"Perdóneme, Neferet", dijo el hombre castaño sentado al otro lado de la mesa frente a mí en un tono apenas perceptible para mis oídos. Según un estudio de 2014, el 30% de la población es infiel, y hace exactamente sesenta minutos, que equivale a una hora, vi con mis propios ojos cómo mi pareja actual me fue infiel.
"También perdóname, Iván", musité de manera neutra, difícilmente ocultando el torbellino de emociones que cargaba.—¿Por qué pides perdón? —preguntó.Mi vista viajó pensativa al vaso de jugo entre mis manos y luego volvió a sus ojos color avellana mientras sonreía de boca cerrada ante su expresión confusa.—Por la misma razón por la que tú me pides perdón —mentí con tranquilidad. Me sentía humillada; nunca pensé que llegaríamos a esto. Solo el hecho de que mintiendo me sintiera algo reconfortada era completamente bochornoso y estúpidamente necesario.El aire arrepentido que lo rodeaba fue reemplazado por uno pesado y un tanto serio al instante en que procesé mis palabras. De mis labios salió un suspiro cansado justo cuando él asintió en entendimiento y dejó caer su cabeza hacia atrás en acompañamiento de sus manos, colocadas detrás de su cabeza.Llevamos cinco años de relación, y a pesar de que hace tiempo que no congeniábamos en ningún aspecto, seguimos juntos. Por algo que ambos, aunque nunca lo digamos en voz alta, sabemos muy bien que es más fuerte que el deseo carnal que había desaparecido ni bien comenzó y el mismísimo y sobrevalorado amor.Esto que nosotros creemos que es más fuerte que lo mencionado anteriormente es llamado estabilidad, aquella que nos proporcionábamos mutuamente. Dentro y fuera del hogar, todo era magníficamente equilibrado. Cosa que justo ahora se está tambaleando.Iván tiene 32 años, y a pesar de que aún es joven, tiene un bufete de abogados que comenzó hace varios años. Hasta el sol de hoy va de viento en popa, algo que logró con la inteligencia que lo caracteriza y la madurez que posee al enfrentar los problemas. Justo eso fue lo que me dejó a sus pies.Nunca nos casamos, ya que para ser sincera, ese paso que conlleva a prometer palabras y acciones vacías no estaba en mis planes en absoluto. Y nunca me equivoco; este escenario es la prueba viviente de ello.—No estaremos bien después de esto —dijo, interrumpiendo el silencio que nos había atrapado.Asentí en aceptación a sus palabras.—Está claro que los dos sospechábamos el uno del otro en ese aspecto —volví a asentir, sin querer exponer mi estado, pero el saber que él sospechaba de algo que en realidad nunca pasó hizo que un nudo doloroso se atorara en mi garganta—. Y las sospechas estaban bien. No obstante, ahora que lo sabemos con certeza, por más que lo deseemos, las cosas no volverán a ser iguales, y sé que hacernos los ignorantes ante esta situación no funcionará en esta ocasión.—Hasta ahí, por favor.Alcé una de mis manos en su dirección y lo hice callar.—Ahorrémonos todas las razones por las que no podemos estar juntos y vayamos al grano —me levanté con calma de mi asiento y tomé mi bolso para luego dedicarle una pequeña sonrisa sin ninguna emoción en especial—. Solo diré que en la casa me quedo yo —puntualicé para dejar las cosas claras.Iván me miró con una sonrisa que, a diferencia de la mía, reflejaba alivio.—Ni siquiera tenías que decirlo, definitivamente así será.