—Aquí, por favor —dice una chica de cabellera rubia a unas cuántas mesas de mí, mientras alza su mano en mi dirección.
Forzando mi mejor sonrisa me dirijo hacia ella.Definitivamente esto es peor que el que te paguen una miserable paga por ser inexperto en un trabajo.—¿Lista para ordenar? —pregunto de forma cortés.—Aún no, solo quisiera un vaso de agua mientras espero.Asiento y me encamino hacia la caja con pasos cortos por los lastimados que seencuentran mis pies. Este trabajo de camarera y los tacones no van de la mano,nunca, jamás. Lo tuve que aprender por las malas y justamente hoy, en conjuntocon el hecho de que no todo puede hablarse ni siquiera cuando pienses que esalgo insignificante que no te afectará en lo absoluto.Ese tienes experiencia y no abusaran de ti dicho por María fue debido a una anécdota que le conté hace mucho tiempo; una yo de dieciséis años ayudando a su madre en un pequeño emprendimiento de comida que teníamos. Esa era mi experiencia nata.—Patrick, un vaso de agua —pido y el chico pelinegro me da una mirada rápida para ágilmente servir el vaso de agua, mientras tanto trato de acomodar lo mejor posible mis pies en mis calzados para que el dolor no sea tan intenso.Mis ojos se fijan en el vaso de agua puesto delante y dando un suspiro cansado, medispongo a estirar mi mano en busca de una de las pequeñas bandejas, que seencuentra apilada con muchas otras a mi lado.—Podrías servir el vaso de agua tú misma. Tendré que cobrar también tu sueldo, me haces hacer todo tu trabajo —se queja, pero en realidad sé que solo lo dice en broma.Le doy una mirada divertida para tiempo después mostrando desinterés fingido,con mi vaso en la bandeja, empiezo a moverme en la dirección indicada.—Aquí está su vaso de agua —comunico—. Cuando desee ordenar me hace saber.—Sí, muchas gracias.Asiento con la cabeza y me alejo.Al llegar al mostrador observó a mis alrededores para de esta forma cerciorarme de que todo esté en orden y que no haya nadie sin atender.—Tranquila, solo está esa pareja y sus hijos y aquella rubia que parece que la dejaránplantada.Mi mano se eleva y cae duramente en el hombro de Patrick. Este suelta un quejido y me regala una mirada dura.—No seas malo —reproché.—No soy malo, solo digo lo que veo.Suspiro y observo de forma sutil como la chica trata de ocultar su inquietud, mirando el celular como si no pasará nada pero echando una ojeada a la entrada cada vez con mayor regularidad. Cubriendo mi rostro asqueada de la situación, me propongo a dar la vuelta con la intención de dirigirme al baño. No queriendo darle la razón a Patrick, aun sabiendo que realmente la tiene.—¿A dónde vas? —inquiere cuando se percata de mi intención.—Al baño.—¿Acaso escaparas para no darme la razón?Patrick toma mi mano y vuelve a situarme a su lado, inclina su rostro hacia mí y mesusurra:—Dime, ¿crees que él venga?Una mirada moribunda decora mi cara, pero este no logra verla ya que tiene un ceropor ciento de talento para disimular y como era previsto, se encuentra mirandoa la chica con visibles ojos curiosos.—No sabes si es un él —señalo y aclaro mi garganta para llamar su atención, lo queno consigo y me obligo a hablar—, y deja de mirarla tanto, de lo contrario sedará cuenta de que estamos hablando de ella y nos ocasionarás problemas.—Puedo defenderme.Hago ese gesto de blancura con los ojos, que sale natural al verme irritada.El cuerpo de Patrick se irguió a la defensiva y su mentón se elevó como gallo depelea.—No te hablo de pelear, estúpido.Mi semblante, que se había tornado serio cambio a uno amable con una sonrisa másgigante que el sueldo que me pagan, en el tiempo en que las diminutas campanasde la entrada sonaron indicándonos la llegada de un cliente.Un muchacho joven de cabellera entre rubia y marrón pasa frente a nosotros y sehace camino hacia la chica. Su cuerpo nos dio la espalda en el momento en quese sentó despreocupadamente en el asiento delante de la joven, que tenía más demedia hora esperando y una opresión dolorosa revoloteo en mi pecho.—Descarado, los hombres son tan descarados —murmuré entre dientes.—Por favor, Neferet.