La música a volumen creciente despertó a Silvia. Le tomó un momento reconocer la canción de Depeche Mode, Personal Jesus.
El sol se ponía y estaba sola en la cama, entre sábanas que olían a flores, bajo un acolchado gordo. Jim se había marchado para permitirle descansar, porque había quedado a la vista que no lo haría mientras él estuviera allí.
Se había dormido profundamente, exhausta, y ahora le costaba desprenderse de la sensación de que todavía estaba soñando. Pero no, estaba despierta. En el Cenicero, su nuevo hogar. Y esa música debía ser un teléfono sonando. No el suyo, ella jamás hubiera usado esa canción de ringtone.
Siguió la música hasta la otra mesa de noche, donde encontró un teléfono nuevo en su caja abierta, con un moño rojo. Rió de buena gana al tomarlo y ver q
¡BIENVENIDOS AL UNIVERSO DE SIN RETORNO! Él es una celebrity, el chico malo del rockanroll, y sólo quiere reunirse con sus amigos y pasarla bien. Ella es una extranjera anónima, y sólo quiere volver a casa para dejar atrás el peor error de su vida. Una tormenta los reunirá, un encuentro casual que cambiará sus vidas para siempre. Y cuando estén en libertad de regresar a los suyos y a sus vidas cotidianas, uno a cada extremo del mundo y en esferas tan diferentes que no tienen punto de intersección, deberán decidir si lo que vivieron es motivo suficiente para mantenerse en contacto. Sin embargo, cuando al fin vuelven a encontrarse, sus estilos de vida tan diferentes amenazarán con imponerse sobre sus sentimientos. ¿Por qué debería él renunciar a sus hábitos de mujeriego que su fama le permite para comprometerse con una sola mujer? ¿Por qué debería ella renunciar a su independencia para dedicar su vida a ser la fi
¡Fantástico! La crecida había alcanzado la Interestatal, obligando a los ómnibus a volver por donde vinieran, y el servicio había sido cancelado hasta nuevo aviso. La noticia le provocó unas ganas locas de fumar. Como estaba diluviando, los empleados de la terminal de ómnibus fingían ignorar a aquellos adictos a la nicotina que aún conservaban un mínimo de instinto de supervivencia, y les permitían fumar en el corredor de acceso, puertas adentro y a salvo del viento y la lluvia. Le dedicó una mirada aprensiva a su equipaje: mochila, bolso, guitarra. ¿Por qué diablos se había traído la guitarra? No quedaban más que unas pocas personas en la terminal, pero la crueldad de las matemáticas indicaba que una sola bastaba y sobraba para dejarla sin nada. Se dio cuenta que ése era un pensamiento tercermundista, por completo inadecuado en el ombligo del primer mundo. En caso de que hubiera algún otro tercermundista por ahí, le preguntó al empleado de la
¡Fantástico!El auto rentado acababa de descomponerse en medio de la tormenta y de la nada.Maldijo en cuatro idiomas la idea de su hermano de elegir ese rancho para pasar “un retiro creativo” lejos de luminarias y paparazzi. Pero maldijo aún más su propia idea de rentar un auto en el aeropuerto de Fargo, en vez de tomarse el ómnibus y que su hermano lo recogiera para llevarlo al maldito rancho.Revisó su teléfono por enésima vez, en caso de que un milagro le hubiera devuelto cobertura. Nada. Estaba muerto desde que se adentrara en la tormenta y en aquella desolada zona rural. Intentó mirar hacia afuera a través del parabrisas, pero llovía tanto que podía tener al maldito Godzilla delante del auto y no se daría cuenta.Aunque estaba bastante seguro de que había visto luces allá adelante, antes de que el condenado auto se descompusiera y los