—Es bueno que hasta el último momento nos entendamos.Coloqué una mecha de mi cabello detrás de mi oreja y lo miré una última vez antes de partir.El ruido de mis tacones contra el pavimento no se hizo esperar. A pesar de que el nudo crudamente doloroso se hizo sentir en mi garganta con más viveza, caminé glacialmente hacia la salida. Ciertamente, no deseaba dar por terminada esta relación que durante tantos años dimos por estable.Sin embargo, tampoco estoy lista para dejarme caer por una pequeña piedra que se ha interpuesto en mi camino. Me pararé encima de esa piedra, porque hasta ahora, para poder mantener el equilibrio de mi vida sin que mis emociones interfieran, he aprendido que hay que pararse en todas las piedras que se interpongan en el camino, ya que rodearlas no es una opción. Yo enfrento mis problemas con mano dura y si tengo que arrollarlos tal cual camión, lo haré. Pero siempre recto. En un balancín, si un lado tiene menos peso que el otro, baja, y en mi vida hay uno, que contiene una cuerda muy estrecha conectada en cada extremo y en el medio me encuentro yo, manteniéndome firme y equilibrada, tratando de que cada lado sea equitativo; de lo contrario, el golpe al caer será duro. Nada ni nadie me hará caer. El día en que me vaya abajo será porque así lo decida y hoy, por él, no será la excepción....—¡Salud! —vocifero con potencia, uniéndome a mi grupo de amigos y compañeros de trabajo.Bebo de un solo trago el vaso de cerveza que yace en mi mano y una mueca adorna mi rostro al sentir lo amargo y frío de la bebida.La música que retumba de lado a lado en el lugar es algo entre tortuosa y placentera.—Vamos a bailar, ¿sí? —una voz femenina me susurra al oído para que sea capaz de escucharla entre todo el ruido y de un tirón me hace levantar.Abro mis ojos más de lo normal cuando mi vista se nubla por unos instantes y niego aturdida con la cabeza a su petición, la cual fue más una orden que otra cosa.Mis pasos torpes, guiados por esta chica, que hasta ahora no he reconocido, me llevan hacia el tumulto de personas que bailan en pareja. Me detengo quieta en medio de la pista de baile para observarlos por unos segundos y todo se hace claro para mí cuando presto atención al tema que se escucha en toda la estancia: bachata.—Pero si yo no sé bailar eso —digo entre el medio de un hipo.—Yo tampoco, pero mira es fácil disimular que sí. Solo da dos pasos laterales hacia la derecha y después haz lo mismo, pero luego hacia la izquierda y repite la misma acción hasta que se acabe la canción —explica, mientras me muestra cómo se hace.Niego con la cabeza.—De igual forma no puedo hacerlo, María —informo con la mente más despejada, reconociendo el rostro ahora fruncido de mi mejor amiga.Doy un paso hacia atrás al tiempo en que decido darme la vuelta para irme a mi asiento, mi lugar seguro hasta ahora y recordando que accedí a venir únicamente con la condición de que no iban a insistir en que baile o siquiera beba. Lo que es irónico, ya que nos encontramos en una discoteca; pero hoy jueves, 11 de noviembre. Mi cumpleaños. Solo deseaba estar en casa tranquila y trabajar en mis casos de la semana entrante, pero veme aquí con la cabeza dándome vueltas y tratando de no caerme al caminar con el corazón, o mejor dicho, el orgullo roto y pesar en mi pecho, lo extraño.—Vamos, Neferet. Es tu cumpleaños número veintiocho —dice alzando la voz para que sea capaz de escucharla entre todo el ruido, resoplo y me doy la vuelta sobre mis talones enfrentándola.—¿Y? —suelto con cansancio. No hago siquiera el intento de subir mi tono de voz, puesto que María se inclina en mi dirección al punto de que nuestras caras están demasiado cerca—, no tiene nada de bueno ponerte cada año más y más vieja y celebrarlo resulta hasta cruel. Además, sabes a la perfección que este ciertamente no es mi ambiente.—Oh, por favor —su voz salió chillona y hago una mueca de disgusto—. Lo necesitabas, salir... y distraerte.—Gracias por preocuparte, pero no es necesario.—¡Yo lo sé! —un suspiro salió de mis labios cuando la escuché gritar—, pero quiero sacarte de tu cueva para que luego no seas una vieja rastrera y quieras hacer todo eso que debiste hacer de joven, arrepentida de no haber gozado la tan hermosa juventud.