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9. La vida de un inocente está en juego

La primera reacción de Victoria ante tan descabellada propuesta fue el rechazo, pero Alma no le dejó tomar una decisión todavía, en cambio le pidió que lo pensara con calma y le diera una respuesta después. Victoria accedió, pensando en la forma que utilizaría aquello a su favor.

Jamás se convertiría en la esposa de un hombre que le había hecho tanto daño, pero quizá tenía en sus manos una nueva forma de acabarlo y no pensaba desaprovecharla.

Más tarde, se dirigió al cuarto de Mati e ignoró la punzada de remordimiento al ver al pequeño descansando en su lecho.

—Mami —dijo Mati somnoliento cuando entre abrió los ojos.

—No, Victoria —ella tiró con cuidado de sus brazos—. Tienes que bajar a cenar. Tu madre preparó pastel de zanahoria.

Mati se colgó de su cuello para que lo llevara alzado. Su piel se sentía muy suave y olía a bebé. Él no era como los otros pequeños que alguna vez Victoria conoció. Mati casi nunca lloraba y desde que ella llegó no había hecho una pataleta, por el contrario, a menudo estaba sonriendo y dándole abrazos. Al parecer se había ganado su aprecio sin hacer nada.

Marcos y Alma ya estaban en la mesa muy cerca el uno del otro, hablando en voz baja. Mati fue con ellos, pero Victoria se ubicó del otro lado. Eran una bonita familia y Marcos parecía ser un hombre diferente al que conoció, incluso se comportó amable con ella, pero eso no arreglaba el daño que le había hecho.

Su familia sufrirá las consecuencias de sus errores, se dijo Victoria, todo esto, será por su culpa.

Al día siguiente, después de que Marcos se fuera al trabajo, Alma fue con su psicóloga Andrea. Habían pasado meses desde la última vez que la visitó, y la mujer se mostró complacida por su visita. Además, de la suma que Alma pagaba por cada consulta, Andrea la consideraba su amiga. Alma no a ella, en realidad solo le veía como una profesional.

—Haremos una regresión para sanar las heridas de tu pasado —dijo Andrea, después de indicarle a Alma acostarse en el mueble con los ojos cerrados—. Volvamos a tu infancia, a aquella época en dónde vivías con tus padres.

Alma se había negado en otras ocasiones, pero esta vez estaba dispuesta a hacer lo que fuera para sanar, ya no tenía tiempo para postergarlo, así que empezó con cautela a desbloquear las memorias de su infancia y volvió a aquella época cuando tenía diez años y vivía en una casa humilde en el campo, con sus padres y su hermano mayor Gabriel.

—¿Dónde estás, Alma? —Preguntó Andrea con voz suave.

—En el río con mi hermano.

—¿Qué están haciendo?

—Yo lavo la ropa y Gabriel busca peces bajo las piedras.

Podía verlo en su cabeza como si se tratara de una cinta de video. Oía el rumor del agua, batiendo contra las rocas y podía sentirla corriendo bajo sus pies. El sol brillaba en el cielo azul, tan intenso y tranquilo.

Pero esos recuerdos a los que se aferraba, no eran los que necesitaba evocar. Sin embargo, Andrea le permitió relajarse antes de que todo se tornara oscuro.

—Papá y mamá están peleando —dijo después—, ellos están en la sala y Gabriel y yo los escuchamos desde la cocina… Papá está borracho y golpea a mamá en el rostro. Intento correr hacia ella, pero Gabriel me detiene y va en mi lugar. Se interpone entre los dos y papá lo empuja contra el suelo… Él lo está pateando, en el estómago. Mamá está gritando para que se detenga… Hay sangre en la boca de Gabriel y ya no se mueve…

—Continúa —pide Andrea cuando Alma está a punto de rendirse—. Estás aquí, nadie puede hacerte daño…

—Hay un cuchillo sobresaliendo del cuello de papá… Él se cae y veo a mamá tras él, asustada… Me acerco y veo sangre en todas partes. Papá ya no se mueve y Gabriel tampoco… Mamá me agarra de los hombros y me sacude. Me advierte que no debo decírselo a nadie, pero no puedo hablar, ni moverme…

—Sigue, solo un poco más —la i***a Andrea.

—Estoy en el río de nuevo, pero hay tormenta en el cielo y Gabriel ya no está buscando peces debajo de las piedras… Él… Ya no está…

Alma ya no puede soportar el nudo doloroso en su pecho y la sesión termina cuando rompe en llanto. Andrea la felicita y le da ánimos por sus avances, pero le advierte que apenas es el comienzo. La psicóloga conoce que aún hay partes de su pasado que Alma mantiene en las sombras.

—¿Vendrás mañana? —Pregunta Andrea.

—Creo que no. Ya ha sido suficiente tortura —responde Alma con un dejo de ironía y tristeza—, pero volveré más pronto de lo que te imaginas.

Eran las seis de la tarde cuando Alma se dirigió a casa y a aquella misma hora Marcos regresaba del trabajo. Al hombre le disgustaba no encontrar a su mujer en casa, su ilusión siempre era verla a ella y a su hijo después de una jornada agotadora y planeó castigarla en cuanto llegara.

