Nos acercamos al desenlace ¿emocionados? porque ¡yo sí! Agradecida de su acogida y deseando que lo disfruten conmigo. Y siempre, GRACIAS por seguir leyendo.
—Wow, amigo, de verdad que no me puedo creer lo que me estás contando... Reaccionaba Henry al terminar de desahogarme con los últimos acontecimientos de mi vida. Tomé un largo trago de cerveza mientras sopesaba en qué más me podría ayudar mi amigo, además de servirme de hombro en el que llorar. —Ahora, debo conocer todos los detalles —continué —, ¿acaso llegaste a verlos juntos mientras yo presidía esta sede? —pregunté curioso, viéndole fruncir el ceño mientras lo pensaba. —Quizá... —concluyó encogiéndose ligeramente de hombros —, sé que Mario no perdía la oportunidad de salir con el equipo de trabajo, es muy posible que Gisela estuviera entre ellos. Pero jamás los vi juntos en las oficinas, ella siempre me pareció reservada. Al menos con los demás —concretó —, pues supe desde el primer momento el interés que tú le provocabas. Resoplé incómodo al comprender, que la fijación de Gisela por mí, siempre había sido un secreto a voces. —Pero algo debió pasar —insistí sin poder
Después de dos semanas sin cambios, la desesperanza era notoria en cada paso que daba. Mi vida se desmoronaba y me sentía prisionero de mis propias decisiones. Olympia se impacientaba, haciéndome ver sus dudas sobre mis verdaderas intenciones y mis sentimientos hacia ella. —Ya no lo sé —contestaba bruscamente tras escuchar mis promesas de amor a distancia —. El saber que ella está ahí, contigo. Tiene a tu bebé y eso les unirá para siempre. Yo... solo siento que estoy de más en esta historia Peter —confesaba con voz de derrota —. Ya no puedo seguir destruyéndome así... Un mar de incertidumbre nos alejaba, llenándola de inseguridades, apagando su habitual alegría y volviéndola más fría y distante conmigo. El pánico me invadía, pues conocía bien lo capaz que era Olympia de apartarme de su vida si eso significaba, poder aliviar el dolor que mi abandono le causaba. —No prometas nada —me interrumpía —, ya has roto demasiadas promesas en estos días... Y eso me mataba. Me sentía como
Avisté cómo nos acercábamos al alto edificio de apartamentos, ya iluminado al anochecer, con los nervios gobernando cada una de mis habituales acciones. Mario se mantenía callado, absorto en sus pensamientos, pero con la agitación plasmada en los repetidos movimientos espasmódicos de su pierna. Al menos, podía consolarme al saber que éramos cómplices a favor de enfrentarnos al delicado encuentro con la culpable de nuestro dilema. Entré al hall con paso firme y sin titubear, en dirección al ascensor, con mi acompañante intentando seguir el ritmo de mis pasos. — ¡Señor! —exclamó el conserje en su inglés nativo, llamando mi atención —. ¡Señor Maillard, le han dejado un mensaje urgente! Cesé mi avance bruscamente alertado por aquellas palabras y con el gesto impaciente, tomando el extraño papel que me mostraba para observarlo sin sentirme capacitado a leer su contenido. — ¿Quién ha sido? —pregunté con el desbocado latido de mi corazón resonando en mis oídos, haciéndome temer sa
—A ver guapetón ¿acaso crees que mi reinita me darías detalles a mí? Ella me conoce como si me hubiera parido, y sabe de sobra que soy una enamorada de la idea del amor. A pesar de adorarla y que, yo mismo le aconsejé que mirara por su propio bienestar. Cariño —prosiguió con sus explicaciones a modo de monólogo — ¿quién esperaría este cambio repentino en los acontecimientos? Ahora no me queda otra opción que ser tu cómplice, y eso también es lo que temería mi amiga. — ¡Pues piensa Richy! —insistí sin disimular mi desespero —, tiene que haber algo que se nos esté pasando por alto... —Ay —murmuró como en una tragicomedia —, quien me iba a decir a mí que en plena luna de miel iba a estar en modo detective súper sexy, en el rescate de una novia a la fuga... — ¡Richy! por favor —dije haciendo notoria mi acortada paciencia —, necesito que te tomes esto en serio... —Sí, sí, perdona es que mi marido en bañador me distrae demasiado —bromeó dramáticamente, a pesar de que yo no tuviera
