—¡¿Está seguro que desea hacer esto, mi señor?! —exclamó Baham, observando preocupado en todas direcciones—. ¡¿Tiene en cuenta que podría morir?!
La infame ráfaga de viento agitaba todo objeto sobresaliente del suelo, azotando con fuerza los árboles y produciendo un estruendoso sonido.
—¡Estoy dispuesto a tomar el riesgo por el bien de la ciencia! —afirmó Axel, volviéndose hacia el señor Baham al tiempo que se adentraba en la curiosa máquina.
Las gotas de sudor resbalaban lentamente sobre su frente. Su corazón palpitaba azoradamente y su apretada sonrisa, ocultaba la sensación de ansiedad presente en su garganta. Nadie más que él tenía en claro que su vida podía acabar en ese instante, sin embargo, anhelaba ese momento como ningún otro.
Axel Joll era mejor conocido por ser el príncipe heredero de un reino llamado Midzan y el segundo al mando de las tropas reales. Su tenaz y competitiva actitud en el ámbito intelectual y militar, lo convirtieron en un gran ejemplo a seguir, daba mucho de qué hablar entre los habitantes de Midzan, cuya ubicación era hacia el occidente, costeando el Océano Atlántico, donde la eterna nieve del Círculo Polar Ártico, abrazaba a la nación midzaniana durante gran parte del año.
El reino era habitado por miles de personas, pero solo los nobles tenían una característica piel blanca, suave, delicada e intensamente pálida, con vellos rubios en los brazos y largos cabellos negros. De los habitantes, se podía decir que eran igualmente de una magnífica raza, los hombres eran corpulentos, de hombros amplios y de gran estatura. No era extraño tropezarse con hombres de más de 1,90 metros de estatura, y las mujeres, no eran mucho más bajas que los hombres. Estas eran delgadas, con pecas en el rostro y en su mayoría, pelirrojas. La población midzaniana, era alegre y festiva, amantes de la naturaleza, la música, el baile, el arte y los deportes. Eran personas sencillas y bondadosas, pero verdaderamente crueles y salvajes al momento de enfrentarse en una guerra.
Desde joven, Axel Joll se había enfrentado en innumerables batallas por el honor de su reino, llevándose consigo la victoria, pues un noble como él, se había caracterizado siempre por ser un prodigioso en las artes militares, cabalgando firmemente por las montañas, con su espada en mano y sin temor alguno hacia el campo de batalla. Pero como su padre, el quinto rey de Midzan, le había dicho desde pequeño: "Un noble no puede estar compuesto solo por un espíritu guerrero. Sin un intelecto respetable y un apasionado gusto por las artes, no es más que un simple soldado que sigue ciegamente las órdenes de su rey", creció con aquel ideal en mente.
Axel desarrolló una imparable obsesión por la física y la astronomía. Con el mentor más honrado de la nación como tutor, su inteligencia se convirtió en un arma mortal. A la edad de nueve años, había acabado de leer cada libro que se encontraba en la biblioteca de su tutor y solo dos años después, con todos los que había en la del palacio. En su adolescencia, gozó de una reputación divina, admirable y envidiada por los demás chicos de su edad, pues su ingenio y su creatividad nunca tenían fin.
En sus pocos momentos libres, los cuales solo le eran concedidos después de las prácticas con los oficiales, solía permanecer junto al río, leyendo en voz alta para las aves, ardillas y gatos que estuvieran cerca o, solo se sentaba junto a los guardias que vigilaban sobre las puertas del palacio, a dibujar en su cuaderno a las hermosas jóvenes del reino. A sus 17 años, era todo un galán a caballo por el cual las chicas suspiraban. Su negro y largo cabello se agitaba con el viento. Su radiante y amable sonrisa brillaba más que el sol, aunque esta, muy rara vez esbozaba. La mirada seductora y maliciosa con la que recorría el cuerpo de las chicas al caminar, se caracterizaba por el grisáceo color de sus ojos pequeños y alineados al reír. Gozaba de un buen cuerpo al igual que el resto de los hombres, pecho erguido, amplios hombros y abdomen marcado, con una altura de 1,92 metros. Sus varoniles y atractivos rasgos, la manera lenta y parsimoniosa de emplear sus dotes artísticos, su arrogante y severa forma de ser en la política, y lo despiadado que se mostraba en el campo de batalla, lo convirtió en el hombre más deseado del reino.
