La familia había juntado sillas para acostarse y estaban todos dormidos, bien envueltos en sus abrigos. El viejito había terminado de limpiar y desaparecido. Silvia lo imaginó durmiendo en algún cuartito diminuto, con un tocadiscos en el que giraba un vinilo de Sinatra.
En el corredor, le mostró a Jay cómo hacer funcionar la máquina expendedora, y su sonrisa triunfal cuando logró procurarse su propio café la hizo volver a reír.
—Esta m****a me hizo sudar por nada —dijo, y le dirigió una mirada culpable—. Disculpa mi lenguaje.
Ella fingió persignarse. Jay alzó una sola ceja. Cruzaron la sala de espera de regreso a su rincón todavía sofocando la risa.
—Así que Argentina —dijo Jay volviendo a sentarse—. Buenos… ¿Aires? Oí decir que es una gran ciudad.
—Sí, demasiado grande para mi hígado.
—¿No vives allí?
—No, soy de la Patagonia.
—Oh, a mí me encantan las grandes ciudades —dijo Jay, convencido, y la vio mirar alrededor antes de volver a enfrentarlo con gesto interrogante—. Bien, no vivo aquí, ¿verdad? De lo contrario, tendría una maldita balsa en vez de un condenado auto de alquiler descompuesto.
Rieron juntos una vez más. Él probó su café, pensando que le caía bien la fan. Pero si pretendía permanecer en el anonimato, tenía que cambiar de tema.
—¿Y qué m****a haces aquí?
Silvia frunció el ceño. —¿Acaso eres de la Migra?
—Y estoy listo para deportar tu trasero latino.
—¡Por favor! —Silvia le ofreció sus muñecas para que las esposara—. ¡Cualquier cosa con tal de largarme de aquí!
—¿Verdad? ¿Tal vez hacer un poco de alboroto bastaría para que vinieran por nosotros? No me importa si es un patrullero.
—Olvídalo. El único patrullero del pueblo es más viejo que la máquina de café. Jamás llegaría hasta aquí con esta tormenta.
—Oh, de modo que vienes del pueblo al norte de aquí.
—Vamos.
A Silvia le gustaba la forma en que Jay alzaba las manos cuando lo descubrían haciendo o diciendo algo indebido.
—Muy bien, comprendo. Sin preguntas personales.
—A menos que quieras que vuelva a llorar.
—Ni en un millón de años.
—Tu cretino interior es bastante sensato.
Esta vez tuvieron que cubrirse la boca para acallar la risa. No porque estuvieran siendo extremadamente graciosos o listos, sino porque era agradable descubrir que tenían un sentido del humor similar.
Jay suspiró frotándose los muslos. —Daría cualquier cosa por una cerveza —murmuró.
Silvia asintió. —Y yo por un cigarrillo, pero hace demasiado frío en el corredor.
Él miró alrededor. —¿Quién va a venir a regañarnos si fumamos aquí?
Ella vaciló y sacó sus cigarrillos. Le ofreció uno a Jay sólo porque había hablado en plural, pero se dio cuenta de inmediato que distaba de ser un fumador, y sólo lo había dicho por complicidad con ella. Luego de un par de minutos de disfrutar que no necesitaba morirse de pulmonía para aplacar su adicción a la nicotina, Silvia lo vio revisar su teléfono.
—¿Sin señal?
—Nada.
—Ahí tienes la era de las comunicaciones globales.
—Ni que lo digas. Un poco de lluvia y estamos de vuelta en la jodida edad de piedra.
—Ésa es una buena idea para una canción.
Jay le dirigió otro vistazo suspicaz, pero Silvia volvía a mirar hacia afuera, y sus palabras no habían sonado irónicas. ¿O tal vez sí lo había reconocido, y se limitaba a respetar su decisión de permanecer anónimo?
Se preguntó por qué estaba tan decidido a ocultar su identidad. Siempre había disfrutado los privilegios de la fama. Sin embargo, esa noche quería ser otra persona. Alguien sin nombre perdido en medio de la nada.
Fumaron en silencio.
De pronto parecían no tener nada más para decir. Permanecieron allí sentados, abstraídos en sus propios pensamientos, pero esperando que el otro les dirigiera la palabra, de modo que tratar de dormir, leer o hacer cualquier otra cosa resultaba desconsiderado.
El silencio se prolongó entre ellos, haciendo lugar al rumor constante de la lluvia.
