El aparato se esfumó en medio de una luz cegadora, dejando un camino de llamas azules, que también se extinguieron un par de segundos más tarde. No había rastro ni evidencia que demostrara que Axel Joll o la máquina, hubiesen estado en aquel lugar. Baham se encontraba pensativo, no tenía la certeza de que habría ocurrido con su alteza, pero de lo que si estaba seguro, era que, si el joven Axel Joll no regresaba para el amanecer, su vida sería tomada sin piedad alguna. Le juzgarían de traidor, lo encerrarían, a diario lo torturarían y finalmente le cortarían la cabeza. Por favor, no falle mi señor. Pensó mientras seguía a toda prisa el sendero que lo conduciría a la residencia de su alteza.
Cort
Después de la explosión de partículas, el palanquín ingresó en el universo cuántico. Viajando por brumas ocres e infinitos agujeros purpúreos. Dentro, Axel permanecía con los ojos cerrados, tomando con manos temblorosas la palanca a su lado derecho. Toda la maquina se zarandeaba e iba a gran velocidad por el espacio y tiempo. Axel no podía evitar sentir una extraña fascinación cercana al terror. ¿Terminaría su vida en ese instante? O ¿Lograría comprobar su hipótesis?
Debido a que la estructura de la maquina y de su armadura no eran lo suficientemente resistentes, un calor sofocante comenzó a consumir el palanquín, al punto de que Axel no lograba respirar bien. De la manera que fuese, ya no podía rendirse, deseaba con ansias probar que era posible lo que se había planteado. La estructura de acero empezaba a desintegrarse gradualmente. La presión y calor a la que estaba siendo expuesta, había superado su resistencia. El universo cuántico, siendo una dimensión desconocida, extraña e indescriptible, absorbía la máquina por diversos agujeros, transportándola por el espacio y tiempo. Axel comenzaba a entrar en desesperación, su indumentaria estaba al rojo vivo y empezaba a quemar su piel. Entonces Axel no alcanzó a accionar la palanca situada a su derecha, la cual ponía fin al viaje, deteniéndolo en algún momento de la historia.
La máquina acabó por disgregarse. Ya no existía. Se había pulverizado por completo. Su cuerpo ya no resistía tanta presión, él también empezaba a desaparecer. "No pude lograrlo y ahora moriré aquí. En un lugar que ni si quiera sé si existe”. Pensó antes de perder todo uso de razón. Ya no estaba consciente. En su cuerpo se podían ver innumerables quemaduras de primer grado, estaba simplemente muriendo.
Lo que antes fue un hombre, ahora solo parecía un bulto de trapos quemados. Su cuerpo rostizado flotaba en un gran espacio oscuro, en el cual solo se distinguían fugaces luces de color, pero esto no era suficiente para iluminar la zona. Era la barrera que separaba el mundo de los vivos del de los muertos, y Axel se aproximaba al de los no vivos. En ese mismo instante, junto a él, otro cuerpo flotaba. Este iba de regreso, pues había logrado zafarse de la muerte. Ambas entidades se rozaron y resultaron ser idénticos. Aquel diminuto roce generó que la agonizante alma de Axel se intercambiara con la del otro ser, ocasionando que Axel retornara a la vida y el otro ente sucumbiera.
Un auto ardía en un fuego infernal en una zona cercana al río Danubio. La muchedumbre comenzó a aproximarse hacia el lugar del accidente automovilístico, mientras platicaban sobre un extraño objeto que había caído del cielo en el preciso momento en el que aquel auto se estrelló. Los policías, los bomberos y los paramédicos no tardaron en llegar a la escena. Extinguieron prontamente las llamas, buscando así algún sobreviviente. Las personas contenidas por los policías, no paraban de grabar con sus teléfonos lo que estaba ocurriendo. Los bomberos se llevaron en una camilla a un joven, quien no respiraba, su cuerpo estaba muy débil y tenía grandes quemaduras. En la ambulancia, camino al hospital, los paramédicos lo socorrieron e hicieron que su corazón volviera a latir, retomando así la respiración con ayuda de mecanismos médicos.
