Axel Joll entró en completa desesperación. No comprendía donde estaba ni que estaba ocurriendo. Azorado, prosiguió.
—He tratado de ser paciente y amistoso, no obstante, usted no para de llamarme Aldrich Grape, cuyo nombre nunca había oído. Eso, sin mencionar que no ha contestado lo que ya os preguntado —expuso Axel en un intento de permanecer calmado, sin embargo, comenzaba a frustrarse, estallando así en un alto estado de histeria—. ¡Mi nombre es Axel Joll y exijo que me sea devuelta mi máquina!
Se levantó de la cama y se acercó al doctor Schulze, tomándolo del cuello de su bata.
—¡¿Qué año es este?! —inquirió alterado—. ¡Dígame de inmediato sino desea ser ejecutado cuando salga nuevamente el sol!
—Señor Grape, acuéstese nuevamente. Su cuerpo no está preparado aun para que retome el movimiento —El doctor Schulze trataba de tranquilizarlo, pero era inútil, solo lograba que se alterara más y más.
—¡Aldrich siéntate de inmediato en esa cama! —ordenó el señor Grape, quien al parecer era su padre. Axel lo miró furioso, esbozando una sonrisa inquietante.
—¡¿Por qué habría yo de acatar vuestras órdenes?! No os conozco ni pretendo hacerlo. Vuestro deber, ¡es mostrar respeto hacia vuestra alteza! —rugió como una fiera, para dirigirse nuevamente al doctor Schulze—. ¡Ahora, decid! ¿En dónde me encuentro y que año es este?
Su mirada paranoica comenzaba a salirse de control. Algunos enfermeros entraron apresuradamente a la habitación, tomándolo de los brazos y arrastrándolo a la fuerza hasta la cama. Le sujetaron las manos y en un rápido movimiento, le suministraron una dosis de tranquilizantes para que volviera a dormir.
—¡Sacadme de aquí ahora mismo! ¡En este mismo instante! —Fue lo último que alcanzó a decir antes de caer inconsciente nuevamente, cesando su movimiento delirante de piernas y brazos, en un intento de soltarse. La deliberada agitación de su cuerpo, sucumbió y permaneció inmóvil durante unas horas.
Cort
Una larga semana transcurrió con la misma actitud inconcebible. El comportamiento de Axel se había tornado más agresivo que de costumbre; se negaba a tomar cualquier clase de medicamentos o de consumir alimentos, y sobre todo no confiaba en ellos. En su mente se mantenía firme la idea de que los doctores pretendían acabar con su vida, utilizando algo que había escuchado llamar “drogas”. Él solo quería respuestas y no las obtenía. Todos los doctores y enfermeras se negaban a contestarle cualquier cosa que preguntase. No podía realizar un plan de escape, sería inútil, no conocía el territorio enemigo y fugarse sería un suicidio, lo tomarían por loco, lo drogarían y lo encerrarían en una habitación blanca, donde las paredes y los pisos son almohadas, y en la cual te atan con una camisa de fuerza para evitar que te lastimes. O así había escuchado de un hombre que gritaba y luchaba contra los doctores en el pasillo fuera de su habitación.
Durante una tarde de tormenta, Axel se estremecía sobre la cama. Dejaba salir estruendosos alaridos de dolor, daba vueltas de un lado al otro en el lecho mientras presionaba fuertemente su pecho con una mano. Un incesante dolor atormentaba y oprimía su cuerpo. Le faltaba el aire y sentía en cada nervio de su cuerpo innumerables ramalazos de electricidad que le paralizaban. Los enfermeros hacían un intento por auxiliarlo, pero nada funcionaba.
Una tormenta tenía lugar en la ciudad, inimaginables truenos y relámpagos horrorizaban a la población, y un terrible sonido producido por el viento, que azotaba a los árboles, contrastaba con los alaridos de Axel. A medida que el agua proveniente de las nubes se intensifica, el dolor de Axel aumentaba. El sonido de los truenos hacía temblar los objetos y los relámpagos iluminaban todo espacio oscuro. Las venas de Axel brotaban de su piel brillando fugazmente, como si aquella tormenta estuviera también dentro de su organismo, afectándolo por alguna razón incomprensible.
