3. ¿Despedida?

Un poquito de orden era lo que necesitaba aquel despacho. Revisaría por segunda vez el no haber dejado documentos importantes fuera de mi carpeta, ni dejar atrás nada de lo que tuviera algún apego personal. ¡Listo! visto esto, ya no quedaba nada en aquel lugar que me retuviera por más tiempo.  

Una hora más tarde pude salir del edificio, queriendo cantar “Libre” de Nino Bravo, y agradeciendo el silencio de voces demasiado expectantes. La peor parte de haber recibido innumerables muestras de aprecio recargado, entre otras muchas apenadas despedidas que realmente no esperaba.  

Era hora de continuar con mi camino, aunque sabía que no podría desprenderme del todo del trabajo que aquella sucursal precisaba de mí. ¿¡Y qué joder!? Me animé voluntariamente, aquel era el momento de cumplir el siguiente nivel de mis expectativas.

¡Mente fría! se burlaba mi subconsciente, pues ¿quién sabe? Quizá desde aquel momento, todo podría cambiar a mejor.

                                                  ***** 

 —¡Ya era hora! Casi no llegas, ¿es costumbre en los jefazos eso de hacerse esperar o qué? Digo para ir aprendiendo —reía Henry elevando la voz para hacerse escuchar sobre el rugido de la música.  

—Por supuesto, así ensayas una buena entrada en escena y animas el ambiente que te esperará expectante al pasar —, me burlé siguiéndole el juego, bajando un poco a su altura para acercarme a su oído. 

—Pues creo que funciona amigo —añadió dándome un toque perspicaz con el codo —. Ya ves, ellas te comerían a lametazos, ¡las tienes a todas en el saco! 

Le miré entornando los ojos al reconocer a Gisela, a la par que sorprendido por la elección de palabras que había empleado. Quise suponer que su juventud le jugaba en contra. ¿Cuántos años tendía Henry?... ¿veintitrés, veinticuatro? ¡Qué se le iba a hacer! me rendí encogiéndome de hombros.  

Yo ya superaba los treinta con creces, y por alguna razón, aquel rollito de ir rompiendo corazones por donde pasaba, se excedía de mis aspiraciones. Incluso en ocasiones, la intensa atención que despertaba, atacaba con vehemencia a mi introvertida timidez.  

¡A ver, a ver! Asúmelo Peter, me reñí por lo bajo, no quieras dártela de santo mártir, ni siquiera de medio monje, porque hubiera asumido que mis encuentros amorosos, se mantendrían alejados de toda vista pública.

Era necesario y otra importante de mis reglas morales, eso de mantener secreta mi posición como CEO de mi reconocida empresa, sobre todo a las chicas con las que llegaba a compartir las experiencias más íntimas.

¡Sí! Me gustaba echarme fuera del plato de la honradez de vez en cuando, con encuentros sexuales fortuitos y efímeros, siempre con mujeres que me resultaran inaccesibles, de esas que exudan poder y amor propio. De las que me miraban como a una opción más y no, como la oportunidad de conquistar el mundo a mi costa. Por desgracia para la señorita Smith, ella estaba incluida en el segundo grupo. 

¿El por qué? Pues en realidad no sabía cómo había llegado a aquella conclusión, y supuse que quizá, estaba todo en mi cabeza. La chica se veía tan diferente aquella noche que me obligué a dejar de sacar suposiciones sobre ella. Su cabello caía como una cascada dorada sobre su espalda, y con aquel mini vestido oscuro como la noche, tan ceñido que marcaba cualquier detalle poco accesible con su habitual uniforme, parecía ser otra mujer ajena a la responsable y sumisa secretaria habitual.  Pero, ni siquiera así estuve tentado a mirarla de más. ¡Era mi empleada, joder!

Tampoco es que le tuviera inquina a la chica, ¡para nada! Al contrario, me sorprendía el haberle encontrado ese punto de sutil sensualidad, con ese cierto aire osado en la mirada que me estaba echando.  

—La verdad es que no sé cómo aún no te la has tirado —interrumpía mi insistente amigo junto a mi oreja —.  Está la tipa ¡que te mueres!  

Bajé la mirada negando al pensar en hasta dónde aguantaría aquella sarta de palabrería insultante de mi buen amigo, antes de hacerle callar. Carraspeé incómodo y entramos en la sala, buscando quedar ajeno a las miradas.  

Caminé directo hacia la barra con la excusa de pedir las bebidas en primer lugar, bastante chafado tras descubrir que aquella velada había terminado siendo parte de una encerrona para quedar reunidos casi todos los becarios y secretarios de la oficina central. ¡Menudo plan!  

No era que me molestara, ni que mi ánimo dependiera del puesto que cada uno desempeñaba dentro de mi empresa, tan solo, quizá, de la manera en que ellos me verían a partir de ahora si me atrevía a ser yo mismo tan de cerca. Tenía que seguir guardando cierta distancia, me dije, mantener la compostura o echaría por tierra todos mis esfuerzos pasados para ser respetado como un superior. 

