Se sentó en el hueco entre las máquinas, la espalda contra la de café, de frente a las puertas vidrieras al final del corredor. De esa forma hasta tenía lugar para la guitarra.
Afinó las cuerdas preguntándose qué tocar. La mayoría de las canciones que sabía eran baladas tristes de amor, la peor elección en ese momento. Tal vez traer la guitarra no había sido tan buena idea, y lo mejor que podía hacer era gastar lo que le quedaba de batería en el teléfono.
Eso la hizo pensar en la música que tenía allí. Sonrió. Las canciones de No Return eran todo menos tiernas, y sabía las suficientes para mantenerse entretenida un buen rato. Por suerte, a lo largo de los años se había procurado cuanta versión acústica original había encontrado en internet. Eran una verdadera rareza para una banda como la de los Robinson, pero ahora le evitarían arruinar sus canciones favoritas improvisando versiones libres.
Sus dedos se deslizaron por las cuerdas metálicas, buscando un acorde. Allí estaba, el principio de Break Free.
No alzó la vista cuando el viejito salió de los sanitarios de hombres silbando My Way de camino al baño de damas. Le deseó suerte mentalmente, se aclaró la garganta y cantó en susurros. Algunas canciones después se sentía en deuda con los hermanos Robinson, por el inesperado refugio que hallaba en sus canciones.
Pronto oyó que el viejito salía del baño de damas y empujaba su carrito hacia la sala de espera. Todavía silbaba. Notable.
Al fin sola, descansó la cabeza contra la máquina y cerró los ojos. Siguió tocando y cantando en susurros, pero conocía tanto las canciones, que apenas precisaba prestar atención a la guitarra o a las letras.
Su mente no dejó escapar la oportunidad de irse de paseo.
De pronto sus ojos se habían llenado de lágrimas, que rodaron por sus mejillas sin que pudiera contenerlas. Una mano temblorosa intentó sofocar un gemido al tiempo que hacía a un lado la guitarra. Encendió un cigarrillo.
Hasta ese momento no se había permitido desahogarse realmente, y ahora no lograba contenerse. Necesitaba hacerlo. ¿Y por qué no? Estaba sola en el corredor. Nadie la vería ni la escucharía, ni le haría preguntas estúpidas ni fingiría comprensión.
Era el lugar y el momento perfectos para desahogarse.
Fumó dándose esos minutos para llorar y aliviarse, pero tal parecía que no había límites para las lágrimas, para el dolor, para la desilusión. Acabó acurrucándose en el rincón de la pared y la máquina de café, la cara oculta entre los brazos cruzados sobre sus rodillas.
Si al menos pudiera dejar de llorar como si se hubiera muerto alguien.
¿Dónde estaba? ¿Cuánto había dormido? Su brazo estaba entumecido bajo su cuerpo y le dolía la espalda. Se sentó, frotándose los ojos con una mano mientras con la otra sacaba su teléfono. Las diez treinta, había dormido una hora. Le corrió un escalofrío por la espalda dolorida. Hacía frío y ya llevaba puesto el único sweater que trajera. Y por supuesto que no había señal, ni internet. La condenada estación se había quedado sin servicio por la tormenta.Entonces recordó la máquina de café en el corredor. Ponerse de pie no fue nada fácil, mas la promesa de una bebida caliente pudo más que su fatiga.Cruzó la sala de espera revisando sus bolsillos en busca de cambio.La familia disfrutaba un picnic improvisado de snacks y el viejo trapeaba el piso frente a los mostradores. Una hora y todav&iacu
Sentir que la tocaban la arrancó de su paraíso privado de desolación y amargura. Alzó la vista confundida y halló a un muchacho que la observaba ceñudo, poco convencido de lo que estaba haciendo. El muchacho siguió observándola mientras ella se incorporaba. La visera de la gorra oscurecía sus ojos, y lo vio encajar la mandíbula firme, cuadrada. Retrocedió con presteza cuando ella intentó dar un paso fuera del hueco.—Estoy bien, gracias —gruñó, molesta por su presencia y por su atención, enjugándose la nariz en el puño de su manga.El muchacho aún le cortaba el paso hacia el baño de damas, de modo que agachó la cabeza y lo esquivó como pudo.El leve sonido del picaporte al cerrarse la hizo sentir a salvo de nuevas interrupciones. Descansó contra la puerta un momento, intentando volver a respirar nor
