La oscuridad siempre había sido un refugio para Damien, un lugar donde sus demonios internos podían merodear sin ser molestados. Pero esa noche, la oscuridad se sentía diferente. No era un manto reconfortante, sino un recordatorio de la fragilidad que se había infiltrado en su existencia desde que Aurora entró en su vida. No podía dormir. Los pensamientos giraban en su mente como cuchillas: Eris, Vincent, la Orden… y Aurora, con su vida y la del bebé colgando de un hilo invisible.El eco de sus pasos resonaba en el pasillo de piedra fría mientras se dirigía hacia la habitación donde Aurora descansaba. La mansión temporal en la que se refugiaban tenía el olor a humedad y ceniza, un recordatorio de que nada era permanente, ni siquiera la seguridad. Abrió la puerta sin hacer ruido, dejando que la tenue luz de la luna delineara la figura dormida de Aurora.Su cabello caía en ondas desordenadas sobre la almohada, su pecho subiendo y bajando con un ritmo que parecía tan frágil y precioso qu
La mansión estaba sumida en un inquietante silencio. Solo el crepitar del fuego en la chimenea rompía la quietud, proyectando sombras alargadas en las paredes de piedra. Aurora, sentada en la orilla de la cama, sentía el peso de todo lo que estaba por suceder. Su mano descansaba sobre su vientre, donde la vida que crecía dentro de ella latía con una fuerza casi inhumana.Damien la observaba desde la puerta, su expresión tensa, los puños cerrados a los costados. Sabía que esa noche podía ser la última vez que estuvieran juntos en paz antes de la batalla final. Eris y la Orden estaban más cerca de lo que imaginaban, y el enfrentamiento no podía posponerse más.Aurora levantó la vista, encontrando los ojos carmesí de Damien que la miraban con una mezcla de deseo y desesperación. Sin decir una palabra, él se acercó y se arrodilló frente a ella, apoyando sus manos en sus muslos.—No quiero perderte —murmuró, su voz áspera y cargada de emoción.Aurora deslizó los dedos por su cabello oscuro
El estruendo de los tambores de guerra resonaba en el horizonte. El cielo, ennegrecido por la energía oscura que emanaba de la Orden, se cernía sobre ellos como un presagio de destrucción. Aurora y Damien estaban en el frente, rodeados por sus aliados, con la mirada fija en la silueta de Eris, quien los observaba desde la colina con una sonrisa cruel. Aurora sintió cómo su magia respondía al peligro, burbujeando dentro de ella con una fuerza incontrolable. Su vientre palpitaba con energía, y por primera vez, sintió que el bebé dentro de ella también reaccionaba. Damien la miró de reojo, sus ojos rojos brillando con determinación. —Nos aseguraremos de que no viva para ver otro amanecer. Aurora asintió. Había llegado el momento. El Caos Desatado La batalla estalló como una tormenta. Flechas encantadas surcaron el aire, impactando contra los escudos de energía de los guerreros de la Orden. Damien se lanzó hacia adelante con una velocidad sobrehumana, su espada cortando a través de l
El campo de batalla olía a cenizas y muerte. La Orden había sido destruida, pero el precio había sido alto. Aurora yacía en los brazos de Damien, su cuerpo tembloroso, drenado por la cantidad de magia que había desatado. La luz dorada que había envuelto su piel se desvanecía poco a poco, dejando atrás solo el sudor perlado y la sensación de vacío.Damien no podía apartar la mirada de ella. Su mujer, su Aurora, su todo.—Aguanta, amor —susurró contra su frente, sosteniéndola con la misma reverencia con la que se sostendría a un milagro.Aurora intentó sonreír, pero sus labios estaban fríos.—Lo hicimos… —susurró con debilidad.Pero Damien sentía el miedo royéndole por dentro. La victoria no tenía sentido si la perdía a ella.Matilde llegó corriendo, su rostro marcado por la desesperación. Se arrodilló junto a Aurora y colocó las manos sobre su vientre.—El bebé… su energía está inestable.Damien gruñó, su ira aún burbujeando bajo su piel.—¿Qué demonios significa eso?Matilde lo miró c