—Cada uno tiene su manera de disfrutar.Ella siguió todavía parloteando cuando nos dirigimos nuevamente a nuestros asientos. Llegué y llené mi vaso de inmediato y sin mucho miramiento me lo llevé a la boca. En dos tragos ya no había líquido alguno.La noche transcurrió de lo más normal, yo lamentándome mentalmente de mi edad actual y mi reciente ruptura con el alcohol de consuelo, y mis amigos tratando de entablar una conversación conmigo. Me han preguntado innumerables veces si estoy aburrida, dado que mi rostro, según ellos, expresa que sí, pero la verdad es que estar tranquila y bebiendo me ayuda a nublar mi mente de pensamientos innecesarios.—Necesito ir al baño —espiro perezosa y dejo salir entre un susurro, mientras apoyo mi codo derecho en la mesa alta frente a mí y coloco mi mentón en la palma de mi mano, entrecerrando los ojos al sentir que me pesan. Echo un vistazo a mi alrededor extrañada al instante en que la música deja de sonar—: ¿qué están...?—¡Qué los cumplas feliz!María y mis otros colegas empiezan a cantar a coro, a la par que se acercan a mí con un pequeño pastel con una vela roja en el centro.Hago una mueca, enmascarada con una sonrisa cuando escucho a otras personas ajenas a mi núcleo de acompañantes unirse al festejo.Todos aplauden y yo trato de sonreír cuando terminan de cantar.—¿Estás bien, Neferet? —volteo mi rostro en dirección de la persona que me habla y con rapidez recompongo mi postura seria al ver que se trata de Scarlett, una conocida en común que tenemos Iván y yo. ¿Por qué está aquí?—Por supuesto que estoy bien, ¿por qué no lo estaría? —dejo salir con una sonrisa fingida—, ¿qué haces aquí?, ¿cuándo llegaste?Suavizo mi pregunta al instante, no queriendo ser grosera. La sonrisa que porto debe verse más como una mueca que otra cosa, ya que para ser sincera, la presencia de esta mujer para nada es de mi agrado.—Escuché que tú e Iván terminaron —anuncia, ignorando por completo mis dos preguntas anteriores.Guío mi vista al vaso de cerveza que se encuentra en la meseta y lo tomo entre mis manos con un movimiento despreocupado para luego llevarlo a mi boca y darle un trago corto. Eso para nada es de su incumbencia.—Oh, vaya, las noticias vuelan —digo en fingida sorpresa.Nuestras miradas se conectan retadoras.No es una mentira que no nos llevamos bien, a pesar de que nunca hemos hablado directamente sobre ello. Pero siempre hubo una que otra indirecta por los aires en nuestras conversaciones que siempre fueron pasivas, dentro de lo que cabe, claro está. Resaltando que ella es amiga de Iván, no mía. La conocí por él y no descartaré que inmediatamente la vi, supe que ella está interesada en él.Un clásico. Un amor unilateral, en donde es tu amigo, pero no tiene idea de tus sentimientos o quizás sí y te ignora por completo.—Es una pena. Ustedes hacían una excelente pareja, incluso esperé una boda y hasta hijos pronto. Visto que tu edad está para ello —soltó sin esconder el veneno que decoró su voz.—¿Qué te puedo decir? La vida no es siempre como se espera —me encogí de hombros y agregué—: y menos cuando se trata de vidas ajenas, y lo digo porque también esperé que lo pudieras lograr. Conquistarlo y poder ser su pareja. Lástima que él no esté interesado —expuse con fingido pesar—. Además, nunca estuvo en mis planes casarme. Él quería, pero simplemente no me interesa hacerlo.Sus ojos me escudriñaron con molestia y yo sonreí con soberbia.—Para tener hijos no hay que casarse —carraspeó y me miró con una sonrisa chueca—, y sabemos bien que luego de los treinta, a veces es peligroso estar en cinta y tener hijos es importante. Iván quería.Un bufido salió de mis labios y decidí levantarme del frío taburete de hierro en donde me hallaba sentada.—Pero yo no. Por ahora no me interesa nada de eso. Cuando crea que sea necesario y sea por mi propia decisión, tendré hijos y quizás hasta me case —parpadeé un poco desorientada, pero sin perder el rumbo de donde se dirigían mis palabras—. Mi profesión me llena y eso para mí es suficiente. Cuando no me sacie, entonces sabré qué hacer. Es mi vida después de todo.Me incliné en su dirección para que mis palabras no quedaran entre la música y la distancia que nos separaba.