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Capítulo 5: El Refugio del Inmortal

Capítulo 5: El Refugio del Inmortal

El amanecer comenzó a teñir el horizonte de tonos anaranjados y dorados mientras Damien conducía a Aurora por un camino sinuoso y empedrado. Habían dejado atrás el bosque hacía horas, pero Aurora apenas lo notaba. Su mente seguía atrapada en la imagen de Helen, inmóvil en el suelo, la luz de su vida apagada para siempre. Cada vez que cerraba los ojos, veía la daga oscura atravesando el pecho de la mujer que la había criado, el rostro de Evangeline y su sonrisa cruel grabados en su memoria.

Damien, por su parte, permanecía en silencio. Su postura al volante era rígida, sus ojos rojos, ahora apagados, fijos en la carretera como si cada curva fuera un enemigo que debía vencer. Aurora no tenía idea de cómo habían conseguido un coche en medio del bosque, ni adónde la llevaba. Pero no preguntó. No podía. El peso de su pérdida y la incertidumbre sobre lo que venía la mantenían paralizada.

Finalmente, el paisaje cambió. La carretera se abrió hacia una colina, y a lo lejos, una mansión se erguía contra el cielo de la madrugada. Era una estructura imponente, de piedra oscura y detalles góticos que parecían sacados de otra época. Torres puntiagudas se alzaban hacia el cielo, y las ventanas altas reflejaban la luz del amanecer como espejos. El lugar parecía una fortaleza más que un hogar, un refugio diseñado para mantener alejados a los intrusos y proteger lo que estaba dentro.

Aurora sintió un escalofrío al verlo. —¿Es aquí donde vives? —preguntó finalmente, su voz ronca por el silencio prolongado.

Damien no apartó la vista de la mansión. —Uno de mis hogares. El más seguro… por ahora.

Aurora frunció el ceño. —¿Por ahora?

Damien no respondió. En lugar de eso, giró el volante y condujo hacia una enorme verja de hierro forjado que se abrió automáticamente al acercarse. Dos hombres vestidos de negro, armados con espadas curvas que parecían más decorativas que prácticas, se inclinaron al ver el coche pasar. Aurora los observó con incredulidad.

—¿Qué es esto? —preguntó, cada vez más desconcertada.

Damien detuvo el coche frente a una gran escalera de mármol que conducía a la entrada principal. —Es lo que necesito para mantenerme vivo. Y ahora, a ti también.

El interior de la mansión

Damien abrió la puerta del coche y salió con la misma elegancia letal que parecía envolver cada uno de sus movimientos. Aurora lo siguió, sintiendo cómo su cuerpo protestaba por el agotamiento y el dolor acumulados. La puerta principal se abrió antes de que llegaran a ella, y un hombre de aspecto severo con cabello gris y traje impecable apareció en el umbral.

—Bienvenido, maestro Damien —dijo, inclinando la cabeza. Su voz era grave y profesional, pero Aurora pudo detectar un leve temblor en su tono.

Damien no respondió, pasando junto al hombre sin prestarle atención. Aurora, por otro lado, lo observó con curiosidad. El hombre le devolvió la mirada, pero rápidamente apartó los ojos, como si no estuviera seguro de cómo dirigirse a ella.

—¿Quién es él? —susurró Aurora mientras seguía a Damien al interior.

—Mi mayordomo, Klaus —respondió Damien con indiferencia—. Y antes de que preguntes, sí, sé que suena ridículamente anticuado, pero es eficiente. Y discreto.

Aurora no pudo evitar una sonrisa sarcástica. —¿Discreto? Eso es tranquilizador.

Damien no respondió. La llevó por un amplio vestíbulo donde las paredes estaban cubiertas de paneles de madera oscura y decoradas con retratos de aspecto antiguo. Una enorme lámpara de araña colgaba del techo, lanzando destellos de luz sobre el mármol pulido del suelo. El lugar olía a madera envejecida y cuero, un aroma que se sentía tan opulento como todo lo que la rodeaba.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Aurora, sintiéndose fuera de lugar entre tanta riqueza.

Damien se detuvo al pie de una gran escalera que ascendía en un elegante arco. —Un refugio. Pero no es solo mío. Hay otros como yo que lo usan cuando lo necesitan.

Aurora levantó una ceja. —¿Otros como tú? ¿Te refieres a…?

Damien asintió. —Vampiros, Aurora. Algunos bajo mi protección, otros bajo mis reglas. Y todos saben una cosa muy clara: nunca desafían mi autoridad.

El peso de sus palabras no pasó desapercibido. Aurora se dio cuenta de que estaba en un mundo completamente nuevo, uno en el que Damien no era solo un hombre, sino una figura temida y respetada por razones que aún no comprendía del todo.

La opulencia y las conexiones de Damien

Klaus apareció de nuevo, esta vez llevando una bandeja con una copa de cristal llena de un líquido oscuro. Damien la tomó sin mirar al mayordomo, bebiendo profundamente antes de dejar la copa de vuelta en la bandeja. Aurora observó la escena con un nudo en el estómago.

—¿Eso es… sangre? —preguntó, tratando de no sonar horrorizada.

Damien sonrió levemente. —Eres rápida, pero no. Es un sustituto. Un lujo que pocos de los nuestros pueden permitirse.

Aurora quiso preguntar más, pero algo en su tono le indicó que no era el momento. En cambio, miró a su alrededor, tratando de procesar lo que estaba viendo. No era solo la riqueza, sino la sensación de poder que impregnaba cada rincón. Este no era un lugar para simples mortales.

—¿Cuántas personas trabajan para ti? —preguntó, mirando a Klaus, que desapareció por un pasillo lateral.

—Lo suficiente para mantener este lugar funcionando —respondió Damien, llevándola por un largo corredor. —Y todas saben lo que está en juego si me traicionan.

Aurora sintió un escalofrío. No había duda de que Damien no solo era poderoso, sino también peligroso. Pero, por alguna razón, eso no la hacía sentir menos segura. De hecho, era lo contrario.

El lugar de entrenamiento

Finalmente, Damien la llevó a una gran sala al final del corredor. Era un espacio abierto con techos altos, paredes revestidas de madera y un suelo de piedra que mostraba marcas de desgaste. Armas de todo tipo colgaban de las paredes: espadas, dagas, arcos y flechas, e incluso algunas que Aurora no reconocía. Había maniquíes de combate alineados a un lado, todos visiblemente dañados por innumerables batallas.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Aurora, girando sobre sí misma para tomarlo todo.

—Tu nueva casa, por ahora —respondió Damien, cruzando los brazos mientras la observaba—. Aquí aprenderás a defenderte. Y si lo haces bien, tal vez vivas lo suficiente para descubrir quién eres realmente.

Aurora se volvió hacia él, sus ojos dorados brillando con determinación. —Ya he perdido a demasiadas personas. Si esto me ayuda a detenerlos, haré lo que sea necesario.

Damien asintió, una sombra de aprobación cruzando su rostro. —Entonces empezaremos ahora. No hay tiempo que perder.

Aurora tomó aire profundamente, preparándose para lo que estaba por venir. Sabía que sería doloroso, que enfrentaría pruebas que pondrían a prueba cada parte de su ser. Pero no tenía otra opción. No había vuelta atrás.

Mientras Damien comenzaba a explicarle los fundamentos de la autodefensa, Aurora hizo una promesa silenciosa: nunca más perdería a alguien que amaba. Y nunca más sería una víctima.

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