Cuando cumplió 20 años, fue nombrado el segundo capitán al mando de las tropas reales y en una de sus misiones a las costas, se enamoró de una joven, la hija de un doctor. Con ella compartió lo que pensó ser la etapa más maravillosa de su vida, un momento mágico, una vida plena, colmada de un eterno amor e imposibles sueños. Cuanto la amaba. Aun así, su deseo de que las noches de vigilia, los días helados, las miradas infinitas, y toda su vida junto a ella fueran eternas, jamás pudo hacerse realidad, pues para su desgracia, el destino y las tropas enemigas no lo quisieron así. Se la arrebataron de los brazos, de su vida, de su alma. Agonizante y vengativo, no tuvo otra opción que seguir adelante con su vida. Pero para él seguía siendo imposible borrar su recuerdo. Todavía, después de cinco años, sus sentimientos por ella no habían cambiado y nunca lo harían. Seguía sufriendo por su gran amor, seguía pensándola día y noche, seguía llamándola con el corazón, incluso en momentos importantes, como en este, donde estaba a punto de hacer el descubrimiento más importante de su vida.
—¡No debería hacerlo, mi señor! ¡Si vuestro padre se entera me matará! —prosiguió Baham con aspecto irritado—. ¡Y como si eso no bastara, usted aún es muy joven para esta clase de aventuras! ¡Tal vez debería ir yo en vuestro lugar, nadie notará la ausencia de este pobre viejo!
—¡Ya basta! —interrumpió—. ¡No deseo oírle decir ni una palabra más! ¡Sabe muy bien que no daré ni un paso atrás! ¡Ya es hora de la tormenta!
Tomó audazmente las palancas que se disponían frente a él y ajustó su indumentaria.
—¡Estoy seguro de que funcionará! Confíe por lo menos una vez en mi palabra. Sé que los cálculos que realicé, no han de fallar.
—¡¿Y qué ocurrirá si no logra regresar, mi señor?! ¡Vuestro padre enloquecerá y lo buscará sin descanso! —insistió Baham.
Estaba al corriente de que debía detenerlo, no obstante, el obstáculo más grande que se le presentaba era el mismo Axel Joll, pues este también tenía la fama de ser una persona realmente obstinada.
—¡Sin mencionar el hecho de que no volveré a ver la luz del día! —continuó después de una pausa.
—¡Usted no se preocupe! ¡Ni siquiera notaran mi ausencia, porque no demoraré en regresar! —exclamó, vigoroso y con total confianza.
Finalmente, Marte y la Luna se habían alineado con la Tierra y el eclipse comenzaba, justo como había sido previsto por Axel dos años atrás. Los cielos no tardaron en enfurecer. Centelleantes luces purpuras y verdes se dejaban ver en el azul oscuro de la noche. La iluminación de la luna creciente fue cubierta por densas nubes grises, las cuales se unieron en una sola capa de terror, propias de un cuento de Lovecraft.
—¡Ha llegado la hora, mi señor! —dijo Baham, observando resignado el espectáculo en el cielo—. ¡Lo estaré esperando con ansias!
Del cielo comenzó a caer una lluvia fría que prometía inundar muchas aldeas esa noche. Un árbol cercano cedió ante tan violenta brisa, cayendo al suelo en estrepitoso temblor. La máquina era un sencillo palanquín construido con acero. En su interior se posicionaban dos palancas de hierro, las cuales, funcionaban como circuitos de tiempo, lo que le permitía al viajero avanzar y detenerse en el espacio temporal. Baham hacía un enorme esfuerzo por llevar el palanquín hasta el borde de la montaña. Cuando consiguió hacerlo caer por la pendiente, un relámpago azulado, seguido de un trueno, se unieron para desembocar toda la carga eléctrica sobre una vara de grafito ubicada en la parte superior trasera del palanquín.
