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Sombras Eternas
Sombras Eternas
Por: Jansy
Capítulo 1: La Marca del Destino

Capítulo 1: La Marca del Destino

El amanecer despuntaba tímidamente sobre los suburbios de Blackwood Hills, un pequeño y olvidado pueblo donde el tiempo parecía avanzar más lento que en cualquier otro lugar. Aurora Blackthorn siempre había sentido que no pertenecía allí, aunque nunca había podido explicarlo. En el día de su vigésimo primer cumpleaños, esa sensación se hizo más fuerte, casi como una punzada persistente en su pecho.

El aire estaba cargado con un extraño aroma a tierra mojada, aunque no había llovido. Aurora se despertó con el sonido de los grillos todavía resonando afuera. El sol apenas asomaba por las cortinas de su pequeño cuarto, y una sensación de vacío inexplicable se aferraba a su corazón. Siempre le gustaba levantarse temprano, pero hoy algo era diferente. No era el zumbido de los pájaros, ni el crujir de las tablas bajo sus pies. Era algo más profundo, algo que no podía ignorar.

Aurora se detuvo frente al espejo que colgaba en su habitación, un viejo marco de madera que había sido de su madre adoptiva, y miró su reflejo con detenimiento. Su cabello oscuro caía en mechones desordenados sobre su rostro pálido. Pero lo que más llamó su atención fueron sus ojos. Normalmente de un gris profundo, esa mañana parecían casi… dorados. Era sutil, como si el color estuviera escondido tras una capa de sombras. Parpadeó, confundida, pero no desapareció.

—Quizás estoy viendo cosas… —murmuró para sí misma, su voz apenas un susurro.

Intentó ignorar el escalofrío que recorrió su espalda y bajó las escaleras hacia la cocina. Su madre adoptiva, Helen, estaba preparando el desayuno como todos los días. Pero algo en el ambiente era diferente, cargado de una tensión que no sabía de dónde provenía.

—Feliz cumpleaños, querida —dijo Helen con una sonrisa cálida, aunque sus ojos parecían ocultar algo. Aurora siempre había admirado la forma en que Helen intentaba ser fuerte, pero hoy notó algo que nunca antes había visto: miedo.

—Gracias, mamá. —Aurora se sentó en la mesa, intentando disimular la inquietud que sentía. Sus dedos jugaban con el borde de su taza de café, mientras un nudo en su estómago se hacía más grande.

Helen se inclinó para acariciar su cabello, pero su mano tembló ligeramente. Aurora la miró con ojos entrecerrados, pero decidió no preguntar. Algo le decía que hoy no quería respuestas. Mientras terminaba su desayuno, Helen dejó caer una frase que perforó el aire.

—Hoy… hoy será un día especial, Aurora. Solo… prométeme que serás cuidadosa.

Aurora frunció el ceño. —¿Por qué dices eso? —preguntó, pero Helen negó con la cabeza, como si hubiera dicho demasiado. La conversación quedó en el aire, como una nube oscura.

El Giro: La Cicatriz Despierta

Esa tarde, mientras paseaba sola por el bosque cercano a su casa, Aurora sintió que algo la observaba. Los árboles parecían más altos, las sombras más profundas. Era como si el bosque estuviera vivo, susurrando secretos que no podía comprender. De repente, un dolor agudo la atravesó desde el omóplato izquierdo. Se desplomó de rodillas, jadeando.

—¿Qué diablos…? —dijo entre dientes, intentando alcanzarse la espalda.

Con esfuerzo, se quitó la chaqueta y miró por encima de su hombro. Allí, donde siempre había habido una cicatriz en forma de media luna, ahora brillaba con un tenue resplandor dorado. Parecía moverse, como si estuviera viva. Aurora sintió que el mundo giraba, su respiración se volvió errática, y entonces lo vio.

Un hombre estaba parado entre las sombras del bosque. Alto, con cabello oscuro y una presencia que parecía envolver todo a su alrededor. Sus ojos eran rojos como la sangre, pero no mostraban violencia, sino algo más… curiosidad. Aurora no pudo moverse; el miedo y la fascinación la mantenían congelada.

—No te asustes, humana —dijo el hombre con una voz profunda que parecía vibrar en el aire.

—¿Quién eres? —logró decir Aurora, su voz temblorosa.

Él dio un paso adelante, y la luz del sol que se filtraba entre los árboles apenas tocó su rostro antes de que se desvaneciera, como si la luz misma le temiera.

—Mi nombre no importa. Lo que importa es lo que eres tú. —Sus palabras estaban cargadas de un significado que Aurora no podía comprender.

Ella retrocedió, pero su espalda chocó contra un árbol. El dolor en su cicatriz se intensificó, y el brillo dorado se expandió, iluminando el lugar como un faro en la oscuridad.

—Eres la última de tu linaje, Aurora Blackthorn. Y hay quienes te buscan… quienes no se detendrán hasta encontrarte.

Antes de que pudiera preguntar qué significaba todo eso, un rugido surgió desde las profundidades del bosque. Criaturas que apenas parecían humanas se lanzaron hacia ellos. El hombre se giró con rapidez inhumana, enfrentándolos con una violencia calculada. Aurora apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que una de las criaturas la alcanzara, pero una fuerza desconocida brotó de su interior. Un destello de luz dorada los apartó, dejando a Aurora jadeando de rodillas.

El hombre se giró hacia ella, sus ojos rojos ahora más brillantes. —Tu magia está despertando. Y no tienes idea de lo que acabas de desatar.

Aurora lo miró, sus ojos dorados encontrándose con los suyos. En ese momento, supo que su vida jamás volvería a ser la misma.

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