo. Sabes que siempre he sido muy responsable.
Le costó un poco contentarlo, pero terminó por hacerlo cuando ella le sacó una sonrisa al adular lo guapo que lucía hoy. Marcos tomó el rostro entre sus manos y le dio un beso que fue tierno al principio, pero después utilizó su lengua. Alma se separó, sorprendida ante la repentina actitud salvaje.
—Tengo que ir a preparar la cena —dijo ella, frotándole la ancha extensión de su espalda por debajo de la camisa. Le guiñó un ojo y agregó—: nos desquitaremos más tarde.
Y así lo hicieron. Él no la tomó como quiso hacerlo por un momento, en cambio, utilizó de nuevo sus dedos magníficos y la sometió con su lengua. Marcos conocía demasiado bien la forma como a ella le gustaba y utilizó ese conocimiento a favor de ambos.
Evitó que ella terminara pronto, postergando el orgasmo, pero cuando se lo permitió, Alma se sacudió en sus brazos y le gimió contra el cuello embriagada ante tanta dicha. Luego, fue su turno de devolverle a Marcos tanto placer, así que jugó con el cuerpo del hombre, deslizando la lengua sobre las líneas que marcaban su pecho y abdomen hasta que finalmente lo chupó en la parte que tenía más endurecida.
Su potente liberación salpicó el rostro de Alma y un poco de la espesa sustancia cayó en uno de sus ojos. Él se disculpó, después se rieron y abrazaron, exhaustos. Alma quería levantarse para darse una ducha, pero los reconfortantes brazos de su marido se lo impidieron. Se quedó dormida y cuando despertó, él no se hallaba a su lado.
—Marcos —lo llamó cuando lo escuchó en el baño, dando arcadas—. ¿Estás bien?
El hombre regresó antes de que ella pudiera ir a verlo. Alma se alarmó en cuanto notó que un hilo de sangre manchaba su mentón, pero Marcos la tranquilizó, asegurándole que todo estaba bien.
—Creo que fue algo que comí —dijo el hombre, regresando a la cama—. ¿Tienes alguna pastilla para el dolor de estómago?
—Sí, te prepararé un té enseguida.
Alma quiso incorporarse, pero su marido la atrapó y no la dejó ir. Ella realmente estaba preocupada y le exigió que la liberara, pero terminó por ceder a sus juegos.
—¿Me prometes que estás bien? —Le preguntó Alma después, acariciándole un lado del rostro—. Prométeme que si algo está mal contigo me lo dirás.
—Por supuesto —los ojos color de miel le estudiaron el rostro—, prometimos que lo haríamos cuando nos casamos. Estaremos juntos en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza… Y sin secretos. Si algo estuviera sucediéndote, también me lo dirías, ¿verdad?
Alma desvió la mirada, incapaz de sostener la mentira, mirándolo a los ojos.
—¿Verdad? —Insistió Marcos.
—Sí, claro —lo abrazó ella—. Por supuesto que te lo diría, mi amor.
Él quiso separarse y verla al rostro, pero ella lo escondió en el cuello del hombre, haciendo un esfuerzo hercúleo por contener las lágrimas.
No salió de casa al siguiente día, pero no logró concentrarse en sus labores. Dejó quemar el desayuno y tuvo que prepararlo de nuevo, golpeó la mesa de vidrio de la sala y un florero se hizo añicos, confundió el bote de sal con el de pimienta y arruinó el almuerzo… Finalmente, dejó que Victoria se hiciera cargo como tanto había insistido y ella subió al balcón del tercer piso, intentando encontrar la calma.
Pensar en Marcos y la conversación que tuvieron a noche incrementaba la angustia en su pecho, tanto que en ocasiones sintió que le faltaba el aire. Se aferró a los barrotes del balcón y ya no pudo soportarlo más, se aovilló en el suelo y rompió en llanto. Necesitaba aliviarse de alguna manera y estar bien para cuando Marcos regresara.
—¡Alma! —Victoria acudió a su ayuda—. ¿Qué ocurre?
