Me moví algo incómodo, preguntándome si me quedaba mucho tiempo con mi bella acompañante de vuelo. No más de dos horas, me convencí repentinamente ansioso. ¡Bien! Tenía el tiempo suficiente para saber más de ella, para poder tener su número o quizá buscar la manera de encontrarla tras salir de aquel avión. ¡Peter, no tienes remedio! me culpé. Pero en esta ocasión ignoré esa vocecilla estúpida de mi subconsciente, leyendo el folleto de evacuación del avión sin ponerle demasiada atención. ¿Cómo no iba a sentirme así de excitado con una mujer tan interesante como aquella?
Mis ojos volaron disimuladamente a controlar sus gestos, escribía algo en una servilleta, pero ¿qué...?
En un instante cambió de postura, dispuesta a levantarse. Mis ojos midieron su cuerpo que ahora quedaba alzado frente a mis ojos, inclusive sus pechos, los cuales pasaban lentamente sobre mis ojos, pero ¡joder! Mira para otro lado, me dije. Y en seguida vi el mensaje, pues la servilleta había quedado a mi merced, sobre el folleto que simulaba ojear segundos antes de aquel alboroto.
"Tú y yo solos en el aseo del fondo, quizá allí puedas mostrarme otro de tus súper poderes"
Pero, ¿¡qué coño!? ¡Qué broma era aquella? Estas cosas solo pasan en las pelis, ¿no? O ¿de verdad aquella irresistible mujer quería que folláramos en el aseo de un avión?
Volví a mirarla estupefacto, mi cara debía ser un poema porque ella pasó lentamente rozándome muy de cerca, viendo mi sorprendida reacción con un gesto de lo más provocador. Wow, estaba alucinando. Le mantuve la mirada sin creérmelo del todo, al menos hasta la observé ir con decisión hasta el fondo del pasillo y pararse justo entre los aseos.
¿Y ahora qué hacía? me debatí en mi interior. Una parte de mí, seguía barajando la idea de que aquello fuera una vil broma de una mujer algo conspiranoica. Pero, ¿y si hablaba en serio?
Mi lado más atrevido, era quien me hacía verlo como algo tentador, quizá lo más loco que hubiera hecho en mi vida. Seguí parado en mi asiento, moviéndome en sintonía con mis pensamientos.
¿Y si alguien nos pillaba? ¿Estaría ella mirándome mientras me ponía a prueba? Si tardaba demasiado o me negaba, quedaría como un vil tonto, pues estaba claro que, durante las más de dos horas de vuelo, nuestro tonteo había sido de lo más provechoso. Pero, ¿y si cedía y me tomaba el pelo, o me veía como el típico patán vanidoso?
Uf, menuda indecisión...
¡Qué diablos! Esta vez estaba fuera de la zona que reservaba para ser cauto, así que, en esta ocasión, mi lado perverso elegiría la más lógica reacción.
Me levanté mirando el pasillo en cada dirección ¡Despejado! Y ella esperándome con una sonrisa coqueta al final del paso ¡Bien! Allá vamos campeón.
Su atractivo me llamaba como la miel a las moscas, era como un imán de puro fuego y atracción. Con seriedad escruté su expresión triunfadora, sí, ella era ese prototipo de mujer peligrosa que tanto me atraía y en esta ocasión, no lo iba a desaprovechar.
Aun así, me mostraría cauteloso, primero me dejaría llevar.
—Eres tan... —susurró provocadora, ya dentro del ajustado espacio cerrado, mientras se apresuraba a desabrocharme los botones de mi pantalón.
Aspiré su olor mientras me centraba en su reflejo, pegada a mi cuerpo y notando crecer mi erección. Me besó con una necesidad arrolladora, sí, me dejaría arrastrar a su fuego y me quemaría sin pedir redención. Instintivamente busqué tocar su cuerpo, ahora lo necesitaba. Subí por encima de su cabeza la ligera camisa buscando encandilarme con su desnudez etérea.
¡Wow, joder, sí que era intimidante esta mujer!
Su lencería sexy y elegante destacaba sobre su piel dejándome atónito. Su tibio contacto hacía efecto sobre mis sentidos, despertándolos y poniéndome la piel de gallina de pura expectación. ¡Estábamos en un puto avión, joder! Podrían descubrirnos o incluso lesionarnos en el intento, y era una sensación de lo más excitante y aterradora a la vez.
—Por cierto, ni siquiera sé tu nombre —comenté por lo bajo sonriendo por la incómoda situación.
—Olympia —soltó dejándome nuevamente sorprendido. Ese nombre le iba como anillo al dedo. Tan potente y poderoso como ella misma —. Eres más caliente de lo que imaginaba Olympia... Yo me llamo Peter —susurré admirándola una vez más y atreviéndome sin poder dominar mis impulsos, a tomar sus redondeados pechos entre mis manos
—Pues bueno Peter, en eso has acertado, ahora te demostraré lo poco que me parezco a una dama en apuros, porque haré que sueñes con mi nombre a partir de ahora.