Se sentó en el hueco entre las máquinas, la espalda contra la de café, de frente a las puertas vidrieras al final del corredor. De esa forma hasta tenía lugar para la guitarra. Afinó las cuerdas preguntándose qué tocar. La mayoría de las canciones que sabía eran baladas tristes de amor, la peor elección en ese momento. Tal vez traer la guitarra no había sido tan buena idea, y lo mejor que podía hacer era gastar lo que le quedaba de batería en el teléfono. Eso la hizo pensar en la música que tenía allí. Sonrió. Las canciones de No Return eran todo menos tiernas, y sabía las suficientes para mantenerse entretenida un buen rato. Por suerte, a lo largo de los años se había procurado cuanta versión acústica original había encontrado en internet. Eran una verdadera rareza para una banda como la de los Robinson, pero ahora le evitarían arruinar sus canciones favoritas improvisando versiones libres. Sus dedos se deslizaron por las cuerdas metálicas, buscando un acord
¿Dónde estaba? ¿Cuánto había dormido? Su brazo estaba entumecido bajo su cuerpo y le dolía la espalda. Se sentó, frotándose los ojos con una mano mientras con la otra sacaba su teléfono. Las diez treinta, había dormido una hora. Le corrió un escalofrío por la espalda dolorida. Hacía frío y ya llevaba puesto el único sweater que trajera. Y por supuesto que no había señal, ni internet. La condenada estación se había quedado sin servicio por la tormenta.Entonces recordó la máquina de café en el corredor. Ponerse de pie no fue nada fácil, mas la promesa de una bebida caliente pudo más que su fatiga.Cruzó la sala de espera revisando sus bolsillos en busca de cambio.La familia disfrutaba un picnic improvisado de snacks y el viejo trapeaba el piso frente a los mostradores. Una hora y todav&iacu
Sentir que la tocaban la arrancó de su paraíso privado de desolación y amargura. Alzó la vista confundida y halló a un muchacho que la observaba ceñudo, poco convencido de lo que estaba haciendo. El muchacho siguió observándola mientras ella se incorporaba. La visera de la gorra oscurecía sus ojos, y lo vio encajar la mandíbula firme, cuadrada. Retrocedió con presteza cuando ella intentó dar un paso fuera del hueco.—Estoy bien, gracias —gruñó, molesta por su presencia y por su atención, enjugándose la nariz en el puño de su manga.El muchacho aún le cortaba el paso hacia el baño de damas, de modo que agachó la cabeza y lo esquivó como pudo.El leve sonido del picaporte al cerrarse la hizo sentir a salvo de nuevas interrupciones. Descansó contra la puerta un momento, intentando volver a respirar nor
Se sentó en el sofá soltando sapos y culebras. Que se fueran al infierno las dos, la máquina de café y la fan. Estaba tan enfadado que olvidó fijarse si tenía cobertura en el teléfono. Como si fuera a tenerla.Se había descargado sus emails en el aeropuerto, de modo que pensó en entretenerse leyéndolos. Subió las piernas al sofá y le dio la espalda a la sala de espera y al resto del maldito universo.El tercer correo lo hizo sonreír. Era de la presidenta del fanclub de Los Ángeles. Para variar, quería saber cuándo regresarían a casa para organizar una reunión con sus fans allí. Era una loca simpática que seguía a la banda desde antes de que sacaran el primer álbum, y jamás abusaba de su privilegio de comunicación directa con él.A pesar de que sólo podría enviar su respuesta c
La familia había juntado sillas para acostarse y estaban todos dormidos, bien envueltos en sus abrigos. El viejito había terminado de limpiar y desaparecido. Silvia lo imaginó durmiendo en algún cuartito diminuto, con un tocadiscos en el que giraba un vinilo de Sinatra.En el corredor, le mostró a Jay cómo hacer funcionar la máquina expendedora, y su sonrisa triunfal cuando logró procurarse su propio café la hizo volver a reír.—Esta mierda me hizo sudar por nada —dijo, y le dirigió una mirada culpable—. Disculpa mi lenguaje.Ella fingió persignarse. Jay alzó una sola ceja. Cruzaron la sala de espera de regreso a su rincón todavía sofocando la risa.—Así que Argentina —dijo Jay volviendo a sentarse—. Buenos… ¿Aires? Oí decir que es una gran ciudad.—Sí, demasiado grande