Se sentó en el sofá soltando sapos y culebras. Que se fueran al infierno las dos, la máquina de café y la fan. Estaba tan enfadado que olvidó fijarse si tenía cobertura en el teléfono. Como si fuera a tenerla.Se había descargado sus emails en el aeropuerto, de modo que pensó en entretenerse leyéndolos. Subió las piernas al sofá y le dio la espalda a la sala de espera y al resto del maldito universo.El tercer correo lo hizo sonreír. Era de la presidenta del fanclub de Los Ángeles. Para variar, quería saber cuándo regresarían a casa para organizar una reunión con sus fans allí. Era una loca simpática que seguía a la banda desde antes de que sacaran el primer álbum, y jamás abusaba de su privilegio de comunicación directa con él.A pesar de que sólo podría enviar su respuesta c
La familia había juntado sillas para acostarse y estaban todos dormidos, bien envueltos en sus abrigos. El viejito había terminado de limpiar y desaparecido. Silvia lo imaginó durmiendo en algún cuartito diminuto, con un tocadiscos en el que giraba un vinilo de Sinatra.En el corredor, le mostró a Jay cómo hacer funcionar la máquina expendedora, y su sonrisa triunfal cuando logró procurarse su propio café la hizo volver a reír.—Esta mierda me hizo sudar por nada —dijo, y le dirigió una mirada culpable—. Disculpa mi lenguaje.Ella fingió persignarse. Jay alzó una sola ceja. Cruzaron la sala de espera de regreso a su rincón todavía sofocando la risa.—Así que Argentina —dijo Jay volviendo a sentarse—. Buenos… ¿Aires? Oí decir que es una gran ciudad.—Sí, demasiado grande
—Tienes una guitarra, ¿verdad?Silvia necesitó un momento para regresar de sus lúgubres pensamientos y responder. —Sí. ¿Quieres tocar?Jay meneó la cabeza con una sonrisita de costado.Se había preguntado cuán cruel de su parte sería hacer esto, y su cretino interior argumentó que había prometido enmendar su conducta por la mañana y aún era de noche. Que ella no lo reconociera le molestaba más de lo que estaba dispuesto a admitir, empujando a su ego a aliarse con su cretino interior.—No, pero seguramente tú tocas —replicó con su aire más inocente.Silvia lo observó un momento, como preguntándose si estaba burlándose de ella. Al fin se encogió de hombros y asintió.Jay advirtió que el estuche rígido se veía nuevo, y la guitarra le hizo alzar las
Tocaban una de las canciones viejas de Jay cuando él se dio cuenta que Silvia estaba cantando la segunda voz. La enfrentó alzando una ceja, interrogante y burlón al mismo tiempo. Ella alzó ambas cejas, como preguntando qué le ocurría, y cabeceó para que siguiera tocando. Él lo hizo.—Óyete, mujer, haciendo la segunda voz —dijo cuando terminó la canción.—Oh, es que me gustan tanto sus arreglos vocales. Si no te molesta, prefiero seguir así.—Como gustes.Pero Jay aún no lograba controlar su cretino interior, que eligió Save Your Soul. Y ella cantó la segunda voz aguda con un brillo contagioso de placer en sus ojos. Jay se inclinó un poco hacia ella para cantar:Pero, ¿quién se supone que somos?Ella sonrió en la pausa que siguió y se inclin&oac
Silvia cantaba olvidada del universo.Era como tener a Jim Robinson tocando sólo para ella.Jay era sencillamente irresistible, tocaba tan bien, y su voz le causaba escalofríos.Y como no se conocían y jamás volverían a encontrarse una vez que dejaran la terminal de ómnibus, se sentía extrañamente desinhibida. De modo que cantaba con él como siempre cantaba esas canciones en su casa, mientras limpiaba o se duchaba.No recordaba haberse topado jamás con un hombre tan atractivo, con una personalidad tan magnética, simpático y descortés al mismo tiempo. Un verdadero chico malo, como su hermana menor lo habría llamado. Ella lo catalogaba como un cretino adorable. Exactamente la clase de hombre que siempre fuera su talón de Aquiles.Por suerte todavía tenía ojos en la cara, a pesar de haber llorado tanto. Eso le impedía ignorar l
Ya desde la puerta del corredor, Silvia se dio cuenta que Jay se había quedado dormido. De milagro no había arrojado la guitarra al suelo en sueños.Dejó los cafés en la mesa, guardó la guitarra en su estuche y revolvió su bolso en busca de su manta de viaje.La cazadora de Jay todavía goteaba, colgada del respaldo del otro sillón, y saltaba a la vista que él tenía frío. De modo que lo cubrió, recuperó su café y fue a sentarse a su sillón. Sus ojos se perdieron en la hipnótica danza de la lluvia al atravesar los conos de luz sobre las plataformas desiertas.Hasta que su vista se desvió hacia Jay.Suspiró con una breve sonrisa.Nunca había estado a favor del sexo por revancha, pero este gringo hacía que la idea resultara atractiva.Si tan sólo ella hubiera tenido diez años menos y die