—¿Por qué llorar? —inquirió con una sonrisa a medias—. Shhh. Te prometí que no dolería, pero al parecer me he equivocado.
—Vamos, Mina, por favor no lo hagas —susurró, suplicante, al tiempo que se retorcía sobre las bolsas plásticas—. Hemos sido amigas desde siempre.
—Si, es cierto, aun así, creo que eso dejó de importarme hace mucho.
Mina tomó de la mesa junto a ella el utensilio brillante en el que se reflejaba la luna. Se encontraba frío, como su mirada implacable. Al fondo, Been Down So Long de The Doors inundaba la oscura habitación, acompañado por un trasfondo de quejidos y lamentaciones.
—¡A llegado la hora de cortar la carne!
Al tiempo que Mina limpiaba meticulosamente la boquilla de su corno francés, recordaba satisfecha, los placeres de su fin de semana pasado. Otra canción comenzaba a reproducirse en su portátil, más animada que la anterior, marcaba el paso necesario para acabar rápidamente la limpieza diaria de su instrumento. Sin embargo, su animada labor se vio interrumpida por el sonido de una llamada entrante.
—Si, diga.
—¿Es usted Mina Hoffman? —inquirió una voz masculina a través del teléfono. Ella hizo un sonido afirmativo y el hombre prosiguió—. ¿Es su tía una mujer llamada Anne Müller?
—Si…— respondió Mina, vacilante.
Se llevó la mano a uno de los mechones de cabellos que se había soltado del moño para enrollarlo con sus dedos. La música seguía sonando en el fondo mientras el hombre anunciaba una noticia.
—Hoy ha ocurrido un accidente cerca de la plaza de la catedral. Su tía estuvo involucrada. Lamento informarle, que ha fallecido —La vista de Mina se nubló y cayó de rodillas al suelo con el teléfono aún cerca del oído—. Debe venir a identificar el cuerpo al Hospital Universitario de Ulm.
Sin creer lo que sus oídos escuchaban, colgó el teléfono y se puso de pie acercándose lentamente al mesón de la cocina.
—Esto no es cierto —afirmó, dejando salir una pequeña risa siniestra de entre sus labios—. Esto no está sucediendo o ¿sí? El destino nunca ha sido tan bueno. La enorme y empalagosa tía no demorará en llegar a casa. Lo que ese ridículo hombre dijo solo fue producto de mi imaginación. ¿Cierto? ¡¿Cierto?! ¡¿Cierto?! —gritó estallando en un arranque de excitación diabólica que se mezclaba con una extraña risa.
Sin importarle nada, comenzó a reír desmedidamente. En ese momento, se sentía como si fuese obtenido el premio nobel de la paz y no pudiera ocultar la enorme felicidad que la asaltaba. Toda su infancia se paseó ante sus ojos con esa única frase: “Ha fallecido…”. Era como si de una película de drama se tratara y esa fuese la escena en la que el alma del protagonista agonizaba por la pérdida de un ser amado. “Ha fallecido…”. Esa mediocre mujer la había criado desde que sus padres murieron, pero, ¿alguna vez Mina la amó o estimó? No. La respuesta era: no. Su alma no sufría ni agonizaba. En cambio, parecía saltar de felicidad ante esa maravillosa noticia corrompida por los demonios de su mente. ¡Han escuchado finalmente nuestras plegarias! Exclamó junto a Mina, una voz que habitaba en los suburbios de su mente. “Ha fallecido…”. ¿Le importaba a Mina que la gorda mujer hubiera pasado a mejor vida? No, la respuesta seguía siendo: no. Lo único que fluctuaba ahora en su mente era: ¿Cómo había sido ese momento? ¿Alguna parte de ese untoso cuerpo habría gozado al ser perforado por un objeto metálico y puntiagudo? ¿Habrían sido apolillados, como una vieja madera por bichos, sus órganos hasta el punto de estallar en una magnífica y exquisita explosión de tibia sangre? A la luz de su desgracia, jamás lo sabría.
Mina se dejó caer de bruces sobre el suelo y comenzó a gritar como loca, dejando salir a rienda suelta toda su satisfacción, mientras aquellas palabras, que no conseguían siquiera acercarse a sus heladas venas, seguían repitiéndose en su mente una y otra vez “Ha fallecido…”.
De súbito, Mina guardó silencio y se crispó al escuchar en su oído el temible susurro de su ansiedad, que no tardó en recorrerle como un tímido, pero intenso cosquilleo, la espina dorsal y la punta de los dedos. La inexplicable sensación que la llenaba de un inefable pánico, se expandió con gran rapidez por cada espacio de su ahora tembloroso cuerpo, llevándose, como una ráfaga de viento se llevaría el sombrero de alguna mujer en la playa, su vívida alegría.