—¿Qué está ocurriendo aquí? —inquirió el doctor Schulze, adentrándose a la habitación con agitada prisa—. ¿Cómo está su pulso? —preguntó a los enfermeros que allí se encontraban.
—Muy acelerado, señor.
—¿Cuánto tiempo lleva así?
—Un par de minutos, señor.
La lucha del doctor y de los enfermeros por establecer a Axel Joll fue en vano. Nada de lo que hiciesen resultaba positivo. Los tranquilizantes no surtieron efecto y comenzaban a temer que esta clase de comportamiento fuera producto de algún medicamento. Axel dejaba salir alaridos ensordecedores de dolor, uno tras otro, como las balas que salen de una ametralladora. Una parte de él deseaba tomar un cuchillo y clavárselo en el corazón para cesar el dolor que parecía interminable. No obstante, la parte consciente y racional de él, le inspiraba a tranquilizarse. Su mente era como una hoja en blanco, no pensaba en nada, no tenía el control de su cuerpo, el mando lo tenía el dolor, que manchaba en un instante la hoja blanca, con rayones negros y rojo. "¡Ya basta!" Gritaba una y otra vez en su mente, cerrando los ojos con fuerza, como si eso que lo atormentaba, desaparecería. Los doctores y enfermeras observaban con horror como Axel se removía atado a la cama de hospital, con lágrimas en los ojos y voz entrecortada.
La tormenta cesó poco después de quince minutos, al igual que el sufrimiento de Axel. Este se encontraba ya con pulso estable e inconsciente, consecuencia de la alta cantidad de tranquilizantes que le habían suministrado anteriormente.
Era extraño y desconcertante lo que acababa de suceder. Ningún doctor o enfermera tenía idea a que se había debido el ininteligible ataque de histeria y dolor que Axel había presentado. No despertó ni demostró señales de conciencia durante tres días. Débil, pálido y adolorido retomó lugar en la realidad una madrugada, en el mismo instante en el que una enfermera entraba para cambiar el suero que lo alimentaba.
—¿Qué día es hoy? —inquirió con voz casi inaudible. La enfermera se sobresaltó dando unos pasos atrás. Se acercó despacio a Axel y lo observó con curiosidad.
—Ha despertado finalmente —susurró con sorpresa. Axel repitió su pregunta débilmente y ella contestó vacilante—. 13 de junio del 2017.
Al escuchar aquello, los ojos de Axel se abrieron como platos y centenares de preguntas recurrieron a su cabeza. A juzgar por la fecha que esa mujer le había dicho, confirmaba sus sospechas y su hipótesis.
«¡Lo he logrado!» Se dijo mentalmente. En su rostro se dibujó una expresión de satisfacción, la cual no tardó en transformarse en una de preocupación. «¿Cuántos días llevo aquí?». Se preguntó inquietamente. «No tengo manera de saberlo ahora. Aun así, debo recolectar información suficiente sobre todo tipo de descubrimientos científicos y luego volveré».
—Señorita, permitidme hacer una pregunta más —anunció en voz baja a la mujer, quien se acercó nuevamente a él e hizo un ademán que le indicó a Axel que podía preguntar—. ¿Qué reinó es este?
La mujer frunció el ceño sin comprender a que se refería con “reino” y acto seguido, le contestó con indiferencia:
—Aquí no hay ningún reino. Estamos en Ulm. —Axel pareció no comprender el significado de las palabras de la mujer y le preguntó qué significaba—. Ulm es una ciudad del estado alemán de Baden—Wurtemberg. Usted y su familia tienen más de un año viviendo aquí. ¿Cómo es que no lo sabe?
—Solo lo había olvidado. Muchas gracias, señorita. —Fingió una sonrisa y siguió con la mirada a la enfermera que ya se retiraba de la habitación.
