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2. Unas horas antes...

¡Ya era hora!

Vitoreé del entusiasmo al cerrar la carpeta, allí ya estaba organizado y en orden de prioridad todo el papeleo que me había llevado gran parte de la mañana, y sí, al fin, aquella sería mi última reunión como jefe mayoritario de la cede central. 

No veía la hora de que llegara el día, el último en la sucursal londinense de SunBeach & Hollidays, la que consideraba mi empresa o, mejor sería llamarla, mi hogar. 

Sí, era una realidad, mi vida era todo, por y para el trabajo, al menos en los dos últimos años. Y gracias al incesante esfuerzo realizado, había escalado en la que ya era, una de las mayores empresas del sector turístico de toda Europa. 

— Jefe, ¿todo listo? —oía preguntar a Henry, asomando la cabeza por la puerta de mi despacho.   

—Sí, justo acabo de terminar, ¿ya llegaron todos? —pregunté para saber si era la hora de ir hacia la sala de reuniones.  

—Sí, señor. Creo que están tan nerviosos por su despedida que han llegado pronto —sonrió el chico.  

—No lo pongo en duda —ironicé consciente de que muchos estaban alegres a sabiendas de que mi marcha de aquella sucursal era inminente.   

No me afectaba en absoluto las rivalidades, todo lo contrario. Allí yo era el jefe mayoritario y estaba de lo más agradecido el haber crecido como líder en aquella empresa, comportándome como una figura de orden con todos con los que trabajaba. Para todos, mi palabra era ley y eso, henchía mi pecho de puro orgullo. 

Pero quería un cambio, ¡lo necesitaba! Darle un toque de discontinuidad a mi vida, no tan drástico en mis tareas laborales, pero sí en lo relacionado con estar lo más cerca posible de mi tierra natal ¡Y lo estaba deseando!

¡Joder que sí!

—¡Venga jefe! Yo le ayudo con todo eso —se ofreció Henry viéndome llevar todo el peso de documentos. Y por supuesto que esa era parte de su trabajo, así que le dejé seguirme con todo lo necesario para llevar a cabo mi siguiente tarea.  

El pasillo me dejaba ver gran parte de la ciudad en las alturas. Sí, aquel sería el día de las despedidas, temí. Aquel Londres nuboso había sido mi cuna desde los inicios, era una ciudad llena de encanto, colmada de vida y diversidad, pero también, con un clima y cultura tan dispar a la de mis raíces, que había sido casi imposible adaptarla como un cómodo y familiarizado hogar. 

¡Venga, vale, lo acepto! Estaba siendo un poco quejica. No había sido tan duro como hubiera esperado en un primer momento. Sí, era una ciudad enorme y algo sombría, y eso, aunque no lo dijera abiertamente, congeniaba con mi carácter habitual mientras permanecía sentado entre aquellas acristaladas paredes. 

Poseía un encanto único desde mi punto de vista con su parte histórica, donde la mezcla del pasado, el presente, e incluso toques del futuro la hacían aparentar ser un pequeño mundo en sí misma. Y eso la hacía menos aburrida, me convencía a mí mismo, sobre todo en esos días en los que extrañaba tanto un nuevo giro para mi vida.  

Suspiré parando un segundo mis pasos, antes de entrar a la sala de juntas, necesitaba mirarlo por última vez, o al menos por el tiempo que pudiera mantenerme alejado. El paisaje que me acompañaba a diario, por la parte sureste de la ciudad empañada de nubes grises, me hacían compararla con las cálidas playas de mi tierra natal casi a diario, más incluso en estas últimas semanas. Sonreí como un tonto al pensar que pronto volvería a aquellos parajes de los que tanto tiempo llevaba separado. 

Mmm... Volver a tomar el sol en las playas de arena blanca con los alisios templando el ambiente, notando tostarse mi piel con el matiz natural de mis raíces isleñas.  

—¡Toc, toc, toc! —murmuró mi ayudante por mi espalda—. Sr. Maillard ¿se le ha olvidado algo? ¿o es que está en uno de sus viajes astrales? 

Sonreí como respuesta hacia Henry, quien, como uno de mis más fieles ayudantes, tanto me conocía. Sería mejor admitir que era como mi mano derecha en aquel lugar y hasta quizá, mi mejor amigo fuera de aquellas oficinas.  

