Nos adentramos ya en el final, dividido en dos partes. Espero de corazón que estén disfrutando de la historia y se animen a dejarme sus comentarios o reseñas. Gracias siempre por seguir leyendo.
Dos años habían pasado desde la noche de nuestro apasionado reencuentro. En cambio, ahora me tocaba regresar a un hogar vacío tras terminar una intensa jornada de trabajo. Debía admitirlo, en estos últimos días me había empeñado en alargarlas a conciencia, sobre todo porque necesitaba mantener mi mente ocupada intentando no estar triste por su ausencia. Olympia había vuelto a marcharse, dejándome una vez más en la más absoluta miseria. No era extraño para mí, que una mujer tan vital como Olympia, desease volver a su antigua rutina de viajes incesantes, idas improvisadas a distintos parajes del mundo, volviendo a ser fiel a su lado nómada y aventurero. ¿Y qué podría hacer yo para evitarlo? Nada. Porque así es el verdadero amor ¿no? Me tiré en el amplio sofá sin disimular mi agotamiento, quedándome absorto en el atardecer otoñal de las islas que comenzaba a teñir de un tono anaranjado la inmensidad del cielo, pero eso tan solo me hacía extrañarla un poco más, pues solo ella era q
— ¡Señor Maillard! —gritó una voz que reconocí levemente casi sin aliento y acercándose rápidamente por mi espalda. Me volteé de inmediato en respuesta automática. Por supuesto, era quien ya suponía quien caminaba precipitadamente hasta mi posición. —Dígame señorita Smith ¿necesita algo? —contesté lo más formal que pude y formando una expresión desinteresada. —Bueno, disculpa Peter… —dudó ella al tutearme una vez más en aquella noche —. Solo quería agradecerte lo que has hecho por mí todo este tiempo, antes de que te marcharas, estos años han sido muy importantes para mí. Le sonreí complacido sin saber bien a qué se refería, queriendo rememorar si quizá, hubiese hecho algo especial por ella en los dos años que habíamos pasado siendo compañeros de empresa. No, nada especial se me venía a la cabeza. Así que supuse que simplemente era su manera de acercarse a mí con el halago más simple y común que se le pudo ocurrir. ¡Típico! Pero, ¿qué esperaba que yo hiciera? —No hay
¡Ya era hora! Vitoreé del entusiasmo al cerrar la carpeta, allí ya estaba organizado y en orden de prioridad todo el papeleo que me había llevado gran parte de la mañana, y sí, al fin, aquella sería mi última reunión como jefe mayoritario de la cede central. No veía la hora de que llegara el día, el último en la sucursal londinense de SunBeach & Hollidays, la que consideraba mi empresa o, mejor sería llamarla, mi hogar. Sí, era una realidad, mi vida era todo, por y para el trabajo, al menos en los dos últimos años. Y gracias al incesante esfuerzo realizado, había escalado en la que ya era, una de las mayores empresas del sector turístico de toda Europa. — Jefe, ¿todo listo? —oía preguntar a Henry, asomando la cabeza por la puerta de mi despacho. —Sí, justo acabo de terminar, ¿ya llegaron todos? —pregunté para saber si era la hora de ir hacia la sala de reuniones. —Sí, señor. Creo que están tan nerviosos por su despedida que han llegado pronto —sonrió el chico. —
Un poquito de orden era lo que necesitaba aquel despacho. Revisaría por segunda vez el no haber dejado documentos importantes fuera de mi carpeta, ni dejar atrás nada de lo que tuviera algún apego personal. ¡Listo! visto esto, ya no quedaba nada en aquel lugar que me retuviera por más tiempo. Una hora más tarde pude salir del edificio, queriendo cantar “Libre” de Nino Bravo, y agradeciendo el silencio de voces demasiado expectantes. La peor parte de haber recibido innumerables muestras de aprecio recargado, entre otras muchas apenadas despedidas que realmente no esperaba. Era hora de continuar con mi camino, aunque sabía que no podría desprenderme del todo del trabajo que aquella sucursal precisaba de mí. ¿¡Y qué joder!? Me animé voluntariamente, aquel era el momento de cumplir el siguiente nivel de mis expectativas. ¡Mente fría! se burlaba mi subconsciente, pues ¿quién sabe? Quizá desde aquel momento, todo podría cambiar a mejor.