—Y por favor, mejor ocúpate de tu hijo, está aún muy pequeñito el pobre. ¿Cuántos años tiene? ¿Dos? Deja de estar de entrometida, porque mientras estás aquí de venenosa, bien podrías estar allá dándole calor.Di la vuelta sobre mis talones, dándome cuenta de que todos mis acompañantes estaban atentos a nuestra conversación.—¿A dónde vas?Miro a Rafael por encima de mi hombro al escucharlo.—Al baño, cariño —informo sin perder el aire meloso que decoró mi voz.María se me acercó rápidamente preocupada.—Neferet, lo siento. Tania la invitó, le dije que no, pero...—Todo está bien, María —la detuve y hablé bajo para que solo ella me escuchara. Di una ojeada a mis espaldas y me encontré con sus ojos puestos en mí—. Iré al baño, enseguida regreso.Intentando mantener el equilibrio, empiezo a encaminarme al baño, dejando a todos atrás, excepto al dolor opresivo que se instaló en mi pecho. Empujo la puerta y me adentro al baño.Un gran espejo me da la bienvenida y sin darme oportunidad de ver mi reflejo, abro el grifo del lavamanos e introduzco mis manos. Humedezco mi rostro, llevando con mis manos el agua a mi cara y cierro la llave para apoyar mis palmas en la meseta de concreto frente a mí, dejando caer mi cabeza hacia el frente y con ello mis ánimos.—Soy una mujer vieja, sin hijos y ahora soltera... —murmuro con una sonrisa sin gracia.No quiero verme así.No quiero que sus palabras tengan ese poder en mí.Un sollozo silencioso se escapa de mis labios, uno que retengo apresando mi labio inferior entre mis dientes.—Maldita sea... —lágrimas agrias y un carraspeo a mis espaldas se hizo escuchar.Mis manos por inercia se dirigen a mis mejillas humedecidas, producto de la pequeña crisis que acabo de tener. Mis ojos miran mi reflejo y también el de la persona a mis espaldas, entreabro mis labios al ver quien se encuentra atrás.Un muchacho joven.Su apariencia es de un muchacho de dieciocho años o menos, quizás, pero sé que no lo es, ya que se encuentra aquí: en un lugar no acto para menores de edad.—Este es el baño de... —empiezo a decir sin darme la vuelta, solo mirándolo a través del espejo tal cual él está haciéndolo conmigo, pero guardo silencio al ver algo más a nuestras espaldas.Doy la vuelta bruscamente.—Este es el baño de hombres —me retracto sin haberlo hecho en realidad, ya que no llegué a concretar mi frase equivocada. Un mingitorio, un inodoro exclusivamente para hombres, está detrás de la espalda de este muchacho de apariencia infantil, quien me mira expectante, como si estuviera escaneando cada uno de mis movimientos o bien a mi parecer como si tratase de verificar algo.—¿Te encuentras bien, señorita?—¿Te encuentras bien, señorita? —una voz dulce y aniñada se escuchó a mi costado.Dejo el menú que reposa en mis manos delado y volteo mi cara para encontrarme con la anatomía delgada de un hombre, alelevar mi rostro me hallo con el rostro joven de un muchacho mirándome con unaexpresión suave. Arrugo mi ceño al no comprender supregunta, pero pronto suavizo mi expresión cuando veo su gesto blando.—Lo siento, pero no entiendo tu pregunta—respondo con apacibilidad.Entreabro mis labios un tanto sorprendida,las comisuras de sus labios se elevan en una pequeña sonrisa. Sin embargo,rápidamente repongo mi postura y lo observo expectante.Barro su cuerpo con mis ojos y noto quetrae puesto el uniforme que componen las personas que trabajan aquí: una camisanegra de manga corta, un pantalón fino del mismo color y un delantal corto decolor vino rodeando su delgada cintura.—¿Estás bien con eso, señorita? —su voz sehace oír nuevamente y para mi sorpresa fue con otra pregunta.Le echo u
