Y seguimos con este sensual baile de egos, ¿qué les está pareciendo? De verdad espero que se animen a comentar para saber si les está gustando. Recuerden que esta historia participa en el concurso de Buenovela y pueden votar por ella. Muchas gracias por leer un capítulo más.
Me sumergí entonces en el mar, con la segunda intención de refrescarme, pero priorizando el mantener mi mente preclara. Sí, debía hacerlo, o morir en el intento. Eso me ayudaría a tomar los pasos adecuados y no tener que esforzarme tanto al temer que cada segundo de nuestro tiempo juntos, fuera mi última oportunidad. Así que viéndola nadar, inesperadamente hacia la salida sin decir una palabra, estuve de parte de su amigo quien no pensaba dejarla escapar. ¡Este chico cada vez me caía mejor! —¡No, no dejaré que te salgas aún Oly! ¡Está buenísima! Gimoteó con su tono amanerado, como ansiando divertirse ahora a su costa. Chapoteó en su dirección y yo, colmado de mi activado empeño le ayudé a ganar aquella divertida batalla. Nos acercábamos decididos a hacerla entrar hasta donde había mayor profundidad, hundiéndola y viendo como con vanos intentos, siempre nos enfrentaba. ¡No esperaba menos de mi fiera! —¡Paren ya, por favor! —se quejó cuando sustituía a Richy, sujetándola por la
Salí de aquella playa sumido en el peor sentimiento que hubiera tenido jamás. La rabia me consumía por mi extrema estupidez al pensar en la posibilidad de que ella me pudiera querer, al menos un poco, al menos algo. Pero estaba claro que yo no le interesaba en absoluto. Me embargaba un sentimiento de pérdida inusual, porque a fin de cuentas, ¿qué más daba no tenerla a ella si podría tener a cualquiera? sin embargo ¿por qué ese pensamiento ni siquiera conseguía consolarme? Hasta ahora, jamás me había visto en tal encrucijada. Sometiéndome ante una sola persona y donde mi mente solo podía pensar en dos opciones ¿debía seguir insistiendo en volver a verla? o en otra más coherente dado el resultado ¿alejarme lo máximo posible de ella, desde ahora y para siempre? Mi corazón sobrecogido casi me exigía el que no diera por concluido lo que fuera que hubiera nacido entre Olympia y yo, en su necesidad casi enfermiza de volver a encontrar la plenitud que solo ella me aportaba. Pero ¿cómo no h
—Pero... ¿qué coño es todo esto Mario? —pregunté a voz de grito, fuera de mis cabales y golpeando la mesa, viendo como mi socio daba un salto ante el sonido del impacto —. Mira bien estos balances, ¡le faltan datos! ¿quién ha sido el inepto que se ha encargado de completar toda la documentación de este último mes? Su cara palidecía por segundos, pues por supuesto, revisar y firmar esos informes no le correspondía a nadie más que a él. ¡Y estaba todo manga por hombro! ¿cómo se atrevía a presentarme los informes de aquella manera tan descuidada? —Supongo que ha sido un despiste por mi parte Peter, lo siento —susurraba como cordero degollado —. Lo tendré al día para mañana mismo. —¿¡Mañana!? —exclamé incrédulo —¡No! —sentencié con mi más soberbia severidad —. Lo quiero para después del almuerzo y más te vale que cuadren los datos, o tendré que tomar cartas en el asunto. Él afirmó tímidamente, tragando con dificultad su vergüenza. —Y más vale que revises el resto de los balances
No es un puto suicidio, es del todo lógico y natural, me repetí mentalmente, una y otra vez, auto convenciendo a mi falta de voluntad, la cual no deseaba girar en dirección contraria, en la avenida que me llevaría de vuelta a ella. Seguramente sea una idea estúpida, incluso denigrante, le respondía mi parte más vanidosa que no deseaba volver a sentirse desechado ni en clara desventaja por mis evidentes sentimientos. Pero una vez más, mi necesidad se anteponía a cualquier acto racional y simplemente aparqué cerca de su portal, allí donde una vez entraba sumido en el placer de su abrazo, grabado a fuego en mi mente el lugar donde volverlo a encontrar. Mi mente bullía ante una secuencia de escenas. En unas, ella me recibía abalanzándose sobre mí nada más verme frente a su puerta, como poseída por el anhelo de tenerme cerca... ¡Dios qué placentero se veía eso! La sola posibilidad me hacía sonreír de satisfacción. En cambio, en otras, también viables a mi pesar, me miraba c
