— ¡Señor Maillard! —gritó una voz que reconocí levemente casi sin aliento y acercándose rápidamente por mi espalda.
Me volteé de inmediato en respuesta automática. Por supuesto, era quien ya suponía quien caminaba precipitadamente hasta mi posición.
—Dígame señorita Smith ¿necesita algo? —contesté lo más formal que pude y formando una expresión desinteresada.
—Bueno, disculpa Peter… —dudó ella al tutearme una vez más en aquella noche —. Solo quería agradecerte lo que has hecho por mí todo este tiempo, antes de que te marcharas, estos años han sido muy importantes para mí.
Le sonreí complacido sin saber bien a qué se refería, queriendo rememorar si quizá, hubiese hecho algo especial por ella en los dos años que habíamos pasado siendo compañeros de empresa. No, nada especial se me venía a la cabeza. Así que supuse que simplemente era su manera de acercarse a mí con el halago más simple y común que se le pudo ocurrir.
¡Típico! Pero, ¿qué esperaba que yo hiciera?
—No hay de qué —solté involuntariamente como solía hacer por simple educación —. A partir de ahora tendrá otro cargo más exigente, así que será una buena manera de ponerse a prueba. Estoy seguro de que no cederá ante la presión, señorita Smith —añadí sonando diligente y amable.
Durante un incómodo silencio, ella me miró con la intensidad de llevar consigo un mensaje explícito que yo comenzaba a descifrar. Como si el entorno bullicioso no le molestara en absoluto, me sonrió complacida. Era extraño, pero mantuve el tipo manteniéndole la mirada sin dudar. Achiqué los ojos, llegando a una conclusión...
¿Acaso me estaba provocando?
—Me alegra que lo vea así señor —añadió casi en un susurro acercándose un paso más a mi posición —. Su opinión es de lo más valiosa para mí, mi adorado Sr. Maillard.
Aquella frase chocó en mi rostro como una oleada de connotaciones de tentativa, pareciéndome tan excitante, tan exigente y real. Un reto. Y sin pensar en todo lo que podía alejarme de ella, me sentí empujado a dejar salir sin más, esos instintos tan primitivos que solía ocultar.
Un calor embaucador recorrió mis sentidos, seguramente reflejándolo en mis ojos, animando a la sexy secretaria a actuar. Astutamente aprovechó mi flaqueza acortando del todo el espacio entre nosotros sin que quisiera detenerla.
Sus labios carnosos se pegaron a los míos demandantes, como buscando saciar un deseo tan contenido que ya solo les quedaba ceder por presión. Era hechizante la manera en que me sentía, como si un halo de nubosidad hubiese impactando de lleno, llevándose mi fuerza y mi voluntad. Pero, ¿¡qué coño estaba haciendo!? ¿Acaso estaba tan borracho que no me opondría? Ni siquiera podía contestarme a eso, pues continué el beso con la misma necesidad y sin medida.
Mis manos parecían tener vida propia, agarrándola nuevamente hasta pegarla a mi cuerpo. Su calidez era intensa, compensado con el fresco habitual de las noches londinenses, tan cálido como el deseo que sentía en aquel instante por poder poseerla. ¡Sí! susurraba mi macabro instinto ególatra, ese deseo era de lo más delicioso y candente. ¿Cuánto hacía que no me tomaban de sorpresa de aquel modo? No se me venía ninguna situación igual a la cabeza.
¡Aquello estaba mal! Susurró muy bajito una parte de mí, pero la ignoré a conciencia.
La dejé proseguir sus antojos, con los juegos preliminares durante el corto camino hacia mi apartamento. Por descontado, ella había dado mi dirección al taxista que nos llevaba, quien intruso y curioso, era testigo de nuestro magreo en la parte trasera del oscuro vehículo, tan antiguo como acogedor.
Sí, seguro que debería haberte alertado ese extraño conocimiento sobre mi domicilio, para ella había sido tan fácil decirlo, como haber dado el suyo propio. Y sí, era una verdadera secretaria tóxica, pero ¿¡qué m****a!? Ahora solo me importaba lo bien que se frotaba contra mi entrepierna abultada. ¡Oh sí! susurraba mi animal interior.
¡Menuda eficacia!
No tardaríamos en llegar a mi apartamento, donde podríamos culminar con el desespero de nuestro apasionado encuentro.
La observé sonreír victoriosa, viéndome tomarla como si nada me contuviera en aquel momento. Parecía que finalmente, había obtenido la parte de mí que tanto anhelaba, esa sin el filtro de jefe firme e inerte que solía mostrar. Mi verdadero lado salvaje había salido a flote y yo ni siquiera había sido consciente de ello. ¿De verdad deseaba a aquella mujer? o, ¿solo me había dejado llevar por mi ego insaciable de poseerla? Ahora eso se quedaba a un lado, ajeno a las pasiones que necesitaba desatar.
—Sabía que esto ocurriría tarde o temprano —susurró en mi oído mientras se contoneaba sobre mi miembro erecto —, siempre he sabido que yo no le era indiferente, mi sexy y apasionado jefe. Ahora... —exhaló en un gemido —, no le dejaré escapar.