Luego de dejar salir un profundo suspiro, observó por la ventana de la habitación. «Entonces, ¿ya no me encuentro en un reino? ¿Quién rige este pueblo si no hay rey alguno? ¿La palabra “alemán” tendrá algo que ver? Y si es así, ¿Qué significa? ¿Por qué son todos mestizos? ¿Habría una guerra donde todos se mezclaron? Tal vez por ello no me reconocen o muestra respeto hacia mí». Preguntas como estas se reflejaban en su mente, todas sin respuestas racionales. «He viajado 500 años al futuro. Nadie me reconocería porque de cierto modo, ya he muerto». Pensó con ironía. «¿Quién soy aquí?» Se preguntó ahora con extrañeza. «Tal vez morí y reencarné en esta persona. Eso es realmente ilógico».
Después de analizarlo detenidamente, llegó a una vaga conclusión; se encontraba en el futuro y contaba con escasa información sobre ese lugar, parecía que la máquina había dejado de existir, no tenía otra, ni mucho menos podía construir una, no sabía cómo conseguir materiales para hacerlo. «¿Debo fingir ser esta persona?» Pensó llevando una mano a su barbilla. «Es la única forma de conseguir insumos para lograr construir una nueva máquina. Por ello necesitaré realizar cálculos y planos, no obstante, aquí todo ha de ser más avanzado, y no me tomará mucho tiempo rehacer la máquina». Pensó con optimismo.
La semana concluyó y fue dado de alta una tarde soleada. Axel salió de la pequeña habitación, siendo esta el único territorio que conocía desde su llegada. Su mirada se fijaba en aquellos objetos fascinantes para su vista, los pasillos, ascensores, pinturas, personas, plantas, iluminación, muebles y pisos. Todo era sumamente extraño y extraordinario. En varias ocasiones se desvió́ del camino que debía seguir solo para acercarse a las ventanas y observar con atención y detenimiento los enormes edificios que se alzaban desde el suelo, con luces y diferentes diseños arquitectónicos. —¡¿Qué es eso?! —preguntó con tono exagerado a una de las enfermeras, al tiempo que retrocedía dos pasos y casi caía al suelo, al ver que un avión volaba en el cielo—. ¿Qué clase de ave se supone que es? Los pacientes y doctores lo ignoraron. Axel aclaró su garganta e hizo un intento por actuar normal, mientras que era tomado del brazo por los guardaespaldas. —¿Qué tenéis en la cara?
La distribución de habitaciones era extraña para Axel, le producía una sensación de inseguridad el lugar, no sabía cómo llegar a su dormitorio o al baño. Para él todo era tan confuso, se sentía como un bicho raro ante aquel lugar.No había vuelto a ver a su supuesto padre desde el día que despertó en el hospital, tampoco esperaba que lo fuese a ver, no lo consideraba necesario. Su habitación era sencilla, una cama, un escritorio, un pequeño armario y un espacioso. En la habitación también había una puerta que lo conducía a una especie de estudio donde había otro escritorio, muebles, muchos estantes con libros y lienzos para pintar. Era realmente acogedor y agradable para Axel, reconoció algunas cosas, como el papel de dibujo, los pinceles, las tintas y algunos libros antiguos.Cuando el día se hizo noche, Axel terminaba de v
—¿Por qué llorar? —inquirió con una sonrisa a medias—. Shhh. Te prometí que no dolería, pero al parecer me he equivocado.—Vamos, Mina, por favor no lo hagas —susurró, suplicante, al tiempo que se retorcía sobre las bolsas plásticas—. Hemos sido amigas desde siempre.—Si, es cierto, aun así, creo que eso dejó de importarme hace mucho.Mina tomó de la mesa junto a ella el utensilio brillante en el que se reflejaba la luna. Se encontraba frío, como su mirada implacable. Al fondo, Been Down So Long de The Doors inundaba la oscura habitación, acompañado por un trasfondo de quejidos y lamentaciones.—¡A llegado la hora de cortar la carne!Al tiempo que Mina limpiaba meticulosamente la boquilla de su corno francés, recordaba satisfecha, los placeres de su fi