Wow, estaba alucinando, y mi miembro se hinchó algo más en respuesta, hasta ser doloroso llevarlo dentro de mis pantalones. Ella lo adivinó con su atrevimiento apabullante y bajó su posición hasta quedar frente a la entrepierna. ¡Madre mía! me dije notando como lo dejaba expuesto y se mordía el labio con sutileza.
—¡Vaya, creo que acabo de descubrir otra de tus grandes virtudes!
Mis ojos se tornaron bajo mis párpados mientras me tocaba, extendiendo un condón con rapidez y destreza.
¡No podía dejar de pensar en estar dentro de ella! maldije y quise tenerlo todo de una vez, verla sentir placer y con esa sonrisa irónica, hacerla gemir y saber todo y más de ella.
Y así lo haría.
La sujeté, elevando su imponente cuerpo sobre el escueto lavamanos, buscando su comodidad para recibirme sin molestias. Entendió al instante, sin quitar el contacto de su mirada airosa. Abrió sus piernas exponiéndose, movió un poco el delicado tanga y casi exploto al instante ante tanta necesidad. Mi respiración era casi jadeante y quería poseerla allí y no parar de hacerlo jamás.
—Ahora ¡fóllame Peter! —exigió en un susurró imperativo.
Y yo simplemente cumplí su orden, como si mi poder hubiera quedado sujeto al de ella, como si todo se concentrara en aquel instante donde su nombre completaba mi existencia.
Olympia... Sí, ella era como la mujer perfecta, pero ¿qué pasaría después de todo, en cuanto llegáramos a tierra?
Quería pensar que aquello no sería el final de nuestro encuentro, me dije devorándola con la mirada mientras disfrutaba todo de ella. Sí, estaría dispuesto a repetir aquello, dejar que me guiara hasta donde ella quisiera. Una dosis extra de emoción, algo que incluyera más aventuras como la que estábamos viviendo, tan disparatadas y apoteósicas, para quizá ya en nuestro destino pudiéramos, no sé, tal vez, hasta inventar una nueva posibilidad.
Olympia... Repetía mi subconsciente sin poder evitarlo, mientras la embestía sin parar, sujetándola contra mi cuerpo ejerciendo cierta fuerza. Su nombre era peculiar sin duda, pero toda ella parecía ser icónica. La admiraba abrumado mientras sus facciones se acentuaban demostrando lo placentero de aquel encuentro. La embestí sin parar durante no sé cuánto tiempo, notando sudorosos nuestros cuerpos a medio desvestir, gozando de una excitación sin igual. El sonido medio amortiguado por las turbinas del avión, encubrían eficazmente los sonidos acuosos que demostraban lo húmedo de su sexo dejándome entrar en ella sin dificultad. ¡Qué bien se sentía joder! Su suavidad sexualizada me invadía como una ráfaga de frenesí, una droga dulce y placentera que consumirías una y otra vez buscando la embriaguez que inoculaba. Aspiré su aroma rozando su mejilla, era imposible no empalmarme con solo verla llegar al clímax una y otra vez pero, ¿cuánto tiempo podríamos alargar aquella atrevida proeza
Paré mi perorata interior al ver que paraba en seco su contoneo y buscaba a alguien entre el gentío que aguardaban tras la puerta de llegadas. No había demasiada gente y tras un segundo de infructuosa búsqueda, la noté maldecir por lo bajo e impacientarse. ¿Acaso sería testigo de un romántico reencuentro con su novio? ¿O quizá, la ansiosa llegada de una mamá siendo recibida por sus hijos? Bah, ni de coña, Olympia no parecía ser una esposa, o una mamá promiscua que se pasaba de la rutina de un hogar a encuentros sexuales en los aseos de un avión. Al menos de eso quise convencerme y en mi fuero interno deseé de verdad que aquellas posibilidades estuvieran bien lejos de la realidad. —¡Oly! —sonó una voz afeminada que se acercaba desde las puertas de la terminal —. Ya estoy aquí mi niña linda. Yo estaba lo suficientemente cerca como para advertir las maneras poco masculinas de aquel extraño que se acercaba a ella, demostrándole su afecto con la misma familiaridad de un hermano
¡Buenos días! saludaba mi machote elevando las sábanas desde el amanecer. Sí señor, cómo me alegro de verte tan animado, reí divertido sujetándomela con cuidado, para levantarme de un salto de la cómoda y amplia cama de hotel. Wow, era súper temprano, sin duda una de las ventajas de vivir “una hora menos” ¡Y sí, no es que fuera literal! Pero era el pensamiento típico en aquellas “Islas Afortunadas” donde la franja horaria parecía elevar nuestros ánimos más de lo que sería típico o normal. ¡Al menos conmigo lo estaba consiguiendo! Eso, y que probablemente mi desahogo de anoche había influenciado en mi nueva sensación de libertad, porque ¡joder! No había tardado nada en venirme con tan solo retomar el morbo que aquella delirante mujer me provocaba. Y así, en varias ocasiones, hasta el punto de quedar satisfecho y tan relajado que no tardé en sumirme en un profundo y ansiado sueño reparador. Me di una ducha refrescante para ponerme algo cómodo y fresco para bajar a desayunar.