Pero yo no podía concentrarme en sus palabras, solo el placer explotando en ráfagas por todo mi cuerpo y que me invadía sin contemplaciones. Sí, muy bien hecho machote, agradecía mi fuero interno, al fin has podido saltarte tus arbitrarias normas de conducta.
Eso era lo que había hecho.
¡Joder, aquello estaba mal! volvía a susurrarme la razón.
Gisela Smith, esa chica seductora y mi fiel empleada, ahora era una más en mi lista de ligues pasajeros. Otra víctima de mis escarceos fortuitos y otra más, de las que dejaría marchar.
La miré caer henchida de placer junto a mi cuerpo desnudo, con una carcajada como triunfo, el pelo destartalado y la ropa a medio quitar. Cerré los ojos recomponiéndome y sin saber bien, qué m****a era lo que me acababa de pasar.
Yo era en primer lugar, Peter Maillard, su jefe y a quien ella debía respetar ante todos los que ahora murmurarían. Jamás habría un nosotros, ni allí ni en otro lugar. Pero ¿cómo hacer que aquel desliz no se convirtiera en un secreto a voces dentro de mi empresa? Mi nombre y mi imagen serían constantemente arrastrados por los suelos. Ya no tendría paz ni sería un ejemplo a seguir.
¡Ahora sí que la has cagado gilipollas!
Me iría lejos, me repliqué como solución al problema, en unas pocas horas desaparecería de su vida, y de aquella habitación aún con el tenue aroma de mi error garrafal. Sí, aquello estaba realmente mal y esperaba que las consecuencias no me castigaran para variar.
¡Ya era hora! Vitoreé del entusiasmo al cerrar la carpeta, allí ya estaba organizado y en orden de prioridad todo el papeleo que me había llevado gran parte de la mañana, y sí, al fin, aquella sería mi última reunión como jefe mayoritario de la cede central. No veía la hora de que llegara el día, el último en la sucursal londinense de SunBeach & Hollidays, la que consideraba mi empresa o, mejor sería llamarla, mi hogar. Sí, era una realidad, mi vida era todo, por y para el trabajo, al menos en los dos últimos años. Y gracias al incesante esfuerzo realizado, había escalado en la que ya era, una de las mayores empresas del sector turístico de toda Europa. — Jefe, ¿todo listo? —oía preguntar a Henry, asomando la cabeza por la puerta de mi despacho. —Sí, justo acabo de terminar, ¿ya llegaron todos? —pregunté para saber si era la hora de ir hacia la sala de reuniones. —Sí, señor. Creo que están tan nerviosos por su despedida que han llegado pronto —sonrió el chico. —
Un poquito de orden era lo que necesitaba aquel despacho. Revisaría por segunda vez el no haber dejado documentos importantes fuera de mi carpeta, ni dejar atrás nada de lo que tuviera algún apego personal. ¡Listo! visto esto, ya no quedaba nada en aquel lugar que me retuviera por más tiempo. Una hora más tarde pude salir del edificio, queriendo cantar “Libre” de Nino Bravo, y agradeciendo el silencio de voces demasiado expectantes. La peor parte de haber recibido innumerables muestras de aprecio recargado, entre otras muchas apenadas despedidas que realmente no esperaba. Era hora de continuar con mi camino, aunque sabía que no podría desprenderme del todo del trabajo que aquella sucursal precisaba de mí. ¿¡Y qué joder!? Me animé voluntariamente, aquel era el momento de cumplir el siguiente nivel de mis expectativas. ¡Mente fría! se burlaba mi subconsciente, pues ¿quién sabe? Quizá desde aquel momento, todo podría cambiar a mejor.