Un pequeño canal de grafito condujo la energía hasta las palancas del circuito de tiempo, las cuales, a su vez, estaban conectadas a una roca de plutonio. La conjugación de estos dos proporcionaría una velocidad aproximada de 150 k/h a la máquina. Una vez esta alcanzó dicha velocidad, inició el desplazamiento temporal, en donde el plutonio comenzó a transmitir electricidad a la base del palanquín, generando un haz de energía que abrió una discontinuidad temporal frente a la máquina, por la cual entró finalmente, desapareciendo en una nube de partículas provocadas por la mecánica cuántica.
El aparato se esfumó en medio de una luz cegadora, dejando un camino de llamas azules, que también se extinguieron un par de segundos más tarde. No había rastro ni evidencia que demostrara que Axel Joll o la máquina, hubiesen estado en aquel lugar. Baham se encontraba pensativo, no tenía la certeza de que habría ocurrido con su alteza, pero de lo que si estaba seguro, era que, si el joven Axel Joll no regresaba para el amanecer, su vida sería tomada sin piedad alguna. Le juzgarían de traidor, lo encerrarían, a diario lo torturarían y finalmente le cortarían la cabeza. Por favor, no falle mi señor. Pensó mientras seguía a toda prisa el sendero que lo conduciría a la residencia de su alteza. Cort Después de la explosión de partículas, el palanquín ingresó en el universo cuántico. Viajando por brumas ocres e infinitos agujeros purpúreos. Dentro, Axel permanecía con los ojos cerrados, tomando con manos temblorosas la palanca a su lado derecho. Toda la maquina se
Axel Joll entró en completa desesperación. No comprendía donde estaba ni que estaba ocurriendo. Azorado, prosiguió. —He tratado de ser paciente y amistoso, no obstante, usted no para de llamarme Aldrich Grape, cuyo nombre nunca había oído. Eso, sin mencionar que no ha contestado lo que ya os preguntado —expuso Axel en un intento de permanecer calmado, sin embargo, comenzaba a frustrarse, estallando así en un alto estado de histeria—. ¡Mi nombre es Axel Joll y exijo que me sea devuelta mi máquina! Se levantó de la cama y se acercó al doctor Schulze, tomándolo del cuello de su bata. —¡¿Qué año es este?! —inquirió alterado—. ¡Dígame de inmediato sino desea ser ejecutado cuando salga nuevamente el sol! —Señor Grape, acuéstese nuevamente. Su cuerpo no está preparado aun para que retome el movimiento —El doctor Schulze trataba de tranquilizarlo, pero era inútil, solo lograba que se alterara más y más. —¡Aldrich siéntate de inmediato en esa cama! —o
La semana concluyó y fue dado de alta una tarde soleada. Axel salió de la pequeña habitación, siendo esta el único territorio que conocía desde su llegada. Su mirada se fijaba en aquellos objetos fascinantes para su vista, los pasillos, ascensores, pinturas, personas, plantas, iluminación, muebles y pisos. Todo era sumamente extraño y extraordinario. En varias ocasiones se desvió́ del camino que debía seguir solo para acercarse a las ventanas y observar con atención y detenimiento los enormes edificios que se alzaban desde el suelo, con luces y diferentes diseños arquitectónicos. —¡¿Qué es eso?! —preguntó con tono exagerado a una de las enfermeras, al tiempo que retrocedía dos pasos y casi caía al suelo, al ver que un avión volaba en el cielo—. ¿Qué clase de ave se supone que es? Los pacientes y doctores lo ignoraron. Axel aclaró su garganta e hizo un intento por actuar normal, mientras que era tomado del brazo por los guardaespaldas. —¿Qué tenéis en la cara?