—¡No Henry, que va! Solo estaba reflexionando unos segundos sobre este lugar. 

Sonrió con disimulo. 

—Sabes que todos te echaremos de menos ¿verdad? —soltó de repente, encogiéndose de hombros algo intimidado -. Algunos más que otros - rio maliciosamente —. Has sabido ser más que un jefe tirano —añadió luego, dándome una palmada en el hombro —, ha sido como trabajar con un mejor amigo y eso, no tiene precio.  

Intenté no sonrojarme ante el desbordante afecto de sus palabras, bajé la mirada y solo acepté tímidamente con el gesto de mi cabeza. 

—¿Ya se despidió de todos? —murmuró como pregunta con un tono burlón y sugerente. Le miré de reojo simulando enojo mientras seguía caminando con la misma decisión, dejándole claro que sus insinuaciones no eran un asunto de especial interés para mí.  

—Lo haré antes de irme, supongo —contesté con gesto despreocupado —. De todos, por igual —aclaré alejándome de sus conjeturas.   

Él aceptó con su sonrisa más mordaz, pues como muchos de la oficina mantenía la teoría de que la llamativa secretaria de zona, Gisela Smith, estaba más que interesada en mi persona.

¿¡Y qué si así fuera!?

Sí, la chica era todo lo que un hombre con ojos en la cara podía desear. Con su belleza sureña, siempre presumiendo de esa elegancia natural, pudiendo encajar en el prototipo de cualquier hombre, pero, por alguna extraña razón, no en el mío.  

Nos veíamos a diario, suponía que esa era uno de mis motivos y mostrándose tan dispuesta en ocasiones, solo había conseguido darme a entender, que poseía cierta desesperación por ser observada.  

¡Sí, y muchos se lo agradecían! pero, yo era más raro en ese aspecto, ¡un pringado! como me habrían llamado muchos. Nadie entendía mi ley sobre centrarme en salir de aquel lugar sin llevarme de paso, la mala reputación por ser un jefe mujeriego y voluble que se tiraba a la primera secretaria que se le sugería tan a menudo. 

¡Iba a ser que no!

Estaba orgulloso una vez más de mi temple y mi fuerza de voluntad.  

Por ahora, prefería mantenerme lejos de las tentaciones, que viera en mí a alguien serio y responsable que sabía apartar su vida personal como un asunto privado, desde el primer momento, esa había sido mi norma más inquebrantable.  

—Si tú lo dices… —concluyó por lo bajo mi ayudante, ironizando, abriendo la puerta de la sala de juntas cediéndome el paso y haciendo que todos se giraran para mirarme. Incluso ella, quien me echó un vistazo significativo mientras me perseguía con la mirada. Carraspeé sin saber por qué, dándole otra en respuesta.

¡Maldito bastardo este Henry!  

Estaba seguro que sus comentarios sugerentes sobre la joven y sus intenciones, me habían sugestionado una vez más. Esa debía ser la causa de que hubiera actuado así.

¡Menuda m****a! Ahora, todos los allí presentes murmurarían de aquel detalle sin importancia para mí.  

Tomé aire para cambiar el chip, ¡relax y a lo tuyo Peter! Me repetí poniéndome en modo jefe y deseando interrumpir el corro de cuchicheos.  

—Buenas tardes a todos —saludé con voz firme—. Creo que ya es hora de que comencemos —claudiqué contundente, acomodándome en el asiento presidencial al fondo de la gran mesa ovalada.

Noté como al instante todos guardaban la compostura ante mi severa mirada. 

—Como saben, esta es la última reunión que presido en estas sede —suspiré evitando las miradas y abriendo las carpetas que contenían los primeros puntos a tratar —, por lo tanto y antes de continuar con las asignaciones, quiero anunciar que tanto mi socio Mario Gutiérrez, como yo, hemos hablado durante semanas de quienes de ustedes serán los indicados para continuar al mando en la dirección de estas oficinas.  

 Repasé los documentos con la mirada antes de continuar.  

—Por lo que hemos repasado, ha habido muchas solicitudes y estoy seguro de que la mayoría de ustedes están de lo más cualificados para cumplir con la tarea, pero... —Enfaticé como esperando un redoble de tambores —, la decisión ya está tomada.  

Todos me miraron expectantes, y yo disfruté con hacerles sufrir de intriga durante un momento más. 