—¿Qué? —contesto en una entonación brusca.—No nos pongas a todos en ese renglón. Mírame a mí, soy un hombre a toda regla. Un poco chismoso, pero decente, pese a todo.Niego con la cabeza y guío mis ojos hacia la pareja que parece sumergida en unaconversación profundamente incómoda.—Ella debería dejarlo, claramente para él, ella no es una prioridad. Mira cuántotiempo se tardó en venir —aseveré.—Debería —aprueba Patrick echando un suspiro—, pero no somos nadie para decir eso, no sabemos que pasa entre ambos y que los llevó a esa situación. Tal vez a él se le hizo tarde.—Yo ya lo hubiera hecho...—Y no lo dudo, cariño —dice y mi mirada se posa en él—. Con ese carácter te creocapaz de eso y mucho más. Pareces más el hombre aquí que yo.No digo nada. Ni siquiera lo hago ante su comentario totalmente fuera de lugar.Solo puedo volver mi vista nuevamente a la pareja, que trata de discutir sin llamar mucho la atención o al menos él trata de hacerlo porque por lo que puedo ver, la chica se está alterando de más.Me siento tan mal por ella, o quizás por mí misma.—Si no van a ordenar nada, es mejor decirles que se vayan a otro lugar a armarescándalo.Enuncia Patrick, mientras mira la escena y se cruza de brazos.Realmente las cosas se están tornando serias. No lo digo yo, lo dice la circunstancia y la voz que se eleva y llama la atención de la familia que come tranquilamente ypor supuesto, la de nosotros.—Ella pidió un vaso de agua.—No es suficiente —recalca para luego dar un paso en sentido de la joven pareja ymis ojos se abren alarmados.Empiezo a caminar apresuradamente detrás de un determinado Patrick, mientras ruego al cielo que no pase a mayores como lo prevengo en mi mente.—Disculpen.La voz de mi compañero sale imponente y yo retrocedo un paso. Sé lo advertí, cadauno que luché en su propia guerra.—Si no van a ordenar nada, les pido que se retiren.—P-perdona, ordenaremos. Lo haremos —la chica balbucea y rápidamente toma entre sus manosel menú, que hace mucho tiempo le coloqué en la mesa y hasta ahora se ha dignado a ver.—Santiago, ahí está el menú —dice al chico frente a ella cuando se da cuenta, que este no ha hecho ni el mínimo intento de mirar el folleto en su mesa.El tal Santiago le da una mirada rencorosa, que es bien recibida para luego posar su vista en nosotros.—No quiero nada de este lugar —pronuncia con asco e indignación.Patrick hace un gesto de asombro, al contrario de mí. Me quedó quieta observándolo con todo la seriedad y tranquilidad que puedo poseer en este instante.—Entonces, me es grato decirle que es bienvenido a partir —indicó y prosigo a regalarle una de mis mejores sonrisas cínica, falsa.El chico me da una mirada dura antes de que con brusquedad se levantará y pasarápor mi lado rumbo a la entrada.—¡Santiago! —la muchacha grita y sin tiempo que perder recoge sus cosas y va detrás de él.Aturdida doy un paso hacia atrás cuando los dos se pierden al cruzar las grandes puertas de cristal.—Pensé que viniste detrás de mí para contenerme, no para ayudarme a echarlos.Mis ojos se posan en Patrick desorbitada.—También creí lo mismo. Tocará darle una explicación al jefe cuando vea las grabaciones.—Te ves muy mal.—Estoy muy mal —respondo con desanimo.Me acomodo más en el sofá y María se sienta en uno de los sillones que componen el mismo.—Deberías renunciar —propone y yo hundo mi cabeza en el cojín entre mis manos y niego—. Tu madre viene la otra semana, ¿cierto?Asiento.—No deberías estar así, la preocuparas.Suspiro derrotada y retiro el cojín.Presto atención al techo por unos segundos para tiempo después posar mis ojos en mi amiga, quien me observa desde su lugar. Mis ojos al verla se llenan de lágrimas y esta rápidamente se levanta y se arrodilla frente a mí.—Oh, Neferet. En serio lo siento, de haber sabido que estarías así ni siquiera hubiera sugerido el renunciar al bufete —niega con la cabeza y al igual que yo, sus pestañas se humedecen por las lágrimas.—María...—Te juro que no fue mi intención buscarte un trabajo tan duro. Patrick dijo que buscaban a alguien y pensé que sería un buen lugar, ya que tienes experiencia en esto, pero no pensé que te arruinaría tanto.
