Tenía que buscar la manera de hablar con ella, me dije totalmente comprometido con no desperdiciar esta nueva oportunidad, pero de repente, Olympia anunció el tener que ir a los servicios y salió casi disparada de nuestro lado. —Mira ¡qué sorpresa! —dijo Mario mirándome mientras volvíamos a acercarnos al grupo—. Quién me iba a decir a mí, que después de tantos años, volvería a ver a la singular señorita Betancourt. What?! Gritó mi mente a punto de explotar, pero ¿de quién estaba hablando? ¿De verdad cabía la posibilidad de que Mario, mi cargante socio, también la conociera? —¿Hablas de Olympia? —quise sonsacarle al instante, buscando mi voz más neutral, pero sintiéndome ligeramente nervioso por tanto cúmulo de coincidencias. —Bueno, fue algo así como mi primera novia, pero una pasajera —alzó los ojos, quitándole interés —. En aquellos años, era una tipa muy estirada y no era mi estilo, pero tenía buenas peras —rio socarrón y yo tuve que tomar aire para no perder la paci
—Me da que eso ha dolido —reí caminando tras ella, y aprovechando para acercarme a su oído, ella me miró con una icónica sonrisa de triunfo pintada en sus hermosos labios. —Supongo, aunque conociéndole, solo ha sido un rasguño en su alterado ego —añadió, y ambos volvimos la vista hacia mi magullado compañero notando cómo este disimulaba su dolorido orgullo. —No sé qué te habrá contado, pero fue un capullo... —soltó de repente y noté como cambiaba su voz, ¿acaso seguía dolida por ese desengaño? —Aunque eso sea parte del pasado, no puedo tener una buena opinión de alguien como él. Sin quererlo, comprendía a la perfección su reacción, ella poseía una superioridad moral muy evidente, sobre alguien como Mario. Por supuesto, aunque tuviera alguna virtud como gestor de ventas, no conocía ninguna otra. No poseía control en su arrogancia, ni de lejos, era el hombre más discreto, y eso conseguía transmitir su mezquindad. Pero Olympia, parecía querer ofrecerme una disculpa sobre lo que ac
Caí rendido sobre la cama, buscando tomarme un respiro instantáneo. ¡No pedía más a la vida en este momento! Bueno, sí, necesitaba ir al baño para aliviar mi vejiga o estallaría en cualquier momento. —¿De verdad quieres parar? —sonreía Olympia como incrédula tras verme levantarme precipitadamente y sin dar explicaciones. —Los hombres también tenemos necesidades básicas —me disculpé riéndome por lo bajo, sintiéndome como sujeto por las nubes. —¡Pues no te tardes, que me enfrío! y sin detalles, por favor... —exclamó ella más que divertida a mi costa. ¡Ja! No pensaba detallarle nada, igualmente. Eso era parte de mi carácter introvertido y, por consiguiente, parte de mi reserva personal de pensamientos. Pero algo hacía que, desde nuestro encuentro, no hubiese podido parar de reír como un tonto, pues pareciera que aquella mujer sacaba de mi todo lo bueno que podría soñar como innato. Estaba seguro que jamás me había sentido tan ligero, como si aquella diosa me hubiese exorciz
Sí, lo admitía, mi humor no estaba para nada que no fuera centrarme en mi mayor distracción habitual. Me ocupé de revisar toda la información actualizada que Henry me enviaba desde Londres, comprobando, que no tenía que dar pie a los temores sobre su dirección en mis antiguas oficinas. Todo parecía ir viento en popa y era un motivo para alegrarme a pesar de llevar aquel día tan pesaroso. Una parte de mí se sintió tentado de olvidar el desenlace de la pasada noche y consolarme nuevamente en brazos de la tierna Gabriela, que seguramente estaría dispuesta a pasar un buen rato, pero... Sí, hoy había un pero, y era, ante todo, el hecho que no me considerase una buena compañía en aquel momento. Su recuerdo estaba vivo en cada uno de mis pensamientos. Todas y cada una de las partes que la componían me suponían una obsesión, o al menos así lo llamaría para mí mismo. Su lenguaje, su voz cargada de inteligencia y seducción, cada centímetro de su exquisita anatomía, ahora parecían ser el