No hay nada más rico que estar en casa mientras el cielo llora, pero... como soy una persona que, aunque poseo lujos tengo que salir a ganarme mi sustento del día a día. Por ende, quedarse en la comodidad de mi hogar no es una opción.La mañana se vio hermosa cuando abrí las cortinas apenas desperté, el frío que se coló por la ventana fue algo maravilloso para mi piel que siempre está expuesta al sol y calor que hace en esta ciudad. El cielo se observó despejado en aquel entonces, pero de un momento a otro adquirió un color gris, casi negro y las nubes del mismo color se hicieron ver. Supuse que llovería pronto y no estaba equivocada. Justo ahora estoy varada en una gran carpa de aproximadamente seis por seis metros, en donde hombres ya un poco mayores, están jugando domino y todo esto debido a que mi auto se averió e Iván ya no está para llevarme al trabajo, como él hacía cuando pasaba este pequeño problema con mi auto; definitivamente necesita ser cambiado, pero mi terquedad y perez
El estruendo que hace el plato de cerámica al dejarlo caer sin el mayor cuidado sobre el escurridor hace alertar a María y con ello a ganarme un gritó exasperado de su parte justo como estoy gritando interiormente. —¡Son muy caros esos platos! —exclama y me quita del medio para verificar su estado,echando un suspiro al viento vuelve a depositar el utensilio en el escurridor—,menos mal sigue vivo, de lo contrario mamá me mataría. Ya he roto algunos enestos últimos días. —Ya estás grande para vivir con tu madre —mostré, no porque verdaderamente crea queeste mal, sino porque consciente y molesta estoy descargando mi ira con ella. —Además quién pone a su visita a lavar los platos.Me encaminé hasta la estufa, la cual tiene una toalla colgando en la puerta delhorno. Tomándola entre mis manos sequé la humedad de estas y tiempo despuéssentí la presencia de María a mis espaldas para continuamente sentirla a micostado.— Primero: yo no vivo con mi madre, ella vive conmigo. Segundo: ya
—Aquí, por favor —dice una chica de cabellera rubia a unas cuántas mesas de mí, mientras alza su mano en mi dirección. Forzando mi mejor sonrisa me dirijo hacia ella. Definitivamente esto es peor que el que te paguen una miserable paga por ser inexperto en un trabajo.—¿Lista para ordenar? —pregunto de forma cortés.—Aún no, solo quisiera un vaso de agua mientras espero. Asiento y me encamino hacia la caja con pasos cortos por los lastimados que seencuentran mis pies. Este trabajo de camarera y los tacones no van de la mano,nunca, jamás. Lo tuve que aprender por las malas y justamente hoy, en conjuntocon el hecho de que no todo puede hablarse ni siquiera cuando pienses que esalgo insignificante que no te afectará en lo absoluto.Ese tienes experiencia y no abusaran de ti dicho por María fue debido a una anécdota que le conté hace mucho tiempo; una yo de dieciséis años ayudando a su madre en un pequeño emprendimiento de comida que teníamos. Esa era mi experiencia nata.—Patrick,
—Te ves muy mal.—Estoy muy mal —respondo con desanimo.Me acomodo más en el sofá y María se sienta en uno de los sillones que componen el mismo.—Deberías renunciar —propone y yo hundo mi cabeza en el cojín entre mis manos y niego—. Tu madre viene la otra semana, ¿cierto?Asiento.—No deberías estar así, la preocuparas.Suspiro derrotada y retiro el cojín.Presto atención al techo por unos segundos para tiempo después posar mis ojos en mi amiga, quien me observa desde su lugar. Mis ojos al verla se llenan de lágrimas y esta rápidamente se levanta y se arrodilla frente a mí.—Oh, Neferet. En serio lo siento, de haber sabido que estarías así ni siquiera hubiera sugerido el renunciar al bufete —niega con la cabeza y al igual que yo, sus pestañas se humedecen por las lágrimas.—María...—Te juro que no fue mi intención buscarte un trabajo tan duro. Patrick dijo que buscaban a alguien y pensé que sería un buen lugar, ya que tienes experiencia en esto, pero no pensé que te arruinaría tanto.