El aire en sus pulmones se hizo escaso. Comenzó a observar con desesperación en todas direcciones al tiempo que sus manos, se movían con agudeza sobre la superficie del suelo en busca de algún objeto afilado con el cual drenar su ansiedad. No había nada cerca. Ante su frustrada búsqueda, la sensación de intranquilidad en su pecho se intensificó y la desesperación se disparó hacia el cielo, como impulsada por un trampolín. Su vista nublada se volvió como imantada hacia la cocina, y pudo observar a la lejanía, con gran dificultad, el brillo de un metal. Sonrió enigmáticamente y se acercó, dando ligeros tropezones a las cosas a su alrededor, hacia el antídoto que apagaría el incendio en su lunática cabeza.
El cuchillo parecía sonreírle desde el mesón y la siniestra voz de su cabeza, inundaba el espacio entre lamentaciones, desgarradores gritos y aterradoras risas. Esta se había convertido rápidamente en una enorme sombra que cubría las paredes de la cocina medieval, observándola con enormes ojos y una trastornada sonrisa de dientes afilados.
«Hazlo, hazlo, hazlo…» Susurraba aquella voz que hacía parecer todo diminuto. Era demencial la aterradora situación en la que ahora se encontraba.
Como si estuviese al borde de la muerte, tomó desesperada el cuchillo y en un abrumador impulso, que no permitió a ningún pensamiento fluctuar de entre las sombras, hundió la afilada hoja de metal en la suave carne de su hombro derecho. Instintivamente se quejó un poco, aun así, esbozó una desagradable sonrisa de satisfacción al observar la oscura y espesa sangre brotar con rapidez de la herida. El líquido comenzó a bajar por su brazo, tibio, como una caricia, y luego, asemejando el goteo de un grifo, al suelo. Arrojó con un gran odio el cuchillo en el lava platos y se dejó caer nuevamente en el suelo.
"Un día de estos, ¿qué es ese ruido? Un día de estos, ¿qué es ese ruido? Un día de estos, ¿qué es ese ruido?". Repetía Kurt Cobain desde la sala de estar.
—¡Maldición! No puedo creer que esto finalmente ocurriera —susurró, llevándose las manos a la boca para ocultar una extraña sonrisa, mientras la sangre seguía bajando por su brazo—. Pero —añadió rápidamente con el entrecejo fruncido—, aún ella no ha pagado sus deudas. ¡¿Por qué no te moriste después de pagarlas?!
Después de asearse y vendar la herida de su hombro, Mina cambió su ropa y farfullando toda clase de ininteligibles palabras, que en su mayoría eran insultos, salió en busca de un taxi.El auto no demoró en llegar. Una vez dentro de este, Mina notó que un enorme cansancio la consumía. En el asiento trasero del taxi, dio unas cuantas vueltas, estirándose y revolviéndose con una dejadez como al que no le esperan obligaciones, y entonces, dejó salir un prolongado bostezo, inundando de lágrimas sus ojos. «Siempre ocurre eso». Pensó enjugándose los ojos. El taxi se detuvo frente al hospital y Mina bajó casi arrastras. Cuando el enorme edificio, sonrió y volvió a bostezar. Sin enjugarse las lágrimas que volvían a sus ojos, caminó apresurada sin importarle qué o quién estuviera en su camino, y en medio de otro pesado b
Desconcertada, Sonn asintió y siguió a Mina, que caminaba bajo el despejado cielo de julio, con dirección al café en el que habían conversado la noche anterior. «Dios santo, como puede ser alguien tan desalmado». Pensó Sonn mientras observaba de reojo a Mina. «O tal vez, ¿siente tanto dolor que le avergüenza demostrarlo?». Una vez llegaron a su destino, Sonn se dirigió inmediatamente al baño, mientras Mina, desinteresada, ordenó un café para luego tomar asiento. Volvió la vista hacia la maceta junto a ella, al otro lado del cristal, y con atención observó una vez más la flor, esta vez marchita y descolorida, como ella y su infame corazón. Al percatarse de que su acompañante tardaba, colocó sus audífonos y aleatoriamente una canción. Comenzó a tararear y a dar golpecitos con sus dedos sobre la mesa en tanto bebía de su café. Cerró sus ojos para masajearlos y luego los abrió despacio, mientras con su dedo índice ajustaba sus gafas. Entonces cuando volvió a se