La niñera se inclinó hacia ella, intentando ayudarle a incorporarse, pero cuando Alma le pidió dejarla tranquila cesó de insistir, en cambio, se sentó a un lado de la mujer y le ofreció palabras que lograron apaciguarla.
—Si hay algo en lo que pueda ayudarte, por favor, permíteme saberlo —dijo Victoria con amabilidad—. No me gusta verte así. Es por Marcos, ¿verdad? Volvió a engañarte.
—No —Alma la miró a los ojos y en ese momento decidió que Victoria sería su confidente. Tenía que contarle esto a alguien o no lo soportaría—. No es por él, es por mí. Estoy enferma, muy enferma y he iniciado el tratamiento, pero Marcos no lo sabe y no quiero que lo sepa por ahora.
—¿Qué tienes, Alma? —Victoria la miró con preocupación—. ¿De qué enfermedad me estás hablando?
—Leucemia. Cáncer en la sangre… Hace unos años que me siento mal, pero nunca me hice los exámenes adecuados. Pero mis malestares incrementaron en los últimos días y fui con la doctora.
—Pero aún puedes curarte, ¿verdad? La enfermedad no debe estar muy avanzada, de lo contrario, lucirías mal, habrías perdido el cabello.
—No es mi caso —dijo Alma—. A mí me tomó de manera silenciosa. Quizá nunca pierda el cabello o luzca mal por fuera, pero por dentro…
—De todas formas, te curarás —habló Victoria cuando a Alma se le rompió la voz—. Asistirás al tratamiento con disciplina en algunos años o quizás meses, estarás bien de nuevo.
—No, Victoria. El tratamiento es para postergar un poco el tiempo que me queda de vida, pero, aun así, no tengo más de un año —Alma inspiró profundo y calmó el compás de su respiración antes de continuar—: Me duele dejar a mi familia, pero si ha de ser de esa forma, procuraré dejar todo en orden y bonitos recuerdos. No quiero que piensen en mí con tristeza.
—Alma —las lágrimas discurrieron sobre las mejillas de Victoria—. ¿Es verdad todo lo que me estás diciendo?
—Jamás jugaría con algo tan delicado —el corazón se le encogió ante la repentina compasión en el rostro de Victoria—. Al menos, me tranquiliza saber que Marcos cuidará de nuestro hijo. Confío en él. Sé que es y será el mejor padre y… Marcos tampoco estará solo porque te quiero pedir que estés a su lado.
—Por supuesto que lo haré. Seguiré siendo la niñera de Mati cuando tú no estés.
—Me refiero a para siempre —Alma tomó la mano de Victoria y habló con decisión—. Tu compasión me ha mostrado que eres una buena persona y sé que eres la indicada para proponértelo… Comprenderé si no lo aceptas, pero si lo haces quiero que sepas que te estaré muy agradecida y estoy dispuesta a dejarte toda mi fortuna, es decir, aquella parte que me corresponde y mucho más.
—¿De qué estás hablando?
—Quiero que cuides de Marcos, que ayudes a sanar su corazón —Alma la miró con súplica—. Has que se enamore de ti para que cuando yo ya no esté, te cases con él.