Y arriba, en el segundo piso de un hospital, en una pequeña habitación, detrás de una enorme puerta, la fría cama se encontraba ocupada por un cuerpo inconsciente, vestido solo con ropa interior y una bata de enfermo.
—¿Qué es esto? ¿Dónde estoy?
El joven había despertado finalmente de su letargo, estaba desconcertado por completo y no podía moverse. Sentía en todo su cuerpo innumerables punzadas que ardían, como si mil cuchillos encendidos en fuego azul, estuviesen siendo clavados frenéticamente en su piel.
—¿Cómo se siente el día de hoy joven? Al fin ha recobrado la conciencia.
Un doctor de aspecto mayor, con anteojos, cabello oscuro pero canoso, de alta estatura y vestido de blanco, entró a la habitación con un expediente médico en su mano derecha, mientras que con la otra sostenía un pequeño bote con pastillas. Este hombre iba en compañía de una enfermera chica y corpulenta, de rasgos finos, cabello pelirrojo y mirada aireada.
—¿Qué estáis haciendo? ¿Quiénes sois vosotros? —inquirió Axel con el ceño fruncido. Volvía su vista de un lado al otro y luego hacia sus manos. Frente a él había un espejo, grande y extravagante, que abarcaba gran parte de la pared. Allí vio su reflejo. Tocó su rostro, brazos y cabello. Todo parecía estar en orden, excepto por una cosa—: Está corto. ¡¿Por qué demonios está corto?! —exclamó con desesperación mientras removía disgustado sus manos entre sus cortos cabellos negros. Su cuerpo también había cambiado. Ya no lucía como un guerrero viril y poderoso, en cambio, su cuerpo parecería desnutrido y enfermo.
—Aldrich Grape, no tiene de que preocuparse, estamos aquí para ayudarlo —explicó el doctor Schulze, quien estaba a cargo de su cuidado.
—¿Quién es Aldrich Grape? Ese no es mi nombre. Yo soy Axel Joll.
Volvía la cabeza en todas direcciones tratando de abarcar todo con su mirada. No reconocía ese extraño lugar en absoluto. Las personas de ese territorio le parecían sumamente extrañas, su forma de vestir y de hablar era inaudita, sin mencionar el hecho de que se comunicaban en una extraña lengua a la suya, que para su sorpresa, comprendía con gran facilidad. «Un momento. ¿Acaso lo he conseguido?» Inquirió en su cabeza.
—¿Y la máquina? ¿Dónde se encuentra mi máquina, señor?
Un hombre elegante y algo mayor, entró a la habitación en compañía de un asistente. Tomó asiento en uno de los muebles y cruzando sus piernas, le dirigió la palabra al doctor encargado.
—Dígame. ¿Cómo está mi hijo?
Este hombre, de unos 50 años, vestía un traje azul marino de Hugo Boss, con corbata beige y camisa blanca. Su rostro impávido como el de un empresario, demostraba autoridad e impaciencia.
—Buenas tardes, señor Grape —prosiguió el doctor Schulze—. A juzgar por los resultados de los exámenes, hemos descubierto que hay un pequeño daño cerebral, lo que trae como consecuencia, la posibilidad de que haya alguna perdida de recuerdos. Nada incorregible por supuesto. Quemaduras de primer grado en algunos lugares de su cuerpo; sin embargo, estas han desaparecido sin razón alguna. Debido al impacto del choque, su brazo al igual que su pierna izquierda, sufrieron una leve contusión muscular…
—En conclusión, ¿está sano o no? —le interrumpió el señor Grape con aire arrogante—. Dígame ya si en una semana estará como nuevo.
—Sí, señor Grape. Su hijo no tardará en recuperarse por completo…
—Lamento interrumpir lo que parece ser una amistosa conversación sobre las convalecencias de alguna persona, sin embargo, no logro entender que está ocurriendo aquí —intervino Axel impidiendo que el doctor Schulze continuase hablando.
