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Capítulo 4: La Oscuridad Llama

Capítulo 4: La Oscuridad Llama

La noche se había convertido en un abismo de tensión insoportable. Aurora permanecía inmóvil detrás de Damien, sus sentidos en alerta máxima. El aire estaba cargado de una energía que hacía que cada respiración se sintiera como un esfuerzo titánico. El sonido de los golpes en la puerta resonaba en sus oídos como un martillo implacable, y cada golpe parecía desgarrar los pocos restos de normalidad que le quedaban.

—No importa lo que pase, no salgas de detrás de mí —dijo Damien, su tono bajo y autoritario, con una calma que contrastaba con el caos que se avecinaba.

Aurora asintió, su garganta demasiado seca para formar palabras. Sus manos temblaban, todavía cargadas con la sensación del poder que había desatado horas antes. Aún no entendía cómo lo había hecho ni qué significaba realmente, pero una cosa estaba clara: había cruzado un umbral del que no había retorno.

Damien caminó hacia la puerta con una lentitud calculada, como si estuviera evaluando cada sonido, cada vibración en el aire. Cuando llegó al marco, giró la cabeza ligeramente hacia Aurora y Helen.

—Cuando esto empiece, no te distraigas. Y tú… —dijo, dirigiéndose a Helen sin mirarla—. Sabes lo que tienes que hacer.

Helen asintió con un movimiento casi imperceptible. Su rostro estaba pálido, pero su expresión era determinada. Aurora sintió una punzada de ansiedad al ver la mirada que Helen le dirigió, una mezcla de amor y despedida que hizo que su estómago se retorciera.

—¿Qué estás…? —comenzó a preguntar Aurora, pero el estruendo de la puerta siendo arrancada de sus bisagras la interrumpió.

El ataque de la Orden

La puerta cayó con un estruendo ensordecedor, y figuras encapuchadas llenaron el umbral como una ola de oscuridad viva. Eran al menos seis, vestidos con túnicas negras que parecían absorber la luz. Sus rostros estaban ocultos, pero sus ojos brillaban con un rojo siniestro que rivalizaba con el de Damien. Aurora sintió que el aire se congelaba a su alrededor, como si cada molécula estuviera impregnada de muerte.

—Aurora Blackthorn —dijo una voz femenina, helada y afilada como un cuchillo. Una figura más alta y más imponente que las demás dio un paso adelante, retirándose la capucha para revelar un rostro de pálida perfección. Su cabello plateado brillaba bajo la tenue luz de la luna que se filtraba por las ventanas rotas.

—Evangeline —murmuró Damien, su tono cargado de desprecio.

Aurora sintió un escalofrío al escuchar ese nombre. Sabía, de alguna manera, que esa mujer era la encarnación de todo lo que había comenzado a temer.

—Damien Velkan. Siempre tan protector. —Evangeline sonrió con frialdad, sus ojos recorriendo a Aurora como si estuviera evaluando una mercancía—. Aunque esta vez, parece que tus esfuerzos serán en vano.

Damien no respondió. En lugar de eso, se movió con una velocidad que Aurora apenas pudo seguir. En un instante, estaba sobre el primer atacante, arrancándole la garganta con una precisión brutal. La sangre salpicó el suelo, y el cuerpo cayó con un ruido sordo. Pero los otros no retrocedieron. Se lanzaron hacia él con una ferocidad inhumana, y la habitación se llenó de gritos, golpes y el sonido de metal contra carne.

Helen aprovechó el caos para moverse hacia Aurora. La tomó por los hombros con fuerza, obligándola a mirarla.

—Escúchame, Aurora. Tienes que salir de aquí. Ahora. —Su voz estaba cargada de urgencia, y sus ojos estaban llenos de lágrimas contenidas.

—No puedo dejarte aquí, mamá —protestó Aurora, su voz temblorosa.

—No soy tu madre —dijo Helen con una firmeza que la hizo callar. Pero antes de que Aurora pudiera procesar esas palabras, Helen la abrazó con fuerza. —Pero te quiero como si lo fuera. Ahora corre. Corre y no mires atrás.

La pérdida irreparable

Antes de que Aurora pudiera responder, un destello de luz negra atravesó la habitación. Helen se apartó de ella, tambaleándose, con los ojos abiertos de par en par. Un fino hilo de sangre comenzó a brotar de su boca mientras una daga negra, brillante como obsidiana, se hundía profundamente en su pecho.

Aurora gritó, pero el sonido se perdió en el rugido del combate. Helen cayó de rodillas, sus manos temblorosas intentando inútilmente detener la sangre que manaba de su herida. Evangeline se acercó con una elegancia tranquila, limpiando una mancha invisible de su túnica.

—Patética —dijo Evangeline con desprecio—. No deberías haberte involucrado en algo que no entiendes.

Aurora sintió que el mundo se detenía. Todo lo que había ocurrido hasta ese momento —la magia, las criaturas, Damien— desapareció de su mente mientras veía a Helen desplomarse en el suelo. Una rabia indescriptible se apoderó de ella, y el calor en su pecho volvió con una fuerza devastadora.