La distribución de habitaciones era extraña para Axel, le producía una sensación de inseguridad el lugar, no sabía cómo llegar a su dormitorio o al baño. Para él todo era tan confuso, se sentía como un bicho raro ante aquel lugar.No había vuelto a ver a su supuesto padre desde el día que despertó en el hospital, tampoco esperaba que lo fuese a ver, no lo consideraba necesario. Su habitación era sencilla, una cama, un escritorio, un pequeño armario y un espacioso. En la habitación también había una puerta que lo conducía a una especie de estudio donde había otro escritorio, muebles, muchos estantes con libros y lienzos para pintar. Era realmente acogedor y agradable para Axel, reconoció algunas cosas, como el papel de dibujo, los pinceles, las tintas y algunos libros antiguos.Cuando el día se hizo noche, Axel terminaba de v
—¿Por qué llorar? —inquirió con una sonrisa a medias—. Shhh. Te prometí que no dolería, pero al parecer me he equivocado.—Vamos, Mina, por favor no lo hagas —susurró, suplicante, al tiempo que se retorcía sobre las bolsas plásticas—. Hemos sido amigas desde siempre.—Si, es cierto, aun así, creo que eso dejó de importarme hace mucho.Mina tomó de la mesa junto a ella el utensilio brillante en el que se reflejaba la luna. Se encontraba frío, como su mirada implacable. Al fondo, Been Down So Long de The Doors inundaba la oscura habitación, acompañado por un trasfondo de quejidos y lamentaciones.—¡A llegado la hora de cortar la carne!Al tiempo que Mina limpiaba meticulosamente la boquilla de su corno francés, recordaba satisfecha, los placeres de su fi
Después de asearse y vendar la herida de su hombro, Mina cambió su ropa y farfullando toda clase de ininteligibles palabras, que en su mayoría eran insultos, salió en busca de un taxi.El auto no demoró en llegar. Una vez dentro de este, Mina notó que un enorme cansancio la consumía. En el asiento trasero del taxi, dio unas cuantas vueltas, estirándose y revolviéndose con una dejadez como al que no le esperan obligaciones, y entonces, dejó salir un prolongado bostezo, inundando de lágrimas sus ojos. «Siempre ocurre eso». Pensó enjugándose los ojos. El taxi se detuvo frente al hospital y Mina bajó casi arrastras. Cuando el enorme edificio, sonrió y volvió a bostezar. Sin enjugarse las lágrimas que volvían a sus ojos, caminó apresurada sin importarle qué o quién estuviera en su camino, y en medio de otro pesado b
Desconcertada, Sonn asintió y siguió a Mina, que caminaba bajo el despejado cielo de julio, con dirección al café en el que habían conversado la noche anterior. «Dios santo, como puede ser alguien tan desalmado». Pensó Sonn mientras observaba de reojo a Mina. «O tal vez, ¿siente tanto dolor que le avergüenza demostrarlo?». Una vez llegaron a su destino, Sonn se dirigió inmediatamente al baño, mientras Mina, desinteresada, ordenó un café para luego tomar asiento. Volvió la vista hacia la maceta junto a ella, al otro lado del cristal, y con atención observó una vez más la flor, esta vez marchita y descolorida, como ella y su infame corazón. Al percatarse de que su acompañante tardaba, colocó sus audífonos y aleatoriamente una canción. Comenzó a tararear y a dar golpecitos con sus dedos sobre la mesa en tanto bebía de su café. Cerró sus ojos para masajearlos y luego los abrió despacio, mientras con su dedo índice ajustaba sus gafas. Entonces cuando volvió a se
El reloj sobre la puerta de entrada marcó las 12 de la noche. Ya era hora de volver a casa, así que en compañía de Sonn caminó hasta la casa inclinada, donde sus caminos se separaron después de una breve despedida. Con bostezos de por medio, Mina se adentró silenciosa en su nuevo “hogar”, dio un pequeño recorrido por la cocina en busca de un vaso con agua y luego se dirigió a su dormitorio. Este era espacioso y tenía todo lo necesario para vivir; una cama grande, un armario, un escritorio, un baño y una pequeña terraza de hermosa vista hacia la ciudad. Pero, la linda y cálida habitación con decoraciones de madera, no llegó a agradar por completo a Mina, pues esta inmediatamente consideró necesario hacer algunos cambios, comenzando por conseguir un librero e inundar las paredes de posters de las estrellas del rock y sus escritores preferidos. Un nuevo escritorio era indispensable, al igual que un mueble, cortinas y espejos. Mientras que desde la puerta observaba airea