—Sí, ese es mi nombre —espeto y rompo un silencio agobiante, pero para peor, ya que nos sumergimos en un ambiente incluso más denso y abrumador—. ¿Qué haces aquí?, espero que sea una casualidad porque de lo contrario tendré que demandarte por acoso. Una sonrisa se asoma en su rostro.—Para nada, esto —apunta a manos abiertas el lugar en donde estamos y yo retrocedo junto a María recelosa—. No es una casualidad en absoluto. Un escalofrío se hizo sentir por todo mi cuerpo y no, no porque sus palabras me hayan hecho estremecer de encanto, sino que el miedo se proyectó de esa manera. —Vámonos, Neferet. Este de seguro es un acosador. Se le nota en la cara —María se apoya de mi brazo y me susurra al oído para que solo yo sea capaz de escucharla o eso es lo que creyó, puesto que estoy segura de que este sujeto la escucho a la perfección.—Sí, entremos. Tenemos que comer algo para luego irnos... —manifiesto lo bastante alto para él sea capaz de escuchar, el miedo de que sepa que trabajo aqu
—Si quieres puedo acompañarte a casa —mi futuro joven jefe lanza esa proposición en mi dirección, una vez el restaurante se encontró cerrado y solo Patrick, él y yo todavía nos encontramos allí.—No te preocupes, ella irá conmigo.Abro los ojos leves, cuando siento la tensión instalarse en el lugar. Paseo sutilmente mis ojos sobre el chico pelinegro para después posar mi mirada en mi compañero de trabajo, quien pronunció aquellas palabras en un tono mordaz y un tanto posesivo. —No se preocupen, iré sola.El aire fastidiado en mi entonación nunca fue un secreto, por ello relució con naturalidad. Hace rato, este amable joven ocupo mi lugar y sirvió platos como todo un experto, lo que agradezco, pero no necesito esto. Un enfrentamiento innecesario. Un despido por despecho, solo de imaginarme de que este muchacho se apeche por rechazarlo me tiene pensando. —Es peligroso —dice Patrick y mi frente se arruga en genuina confusión.—Bien... entonces vamos —manifesté y le di entrada a lo que s
La máquina se tragó mi tarjeta de crédito haciendo pun ruido fuerte antes de presentarme en la pantalla varias opciones. Esquivo la opción de retirar y presiono el botón de abajo que me indica en una oración si quiero obtener el balance que poseo en mi cuenta de ahorro.En unos segundos tengo un papel diminuto sobresaliendo de la maquina con la suma del monto y un suspiro aliviado se escapa de mis labios cuando verifico su contenido.—Tengo más de lo que pensé. Las comisuras de mis labios se elevan en satisfacción, pero rápidamente la deshago y me apresuro en sacar la tarjeta de la máquina, cuando el pitido persistente me indica que debo hacerlo. Coloco el recibo en mi bolso y me dispongo a salir.—Eso fue rápido.Thiago dice a una breve distancia y mis ojos recaen en él.Empiezo a caminar con pasos cortos hacia él y una genuina sonrisa de su parte es lo que me recibe al situarme a su lado.—Sí —respondo.—Podemos irnos entonces —dice en modo de pregunta, pese a que fue una afirmación