Debía pensar... Joder, ¡piensa Peter! o al menos intenta arreglarlo. —Sabes que nunca te he juzgado y no lo hago ahora —dije buscando mejorar su ánimo, pero parecía hacer el efecto contrario a mi parecer. —¡Ya sería el colmo! Si te hubieras atrevido, este encuentro nunca se hubiera llevado a cabo. Bueno... ni este ni ningún otro —soltó tajante haciendo que me arrepintiera de lo que había dicho al instante. —Ya... No es la primera vez que me lo dices, y me va quedando claro. Suspiré con resignación, pues aquello no iba ni medianamente tan bien como podría esperar. —¿Sabes qué Peter? No tenemos por qué hacernos esto —contestó acercándose mucho a mi cara, tanto que pensé que recibiría un beso de consolación, al menos —. Podemos seguir nuestros caminos como si nada hubiera pasado, sin pretender nada el uno del otro, como viejos amigos, conocidos o como prefieras llamarlo. Pero ¿qué me estaba diciendo? ¿Amigos, conocidos? ¿En serio? Ahora se encogía de hombros como si no pasara
Reglamento básico para ser parte de la experiencia Pandora. -Tener siempre en mente una palabra de seguridad, la cual es la única señal válida para salir de la sala o parar. -Siempre obedecer esa palabra, o se procederá a su expulsión inmediata. -La experiencia de sexo libre se basa en una única norma, y es que no hay normas. Ambos nos quedamos mirando al panel que destacaba en la entrada, entendiendo al instante dónde nos encontrábamos. —¿Es vuestra primera vez? —nos interrumpió la joven. Bueno ¿y ahora qué le contestaba? quizá no fuera cierto, pero la expresión de espanto en la cara de Olympia creía que era la clave. Ella sabía dónde nos encontrábamos y no cabía en su asombro. —Sí —afirmé seguro —, para los dos es nuestra primera vez. Olympia aceptó con el gesto dándome la razón. ¡Pues sí que es una caja de sorpresas esta mujer! Cogí el formulario que nos cedían, al igual que ella para completarlo, atento a sus expresiones. Viendo que se centraba en la tarea me es
Olympia llegaba finalmente al orgasmo entre gemidos y empuñando las sábanas en su intento de no perder el control de su cuerpo. Mordió su puño cerrado, dejándose llevar finalmente, por la explosión de éxtasis que el grupo de desconocidos le propiciaban. Yo, en cambio, no podía más que sentirme desilusionado viendo cómo ella disfrutada de aquel momento sin buscar compartirlo conmigo. Me había alejado de la escena para presenciarlo con ese sentimiento agridulce que siempre me quedaba tras mis esfuerzos por retenerla. Aquella noche, sin pensarlo demasiado, quise buscar un cambio, quizá una arriesgada estrategia para acercarme a su corazón, pero hasta ahora, no creía que estuviera funcionando. Froté con delicadeza el glande de mi miembro, esperanzado en seguir con la fiesta una vez ella se percatara de mi ausencia, descartando consolarme con cualquiera de las mujeres de aquella sala. Ahora no me provocaba saciarme con nadie más siendo fiel a mi naturaleza. ¡Y menuda m****a! maldi
¡Joder, joder, joder! No podía sino exclamarlo una y otra vez en mi mente, captando en las facciones de Olympia cómo se iba sumiendo en aquella deliciosa tortura en lo que parecía ser su primera vez en la experiencia del bondage anal. Yo la sostenía bien pegada a mi cuerpo, deleitándome en sentirla tan acoplada bajo la presión que el tercer miembro en acción ejercía sobre mi pene en un balanceo tan placentero como voraz. Los tres gemíamos en una sintonía incoherente, envueltos en la placentera experiencia que nos hacía ansiar que aquello no terminara jamás. Mi inexperiencia no era visible, al menos no en las proezas sexuales que te hacían ir de la mano del deseo irracional, eso era inherente en aquella mezcla de cuerpos desnudos que solo buscaban saciar sus deseos más carnales. Sin tabúes ni temores, solo dejando salir la naturaleza animal. ¡Wow! Era tan delicioso. De repente, nos movimos cambiando nuestras posiciones. Olympia quedaría liberada para ceder a la siguiente postura,