La semana había comenzado con grandes dosis de optimismo ante la noticia de volver a ver a Olympia, llevándome a esforzarme por mantener la espera como una etapa más antes de recuperarla. Así que me dispuse a organizar todo en nuestro hogar para su llegada y así mantenerme ocupado para soportar la ansiedad causada por el lento pasar de los días. Las mañanas, siempre cargadas de reuniones y nuevos proyectos para el inicio de la nueva temporada alta, que coincidía con la llegada del suave invierno subtropical, me ayudaba a pasar la mayor parte de la jornada alejado y sin notar la soledad de un hogar vacío como parte de mi marcada rutina. Mantenía el contacto con mi familia en esos momentos, o torturando a Richy casi a diario, sobre todo cuando me azoraba la angustia de que algún cambio de última hora alterara nuestros planes. Pero para nuestra suerte, todo seguía en pie y dispuesto para cuando llegase el día. —Saldrá bien ¿verdad amigo? —le insistía en esos momentos donde el tem
Las miradas se concentraron en el centro de la sala, algo más iluminada que los extremos ocupados por cuerpos sudorosos, llevados de pasiones que no conformes, la admiraban como una tentativa más, distrayendo a algunos, provocando a muchos otros, hombres y mujeres que suspiraban por saborearla. No obstante, yo supe apreciar que algo había cambiado en ella y su innata osadía, y no sabía bien cuánto, hasta que vi la actitud severa con la que Olympia reaccionaba a las tentativas de varios hombres que se acercaban con intención de poseerla. Lo confirmé mirando a Richy, a quien tampoco le pasó desapercibido aquel detalle, quedando atento, con el ceño fruncido y a la espera. Contestando sin palabras que, claramente, mi presentimiento no iba mal encaminado. Un último individuo la hizo luchar por zafarse, agarrándola con una lujuriosa brutalidad que parecía disgustarla, haciendo que me pusiera en pie automáticamente en alerta. La norma del Pandora era tajante en cuanto a la participación
Dos años habían pasado desde la noche de nuestro apasionado reencuentro. En cambio, ahora me tocaba regresar a un hogar vacío tras terminar una intensa jornada de trabajo. Debía admitirlo, en estos últimos días me había empeñado en alargarlas a conciencia, sobre todo porque necesitaba mantener mi mente ocupada intentando no estar triste por su ausencia. Olympia había vuelto a marcharse, dejándome una vez más en la más absoluta miseria. No era extraño para mí, que una mujer tan vital como Olympia, desease volver a su antigua rutina de viajes incesantes, idas improvisadas a distintos parajes del mundo, volviendo a ser fiel a su lado nómada y aventurero. ¿Y qué podría hacer yo para evitarlo? Nada. Porque así es el verdadero amor ¿no? Me tiré en el amplio sofá sin disimular mi agotamiento, quedándome absorto en el atardecer otoñal de las islas que comenzaba a teñir de un tono anaranjado la inmensidad del cielo, pero eso tan solo me hacía extrañarla un poco más, pues solo ella era q
— ¡Señor Maillard! —gritó una voz que reconocí levemente casi sin aliento y acercándose rápidamente por mi espalda. Me volteé de inmediato en respuesta automática. Por supuesto, era quien ya suponía quien caminaba precipitadamente hasta mi posición. —Dígame señorita Smith ¿necesita algo? —contesté lo más formal que pude y formando una expresión desinteresada. —Bueno, disculpa Peter… —dudó ella al tutearme una vez más en aquella noche —. Solo quería agradecerte lo que has hecho por mí todo este tiempo, antes de que te marcharas, estos años han sido muy importantes para mí. Le sonreí complacido sin saber bien a qué se refería, queriendo rememorar si quizá, hubiese hecho algo especial por ella en los dos años que habíamos pasado siendo compañeros de empresa. No, nada especial se me venía a la cabeza. Así que supuse que simplemente era su manera de acercarse a mí con el halago más simple y común que se le pudo ocurrir. ¡Típico! Pero, ¿qué esperaba que yo hiciera? —No hay