El sonido sordo de mi móvil me hizo abrir los ojos de sopetón, cayendo en la cuenta de que me había quedado traspuesto mientras maldecía mis últimas acciones en seminconsciencia. Me levanté de un salto, aún con el condón colgado a medias en mi inactivo pene. Vi de soslayo cómo mi acompañante dormía plácidamente como habiendo ejecutado a la perfección su confabulada maniobra de seducción. ¡Que no se despierte! recé en mi fuero interno mientras entraba en el aseo contiguo. No se me apetecía en absoluto disimular mi falta de interés entremezclado con mi mal humor vespertino. Me miré durante un segundo en el espejo... ¡Serás estúpido! me culpé. Ya oía las llamadas de mis colegas felicitándome por tremenda hazaña. Ahora sí que te has puesto la medalla de honor al cabronazo del año. No pude dejar de hostigarme, con mi típico mal humor mañanero hasta que oí su voz. —¿Peter? —repetía contrariada Gisela tras la puerta. Decidí salir y enfrentarla de una vez, a fin de cuent
Me moví algo incómodo, preguntándome si me quedaba mucho tiempo con mi bella acompañante de vuelo. No más de dos horas, me convencí repentinamente ansioso. ¡Bien! Tenía el tiempo suficiente para saber más de ella, para poder tener su número o quizá buscar la manera de encontrarla tras salir de aquel avión. ¡Peter, no tienes remedio! me culpé. Pero en esta ocasión ignoré esa vocecilla estúpida de mi subconsciente, leyendo el folleto de evacuación del avión sin ponerle demasiada atención. ¿Cómo no iba a sentirme así de excitado con una mujer tan interesante como aquella? Mis ojos volaron disimuladamente a controlar sus gestos, escribía algo en una servilleta, pero ¿qué...? En un instante cambió de postura, dispuesta a levantarse. Mis ojos midieron su cuerpo que ahora quedaba alzado frente a mis ojos, inclusive sus pechos, los cuales pasaban lentamente sobre mis ojos, pero ¡joder! Mira para otro lado, me dije. Y en seguida vi el mensaje, pues la servilleta había quedado a mi merced
Olympia... Repetía mi subconsciente sin poder evitarlo, mientras la embestía sin parar, sujetándola contra mi cuerpo ejerciendo cierta fuerza. Su nombre era peculiar sin duda, pero toda ella parecía ser icónica. La admiraba abrumado mientras sus facciones se acentuaban demostrando lo placentero de aquel encuentro. La embestí sin parar durante no sé cuánto tiempo, notando sudorosos nuestros cuerpos a medio desvestir, gozando de una excitación sin igual. El sonido medio amortiguado por las turbinas del avión, encubrían eficazmente los sonidos acuosos que demostraban lo húmedo de su sexo dejándome entrar en ella sin dificultad. ¡Qué bien se sentía joder! Su suavidad sexualizada me invadía como una ráfaga de frenesí, una droga dulce y placentera que consumirías una y otra vez buscando la embriaguez que inoculaba. Aspiré su aroma rozando su mejilla, era imposible no empalmarme con solo verla llegar al clímax una y otra vez pero, ¿cuánto tiempo podríamos alargar aquella atrevida proeza
Paré mi perorata interior al ver que paraba en seco su contoneo y buscaba a alguien entre el gentío que aguardaban tras la puerta de llegadas. No había demasiada gente y tras un segundo de infructuosa búsqueda, la noté maldecir por lo bajo e impacientarse. ¿Acaso sería testigo de un romántico reencuentro con su novio? ¿O quizá, la ansiosa llegada de una mamá siendo recibida por sus hijos? Bah, ni de coña, Olympia no parecía ser una esposa, o una mamá promiscua que se pasaba de la rutina de un hogar a encuentros sexuales en los aseos de un avión. Al menos de eso quise convencerme y en mi fuero interno deseé de verdad que aquellas posibilidades estuvieran bien lejos de la realidad. —¡Oly! —sonó una voz afeminada que se acercaba desde las puertas de la terminal —. Ya estoy aquí mi niña linda. Yo estaba lo suficientemente cerca como para advertir las maneras poco masculinas de aquel extraño que se acercaba a ella, demostrándole su afecto con la misma familiaridad de un hermano