El sonido sordo de mi móvil me hizo abrir los ojos de sopetón, cayendo en la cuenta de que me había quedado traspuesto mientras maldecía mis últimas acciones en seminconsciencia. Me levanté de un salto, aún con el condón colgado a medias en mi inactivo pene. Vi de soslayo cómo mi acompañante dormía plácidamente como habiendo ejecutado a la perfección su confabulada maniobra de seducción. ¡Que no se despierte! recé en mi fuero interno mientras entraba en el aseo contiguo. No se me apetecía en absoluto disimular mi falta de interés entremezclado con mi mal humor vespertino. Me miré durante un segundo en el espejo... ¡Serás estúpido! me culpé. Ya oía las llamadas de mis colegas felicitándome por tremenda hazaña. Ahora sí que te has puesto la medalla de honor al cabronazo del año. No pude dejar de hostigarme, con mi típico mal humor mañanero hasta que oí su voz. —¿Peter? —repetía contrariada Gisela tras la puerta. Decidí salir y enfrentarla de una vez, a fin de cuent
Me moví algo incómodo, preguntándome si me quedaba mucho tiempo con mi bella acompañante de vuelo. No más de dos horas, me convencí repentinamente ansioso. ¡Bien! Tenía el tiempo suficiente para saber más de ella, para poder tener su número o quizá buscar la manera de encontrarla tras salir de aquel avión. ¡Peter, no tienes remedio! me culpé. Pero en esta ocasión ignoré esa vocecilla estúpida de mi subconsciente, leyendo el folleto de evacuación del avión sin ponerle demasiada atención. ¿Cómo no iba a sentirme así de excitado con una mujer tan interesante como aquella? Mis ojos volaron disimuladamente a controlar sus gestos, escribía algo en una servilleta, pero ¿qué...? En un instante cambió de postura, dispuesta a levantarse. Mis ojos midieron su cuerpo que ahora quedaba alzado frente a mis ojos, inclusive sus pechos, los cuales pasaban lentamente sobre mis ojos, pero ¡joder! Mira para otro lado, me dije. Y en seguida vi el mensaje, pues la servilleta había quedado a mi merced
Olympia... Repetía mi subconsciente sin poder evitarlo, mientras la embestía sin parar, sujetándola contra mi cuerpo ejerciendo cierta fuerza. Su nombre era peculiar sin duda, pero toda ella parecía ser icónica. La admiraba abrumado mientras sus facciones se acentuaban demostrando lo placentero de aquel encuentro. La embestí sin parar durante no sé cuánto tiempo, notando sudorosos nuestros cuerpos a medio desvestir, gozando de una excitación sin igual. El sonido medio amortiguado por las turbinas del avión, encubrían eficazmente los sonidos acuosos que demostraban lo húmedo de su sexo dejándome entrar en ella sin dificultad. ¡Qué bien se sentía joder! Su suavidad sexualizada me invadía como una ráfaga de frenesí, una droga dulce y placentera que consumirías una y otra vez buscando la embriaguez que inoculaba. Aspiré su aroma rozando su mejilla, era imposible no empalmarme con solo verla llegar al clímax una y otra vez pero, ¿cuánto tiempo podríamos alargar aquella atrevida proeza
Paré mi perorata interior al ver que paraba en seco su contoneo y buscaba a alguien entre el gentío que aguardaban tras la puerta de llegadas. No había demasiada gente y tras un segundo de infructuosa búsqueda, la noté maldecir por lo bajo e impacientarse. ¿Acaso sería testigo de un romántico reencuentro con su novio? ¿O quizá, la ansiosa llegada de una mamá siendo recibida por sus hijos? Bah, ni de coña, Olympia no parecía ser una esposa, o una mamá promiscua que se pasaba de la rutina de un hogar a encuentros sexuales en los aseos de un avión. Al menos de eso quise convencerme y en mi fuero interno deseé de verdad que aquellas posibilidades estuvieran bien lejos de la realidad. —¡Oly! —sonó una voz afeminada que se acercaba desde las puertas de la terminal —. Ya estoy aquí mi niña linda. Yo estaba lo suficientemente cerca como para advertir las maneras poco masculinas de aquel extraño que se acercaba a ella, demostrándole su afecto con la misma familiaridad de un hermano
¡Buenos días! saludaba mi machote elevando las sábanas desde el amanecer. Sí señor, cómo me alegro de verte tan animado, reí divertido sujetándomela con cuidado, para levantarme de un salto de la cómoda y amplia cama de hotel. Wow, era súper temprano, sin duda una de las ventajas de vivir “una hora menos” ¡Y sí, no es que fuera literal! Pero era el pensamiento típico en aquellas “Islas Afortunadas” donde la franja horaria parecía elevar nuestros ánimos más de lo que sería típico o normal. ¡Al menos conmigo lo estaba consiguiendo! Eso, y que probablemente mi desahogo de anoche había influenciado en mi nueva sensación de libertad, porque ¡joder! No había tardado nada en venirme con tan solo retomar el morbo que aquella delirante mujer me provocaba. Y así, en varias ocasiones, hasta el punto de quedar satisfecho y tan relajado que no tardé en sumirme en un profundo y ansiado sueño reparador. Me di una ducha refrescante para ponerme algo cómodo y fresco para bajar a desayunar.
El despertador de mi smartphone me avisaba de que era hora de dejar de ser tan ocioso y me levantara de aquella siesta tan improvisada como inusual entre mis habituales tareas diarias. Me estiré sintiéndome más ligero que en toda mi vida, y reí ante la extraordinaria sensación. ¡Efecto cambio de rutina! Ahora sí que me sentía un poco más yo. Pero tendría que darme prisa o no llegaría a tiempo a la noche de copas con mi queridísimo socio Mario. ¡Bah, menuda ilusión! ironizó mi voz interior. Me abrumaba un poco el verme obligado a enfrentar este tipo de situaciones, a consecuencias de mi nuevo puesto, así que tendría que encontrar la manera de que no se convirtiera en costumbre o buscaría algún tipo de excusa plausible para zafarme sin problema, de aquellos molestos compromisos extra laborales. Elegí un look algo más elegante para la noche, pero no tanto, al menos le di un toque casual al look trajeado con una camiseta ligera de algodón y unos zapatos de piel de ante y sin br