03

No hay nada más rico que estar en casa mientras el cielo llora, pero... como soy una persona que, aunque poseo lujos tengo que salir a ganarme mi sustento del día a día. Por ende, quedarse en la comodidad de mi hogar no es una opción.

La mañana se vio hermosa cuando abrí las cortinas apenas desperté, el frío que se coló por la ventana fue algo maravilloso para mi piel que siempre está expuesta al sol y calor que hace en esta ciudad.

El cielo se observó despejado en aquel entonces, pero de un momento a otro adquirió un color gris, casi negro y las nubes del mismo color se hicieron ver. Supuse que llovería pronto y no estaba equivocada. Justo ahora estoy varada en una gran carpa de aproximadamente seis por seis metros, en donde hombres ya un poco mayores, están jugando domino y todo esto debido a que mi auto se averió e Iván ya no está para llevarme al trabajo, como él hacía cuando pasaba este pequeño problema con mi auto; definitivamente necesita ser cambiado, pero mi terquedad y pereza me lo impiden.

—Hija, ven y siéntate aquí hasta que pase la lluvia —dice uno de los ancianos en un tono paternal y las comisuras de mis labios se elevan en una pequeña sonrisa.

—Oh, no, gracias. Estoy esperando un poco a que se calme para irme. Ya estoy

llegando tarde al trabajo —informe en una entonación que para mi perspectiva fue

gentil.

Asintió y termino conmigo diciendo que cualquier cosa, ahí estará la silla para cuando me cansé de estar de pie y después volvió a lo suyo.

Observé nuevamente como la lluvia caía con fuerza no dando esperanza de que vaya a

parar pronto y resoplé rendida, busque en mi bolso mi celular y cuando lo tuve

en mis manos marque el número deseado y lo coloqué en mi oreja.

Dos timbres sonaron y al tercero escuche la voz blanda de mi madre.

—Neferet —pronunció mi nombre cantarina, mis labios se entreabrieron al oírla y una

opresión en mi pecho ahogo mi voz—, cariño, ¿estás ahí? —inquirió cuando después de unos segundos permanecí en silencio.

—Sí, sí —respondí, mientras carraspeé para espantar la ronquera que se instaló en mi

tono de voz—. Es que me encanta tu voz y es inevitable no quedarme embobada

cada vez que te escucho.

Mi madre rio ante mi tonta declaración y nos fundimos en una corta conversación

basada en que había hecho en mi cumpleaños y como la había pasado, mentí

diciendo que pasé un día asombroso sin ninguna dificultad y lo único verdadero

que di a relucir fue el sentimiento amargo que me acompaño por un buen rato al

pensar en que la única persona que deseaba que estuviera a mi lado, quien era

ella, no lo estuvo y como lo esperaba un silencio en la línea que conectaba

nuestras voces se hizo presente.

Relamí mis labios y sonreí, a pesar de que esta no me estuviera viendo.

—Madre, ¿has pensado en lo que te dije la última vez? —indagué con una entonación baja, ya que mi voz se enronqueció.

 

—Lo hice —hizo saber sin titubeos.

 

—Sé que es difícil esa decisión. Abandonar todo y venir hasta acá es algo complicado, lo fue para mí y lo será para ti, lo sé bien. Acostumbrarse al clima, la gente, la vivienda —tragué saliva y seguí hablando con un nudo doloroso en la garganta de compañía—. No voy a presionarte, respeto el que no quieras venir, pero mamá, yo... —di una larga espiración al obligarme callar.

No quiero decirle que me siento sola, indirectamente imponerla a venir al decir que aquí está todo: el futuro, el buen trabajo, la buena vida y aquí estoy yo; la única persona que la cuidará y amará mejor que nadie en el mundo y mejor que ninguno de nuestros parientes, que solo lo hacen por el dinero que mando cada mes, no porque verdaderamente tienen la necesidad de hacerlo. No están obligados, pero todavía así…

—Me iré contigo.

—¿Qué?

—Me iré contigo, Neferet —repitió de forma firme, pero sin perder la suavidad en su

voz.

—¿No estás bromeando?

—No lo haría con esto, estoy siendo seria.

Asentí frenéticamente con la cabeza sin poder creerlo. La llamada finalizó casi de

inmediato con un te amo de su parte y de la mío un “también”. Aún con la lluvia

cayendo furiosamente, salí de manera apresurada del acojo que me había

proporcionado la carpa y empecé prácticamente a correr por las calles, sabiendo que al igual que podría mojarme incluso más también podría llegar más tarde.

...

—Ten cuidado Neferet, Iván anda por ahí.

María me advirtió como si encontrarme con él fuera la cosa más peligrosa que podría

pasarme, teniendo en claro que el verdadero peligro estaba junto a él. Sebastián, mi jefe y el inversionista de este despacho de abogados.