El reloj sobre la puerta de entrada marcó las 12 de la noche. Ya era hora de volver a casa, así que en compañía de Sonn caminó hasta la casa inclinada, donde sus caminos se separaron después de una breve despedida. Con bostezos de por medio, Mina se adentró silenciosa en su nuevo “hogar”, dio un pequeño recorrido por la cocina en busca de un vaso con agua y luego se dirigió a su dormitorio. Este era espacioso y tenía todo lo necesario para vivir; una cama grande, un armario, un escritorio, un baño y una pequeña terraza de hermosa vista hacia la ciudad. Pero, la linda y cálida habitación con decoraciones de madera, no llegó a agradar por completo a Mina, pues esta inmediatamente consideró necesario hacer algunos cambios, comenzando por conseguir un librero e inundar las paredes de posters de las estrellas del rock y sus escritores preferidos. Un nuevo escritorio era indispensable, al igual que un mueble, cortinas y espejos. Mientras que desde la puerta observaba airea
Previo a que el reloj cambiara la fecha del calendario, Axel Joll se detuvo junto al umbral de la puerta y volvió su vista con el propósito de contemplar una vez más el rostro de una desconocida. Con cierta fascinación, se extrañó al notar que en ese mismo instante ella lo observaba con un ligero airé de añoranza, como quien no quiere dejar ir algo preciado. El contacto visual fue inevitable, aun así estrictamente necesario para que ambos experimentaran la sensación de una corriente cálida recorrer su pecho, y al mismo tiempo, como si estuvieran enlazados, el eco en sus oídos de los incontrolables latidos de sus corazones acelerados. Era realmente extraño. Esa secuencia de peculiares sentimientos podría ser lo que muchos se atreverían a describir como “amor a primera vista”.Manteniendo el enlace visual que compartía con Mina, Axel percibió
Axel giró sobre sus talones. Se acercó con pasos lentos y confiados hacia donde se encontraba el guardia, quien empuñaba una mágnum 44. Axel observó el arma con la que le apuntaba el corpulento hombre, cuyas manos sudaban y temblaban. La simple presencia de Axel le brindaba una extraña sensación de temor, era como si tuviera en frente a un bravucón. Axel alzó una ceja y río demencialmente con la vista fija ahora en el guardia. Movió con rapidez su puño y le atestó un fuerte golpe en él gordo y grasiento rostro.—Ah, no debería apuntarle con un eso a su alteza —dijo pasando una mano por sus nudillos.El fornido hombre cayó desconcertado en el suelo y Axel comenzó a correr con dirección hacia las escaleras del lado oeste, pero fue sorprendido por otro guardia que no había advertido. Se dio la vuelta para correr hacia la otra dir
Axel sonrió victorioso por lo bajo, sin embargo, una intensa duda llegó a su mente. «¿Qué significará victoriano?» Se preguntó para sus adentros en tanto que seguía su camino hacia la cocina y luego a su habitación, donde ya lo esperaban desde hace unas horas, Carsten y Mark. Cerró la puerta con seguro y se quitó el suéter, la camisa de botones y la franela para sacer de allí la carpeta. Se las arrojó con una expresión malhumorada.—¿Por qué no han venido conmigo a ese lugar? —reprochó con una mueca de descontento—. ¿Qué se supone que estuvieron haciendo durante mi ausencia? —Inquirió dirigiéndose al baño para tomar una larga ducha, estaba exhausto. «Que intenso ha sido el día de hoy». Pensó dejando en
—Joven Aldrich Grape.Pequeños golpes en la puerta de la habitación de Aldrich lo despertaron de su profundo sueño. «Soy Aldrich». Pensó confuso mientras se incorporaba en la amplia cama de madera oscura. Volvió su vista de izquierda a derecha. «Soy Aldrich». Repetía nuevamente en susurros. La puerta del estudio se encontraba medió abierta y permitía divisar dos cuerpos masculinos en el sofá cama de esa habitación. «Soy Aldrich».—Su madre lo está buscando —anunció el ama de llaves, desde el otro lado de la puerta. «¿Cuándo regresó esa estúpida mujer?» Pensó Aldrich irritado apresurándose al cuarto de baño para esconderse de la mujer que no tardar&ia
Aldrich sonrió victorioso y empezó a comer. «¿Qué se supone que trama?» Inquirió Mina, volviendo su vista a ambos lados. Intentaba pensar en una excusa para marcharse de allí lo más pronto posible. Entonces el recuerdo de aquel juego se hizo presente en su cabeza «¿Piensas que con mudarte de barrio lograrás ser diferente? Eres una maldita idiota que debió morir junto a sus padres. Yo me aseguraré de librar a esta ciudad de la escoria que eres». Las palabras de una vieja amiga la hicieron reír mucho. «Toma, muere, toma, muere».—Coma algo, señorita Hoffman —insistió Aldrich, señalando los alimentos en la mesa. Mina lo observó con recelo y se limitó a tomar solamente un cupcakes—. Estos están deliciosos, pruébelos —in