¿Y qué les parece en su opinión, este acto conspiratorio de Peter? ¿La amará, o simplemente será una obsesión? Saben que siempre me gusta recibir sus percepciones, opiniones y comentarios ¡les espero!
Debía pensar... Joder, ¡piensa Peter! o al menos intenta arreglarlo. —Sabes que nunca te he juzgado y no lo hago ahora —dije buscando mejorar su ánimo, pero parecía hacer el efecto contrario a mi parecer. —¡Ya sería el colmo! Si te hubieras atrevido, este encuentro nunca se hubiera llevado a cabo. Bueno... ni este ni ningún otro —soltó tajante haciendo que me arrepintiera de lo que había dicho al instante. —Ya... No es la primera vez que me lo dices, y me va quedando claro. Suspiré con resignación, pues aquello no iba ni medianamente tan bien como podría esperar. —¿Sabes qué Peter? No tenemos por qué hacernos esto —contestó acercándose mucho a mi cara, tanto que pensé que recibiría un beso de consolación, al menos —. Podemos seguir nuestros caminos como si nada hubiera pasado, sin pretender nada el uno del otro, como viejos amigos, conocidos o como prefieras llamarlo. Pero ¿qué me estaba diciendo? ¿Amigos, conocidos? ¿En serio? Ahora se encogía de hombros como si no pasara
Reglamento básico para ser parte de la experiencia Pandora. -Tener siempre en mente una palabra de seguridad, la cual es la única señal válida para salir de la sala o parar. -Siempre obedecer esa palabra, o se procederá a su expulsión inmediata. -La experiencia de sexo libre se basa en una única norma, y es que no hay normas. Ambos nos quedamos mirando al panel que destacaba en la entrada, entendiendo al instante dónde nos encontrábamos. —¿Es vuestra primera vez? —nos interrumpió la joven. Bueno ¿y ahora qué le contestaba? quizá no fuera cierto, pero la expresión de espanto en la cara de Olympia creía que era la clave. Ella sabía dónde nos encontrábamos y no cabía en su asombro. —Sí —afirmé seguro —, para los dos es nuestra primera vez. Olympia aceptó con el gesto dándome la razón. ¡Pues sí que es una caja de sorpresas esta mujer! Cogí el formulario que nos cedían, al igual que ella para completarlo, atento a sus expresiones. Viendo que se centraba en la tarea me es
Olympia llegaba finalmente al orgasmo entre gemidos y empuñando las sábanas en su intento de no perder el control de su cuerpo. Mordió su puño cerrado, dejándose llevar finalmente, por la explosión de éxtasis que el grupo de desconocidos le propiciaban. Yo, en cambio, no podía más que sentirme desilusionado viendo cómo ella disfrutada de aquel momento sin buscar compartirlo conmigo. Me había alejado de la escena para presenciarlo con ese sentimiento agridulce que siempre me quedaba tras mis esfuerzos por retenerla. Aquella noche, sin pensarlo demasiado, quise buscar un cambio, quizá una arriesgada estrategia para acercarme a su corazón, pero hasta ahora, no creía que estuviera funcionando. Froté con delicadeza el glande de mi miembro, esperanzado en seguir con la fiesta una vez ella se percatara de mi ausencia, descartando consolarme con cualquiera de las mujeres de aquella sala. Ahora no me provocaba saciarme con nadie más siendo fiel a mi naturaleza. ¡Y menuda m****a! maldi
¡Joder, joder, joder! No podía sino exclamarlo una y otra vez en mi mente, captando en las facciones de Olympia cómo se iba sumiendo en aquella deliciosa tortura en lo que parecía ser su primera vez en la experiencia del bondage anal. Yo la sostenía bien pegada a mi cuerpo, deleitándome en sentirla tan acoplada bajo la presión que el tercer miembro en acción ejercía sobre mi pene en un balanceo tan placentero como voraz. Los tres gemíamos en una sintonía incoherente, envueltos en la placentera experiencia que nos hacía ansiar que aquello no terminara jamás. Mi inexperiencia no era visible, al menos no en las proezas sexuales que te hacían ir de la mano del deseo irracional, eso era inherente en aquella mezcla de cuerpos desnudos que solo buscaban saciar sus deseos más carnales. Sin tabúes ni temores, solo dejando salir la naturaleza animal. ¡Wow! Era tan delicioso. De repente, nos movimos cambiando nuestras posiciones. Olympia quedaría liberada para ceder a la siguiente postura,