Se incorporó de golpe y con sus manos empezó a arrancarse los cables que se encontraban adheridos a su piel, al tiempo que intentaba colocarse en pie. Su cuerpo seguía adolorido, pero no le importaba en lo más mínimo. Ese desafiante comportamiento era una clara señal que expresaba su alteración.
—He preguntaos ya, ¡¿dónde está mi máquina?!
—Por favor, cálmese joven Grape. No debe alterar...
—¡¿Por qué me llama Grape?! ¡Mi nombre no es Grape, ya se lo he dicho antes! ¡¿Dónde está́ la maquina?!
Axel Joll entró en completa desesperación. No comprendía donde estaba ni que estaba ocurriendo. Azorado, prosiguió. —He tratado de ser paciente y amistoso, no obstante, usted no para de llamarme Aldrich Grape, cuyo nombre nunca había oído. Eso, sin mencionar que no ha contestado lo que ya os preguntado —expuso Axel en un intento de permanecer calmado, sin embargo, comenzaba a frustrarse, estallando así en un alto estado de histeria—. ¡Mi nombre es Axel Joll y exijo que me sea devuelta mi máquina! Se levantó de la cama y se acercó al doctor Schulze, tomándolo del cuello de su bata. —¡¿Qué año es este?! —inquirió alterado—. ¡Dígame de inmediato sino desea ser ejecutado cuando salga nuevamente el sol! —Señor Grape, acuéstese nuevamente. Su cuerpo no está preparado aun para que retome el movimiento —El doctor Schulze trataba de tranquilizarlo, pero era inútil, solo lograba que se alterara más y más. —¡Aldrich siéntate de inmediato en esa cama! —o
La semana concluyó y fue dado de alta una tarde soleada. Axel salió de la pequeña habitación, siendo esta el único territorio que conocía desde su llegada. Su mirada se fijaba en aquellos objetos fascinantes para su vista, los pasillos, ascensores, pinturas, personas, plantas, iluminación, muebles y pisos. Todo era sumamente extraño y extraordinario. En varias ocasiones se desvió́ del camino que debía seguir solo para acercarse a las ventanas y observar con atención y detenimiento los enormes edificios que se alzaban desde el suelo, con luces y diferentes diseños arquitectónicos. —¡¿Qué es eso?! —preguntó con tono exagerado a una de las enfermeras, al tiempo que retrocedía dos pasos y casi caía al suelo, al ver que un avión volaba en el cielo—. ¿Qué clase de ave se supone que es? Los pacientes y doctores lo ignoraron. Axel aclaró su garganta e hizo un intento por actuar normal, mientras que era tomado del brazo por los guardaespaldas. —¿Qué tenéis en la cara?
La distribución de habitaciones era extraña para Axel, le producía una sensación de inseguridad el lugar, no sabía cómo llegar a su dormitorio o al baño. Para él todo era tan confuso, se sentía como un bicho raro ante aquel lugar.No había vuelto a ver a su supuesto padre desde el día que despertó en el hospital, tampoco esperaba que lo fuese a ver, no lo consideraba necesario. Su habitación era sencilla, una cama, un escritorio, un pequeño armario y un espacioso. En la habitación también había una puerta que lo conducía a una especie de estudio donde había otro escritorio, muebles, muchos estantes con libros y lienzos para pintar. Era realmente acogedor y agradable para Axel, reconoció algunas cosas, como el papel de dibujo, los pinceles, las tintas y algunos libros antiguos.Cuando el día se hizo noche, Axel terminaba de v
—¿Por qué llorar? —inquirió con una sonrisa a medias—. Shhh. Te prometí que no dolería, pero al parecer me he equivocado.—Vamos, Mina, por favor no lo hagas —susurró, suplicante, al tiempo que se retorcía sobre las bolsas plásticas—. Hemos sido amigas desde siempre.—Si, es cierto, aun así, creo que eso dejó de importarme hace mucho.Mina tomó de la mesa junto a ella el utensilio brillante en el que se reflejaba la luna. Se encontraba frío, como su mirada implacable. Al fondo, Been Down So Long de The Doors inundaba la oscura habitación, acompañado por un trasfondo de quejidos y lamentaciones.—¡A llegado la hora de cortar la carne!Al tiempo que Mina limpiaba meticulosamente la boquilla de su corno francés, recordaba satisfecha, los placeres de su fi
