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Capítulo 2: Ecos del Pasado

La noche había caído sobre Blackwood Hills con una intensidad que Aurora nunca había sentido antes. Las sombras se alargaban como si tuvieran vida propia, y el aire estaba cargado de un peso extraño, casi sofocante. Mientras caminaba de regreso a casa después de lo que solo podía describir como el día más extraño de su vida, sus pensamientos giraban sin cesar alrededor del hombre que había encontrado en el bosque.

“Mi magia está despertando. Y no tienes idea de lo que acabas de desatar.”

Las palabras del extraño seguían resonando en su mente. Aurora sabía que no estaba loca; había visto la luz dorada, había sentido el calor abrasador en su cicatriz y había presenciado cómo él, con una fuerza sobrehumana, destrozaba a esas criaturas. Pero lo que más la inquietaba no era lo que había visto, sino lo que había sentido: una conexión inexplicable con aquel hombre.

La conversación en casa

Al llegar a casa, Helen estaba esperándola en la sala de estar, su rostro reflejaba un alivio evidente al verla entrar, pero también una preocupación que no podía disimular. Aurora dejó caer su bolso en el sofá y se dejó caer junto a él, cruzando los brazos mientras trataba de ordenar sus pensamientos.

—¿Estás bien? —preguntó Helen, inclinándose hacia adelante.

Aurora la miró fijamente. Nunca antes había sentido la necesidad de interrogar a su madre adoptiva sobre su pasado, pero ahora todo parecía diferente. Sabía que Helen le ocultaba algo, algo que probablemente había estado ocultando durante años.

—No. —Aurora fue directa, su tono cargado de tensión—. Mamá, necesito que me digas la verdad.

Helen pareció congelarse por un instante, su mirada esquivando la de Aurora. Luego respiró hondo y se levantó, caminando hacia la ventana.

—¿A qué te refieres? —preguntó, aunque su voz temblaba.

—No finjas que no sabes de qué hablo. Hoy… algo pasó. Algo que no puedo explicar, pero que sé que tú conoces. —Aurora se levantó, su voz subiendo ligeramente de tono—. ¿Qué significa esta cicatriz en mi espalda? ¿Quién soy realmente?

Helen permaneció en silencio durante unos segundos que se sintieron eternos. Luego, finalmente, se giró hacia ella, sus ojos llenos de una mezcla de tristeza y miedo.

—Aurora, hay cosas… cosas sobre tu pasado que juré nunca revelar. Fue lo que tu madre biológica pidió antes de… —Helen se detuvo, como si no pudiera continuar.

—¿Antes de qué? —La paciencia de Aurora se agotaba rápidamente.

—Antes de que la mataran para protegerte. —La voz de Helen se quebró, pero sus palabras golpearon a Aurora como una bofetada.

El ataque a la casa

Antes de que Aurora pudiera procesar lo que acababa de escuchar, un ruido ensordecedor rompió el silencio. Las ventanas de la sala se hicieron añicos, y algo entró volando a través del vidrio. Una figura oscura, de movimientos antinaturales, se abalanzó sobre Helen.

Aurora gritó y retrocedió, buscando algo con qué defenderse, pero sus manos temblaban tanto que apenas podía moverse. La criatura, una mezcla grotesca de humano y bestia, agarró a Helen por el cuello y la lanzó contra la pared como si fuera una muñeca de trapo.

El terror se convirtió en furia. Aurora sintió algo profundo y desconocido burbujeando en su interior. Su cicatriz comenzó a arder de nuevo, pero esta vez, no fue un dolor que la debilitara. Fue un dolor que la fortalecía. Un destello de luz dorada llenó la habitación, y la criatura se tambaleó hacia atrás, gruñendo.

—¡Aurora! —gritó Helen desde el suelo, su voz llena de desesperación.

Aurora no sabía qué estaba haciendo ni cómo lo estaba haciendo, pero el calor en su cuerpo se acumulaba como una ola. Extendió una mano hacia la criatura, y un rayo de energía salió disparado de su palma, lanzándola contra la pared opuesta. La criatura chilló antes de desvanecerse en una nube de cenizas.

Aurora cayó de rodillas, jadeando. Su cuerpo temblaba, pero no por miedo, sino por la magnitud de lo que acababa de ocurrir. Helen se arrastró hacia ella, sus ojos llenos de lágrimas.

—No puedo protegerte más, Aurora —dijo Helen, su voz apenas un susurro—. Ellos saben que estás aquí. Y vendrán por ti.

La llegada de Damien

Antes de que Aurora pudiera responder, la puerta principal se abrió de golpe. Allí estaba él, el hombre del bosque. Damien. Su presencia llenó la habitación como una tormenta, su mirada fija en Aurora. Había algo feroz en sus ojos rojos, pero también algo protector.

—Llegué justo a tiempo, parece —dijo Damien, su voz cargada de ironía.

—¿Tú? ¿Qué haces aquí? —Aurora intentó levantarse, pero sus piernas no respondían.

—Salvé tu vida una vez hoy. Al parecer, tendré que hacerlo otra vez. —Damien caminó hacia ella, ignorando por completo a Helen, y se inclinó hasta quedar a su altura—. Tu magia está despertando, y con ella, tu destino. Si quieres sobrevivir, tendrás que confiar en mí.

Aurora lo miró con una mezcla de desconfianza y necesidad. Algo en su tono la hizo saber que no tenía opción. Por primera vez en su vida, Aurora sintió que estaba al borde de algo más grande de lo que podía comprender.

—¿Quién eres realmente? —preguntó, con la voz quebrada.

Damien esbozó una sonrisa fría, pero en sus ojos brillaba algo más profundo, algo que ella no podía descifrar.

—Soy el único que puede mantenerte con vida. Y también soy el único que entiende lo que realmente eres.

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