Después de asearse y vendar la herida de su hombro, Mina cambió su ropa y farfullando toda clase de ininteligibles palabras, que en su mayoría eran insultos, salió en busca de un taxi.El auto no demoró en llegar. Una vez dentro de este, Mina notó que un enorme cansancio la consumía. En el asiento trasero del taxi, dio unas cuantas vueltas, estirándose y revolviéndose con una dejadez como al que no le esperan obligaciones, y entonces, dejó salir un prolongado bostezo, inundando de lágrimas sus ojos. «Siempre ocurre eso». Pensó enjugándose los ojos. El taxi se detuvo frente al hospital y Mina bajó casi arrastras. Cuando el enorme edificio, sonrió y volvió a bostezar. Sin enjugarse las lágrimas que volvían a sus ojos, caminó apresurada sin importarle qué o quién estuviera en su camino, y en medio de otro pesado b
Desconcertada, Sonn asintió y siguió a Mina, que caminaba bajo el despejado cielo de julio, con dirección al café en el que habían conversado la noche anterior. «Dios santo, como puede ser alguien tan desalmado». Pensó Sonn mientras observaba de reojo a Mina. «O tal vez, ¿siente tanto dolor que le avergüenza demostrarlo?». Una vez llegaron a su destino, Sonn se dirigió inmediatamente al baño, mientras Mina, desinteresada, ordenó un café para luego tomar asiento. Volvió la vista hacia la maceta junto a ella, al otro lado del cristal, y con atención observó una vez más la flor, esta vez marchita y descolorida, como ella y su infame corazón. Al percatarse de que su acompañante tardaba, colocó sus audífonos y aleatoriamente una canción. Comenzó a tararear y a dar golpecitos con sus dedos sobre la mesa en tanto bebía de su café. Cerró sus ojos para masajearlos y luego los abrió despacio, mientras con su dedo índice ajustaba sus gafas. Entonces cuando volvió a se
El reloj sobre la puerta de entrada marcó las 12 de la noche. Ya era hora de volver a casa, así que en compañía de Sonn caminó hasta la casa inclinada, donde sus caminos se separaron después de una breve despedida. Con bostezos de por medio, Mina se adentró silenciosa en su nuevo “hogar”, dio un pequeño recorrido por la cocina en busca de un vaso con agua y luego se dirigió a su dormitorio. Este era espacioso y tenía todo lo necesario para vivir; una cama grande, un armario, un escritorio, un baño y una pequeña terraza de hermosa vista hacia la ciudad. Pero, la linda y cálida habitación con decoraciones de madera, no llegó a agradar por completo a Mina, pues esta inmediatamente consideró necesario hacer algunos cambios, comenzando por conseguir un librero e inundar las paredes de posters de las estrellas del rock y sus escritores preferidos. Un nuevo escritorio era indispensable, al igual que un mueble, cortinas y espejos. Mientras que desde la puerta observaba airea
Previo a que el reloj cambiara la fecha del calendario, Axel Joll se detuvo junto al umbral de la puerta y volvió su vista con el propósito de contemplar una vez más el rostro de una desconocida. Con cierta fascinación, se extrañó al notar que en ese mismo instante ella lo observaba con un ligero airé de añoranza, como quien no quiere dejar ir algo preciado. El contacto visual fue inevitable, aun así estrictamente necesario para que ambos experimentaran la sensación de una corriente cálida recorrer su pecho, y al mismo tiempo, como si estuvieran enlazados, el eco en sus oídos de los incontrolables latidos de sus corazones acelerados. Era realmente extraño. Esa secuencia de peculiares sentimientos podría ser lo que muchos se atreverían a describir como “amor a primera vista”.Manteniendo el enlace visual que compartía con Mina, Axel percibió
Axel giró sobre sus talones. Se acercó con pasos lentos y confiados hacia donde se encontraba el guardia, quien empuñaba una mágnum 44. Axel observó el arma con la que le apuntaba el corpulento hombre, cuyas manos sudaban y temblaban. La simple presencia de Axel le brindaba una extraña sensación de temor, era como si tuviera en frente a un bravucón. Axel alzó una ceja y río demencialmente con la vista fija ahora en el guardia. Movió con rapidez su puño y le atestó un fuerte golpe en él gordo y grasiento rostro.—Ah, no debería apuntarle con un eso a su alteza —dijo pasando una mano por sus nudillos.El fornido hombre cayó desconcertado en el suelo y Axel comenzó a correr con dirección hacia las escaleras del lado oeste, pero fue sorprendido por otro guardia que no había advertido. Se dio la vuelta para correr hacia la otra dir