El amanecer pintaba el cielo con tonos dorados y carmesí, como si el universo mismo reconociera el peso de lo que acababa de suceder. La batalla había terminado. La Orden había sido erradicada. Pero lo que quedaba ahora era aún más trascendental. Aurora estaba sentada en la cama, envuelta en las sábanas mientras observaba a Damien, quien estaba de pie junto a la ventana, con la mirada clavada en el horizonte. Su silueta era la de un rey, un guerrero que había cruzado el infierno y regresado con algo más valioso que la victoria: un propósito. —Sigues pensando demasiado —murmuró Aurora, su voz suave pero firme. Damien giró lentamente, sus ojos escarlata brillando con intensidad. —No puedo evitarlo. Todo ha cambiado. Aurora apoyó una mano sobre su vientre, donde su hijo, su milagro, latía con vida. —Sí, pero no todo es malo. Damien cruzó la habitación en apenas dos pasos, inclinándose para colocar su mano sobre la de ella. El calor de su toque la envolvió, y en ese instante,
Capítulo 1: La Marca del DestinoEl amanecer despuntaba tímidamente sobre los suburbios de Blackwood Hills, un pequeño y olvidado pueblo donde el tiempo parecía avanzar más lento que en cualquier otro lugar. Aurora Blackthorn siempre había sentido que no pertenecía allí, aunque nunca había podido explicarlo. En el día de su vigésimo primer cumpleaños, esa sensación se hizo más fuerte, casi como una punzada persistente en su pecho.El aire estaba cargado con un extraño aroma a tierra mojada, aunque no había llovido. Aurora se despertó con el sonido de los grillos todavía resonando afuera. El sol apenas asomaba por las cortinas de su pequeño cuarto, y una sensación de vacío inexplicable se aferraba a su corazón. Siempre le gustaba levantarse temprano, pero hoy algo era diferente. No era el zumbido de los pájaros, ni el crujir de las tablas bajo sus pies. Era algo más profundo, algo que no podía ignorar.Aurora se detuvo frente al espejo que colgaba en su habitación, un viejo marco de ma
La noche había caído sobre Blackwood Hills con una intensidad que Aurora nunca había sentido antes. Las sombras se alargaban como si tuvieran vida propia, y el aire estaba cargado de un peso extraño, casi sofocante. Mientras caminaba de regreso a casa después de lo que solo podía describir como el día más extraño de su vida, sus pensamientos giraban sin cesar alrededor del hombre que había encontrado en el bosque.“Mi magia está despertando. Y no tienes idea de lo que acabas de desatar.”Las palabras del extraño seguían resonando en su mente. Aurora sabía que no estaba loca; había visto la luz dorada, había sentido el calor abrasador en su cicatriz y había presenciado cómo él, con una fuerza sobrehumana, destrozaba a esas criaturas. Pero lo que más la inquietaba no era lo que había visto, sino lo que había sentido: una conexión inexplicable con aquel hombre.La conversación en casaAl llegar a casa, Helen estaba esperándola en la sala de estar, su rostro reflejaba un alivio evidente a
Capítulo 3: Un Pacto en la OscuridadAurora respiraba con dificultad, aún de rodillas en el suelo de la sala destrozada. Las palabras de Damien resonaban en su mente, pero el caos en su entorno hacía imposible que pudiera concentrarse. La habitación, que antes era un refugio familiar, ahora parecía un campo de batalla: cristales rotos, muebles volcados y marcas quemadas en las paredes. Helen, apoyada contra la pared, observaba a Damien con una mezcla de miedo y reconocimiento.Damien se levantó y extendió una mano hacia Aurora. Su imponente figura parecía absorber toda la luz de la habitación, y sus ojos rojos brillaban como brasas en la penumbra. Aurora dudó, pero algo en su presencia la hacía sentir segura, incluso cuando cada parte de su lógica le gritaba que huyera.—No tengo todo el día, Aurora —dijo Damien con un tono que bordeaba la impaciencia—. Si seguimos aquí, otros vendrán. Y créeme, no todos serán tan fáciles de derrotar como esa criatura.Aurora levantó la vista hacia él