La primera reacción de Victoria ante tan descabellada propuesta fue el rechazo, pero Alma no le dejó tomar una decisión todavía, en cambio le pidió que lo pensara con calma y le diera una respuesta después. Victoria accedió, pensando en la forma que utilizaría aquello a su favor.Jamás se convertiría en la esposa de un hombre que le había hecho tanto daño, pero quizá tenía en sus manos una nueva forma de acabarlo y no pensaba desaprovecharla.Más tarde, se dirigió al cuarto de Mati e ignoró la punzada de remordimiento al ver al pequeño descansando en su lecho.—Mami —dijo Mati somnoliento cuando entre abrió los ojos.—No, Victoria —ella tiró con cuidado de sus brazos—. Tienes que bajar a cenar. Tu madre preparó pastel de zanahoria.Mati se colgó de su cuello para que lo llevara alzado. Su piel se sentía muy suave y olía a bebé. Él no era como los otros pequeños que alguna vez Victoria conoció. Mati casi nunca lloraba y desde que ella llegó no había hecho una pataleta, por el contrario,
Alma regresó a casa al anochecer y encontró a Marcos, Matías y Victoria acomodados en el sofá de la sala mientras veían una película de caricaturas. Los dos hombres bebían lo que parecía ser espumoso chocolate. Victoria había optado por dejar el suyo sobre la mesa de cristal ante ellos. Después de saludar, Alma fue a sentarse al pie de Marcos, pero el hombre la detuvo. Ella creyó que se había enfadado por su tardanza y no la quería cerca, pero solo lo hizo porque aquella parte del mueble estaba húmedo.—Chocolate —le explicó Marcos—. Había una cucaracha en el vaso de Matías, pero Victoria evitó que lo probara a tiempo.—¿Una cucaracha? —Alma interrogó, volviéndose hacia Victoria—. ¿Cómo es posible? Siempre limpio todo muy bien.—Era una pequeña —respondió la niñera—. Vacié el chocolate y lavé la olla. De todas formas, este lo preparé en otra.Alma se acomodó del lado de Matías, planeando hacer una buena limpieza a su cocina mañana temprano. Vio la película en familia durante unos min
El viernes Marcos llegó tarde a su oficina. No solía retrasarse, pero después de la estupenda noche que había pasado, le costó abandonar los brazos cálidos de su mujer, y ahora solo deseaba que el día terminara pronto. Con todo, no podía deshacerse de aquella incertidumbre ante la certeza de que Alma escondía algo; cuando Charlie ingresó a la oficina (como todos los días) notó aquella inquietud y no vaciló en interrogarlo. La mayoría del tiempo el hombre era una molestia, pero también era su mejor amigo y no había otro sujeto en quien Marcos confiara tanto como en él. —Alma me miente —dijo, apretando su pelota de goma que usaba para calmar el estrés— últimamente permanece fuera de casa y llega tarde. Me dijo que se debía a las sesiones con su psicóloga, pero sé que es mentira. Llamé a Andrea y me aseguró que Alma no se había encontrado con ella. A noche Alma llegó tarde de nuevo y volvió a decirme que estaba con su psicóloga. —Y comprobaste que volvió a mentirte. —No, no volví a l
—Te van a asesinar —comunicó Charlie a Marcos tras entrar en la oficina del hombre de nuevo—. Mónica acabó de llamarme y me lo dijo. Ella está viniendo para acá.—Pero, ¿qué le pasa a esa mujer? ¿Se volvió loca o qué?Marcos tomó el teléfono y pidió a su secretaria que le ordenara al portero evitar que Mónica Soler ingresara a la empresa. No obstante, no iba a permitir que la situación continuara de esta forma, así que cuando le informaron que la mujer había llegado, se dirigió a su encuentro.—¿Qué vas a hacer? —Lo detuvo Charlie en el ascensor.—Dejarle las cosas en claro de una buena vez —desdeñó Marcos, colérico—. No voy a permitir que nadie venga a amenazarme.—Espera. No lo hagas… Ella solo está un poco loca por ti, pero es bonita.—¿Qué te pasa a ti? —Marcos fulminó a su amigo con la mirada—. ¿Te volviste imbécil o qué? Marcos tuvo que empujarlo cuando el otro hombre intentó detenerlo de nuevo, sin comprender por qué este se esmeraba por defender a aquella mujer. Al mismo tiem