Victoria y Mati se encontraban en la sala junto al piano. El pequeño de casi dos años, le mostraba a la niñera sus habilidades musicales e intentaba enseñarle. Marcos se quedó por un momento contemplando la escena. Pasaba muy poco tiempo con su hijo, pero cuando lo hacía disfrutaba cada minuto.

Siempre le aterró la idea de tener un hijo por la responsabilidad que esto implicaba, pero ahora no podía pensar en una vida sin él. Mati era diferente a los otros chicos de su edad y se debía a la forma como su madre lo había educado. Nunca lloraba sin razón o hacía pataletas, y aunque sus ojos eran del mismo color, cuando Marcos miraba en ellos, encontraba aquel brillo que tanto le recordaba a Alma.

—¿También te gusta la música? —Preguntó Marcos, acercándose a ellos.

—A lo mejor —respondió Victoria—, Mati me está ayudando a descubrirlo.

El pequeño corrió a los brazos de su padre como siempre lo hacía. Marcos lo alzó y Mati se enganchó en su cuello, dándole besos en el rostro que le causaron cosquillas.

—Ya, Mati —rio Marcos—. Me estás untando de baba.

—Te quiero mucho, papi.

—Y yo a ti, pero deja algunos picos para tu mami.

Mientras padre e hijo compartían su cariño, Victoria observaba sin darse cuenta de que una sonrisa se había dibujado en sus labios. Por un segundo, olvidó quien era el hombre que estaba ante ella y el peso que guardaba dentro no existió, pero luego, lo recordó todo y se maldijo así misma.

No iba a volver a ser la misma chica débil y tonta que fue en el pasado. No lo sería ahora ni nunca.

—¿Desea un café, doctor? —Preguntó después, pensando en las dos bayas que tenía en el bolsillo de su pantalón.

—No, gracias. Tu café siempre me hace daño —Marcos se frotó el estómago—. Quizá, le pones demasiado… café, pero un chocolate con leche espumoso estaría bien, y tráelo uno a Mati porque vamos a ver una peli mientras esperamos a Alma.

Victoria se apresuró a cumplir con las órdenes.

—Y trae uno para ti también, si quieres —añadió Marcos.

—Con galletas —intervino Mati.

—Sí, con galletas —Marcos le hizo cosquillas en el estómago—. Uy, pero que gordo estás.

Mati habla demasiado claro para su edad, pensó Victoria mientras se dirigía a la cocina. Pasó un buen tiempo hasta que los tres chocolates estuvieron listos sobre la bandeja, con un montoncito de galletas junto a cada uno de ellos.

Victoria extrajo las bayas de su bolsillo y exprimió el jugo de una en el vaso de la izquierda. Pensó por un momento si debía exprimir la otra. Ahora no quería acabar con Marcos tan pronto, primero debía detenerse a pensar muy bien lo que estaba haciendo. Aceptar la propuesta de Alma, le traería grandes beneficios, pero también grandes desgracias.

—¿Qué es eso?

La voz repentina de Marcos la hizo sobresaltar. Ella hizo amago de ocultar la baya, pero ya era demasiado tarde. Miró al hombre por encima del hombro, con el corazón latiéndole con fuerza, pero él no parecía enojado, ni sospechoso. Solo le había hecho una pregunta.

—Es solo una fruta endulzante —dijo Victoria, ocultando la baya—. Suelo ponérsela a mis bebidas. Es mucho mejor que el azúcar y además, le da un sabor especial.

—Suena bien, ponle un poco al mío.

—¿Qué? —Victoria lo miró al rostro, intentando descifrar si su expresión era sincera. Quizá ya la había descubierto y solo jugaba con ella—. No, el suyo ya tiene azúcar.

—Solo un poco —insistió Marcos.

Victoria no pudo negarse esta vez. Extrajo la fruta del tamaño de una uva grande y escurrió un poco de su jugo en el chocolate que después Marcos bebió, paladeándolo.

—Sabe delicioso —dijo con tono alegre—. Y no es tan dulce. Ponle un poco al de Mati también.

—No, claro que no —se negó Victoria—. Es solo para los adultos. Si no expulsas la fruta, esta se fermenta en tu estómago y hace el mismo efecto que el alcohol.

—Me estás mintiendo —Marcos la miró con ojos entrecerrados—. ¿Por qué pareces tan nerviosa? —Él se rio antes de que ella pudiera contestar—. Si no quieres compartir tu valiosa fruta con nosotros, solo dinos.

Victoria correspondió a su sonrisa y exprimió el jugo de la fruta en el último vaso.

—No estoy mintiendo —dijo, segura de que Marcos no le daría ese chocolate a su hijo—, pero si no quiere creerme… Aquí tiene.

—Ya ves que mentías —Marcos tomó la bandeja con los chocolates y las galletas—. Vamos, la película está por empezar.

Victoria se quedó por un momento, reflexionando sobre lo que había acabado de hacer. Había puesto veneno en las bebidas de todos, pero esta vez no era su suerte la que le preocupaba. El jugo de la baya podía matar lentamente a una persona adulta, pero en un niño podía ser mortal.

Ese sería un golpe muy fuerte para Marcos, pensó intentando mantenerse en su voluntad, pero, ¿estoy dispuesta a pagar ese precio?

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