El despertador de mi smartphone me avisaba de que era hora de dejar de ser tan ocioso y me levantara de aquella siesta tan improvisada como inusual entre mis habituales tareas diarias. Me estiré sintiéndome más ligero que en toda mi vida, y reí ante la extraordinaria sensación. ¡Efecto cambio de rutina! Ahora sí que me sentía un poco más yo. Pero tendría que darme prisa o no llegaría a tiempo a la noche de copas con mi queridísimo socio Mario. ¡Bah, menuda ilusión! ironizó mi voz interior. Me abrumaba un poco el verme obligado a enfrentar este tipo de situaciones, a consecuencias de mi nuevo puesto, así que tendría que encontrar la manera de que no se convirtiera en costumbre o buscaría algún tipo de excusa plausible para zafarme sin problema, de aquellos molestos compromisos extra laborales. Elegí un look algo más elegante para la noche, pero no tanto, al menos le di un toque casual al look trajeado con una camiseta ligera de algodón y unos zapatos de piel de ante y sin br
Tenía que buscar la manera de hablar con ella, me dije totalmente comprometido con no desperdiciar esta nueva oportunidad, pero de repente, Olympia anunció el tener que ir a los servicios y salió casi disparada de nuestro lado. —Mira ¡qué sorpresa! —dijo Mario mirándome mientras volvíamos a acercarnos al grupo—. Quién me iba a decir a mí, que después de tantos años, volvería a ver a la singular señorita Betancourt. What?! Gritó mi mente a punto de explotar, pero ¿de quién estaba hablando? ¿De verdad cabía la posibilidad de que Mario, mi cargante socio, también la conociera? —¿Hablas de Olympia? —quise sonsacarle al instante, buscando mi voz más neutral, pero sintiéndome ligeramente nervioso por tanto cúmulo de coincidencias. —Bueno, fue algo así como mi primera novia, pero una pasajera —alzó los ojos, quitándole interés —. En aquellos años, era una tipa muy estirada y no era mi estilo, pero tenía buenas peras —rio socarrón y yo tuve que tomar aire para no perder la paci
—Me da que eso ha dolido —reí caminando tras ella, y aprovechando para acercarme a su oído, ella me miró con una icónica sonrisa de triunfo pintada en sus hermosos labios. —Supongo, aunque conociéndole, solo ha sido un rasguño en su alterado ego —añadió, y ambos volvimos la vista hacia mi magullado compañero notando cómo este disimulaba su dolorido orgullo. —No sé qué te habrá contado, pero fue un capullo... —soltó de repente y noté como cambiaba su voz, ¿acaso seguía dolida por ese desengaño? —Aunque eso sea parte del pasado, no puedo tener una buena opinión de alguien como él. Sin quererlo, comprendía a la perfección su reacción, ella poseía una superioridad moral muy evidente, sobre alguien como Mario. Por supuesto, aunque tuviera alguna virtud como gestor de ventas, no conocía ninguna otra. No poseía control en su arrogancia, ni de lejos, era el hombre más discreto, y eso conseguía transmitir su mezquindad. Pero Olympia, parecía querer ofrecerme una disculpa sobre lo que ac
Caí rendido sobre la cama, buscando tomarme un respiro instantáneo. ¡No pedía más a la vida en este momento! Bueno, sí, necesitaba ir al baño para aliviar mi vejiga o estallaría en cualquier momento. —¿De verdad quieres parar? —sonreía Olympia como incrédula tras verme levantarme precipitadamente y sin dar explicaciones. —Los hombres también tenemos necesidades básicas —me disculpé riéndome por lo bajo, sintiéndome como sujeto por las nubes. —¡Pues no te tardes, que me enfrío! y sin detalles, por favor... —exclamó ella más que divertida a mi costa. ¡Ja! No pensaba detallarle nada, igualmente. Eso era parte de mi carácter introvertido y, por consiguiente, parte de mi reserva personal de pensamientos. Pero algo hacía que, desde nuestro encuentro, no hubiese podido parar de reír como un tonto, pues pareciera que aquella mujer sacaba de mi todo lo bueno que podría soñar como innato. Estaba seguro que jamás me había sentido tan ligero, como si aquella diosa me hubiese exorciz
Sí, lo admitía, mi humor no estaba para nada que no fuera centrarme en mi mayor distracción habitual. Me ocupé de revisar toda la información actualizada que Henry me enviaba desde Londres, comprobando, que no tenía que dar pie a los temores sobre su dirección en mis antiguas oficinas. Todo parecía ir viento en popa y era un motivo para alegrarme a pesar de llevar aquel día tan pesaroso. Una parte de mí se sintió tentado de olvidar el desenlace de la pasada noche y consolarme nuevamente en brazos de la tierna Gabriela, que seguramente estaría dispuesta a pasar un buen rato, pero... Sí, hoy había un pero, y era, ante todo, el hecho que no me considerase una buena compañía en aquel momento. Su recuerdo estaba vivo en cada uno de mis pensamientos. Todas y cada una de las partes que la componían me suponían una obsesión, o al menos así lo llamaría para mí mismo. Su lenguaje, su voz cargada de inteligencia y seducción, cada centímetro de su exquisita anatomía, ahora parecían ser el