No estaba siendo sencillo sentirme a gusto en aquella idílica noche de verano. Acompañado por un grupo de nuevos conocidos y familiares lejanos, caminé por la avenida que bordeaba la costa con ese pesar en el pecho, que llevaba acompañándome la semana. Suponía que el resentimiento tenía parte de culpa después de todo, me decía intentando curar parte de mi ego herido. Busqué la manera de sacar mi lado amable y conciliador para formar parte de las conversaciones y las bromas, algunas a mi costa, y a pesar de no ser del todo capaz de sentirme cómodo hablando de mi vida personal ante un desconocido público. —Bueno primo, ya está bien de hablar de trabajo. Ahora tienes que contarnos cosas de las chicas inglesas, estoy seguro que habrás ligado mucho por esos lares durante estos dos años. Sonreí quitándole hierro al asunto mientras notaba que todos centraban su atención en mí con mayor curiosidad. ¡Mala idea! pensé, pues no me gustaba fardar de mi éxito con las mujeres, y menos tras ha
Unos tímidos golpes en la puerta me alertaron sacándome de mis irrisorios pensamientos. —¿Sí? —pregunté sin estar seguro de que hubiera alguien tras ella. —¿Peter? ¿Estás despierto? —preguntó una voz masculina y tan particular que mis oídos la reconocieron al momento. Me apresuré a adecentarme, ponerme una camiseta cualquiera y unos calzoncillos nuevos, dándole paso con un gesto silencioso sin disimular mi sorpresa, abrazándole impulsivamente como hacía tanto tiempo. —Pero, ¿qué haces aquí papá? Tenía entendido que habías tenido que viajar a Alemania esta semana y no coincidiríamos. Él me sonrió, marcando sus incipientes arrugas típicas de la avanzada edad. —Sí, sí... Justo vengo llegando hijo. No podía perderme en regreso del pequeño de la casa —hizo una pausa sacudiéndome el pelo con cariño —, además, tu madre no me lo hubiera perdonado nunca —afirmó divertido y yo reí por igual, encontrando su lógica al instante. —¿Te he despertado? —dudó echando un vistazo a mi destarta
Sopesé mis opciones, parado sin razón alguna en la terminal de llegadas del aeropuerto. Las personas que pasaban por mi lado se percataban de mi extraño comportamiento, o al menos eso creía por la forma en que me miraban al chocar con mi silueta petrificada. Un extraño "déyá vu" me perseguía desde el momento de iniciar el vuelo, por suerte más corto que el de mi vuelta de Londres, donde la conocí. Una extrema ansiedad me agobiaba, como si su efecto no hubiera pasado ni un ápice sobre mi mente, recordando cada palabra que compartimos, cada señal de complicidad y por supuesto, cada caricia. Si me concentraba solo un poco, incluso me sentía capaz de verla caminar decidida y empoderada alejándose una vez más de mí. Mi corazón palpitaba vertiginoso, dejándome absorto por segundos y supe que debía hacer algo para acabar con mi tortura personal o simplemente, terminaría consumido por sus consecuencias. Aceleré el paso, buscando alejar cualquiera de sus recuerdos tras esos muros. Susp
Disfruté de su silenciosa compañía durante los minutos que solo tomamos el sol, en silencio y sin demostrar lo que realmente suponía para mí el estar a su lado en aquel momento. No esperaba mucho más de alguien como Olympia, dado que, el estar allí junto a su imponente presencia, ya era mucho más de lo que había soñado en esta última semana. —Peter, acércate a mi lado, vas a quemarte si te quedas ahí. El sol está pegando fuerte a estas horas —me invitaba sacándome de mis pensamientos soñadores. ¡Joder! Aquello era la puñetera realidad y debía centrarme en disfrutar de nuestro momento con los pies bien puestos en la fina arena. Me acerqué sin pensarlo dos veces y ella acarició mi hombro cariñosamente poniéndome la piel de gallina de puro placer. —Eres de piel clara y debes tener cuidado con las quemaduras —añadió haciéndome sentir repentinamente como en casa y al cuidado de una madre protectora. ¡Puaj! eché ese pensamiento de mi cabeza al instante, a ella no podía verla de ese m