—Tienes una guitarra, ¿verdad?Silvia necesitó un momento para regresar de sus lúgubres pensamientos y responder. —Sí. ¿Quieres tocar?Jay meneó la cabeza con una sonrisita de costado.Se había preguntado cuán cruel de su parte sería hacer esto, y su cretino interior argumentó que había prometido enmendar su conducta por la mañana y aún era de noche. Que ella no lo reconociera le molestaba más de lo que estaba dispuesto a admitir, empujando a su ego a aliarse con su cretino interior.—No, pero seguramente tú tocas —replicó con su aire más inocente.Silvia lo observó un momento, como preguntándose si estaba burlándose de ella. Al fin se encogió de hombros y asintió.Jay advirtió que el estuche rígido se veía nuevo, y la guitarra le hizo alzar las
Tocaban una de las canciones viejas de Jay cuando él se dio cuenta que Silvia estaba cantando la segunda voz. La enfrentó alzando una ceja, interrogante y burlón al mismo tiempo. Ella alzó ambas cejas, como preguntando qué le ocurría, y cabeceó para que siguiera tocando. Él lo hizo.—Óyete, mujer, haciendo la segunda voz —dijo cuando terminó la canción.—Oh, es que me gustan tanto sus arreglos vocales. Si no te molesta, prefiero seguir así.—Como gustes.Pero Jay aún no lograba controlar su cretino interior, que eligió Save Your Soul. Y ella cantó la segunda voz aguda con un brillo contagioso de placer en sus ojos. Jay se inclinó un poco hacia ella para cantar:Pero, ¿quién se supone que somos?Ella sonrió en la pausa que siguió y se inclin&oac
Silvia cantaba olvidada del universo.Era como tener a Jim Robinson tocando sólo para ella.Jay era sencillamente irresistible, tocaba tan bien, y su voz le causaba escalofríos.Y como no se conocían y jamás volverían a encontrarse una vez que dejaran la terminal de ómnibus, se sentía extrañamente desinhibida. De modo que cantaba con él como siempre cantaba esas canciones en su casa, mientras limpiaba o se duchaba.No recordaba haberse topado jamás con un hombre tan atractivo, con una personalidad tan magnética, simpático y descortés al mismo tiempo. Un verdadero chico malo, como su hermana menor lo habría llamado. Ella lo catalogaba como un cretino adorable. Exactamente la clase de hombre que siempre fuera su talón de Aquiles.Por suerte todavía tenía ojos en la cara, a pesar de haber llorado tanto. Eso le impedía ignorar l
Ya desde la puerta del corredor, Silvia se dio cuenta que Jay se había quedado dormido. De milagro no había arrojado la guitarra al suelo en sueños.Dejó los cafés en la mesa, guardó la guitarra en su estuche y revolvió su bolso en busca de su manta de viaje.La cazadora de Jay todavía goteaba, colgada del respaldo del otro sillón, y saltaba a la vista que él tenía frío. De modo que lo cubrió, recuperó su café y fue a sentarse a su sillón. Sus ojos se perdieron en la hipnótica danza de la lluvia al atravesar los conos de luz sobre las plataformas desiertas.Hasta que su vista se desvió hacia Jay.Suspiró con una breve sonrisa.Nunca había estado a favor del sexo por revancha, pero este gringo hacía que la idea resultara atractiva.Si tan sólo ella hubiera tenido diez años menos y die
Jay alzó la gorra para mirar alrededor. Había resbalado de lado en sueños y su cabeza acababa de caer sobre el apoyabrazos. Se rascaba el cabello bajo la gorra cuando descubrió que estaba cubierto por una manta de viaje. Y vio a la fan durmiendo en el sillón pequeño, toda envuelta en su chaqueta y hecha un ovillo como un puercoespín.Se estiró para tocarle la pierna. Ella no se despertó, de modo que jaló del ruedo de sus jeans hasta que la vio abrir los ojos. Se sentó erguido en el sofá y le hizo señas de que fuera allí con él. Ella frunció el ceño. Él alzó el extremo de la manta. Ella meneó la cabeza y volvió a cerrar los ojos.—Ven, que hace un frío de mil demonios —gruñó él.—Vuelve a dormir, Jay —replicó ella con otro gruñido.Él estuv
Una breve presión en su hombro despertó a Jay. Lo primero que notó fue que ya era de día. Lo siguiente fue el hombre de pie junto al sofá, mirándolo con una sonrisa apologética. Intentó erguirse y halló la cabeza de Silvia descansando sobre su pecho, y su propio brazo en torno a los hombros de ella.El hombre se dio cuenta que apenas podía moverse y se agachó a su lado para hablar en susurros.—Perdón por molestarlo. Nos estamos yendo, y temo que no queda espacio en la camioneta de mi hermano para llevarlos a ustedes también. ¿Qué podemos hacer para ayudarlos?Jay comprendió que era el padre de la familia que pasara la noche allí como ellos. Volvió a tratar de moverse y le hizo señas para que le diera un momento.—Estaré en el corredor —dijo el hombre.Jay se volvió hacia Silvia. No hab
Escuchar la voz de su hermano fue lo mejor que le ocurriera en siglos. Lo puso al tanto de su situación y de su plan de ir al pueblo en tres o cuatro horas.—Te llamaré cuando llegue.—Tendrás que buscar dónde pasar la noche, porque no puedo ir por ti ahora. Nos advirtieron que los caminos están anegados.—No te preocupes, te aguardaré allí.—Espero que no te aburras, porque te estás perdiendo toda la diversión aquí. Jo trajo a Fay y varias amigas más, y estamos de fiesta desde que llegaron.—Hijos de perra —rió Jay—. Dile a esas chicas que espero una bienvenida apropiada. —Vio venir a Silvia y agregó:— Hablamos luego.—Cuídate, bastardo.Jay cortó y le tendió a Silvia su café con una gran sonrisa, contándole las novedades.Ella demoró un
Jay descansó un hombro contra el ventanal junto a Silvia, dándole su café. Se veía tan serena, tan compuesta, como si no acabara de contarle lo que había vivido, o como si no le hubiera ocurrido a ella. Pero él había visto las marcas.—Ahí estás, con esa canción otra vez —dijo con suavidad.Ella le agradeció el café con una sonrisa y se encogió de hombros. —Sí, es pegadiza.¿Break Free? —¿Pegadiza? —repitió Jay, atragantándose con la palabra.Silvia advirtió que parecía ofendido y se apresuró a agregar: —Sí, es sombría, por eso me resulta pegadiza.—Haces un uso extraño de los adjetivos, ¿sabías?—¿Tú crees?—No me corras, porque no quieres que responda mi cretino interior.