Después de asearse y vendar la herida de su hombro, Mina cambió su ropa y farfullando toda clase de ininteligibles palabras, que en su mayoría eran insultos, salió en busca de un taxi.El auto no demoró en llegar. Una vez dentro de este, Mina notó que un enorme cansancio la consumía. En el asiento trasero del taxi, dio unas cuantas vueltas, estirándose y revolviéndose con una dejadez como al que no le esperan obligaciones, y entonces, dejó salir un prolongado bostezo, inundando de lágrimas sus ojos. «Siempre ocurre eso». Pensó enjugándose los ojos. El taxi se detuvo frente al hospital y Mina bajó casi arrastras. Cuando el enorme edificio, sonrió y volvió a bostezar. Sin enjugarse las lágrimas que volvían a sus ojos, caminó apresurada sin importarle qué o quién estuviera en su camino, y en medio de otro pesado b
Desconcertada, Sonn asintió y siguió a Mina, que caminaba bajo el despejado cielo de julio, con dirección al café en el que habían conversado la noche anterior. «Dios santo, como puede ser alguien tan desalmado». Pensó Sonn mientras observaba de reojo a Mina. «O tal vez, ¿siente tanto dolor que le avergüenza demostrarlo?». Una vez llegaron a su destino, Sonn se dirigió inmediatamente al baño, mientras Mina, desinteresada, ordenó un café para luego tomar asiento. Volvió la vista hacia la maceta junto a ella, al otro lado del cristal, y con atención observó una vez más la flor, esta vez marchita y descolorida, como ella y su infame corazón. Al percatarse de que su acompañante tardaba, colocó sus audífonos y aleatoriamente una canción. Comenzó a tararear y a dar golpecitos con sus dedos sobre la mesa en tanto bebía de su café. Cerró sus ojos para masajearlos y luego los abrió despacio, mientras con su dedo índice ajustaba sus gafas. Entonces cuando volvió a se
El reloj sobre la puerta de entrada marcó las 12 de la noche. Ya era hora de volver a casa, así que en compañía de Sonn caminó hasta la casa inclinada, donde sus caminos se separaron después de una breve despedida. Con bostezos de por medio, Mina se adentró silenciosa en su nuevo “hogar”, dio un pequeño recorrido por la cocina en busca de un vaso con agua y luego se dirigió a su dormitorio. Este era espacioso y tenía todo lo necesario para vivir; una cama grande, un armario, un escritorio, un baño y una pequeña terraza de hermosa vista hacia la ciudad. Pero, la linda y cálida habitación con decoraciones de madera, no llegó a agradar por completo a Mina, pues esta inmediatamente consideró necesario hacer algunos cambios, comenzando por conseguir un librero e inundar las paredes de posters de las estrellas del rock y sus escritores preferidos. Un nuevo escritorio era indispensable, al igual que un mueble, cortinas y espejos. Mientras que desde la puerta observaba airea
Previo a que el reloj cambiara la fecha del calendario, Axel Joll se detuvo junto al umbral de la puerta y volvió su vista con el propósito de contemplar una vez más el rostro de una desconocida. Con cierta fascinación, se extrañó al notar que en ese mismo instante ella lo observaba con un ligero airé de añoranza, como quien no quiere dejar ir algo preciado. El contacto visual fue inevitable, aun así estrictamente necesario para que ambos experimentaran la sensación de una corriente cálida recorrer su pecho, y al mismo tiempo, como si estuvieran enlazados, el eco en sus oídos de los incontrolables latidos de sus corazones acelerados. Era realmente extraño. Esa secuencia de peculiares sentimientos podría ser lo que muchos se atreverían a describir como “amor a primera vista”.Manteniendo el enlace visual que compartía con Mina, Axel percibió