Paré mi perorata interior al ver que paraba en seco su contoneo y buscaba a alguien entre el gentío que aguardaban tras la puerta de llegadas. No había demasiada gente y tras un segundo de infructuosa búsqueda, la noté maldecir por lo bajo e impacientarse. ¿Acaso sería testigo de un romántico reencuentro con su novio? ¿O quizá, la ansiosa llegada de una mamá siendo recibida por sus hijos? Bah, ni de coña, Olympia no parecía ser una esposa, o una mamá promiscua que se pasaba de la rutina de un hogar a encuentros sexuales en los aseos de un avión. Al menos de eso quise convencerme y en mi fuero interno deseé de verdad que aquellas posibilidades estuvieran bien lejos de la realidad. —¡Oly! —sonó una voz afeminada que se acercaba desde las puertas de la terminal —. Ya estoy aquí mi niña linda. Yo estaba lo suficientemente cerca como para advertir las maneras poco masculinas de aquel extraño que se acercaba a ella, demostrándole su afecto con la misma familiaridad de un hermano
¡Buenos días! saludaba mi machote elevando las sábanas desde el amanecer. Sí señor, cómo me alegro de verte tan animado, reí divertido sujetándomela con cuidado, para levantarme de un salto de la cómoda y amplia cama de hotel. Wow, era súper temprano, sin duda una de las ventajas de vivir “una hora menos” ¡Y sí, no es que fuera literal! Pero era el pensamiento típico en aquellas “Islas Afortunadas” donde la franja horaria parecía elevar nuestros ánimos más de lo que sería típico o normal. ¡Al menos conmigo lo estaba consiguiendo! Eso, y que probablemente mi desahogo de anoche había influenciado en mi nueva sensación de libertad, porque ¡joder! No había tardado nada en venirme con tan solo retomar el morbo que aquella delirante mujer me provocaba. Y así, en varias ocasiones, hasta el punto de quedar satisfecho y tan relajado que no tardé en sumirme en un profundo y ansiado sueño reparador. Me di una ducha refrescante para ponerme algo cómodo y fresco para bajar a desayunar.
El despertador de mi smartphone me avisaba de que era hora de dejar de ser tan ocioso y me levantara de aquella siesta tan improvisada como inusual entre mis habituales tareas diarias. Me estiré sintiéndome más ligero que en toda mi vida, y reí ante la extraordinaria sensación. ¡Efecto cambio de rutina! Ahora sí que me sentía un poco más yo. Pero tendría que darme prisa o no llegaría a tiempo a la noche de copas con mi queridísimo socio Mario. ¡Bah, menuda ilusión! ironizó mi voz interior. Me abrumaba un poco el verme obligado a enfrentar este tipo de situaciones, a consecuencias de mi nuevo puesto, así que tendría que encontrar la manera de que no se convirtiera en costumbre o buscaría algún tipo de excusa plausible para zafarme sin problema, de aquellos molestos compromisos extra laborales. Elegí un look algo más elegante para la noche, pero no tanto, al menos le di un toque casual al look trajeado con una camiseta ligera de algodón y unos zapatos de piel de ante y sin br
Tenía que buscar la manera de hablar con ella, me dije totalmente comprometido con no desperdiciar esta nueva oportunidad, pero de repente, Olympia anunció el tener que ir a los servicios y salió casi disparada de nuestro lado. —Mira ¡qué sorpresa! —dijo Mario mirándome mientras volvíamos a acercarnos al grupo—. Quién me iba a decir a mí, que después de tantos años, volvería a ver a la singular señorita Betancourt. What?! Gritó mi mente a punto de explotar, pero ¿de quién estaba hablando? ¿De verdad cabía la posibilidad de que Mario, mi cargante socio, también la conociera? —¿Hablas de Olympia? —quise sonsacarle al instante, buscando mi voz más neutral, pero sintiéndome ligeramente nervioso por tanto cúmulo de coincidencias. —Bueno, fue algo así como mi primera novia, pero una pasajera —alzó los ojos, quitándole interés —. En aquellos años, era una tipa muy estirada y no era mi estilo, pero tenía buenas peras —rio socarrón y yo tuve que tomar aire para no perder la paci