—Sí, ese es mi nombre —espeto y rompo un silencio agobiante, pero para peor, ya que nos sumergimos en un ambiente incluso más denso y abrumador—. ¿Qué haces aquí?, espero que sea una casualidad porque de lo contrario tendré que demandarte por acoso. Una sonrisa se asoma en su rostro.—Para nada, esto —apunta a manos abiertas el lugar en donde estamos y yo retrocedo junto a María recelosa—. No es una casualidad en absoluto. Un escalofrío se hizo sentir por todo mi cuerpo y no, no porque sus palabras me hayan hecho estremecer de encanto, sino que el miedo se proyectó de esa manera. —Vámonos, Neferet. Este de seguro es un acosador. Se le nota en la cara —María se apoya de mi brazo y me susurra al oído para que solo yo sea capaz de escucharla o eso es lo que creyó, puesto que estoy segura de que este sujeto la escucho a la perfección.—Sí, entremos. Tenemos que comer algo para luego irnos... —manifiesto lo bastante alto para él sea capaz de escuchar, el miedo de que sepa que trabajo aqu
—Si quieres puedo acompañarte a casa —mi futuro joven jefe lanza esa proposición en mi dirección, una vez el restaurante se encontró cerrado y solo Patrick, él y yo todavía nos encontramos allí.—No te preocupes, ella irá conmigo.Abro los ojos leves, cuando siento la tensión instalarse en el lugar. Paseo sutilmente mis ojos sobre el chico pelinegro para después posar mi mirada en mi compañero de trabajo, quien pronunció aquellas palabras en un tono mordaz y un tanto posesivo. —No se preocupen, iré sola.El aire fastidiado en mi entonación nunca fue un secreto, por ello relució con naturalidad. Hace rato, este amable joven ocupo mi lugar y sirvió platos como todo un experto, lo que agradezco, pero no necesito esto. Un enfrentamiento innecesario. Un despido por despecho, solo de imaginarme de que este muchacho se apeche por rechazarlo me tiene pensando. —Es peligroso —dice Patrick y mi frente se arruga en genuina confusión.—Bien... entonces vamos —manifesté y le di entrada a lo que s
La máquina se tragó mi tarjeta de crédito haciendo pun ruido fuerte antes de presentarme en la pantalla varias opciones. Esquivo la opción de retirar y presiono el botón de abajo que me indica en una oración si quiero obtener el balance que poseo en mi cuenta de ahorro.En unos segundos tengo un papel diminuto sobresaliendo de la maquina con la suma del monto y un suspiro aliviado se escapa de mis labios cuando verifico su contenido.—Tengo más de lo que pensé. Las comisuras de mis labios se elevan en satisfacción, pero rápidamente la deshago y me apresuro en sacar la tarjeta de la máquina, cuando el pitido persistente me indica que debo hacerlo. Coloco el recibo en mi bolso y me dispongo a salir.—Eso fue rápido.Thiago dice a una breve distancia y mis ojos recaen en él.Empiezo a caminar con pasos cortos hacia él y una genuina sonrisa de su parte es lo que me recibe al situarme a su lado.—Sí —respondo.—Podemos irnos entonces —dice en modo de pregunta, pese a que fue una afirmación