—Henry —nombré, y mi ayudante acudió a mi llamada —. Creo que necesito que a partir de ahora te quedes al mando.  

Aquello dejó estupefacto a quien ya consideraba mi amigo, y por las caras que nos rodeaban, había más de uno que no comprendía aquella inusual decisión.  

—Es todo un honor Señor Maillard —dijo con la formalidad que solía usar en público —. Estoy seguro de que no les defraudaré.  

Le di una palmada con familiaridad en su espalda, y continué con los anuncios.  

—Hay algo más —volví a centrarme en una solicitud en concreto —. Creo que, según leo por aquí, la señorita Gisela Smith ha estado interesada en el puesto de ayudante de dirección desde hace tiempo —. La miré y vi un atisbo de decepción mal disimulado en su sonrisa —. Pues, el puesto es suyo, si aún lo quiere —anuncié esperando una mejor reacción, pues la secretaria solo aceptó con el gesto y dio las gracias por lo bajo. 

La reunión no duraría demasiado a partir de ahí, o era mi costumbre la que ya me daba la sensación de que aquello era simple repetición. Pero debía dejar marcados los pasos a seguir desde aquel punto y las tareas que le concernían a cada uno en sus sectores, pan comido para alguien a quien se le daba tan bien mandar. 

—Es una buena época para el sector —remarqué ante la mirada de todos —, y tendremos que tener propuestas interesantes para esta temporada de verano en Las Canarias, al igual que en el resto de destinos estivales. Yo me encargaré directamente de las islas, pero a ustedes, les tocará estar de primera mano en el resto de localizaciones ¿Alguna sugerencia más? —Todos guardaron silencio como era de esperar, aceptando mi resolución.  

Repartí las copias de destino a cada miembro del equipo y di por finalizada la reunión, dando las gracias diligentemente a todos los allí presentes y notando lo complacidos que estaban muchos de que yo desapareciera de sus vistas.  

No buscaba despertar hostilidades, sin embargo, eso era casi inevitable en un mundo tan competitivo como los negocios.  

— ¡Eres terrible! —me acusó Henry nada más salir de regreso a mi despacho.  

—¿Terrible yo? Pero, ¿de qué hablas? —pensé que me querrías ahora, más que a nadie en el mundo -, le miré haciéndome el confundido —. ¡Y más te vale no pasarte de la raya Henry! Mira que podría cambiar de opinión de cederte el mando —amenacé medio en broma —, no pareces estar muy centrado en la responsabilidad que eso acarrea.  

—¡No jefe! ¿Cómo cree? —se disculpó con expresión sorprendida —. Solo que me ha dado hasta lástima la pobre chica, pues está claro que su solicitud era para trabajar con usted, mano a mano ¡no conmigo! —añadió disimulando una risita.  

Me encogí de hombros fingiendo ignorancia, pero aquello me resultaba hasta divertido pues, después de todo, ya lo suponía.  

—Bueno, déjate de dramas ajenos. ¿Vamos a celebrar tu ascenso esta noche? ¿o qué? —sugerí cambiando de tema —. O no sé, algo más informal como tomarnos unas cervezas en el pub, ¡nada extremo que mañana madrugo!

Henry aplaudió victorioso cerrando las puertas de mi despacho tras nosotros.  

—¡Sí! ¡claro que saldremos a celebrar! —exclamó —. ¿Cuándo no tenemos una buena excusa para hacerlo? —reímos a la vez por ello —. Pero es una pena que me vaya a durar tan poco tu compañía Pet —me tuteó en este caso y yo lo admití por estar lejos del personal colindante —¿no podrías retrasar tu viaje a Canarias unos días más?

Le miré de reojo, pues estaba seguro de que aquella última pregunta tenía que quedar rebatida con mi expresión. ¡Claro que no! Ya tenía muchos planes para aquellos primeros días en la isla capitalina de Gran Canaria, inclusive una escapada de visita a mi isla natal de Fuerteventura, para darle una sorpresa a mi familia.  

—Es lo que hay —alcé las manos dejándole claro mi postura.  

—Bueno, vale - se rindió pensativo —, pero eso no tiene por qué significar que no lo pasemos en grande. 

—En eso estoy de acuerdo.  

Dejando concretado hora y lugar del encuentro, seguí concentrado en nuestras funciones, al menos ya sabíamos que acabaríamos aquel día tan bien como imaginábamos.  

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