—Entonces es así...Asiento cabizbaja y siento mi pecho apretarse por la sensación de desagrado que me provoca darle esta noticia a mi madre. Mi único propósito para traerla hasta aquí era para proporcionarle una vida de lujos, una que nunca fuimos capaces de tener hasta hace varios años, que para mí se igualaron a nada; comodidades que me costó tanto tiempo conseguir para luego perder todo más rápido de lo que tarda una hoja que vuela al viento derrumbarse cuando la brisa cae.—Tengo buenos ahorros, nos ayudarán, sí... —digo con la voz apagada y aún con mi mirada en el suelo—, pero siendo sincera no nos serán suficientes y el trabajo que tengo ahora me está agotando, m-mi cuerpo cada día duele más por el esfuerzo y siento que no podré aguantar mucho, mamá.Sorbo mi nariz y carraspeo intentando espantar el dolor rasposo que poseyó a mi garganta al verme conteniendo las ganas de llorar.—Neferet.Siento como el calor de su cuerpo me arropa en un abrazo profundo y embriagador, ella se en
Aspiro el humo del cigarrillo, que apenas va por la mitad por última vez antes de que el pitido que hace el camión de cargas, al dar reversa, me obligué a dejarlo caer a mis pies y también ocasione que pierda de vista la anatomía delgada del chico pelinegro, que trae las últimas cajas faltantes al exterior de la casa, en donde no viviré más desde hoy.—¡Alto! —bramo, mientras rápidamente le doy dos pisadas violentas al malboro en el suelo y me aproximo hacia aquel furgón.Este está a solo unos centímetros de golpear un carro y lo último que necesito en este momento es tener que pagar los daños de este incidente, que queda por mi cuenta, ya que ese camión lo traje para transportar mis pertenencias hacia mi nueva vivienda.El susto y el enojo se extiende hasta mi pecho y se revela con agudeza en mi garganta, pero este se va tan rápido como llega cuando el desastre que cree en mi mente no se lleva a cabo. Un hombre que no había visto hasta ahora se hace presente en mi campo de visión y co
—Puedo tomarlo. No quiero ser alguien se que escapa de las consecuencias de sus acciones.Nuestros ojos fijos, el uno en el otro, forjaban a nuestro alrededor un ambiente profundo, mis palabras le siguieron.—No deberías. Es uno de los atractivos más importante del ser humano.Sonríe. Por alguna razón quiero acompañarlo, me abstengo.—Puede que sea uno de mis atractivos más notables —alardea.—Todavía no es notable, debes trabajar más en ello —contradigo como de costumbre. Con él no sé por qué es así. Todas sus palabras, todas sus acciones, todo lo que tiene que ver con él; yo debo ir desacorde.—O todavía falta mucho por conocer, ¿qué tal otra cita para conocernos por completo? —inquiere curvando sus labios en una sonrisa.Sonreí.—No creo que en una cita podamos conocernos por completo, mocoso coqueto.Mis dedos van a su frente y lo aparto para irme, o escaparme.No pasó mucho tiempo para que estuviera a mi lado.—Si ese es el caso, tengamos las citas que sean necesarias para saber
—Mamá, ya detente, no voy a dejarlos en la calle —señalé sin desviar mi atención del archivo P*F en formato Word que se mostraba en la pantalla de mi laptop.—¡Neferet, mírame cuando te hablo!Abro mi boca en una aspiración profunda para posteriormente, sin querer faltarle al respeto, dar la vuelta encima de mi cómoda silla giratoria y fijar mis ojos en ella mientras sonrió de boca cerrada.—La escucho, señora.Un mohín fastidioso abordó sus labios y su voz, que mayormente es blanda, portaba un aire demandante y como es predecible molesto.—Son nuestra familia, no puedes hacer esto. Además no tienen a donde ir.Me aclaré la garganta y me di unos minutos, en los cuales volví mi cuerpo nuevamente hacia el aparato postrado en la tabla anclada en la pared, que convertí en un escritorio, y me di la tarea de guardar el archivo para no correr con la mala suerte de que se pierda. Proseguí a apagar la computadora y darle frente.—Madre, Juana ni sus hijos me consideraron ni un poco cuando estuv