Hace algunos años lo conocí porque alguien me recomendó a él cuando se vio en

carencia de personal al comprar este bufete, que estaba ya formado. Se vio en

la situación en donde los abogados que anteriormente eran parte del despacho

renunciaron al haber cambiado el dueño.

—No huiré, no soy una cobarde y no he hecho nada para tener que hacerlo —señale,

mientras me puse sobre mis pies para ir en dirección del pequeño espejo que

colgaba en la pared, una vez frente a este, me acomode algunas mechas de

cabello que yacían sueltas y la miré a través del objeto reflexivo—. Tengo la

edad suficiente como para entender que lo que termino, termino y no hay que

guardar ningún tipo de sentimiento. Ya sea amor u odio. No vale la pena gastar

sentimientos innecesarios.

Me volteé en su dirección y la vi sentada en la silla frente a mi escritorio.

No debo tener ningún sentimiento ni por él ni por la persona con la cual me

engaño, no puedo a menos que quiera perder las comodidades que en el hoy a mi

madre y a mí nos acompañan. Bien puedo conseguir algo mejor, pero me tomaría tiempo, además de que no creo que si salga de aquí sea por las buenas y mi carta de recomendación no se iría conmigo. Aunque es mi derecho.

María hace un mohín con la boca, a la par que se levanta y viene hacia mí con pasos

largos y firmes.

—Eres una persona con mucha fuerza de voluntad, si hubiera sido yo hace mucho tiempo hubiera renunciado. Mis emociones siempre me dominan y no quitaré el hecho de que los hubiera exhibidos. Ese par de ratas, ugh.

Pasa por mi costado en camino a la puerta, mientras deja salir esas palabras con

rabia y desagrado.

—De cualquier forma —suspiró y me dio frente cuando se encontró en el umbral de la

puerta—, ¿prefieres que le lleve yo esos documentos a Rafael? No quiero que

tengas tan mala suerte como la has tenido hasta ahora y que te encuentres con

él —ofrece con un gesto de preocupación.

—No, gracias —giré sobre mis talones y fui al escritorio en busca de la carpeta con

toda la información sobre un caso reciente que nos llegó y se me fue otorgado

junto a Rafael—. Tengo que ser yo quien se lo entregue, debo hablar algo sobre

esto con él.

Doy dos golpes a la carpeta.

—Bien, estaré en mi oficina, si necesitas algo me avisas —y con eso se marchó.

Antes de salir de mi oficina para ir a la de Rafael, miré mi ropa completamente

seca gracias al secador de manos que se encuentra en el baño. Cuando finalicé

mi escaneo y pude seccionarme de que todo en mi atuendo estaba en perfectas

condiciones, decidí emprender mi camino al lugar deseado.

Con mi mentón en alto y mi mirada hacia el frente fui dando pasos cortos y

elegantes por el extenso pasillo.

Una media sonrisa fingida adorno mi rostro cada vez que veía a una persona

conocida. Este lugar es grande y espacioso, cada abogado cuenta con una

oficina, pero claro, todo depende del rango de experiencia con que cuente

porque la política de este lugar es que entre más años trabajando tengas más

experiencia ganas y con ello una oficina al nivel de tu sabiduría, aunque

algunos abogados de supuestamente alto rango están muy sobrevalorados y todos

lo saben pero callan, así como lo hago yo, así como lo hace María, así es como

es todo.

Respiro hondo al tiempo en que me encuentro a solo unos pasos de la estancia en donde ahora supongo que están esas dos personas, que justo en estos momentos no

quiero ver ni en pintura.

Me obligo a caminar con normalidad cuando paso por el frente de esa puerta cerrada, esa que una vez abrí y descubrí que podía sentir una sensación de asco más fuerte que cuando el olor de pizza inunda mi olfato.

Al momento en que doy el último paso para pasarle por completo de largo, esta se

abre.

Mi cuerpo se estremece al instante en que cruzamos miradas y mis pies se anclan en

el piso sin poder dar un paso más. Los ojos de Iván no dejan los míos, pero mi

mirada lo abandona y se posa en la persona que está a su lado y aprieto mis

dientes en molestia.

Conteniendo la respiración me obligo a portar una sonrisa un tanto descarada y siendo totalmente deshonesta le extiendo mi mano.

—Buenas tardes, Iván —musito para dar a relucir mi presencia, aún más si eso es

posible.

Su mano se estira en mi dirección con duda y la aprieto contra la mía con fuerza

al momento en que la estrechamos.

—Hola, Neferet —su voz salió rasposa y se podía sentir la incomodidad.

Mi sonrisa se agrando al verlo por segunda vez en todo este tiempo de conocernos

tan tenso y oprimido y, ¿cómo no estarlo? Si su expareja y la persona con la

que la engaño están frente a frente.

Nuevamente aparte la mirada de Iván y la

fijé en la persona a su lado y justo como hice con él anteriormente, le extendí

la mano con diversión en mi expresión.

—Buenas tardes, Sebastián.

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