—¡NO! —El grito de Aurora resonó como un trueno, y una explosión de luz dorada salió de su cuerpo, arrojando a todos los presentes, incluidos Damien y Evangeline, contra las paredes.

Aurora corrió hacia Helen, ignorando el caos a su alrededor. Se arrodilló junto a ella, sosteniendo su rostro con manos temblorosas.

—Mamá, por favor, no me dejes… —susurró, lágrimas corriendo por sus mejillas.

Helen levantó una mano temblorosa para acariciar su rostro. —Eres… más fuerte de lo que crees… —dijo con esfuerzo, cada palabra una batalla—. No dejes que te detengan… Encuentra… quién eres…

Sus ojos se cerraron, y su mano cayó inerte. Aurora dejó escapar un sollozo desgarrador, abrazando el cuerpo sin vida de la mujer que la había criado. No notó cómo la luz dorada que la rodeaba comenzaba a disiparse, ni cómo Evangeline se levantaba con una sonrisa satisfecha.

Damien toma el control

—Aurora, ¡levántate! —La voz de Damien rompió su trance. Él estaba de pie frente a ella, cubierto de sangre pero aparentemente ileso. Su mirada era dura, pero había un destello de algo más: preocupación.

Aurora lo miró, su rostro cubierto de lágrimas. —Ella está muerta… Ella está muerta por mi culpa.

Damien negó con la cabeza, tomando su brazo y obligándola a ponerse de pie. —No es tu culpa. Es la de ellos. Y si no nos movemos ahora, te sucederá lo mismo.

Aurora intentó resistirse, pero la fuerza de Damien era implacable. Él la arrastró hacia la puerta trasera mientras los sobrevivientes de la Orden comenzaban a reagruparse. Evangeline los observaba con calma, como si el desenlace fuera exactamente el que había planeado.

—Esto no ha terminado, Aurora Blackthorn —dijo Evangeline, su voz resonando como un eco—. Tu destino me pertenece.

Damien no respondió. Sacó a Aurora de la casa y la llevó al bosque, corriendo más rápido de lo que ella creía posible. El aire frío golpeaba su rostro, pero nada podía apagar el fuego de la ira y el dolor que ardía en su interior.

Una promesa de venganza

Finalmente, Damien se detuvo en un claro, dejando que Aurora cayera al suelo. Ella estaba temblando, sus ojos fijos en el vacío.

—Te lo advertí —dijo Damien, su voz menos severa de lo que esperaba—. Esto es solo el principio.

Aurora lo miró, y por primera vez, vio algo en él que no había notado antes: cansancio. No físico, sino emocional, como si cargara con un peso invisible.

—¿Por qué me está pasando esto? —preguntó, su voz apenas un susurro.

Damien se arrodilló frente a ella, tomando su rostro entre sus manos. Sus ojos rojos brillaban con intensidad. —Porque eres más importante de lo que sabes. Pero si no aprendes a pelear, no vivirás para descubrirlo.

Aurora lo miró fijamente, y algo en sus palabras hizo clic en su mente. El dolor seguía ahí, pero ahora estaba acompañado por una resolución fría. Se limpió las lágrimas y asintió.

—Entonces enséñame —dijo, su voz firme, a pesar del temblor que aún recorría su cuerpo—. Enséñame a pelear, a sobrevivir, a detenerlos. Si esto es lo que quieren, no les daré el gusto de ser una presa fácil.

Damien la observó por un momento, evaluándola. Había algo diferente en ella ahora, una chispa que no había visto antes. Una fuerza naciente que él sabía que sería crucial para lo que venía. Asintió lentamente, poniéndose de pie y extendiéndole una mano para ayudarla a levantarse.

—Muy bien —dijo, su tono grave pero cargado de aprobación—. Pero no será fácil. Tendrás que soportar más dolor, más pérdida, y aprender a usar lo que llevas dentro de ti antes de que te destruya.

Aurora apretó los puños, su mirada fija en él. —Lo soportaré. No voy a dejar que todo esto haya sido en vano.

Damien esbozó una leve sonrisa, apenas un destello de algo humano en su rostro. —Bien. Porque la próxima vez que enfrentemos a Evangeline, no bastará con sobrevivir. Tendrás que vencerla.

El viento susurraba a través del bosque, trayendo consigo una sensación de inquietud. Aurora miró hacia el cielo, donde la luna llena brillaba como un ojo vigilante. En el fondo de su ser, sabía que su vida había cambiado para siempre. Ya no podía volver a ser la chica que soñaba con un mundo normal y seguro. Ahora era algo más: una guerrera en ciernes, con una fuerza que apenas comenzaba a comprender.

Mientras se adentraban en el bosque, dejando atrás el hogar destrozado y el cuerpo de Helen, Aurora hizo una promesa silenciosa. Por Helen, por su madre biológica, por todo lo que le habían arrebatado.

—Voy a detenerlos —susurró, más para sí misma que para Damien—. No importa lo que cueste.

Damien caminó delante de ella, sus sentidos alerta mientras los escoltaba hacia un lugar seguro. Sin girarse, respondió en voz baja, como si hubiera escuchado su juramento.

—Lo harás. Pero primero, sobreviviremos esta noche.

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