—Marcos y todos esos hombres asesinaron a mi hermana —reveló Victoria.—No, eso no es verdad. Tu hermana se suicidó.—Ellos la asesinaron —aseveró la mujer, apretando los puños— y deben pagar. Es todo lo que necesitas saber.Sin embargo, aquella justificación no fue suficiente para Mónica, así que exigió a su prima desistir de lo que tenía planeado con Marcos, lo cual solo la hizo enfadar.—Vete de aquí y no vuelvas —dijo Victoria con tono de amenaza—. No les ha ido nada bien a aquellas personas que interfirieron en mis planes.—No te tengo miedo, primita y no me voy a ir de aquí. Esperaré a Marcos y se lo diré todo. No voy a convertirme en tu cómplice.—Entonces, iremos a la cárcel las dos —gruñó Victoria—. Gracias a ti dos de esos hombres están muertos.—Yo no sabía tus verdaderas intenciones.Mónica vaciló por un momento, pero después volvió a mantenerse firme en su decisión, y no flaqueó ni siquiera cuando Victoria la amenazó de muerte. Mónica no creía realmente que su prima se at
Alma arribó a casa después de una larga sesión con su psicóloga, sintiéndose renovada y con nuevas expectativas. Ahora se dio cuenta de que hacía mucho tiempo había algo oprimiéndole el pecho, impidiéndole ser completamente feliz. Marcos, Victoria y Mati estaban reunidos en la sala en frente de la televisión. El niño corrió hacia ella y la abrazó como si hubieran pasado meses desde la última vez que la vio. —No quiero que nada malo te pase, mami —dijo con el rostro enterrado en su estómago. Estaba pálido y asustado. Victoria se acercó para explicarle a Alma que se debía a causa de Mónica. —Mati escuchó cuando ella amenazó de muerte Marcos y a ti —dijo—. Eso fue antes de que tú llegaras a la empresa. Pero hablé con Mónica después y la hice recapacitar sobre su actitud, advirtiéndole que hablaría con sus padres. Finalmente, expresó que se iba lejos de aquí, a casa de su familia en otra ciudad. —Pues solo espero que cumpla con ello —dijo Alma, mimando a Mati—. ¿Y a ti qué te pasa? —s
Una vez en el apartamento, Marcos alzó a Alma en brazos para llevarla a la habitación y la dejó caer sobre la cama. Se subió encima de ella y comenzó a deshacerse de su ropa, pero tuvo que detenerse de repente cuando las náuseas que venían punzando durante todo el camino, se apoderaron de él.—¿Qué pasa? —Inquirió Alma, contemplándole el pálido rostro—. Pareces…Pero antes de que pudiera terminar, Marcos saltó de la cama y corrió al baño privado, sin molestarse en cerrar la puerta. Alma lo precedió y lo encontró arrodillado a un lado del inodoro, expulsando sangre.—¡Marcos! —Ella se colocó junto a él y le puso una mano en la espalda—. Llamaré al doctor enseguida.Alma hizo amago de incorporarse, pero Marcos le indicó con un ademán que no lo hiciera.—Estoy bien —Marcos pulsó el botón del inodoro—. Es solo… algo que comí.Sin embargo, a Alma aún seguía preocupándole la sangre, más aún cuando no era la primera vez que lo descubría en aquel estado.—Hace algunos días sufrí una intoxicac
Margarita de Rubio nunca fue fácil de tratar. Durante bastantes años Alma soportó sus sermones y fue amable con ella, hasta que la mujer quiso entrometerse en la educación de Matías. Desde entonces ambas empezaron a tratarse sin miramientos, pero al menos Alma se esforzaba por ocultar su aversión.—¿Contrataste una niñera? —Margarita desdeñó contra Alma mientras ocurrían las presentaciones—. ¿Por qué? ¿A caso no eres capaz de cuidar de tu hijo tu sola? Ya veo que no. Matías está muy delgado y pálido, lo mismo que su padre. De seguro no los alimentas bien.—Debiste decirme que vendrías —Alma optó por ignorar los malos comentarios—, habría organizado la habitación de huéspedes.Margarita se volvió para echar un vistazo a la casa, y aunque todo estaba en perfecto orden y de apariencia agradable, desaprobó la decoración y las telarañas invisibles en las esquinas del techo. Ella y Marcos distaban mucho en apariencia, casi que era difícil creer que se trataran de madre e hijo.La mujer era