—Ponga dos rondas de chupitos de tequila en aquella mesa, por favor —pedí al camarero que me atendió nada más verme. Volví a girarme para ver que Henry ya venía en mi busca. 

—¡Ven amigo! Es hora de celebrar con tus trabajadores, ¿o acaso te vas a quedar en la barra?

Puse cara de malhumorado sin querer sacar mi decepción del momento desperdigando por la boca, para finalmente seguirle. Sí, bueno, intentaría mantener el tipo, ser buen tío en general, relacionándome sigilosamente con los demás. A fin de cuentas, siempre les había tratado con buen ambiente y generosidad, ¿por qué no intentar hacerlo fuera del ambiente laboral? 

—¡Venga señor Maillard! Únase a la fiesta —vitorearon casi al unísono. Yo solo les sonreí cortésmente.  

Tres rondas de chupitos más tarde, ya notaba el "mareíllo" de no saber tomar. Mis risas sonaban altas sin un cierto sentido ni juicio, e iba notando como mi temple se iba debilitando trago a trago. 

—¡Henry amigo! Ya va siendo hora de que me vaya... —sugerí atrayéndole hacia mí con la leve prudencia que me quedaba.  

—¡No! Pero si aún es temprano —se quejó —, vamos a bailar un poco a la pista con las chicas y luego te vas, ¡venga jefe! A partir de mañana ya te desharás de nosotros.  

Entorné los ojos y decidí ceder por última vez a sus peticiones, ya había llegado hasta allí así que un baile más no me haría daño.  

De repente me vi rodeado, viendo como muchos de mi personal, disfrutaban de la música actual mucho más que yo. Cosas de la edad, suponía. Una mano rodeó mi cintura para empezar a contonearse bajo mis caderas ¡Madre mía! Menuda agilidad de movimientos altamente impúdicos. 

Gisela siguió con su animado baile acoplando su cuerpo al mío, sonreía eufórica disfrutando de la sintonía y sumergiéndome en el momento. Era muy guapa, pensé una vez más viéndola tan de cerca, y su sensualidad me invadía aumentando la temperatura de mi cuerpo. La agarré por la cintura inconscientemente. Sí... Una vez más podía sentir la embriaguez impidiéndome darme la vuelta y salir pitando de aquel entramado.  

—Es agradable verle fuera del lugar del trabajo señor —susurró junto a mi oído, haciendo que un cosquilleo recorriera mi espalda. Le sonreí levemente, fijándome en su mirada halagadora.  

—Lo es, todo un cambio —acepté cortés.  

Bailamos durante toda la canción, sin poder alejar de nosotros las miradas curiosas de quienes nos rodeaban, susurrando sin disimular su consternación.  

Gisela empezó a sentirse abrumada, al igual que yo, por las atenciones que nuestro baile había despertado.  

—Lo siento señor, yo... —susurró alejándose y bajando la mirada al notar mi incomodidad.  

—No te disculpes, estamos fuera del trabajo ¿no? Y por favor, llámame Peter, al menos en esta ocasión —dije queriendo quitarle hierro al asunto.  

Dando un paso atrás, me alejé, dejando un espacio entre nuestros cuerpos. Tendría que buscar a Henry, me dije queriendo ubicarle con la mirada entre el gentío. Tenía que finalizar aquella noche antes de acabar tirando mi buen nombre por el suelo. 

Me tambaleé un poco y su mano me sujetó con fuerza. 

—Así me gusta jefe, veo que se lo está pasando bien ¿eh? —me guiñó el ojo con complicidad. Yo le miré molesto —. Tómate una más, ¡venga Pet! A esta ronda invito yo —añadió poniendo otro chupito junto a mí para tentarme.  

La tomé sin pensarlo demasiado, tenía que buscar la manera rápida de escaquearme. 

—Amigo, yo ya me despido, es hora de que termine la fiesta para mí.

— ¿En serio? Pues vaya pena, solo son las cuatro de la madrugada y yo esperaba amanecer aquí ¿No se anima? Y ya va directo al aeropuerto ¡Luego ya podrá dormir a pierna suelta en sus “Islas Afortunadas!”

—Pues vaya, Henry, menuda decepción. Veo que eres una mala influencia... —solté con voz molesta —. Y te extralimitas con facilidad —le acusé irónicamente, pero lo más serio que pude simular, pudiendo ver como cambiaba su semblante ebrio hasta rozar el temor de haberse sobrepasado.  

—No jefe, yo solo... —titubeó con cara de cordero degollado y yo me reí en respuesta aliviando en unos minutos su expresión. Tampoco es que fuera un ogro, pero debía seguir comportándome como el líder que ya era.  

—Tranquilo Henry, tú sigue con tu celebración —estiré la mano para darle un saludo de despedida —. Estaremos en contacto y créeme, te tendré vigilado. 

Con las manos juntas nos reímos con complicidad. Sí, era un buen chico, algo joven y voluble, pero responsable en su sano juicio, después de todo.  

—Nos vemos pronto amigo —me despedí dándole la espalda y saliendo victorioso de allí.  

Pero por supuesto, aquella noche no había terminado y nuevamente yo sería tentado a romper todo atisbo de mi reservada integridad.

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