16

Mi mente está totalmente turbada en el momento en que me subo al vehículo. El olor a mentolado, que antes no había notado, inunda mis fosas nasales y no ayuda a ahuyentar el hecho de que tome una mala decisión, pero aun así me dejo llevar por mi juicio improperio.

—¿Vives cerca? —indagué sin apartar la mirada del camino.

Thiago me observa de reojo antes de responder, como examinando.

—Sí, pero estoy yendo a por algo de comer. No te molesta, ¿verdad?

No respondo hasta después de unos segundos.

—No.

Él asiente ante mi respuesta.

Todo se fundió nuevamente en un silencio que por alguna razón me incomodé. Quizás sea porque estoy acostumbrada a que él sea quien mantenga las conversaciones a flote, el ambiente relajado y a mí menos seria.

—¿Y si mejor vamos a tomarnos unos tragos? —tente con aire desinteresado.

Thiago abrió su boca una, dos, tres veces sin pronunciar palabra, dudando muy seriamente.

Fijé mis ojos en él, expectante.

—Detén el auto —demandé.

—¿Qué?

—Que detengas e
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