Nunca me había sentido tan aislado del mundo externo, tan ajeno a mi vida de compromisos y trabajo infatigable. Allí tumbado a su lado, con las respiraciones buscando estabilizarse, nos reíamos como tortolitos después de haber sucumbido una vez más al frenesí del sexo salvaje. ¡Wow! había sido espectacular estar con ella a solas, tan pegado a su piel que casi pudiéramos habernos fundido en una sola persona. Los flashes de recuerdos pasaban por mi memoria deteniéndose ante todo en la manera en que me demostraba lo que me deseaba, sus gestos y esa manera de mirarme, que me dejaba sin respiración. ¡Sí, me deseaba! eso lo intuía, pero ¿podría aspirar que ese sentimiento se agrandara? ¿lo estaría haciendo ya? Era una posibilidad que ahora, mirándola de frente y con la franqueza de sus ojos, no veía tan lejana. —¿No trabajas hoy? —preguntó frunciendo el ceño, como si la idea le sonara extraña. Yo solo negué con la cabeza, sin querer hablar de lo irresponsable que me sentía en aquel mom
Podría acostumbrarme a aquello, me dije con la mayor seguridad que había sentido jamás tumbado aún en la comodidad de su cama. Era la segunda noche que dormía allí de seguido y ni en mis esperanzas más remotas me hubiera imaginado que la noche loca del Pandora, pudiera acabar así. Olympia se despedía con un dulce beso en los labios y una sonrisa de disconformidad, maldiciendo por lo bajo, su obligación con Richy. Esa que la empujaba a alejarse tan temprano de mi lado. La dejé marchar, pero solo por el sentimiento racional de poner mi vida un poco en orden, alejado del embrujo que Olympia me suponía. Así que, tras verla desaparecer por la puerta, me animé dándome una ducha rápida, volver al hotel a buscar ropa limpia y acudir como si nada hubiera pasado de vuelta a la oficina. Solo una hora más tarde y con el ánimo renovado, accedía al edificio notando nuevamente el alboroto que mi presencia suponía para los empleados que observaban nerviosos mis pasos. Era habitual, les costaría
Pasé tan solo una hora en el gimnasio del hotel, sin querer despegar mis ojos de cada movimiento del reloj. ¿Cómo podía estar tan ansioso? Mi expectación era tanta, que ni una buena sesión de cardio la había podido suavizar. Me sentía estúpido, como si me hubiera convertido de repente en un adolescente desbocado por las hormonas. ¡Y menuda rebelión me estaban montando las muy puñeteras! Tras una ducha rápida y rebuscar desesperado las opciones de mi reducido armario, decidí ponerme algo que encajara con mi lado más casual, saliendo sin meditarlo demasiado directo hacia su casa. No tardé en llegar, por suerte no vivíamos lejos. Aparqué sin dificultad en la misma calle de su apartamento, viendo que Richy salía del portal sin percatarse de mi presencia. Su semblante aparentaba sombrío y cabizbajo, algo totalmente atípico en su afable personalidad ¿Qué habría pasado? me preocupé un poco, observando en silencio cómo se alejaba con paso firme. Accedí al edificio aprovechando su despi
Comenzaba un nuevo día, bien temprano para mí que debía arreglar todo para volver a ausentarme de la empresa gran parte de la jornada. ¡Cosas del amor! y de esta nueva vida que comenzaba nada más llegar a la isla. ¡Qué ironía! yo que pensaba tener una rutina más tranquila y centrada en otros proyectos, jamás hubiese imaginado que alguien como Olympia formara parte de todo ello, convirtiéndose en mi prioridad. La besé suavemente en la frente, dejándola profundamente dormida. El sol casi ni asomaba al horizonte cuando me puse en camino al hotel para cambiar de vestuario y llegaba el primero a la oficina. —¡Señor Maillard! no esperaba encontrarle aquí tan temprano —se sorprendió Alejandro entrando sin llamar a mi oficina portando una montaña de carpetas en sus manos. —Me imagino... —contesté sonriéndole quitándole importancia a su intromisión. —Lo siento, si quiere le dejo todo esto más tarde —se disculpó dudando en la entrada. —No, pasa, venía con la idea de dejar la mañana org