—Me da que eso ha dolido —reí caminando tras ella, y aprovechando para acercarme a su oído, ella me miró con una icónica sonrisa de triunfo pintada en sus hermosos labios. —Supongo, aunque conociéndole, solo ha sido un rasguño en su alterado ego —añadió, y ambos volvimos la vista hacia mi magullado compañero notando cómo este disimulaba su dolorido orgullo. —No sé qué te habrá contado, pero fue un capullo... —soltó de repente y noté como cambiaba su voz, ¿acaso seguía dolida por ese desengaño? —Aunque eso sea parte del pasado, no puedo tener una buena opinión de alguien como él. Sin quererlo, comprendía a la perfección su reacción, ella poseía una superioridad moral muy evidente, sobre alguien como Mario. Por supuesto, aunque tuviera alguna virtud como gestor de ventas, no conocía ninguna otra. No poseía control en su arrogancia, ni de lejos, era el hombre más discreto, y eso conseguía transmitir su mezquindad. Pero Olympia, parecía querer ofrecerme una disculpa sobre lo que ac
Caí rendido sobre la cama, buscando tomarme un respiro instantáneo. ¡No pedía más a la vida en este momento! Bueno, sí, necesitaba ir al baño para aliviar mi vejiga o estallaría en cualquier momento. —¿De verdad quieres parar? —sonreía Olympia como incrédula tras verme levantarme precipitadamente y sin dar explicaciones. —Los hombres también tenemos necesidades básicas —me disculpé riéndome por lo bajo, sintiéndome como sujeto por las nubes. —¡Pues no te tardes, que me enfrío! y sin detalles, por favor... —exclamó ella más que divertida a mi costa. ¡Ja! No pensaba detallarle nada, igualmente. Eso era parte de mi carácter introvertido y, por consiguiente, parte de mi reserva personal de pensamientos. Pero algo hacía que, desde nuestro encuentro, no hubiese podido parar de reír como un tonto, pues pareciera que aquella mujer sacaba de mi todo lo bueno que podría soñar como innato. Estaba seguro que jamás me había sentido tan ligero, como si aquella diosa me hubiese exorciz
Sí, lo admitía, mi humor no estaba para nada que no fuera centrarme en mi mayor distracción habitual. Me ocupé de revisar toda la información actualizada que Henry me enviaba desde Londres, comprobando, que no tenía que dar pie a los temores sobre su dirección en mis antiguas oficinas. Todo parecía ir viento en popa y era un motivo para alegrarme a pesar de llevar aquel día tan pesaroso. Una parte de mí se sintió tentado de olvidar el desenlace de la pasada noche y consolarme nuevamente en brazos de la tierna Gabriela, que seguramente estaría dispuesta a pasar un buen rato, pero... Sí, hoy había un pero, y era, ante todo, el hecho que no me considerase una buena compañía en aquel momento. Su recuerdo estaba vivo en cada uno de mis pensamientos. Todas y cada una de las partes que la componían me suponían una obsesión, o al menos así lo llamaría para mí mismo. Su lenguaje, su voz cargada de inteligencia y seducción, cada centímetro de su exquisita anatomía, ahora parecían ser el
No estaba siendo sencillo sentirme a gusto en aquella idílica noche de verano. Acompañado por un grupo de nuevos conocidos y familiares lejanos, caminé por la avenida que bordeaba la costa con ese pesar en el pecho, que llevaba acompañándome la semana. Suponía que el resentimiento tenía parte de culpa después de todo, me decía intentando curar parte de mi ego herido. Busqué la manera de sacar mi lado amable y conciliador para formar parte de las conversaciones y las bromas, algunas a mi costa, y a pesar de no ser del todo capaz de sentirme cómodo hablando de mi vida personal ante un desconocido público. —Bueno primo, ya está bien de hablar de trabajo. Ahora tienes que contarnos cosas de las chicas inglesas, estoy seguro que habrás ligado mucho por esos lares durante estos dos años. Sonreí quitándole hierro al asunto mientras notaba que todos centraban su atención en mí con mayor curiosidad. ¡Mala idea! pensé, pues no me gustaba fardar de mi éxito con las mujeres, y menos tras ha