Escuchar la voz de su hermano fue lo mejor que le ocurriera en siglos. Lo puso al tanto de su situación y de su plan de ir al pueblo en tres o cuatro horas.
—Te llamaré cuando llegue.
—Tendrás que buscar dónde pasar la noche, porque no puedo ir por ti ahora. Nos advirtieron que los caminos están anegados.
—No te preocupes, te aguardaré allí.
—Espero que no te aburras, porque te estás perdiendo toda la diversión aquí. Jo trajo a Fay y varias amigas más, y estamos de fiesta desde que llegaron.
—Hijos de perra —rió Jay—. Dile a esas chicas que espero una bienvenida apropiada. —Vio venir a Silvia y agregó:— Hablamos luego.
—Cuídate, bastardo.
Jay cortó y le tendió a Silvia su café con una gran sonrisa, contándole las novedades.
Ella demoró un
Jay descansó un hombro contra el ventanal junto a Silvia, dándole su café. Se veía tan serena, tan compuesta, como si no acabara de contarle lo que había vivido, o como si no le hubiera ocurrido a ella. Pero él había visto las marcas.—Ahí estás, con esa canción otra vez —dijo con suavidad.Ella le agradeció el café con una sonrisa y se encogió de hombros. —Sí, es pegadiza.¿Break Free? —¿Pegadiza? —repitió Jay, atragantándose con la palabra.Silvia advirtió que parecía ofendido y se apresuró a agregar: —Sí, es sombría, por eso me resulta pegadiza.—Haces un uso extraño de los adjetivos, ¿sabías?—¿Tú crees?—No me corras, porque no quieres que responda mi cretino interior.
Después de cambiar de posición mientras hablaban, o pararse y caminar un poco, volvieron a sentarse juntos para un lujoso almuerzo de snacks y refrescos de las máquinas expendedoras. Entonces Silvia retrocedió a su extremo del sofá y se hizo un ovillo allí, observando a Jay mientras él hablaba.Quería recordar tanto como pudiera de él. Porque de una forma desprovista de todo dramatismo, la había salvado. Su compañía le había permitido dar el primer paso para dejar atrás lo que le ocurriera. Le había dado qué pensar y qué recordar en su largo camino a casa, algo que no fuera el violento episodio que destruyera sus sueños para siempre.Jay le palmeó las piernas con el dorso de la mano y señaló sus propias piernas. —Ven, apoya tus pies aquí antes que se te entumezcan las rodillas.—¿Qué?<
—¿Hola?Jay y Silvia se incorporaron de un salto y giraron hacia el corredor. Allí encontraron un robusto prototipo del abuelo granjero americano, el agua chorreando del ala de su sombrero para llover sobre su gruesa chaqueta y sus botas de goma.—¿Ustedes son los que necesitan llegar al pueblo?—¡Sí! ¡Somos nosotros! —replicó Jay.—Entonces traigan sus cosas y larguémonos de aquí mientras aún podamos.El hombre giró sobre sus talones y se alejó hacia el estacionamiento.Jay detuvo a Silvia cuando iba a ponerse su chaqueta.—Ten —dijo, dándole su propia chaqueta.—¿Y tú?—Imagino que tendrás que ayudarme a no morir de frío.El bocinazo desde afuera empujó a Silvia a aceptar la chaqueta. Jay reemplazó el gorro de lana por su propia g
Más tarde Silvia se tomaría el tiempo de apreciar plenamente la actitud protectora de Jay. En ese momento, le permitió guiarla por aquella empinada escalera, diseñada especialmente para deshacerse de huéspedes molestos con un simple empujón. Lo dejó hablar y mantenerse siempre entre ella y el viejo, que parloteaba como una comadrona, comentando cuántas veces había llamado el hermano de Jay para saber si ya había llegado. Un muchacho que debía ser su nieto los seguía con su equipaje.Silvia controló su ansiedad hasta que llegaron al segundo piso y recorrieron la galería crujiente hasta la última puerta, en la esquina del edificio. Tan pronto como el viejo la abrió, Jay le indicó a Silvia que entrara primero y se interpuso entre ellos una vez más.Ella sólo miró alrededor en busca del baño. Cruzó el cuarto apresurada pa
Jay seguía recostado, perdido en Twitterlandia, cuando su estómago gruñó con ganas. Maldición, se moría de hambre y Silvia aún no salía de la ducha. Ya había estado bien de esperar. Saltó de la cama, llamó a la puerta del baño y acercó la cara al marco.—¡Voy a pedir la cena! —dijo—. ¿Qué quieres comer?No obtuvo respuesta, sólo el rumor apagado de la ducha.—¿Me oyes?Nada. Gruñó por lo bajo y abrió la puerta sólo lo necesario para asomar la cabeza.—¿Qué quieres cenar?Silvia replicó de inmediato, como si Jay asomándose al baño mientras ella se duchaba fuera lo más normal del mundo.—Mataría por un bistec con papas, si tienen algo así. Y una ensalada. Necesito comer algo fresco.Jay la
El viejo no tardó en traerles la cena, pero no había podido acomodar sus bebidas en la bandeja, de modo que Jay se ofreció a bajar a buscarlas, con la idea de procurarse también cerveza para más tarde. Silvia dispuso la mesa y dejó la bandeja sobre la cajonera, donde descubrió un candelabro oculto tras la televisión. Jay regresó pocos minutos después, y sonrió al hallar las velas encendidas a modo de centro de mesa. Un bonito detalle. Silvia había regresado junto a la ventana, como si no se hubiera movido mientras él iba por la bebida. Se aproximó a ella y apoyó ambas manos en sus hombros, su nariz rozándole el cabello. —¿Cenamos? —susurró. Ella asintió sonriendo. Resultaba tan extraño. La presencia de Jay la ayudaba a serenarse y la hacía sentir más segura. Y al mismo tiempo, no le importaba saber que en la mañana él saldría de su vida para siempre. Porque había jugado su papel con tanta honestidad y buena voluntad, que se había ganado en buena ley e
En el silencio que siguió, Jay ladeó la cabeza. —Escucha —susurró. Silvia prestó atención y no escuchó nada. Jay sonrió al ver su expresión interrogante. —Ha dejado de llover. Se paró y rodeó la mesa, haciéndole señas a Silvia de que lo siguiera. Ella se le unió junto a la ventana y miró hacia afuera con curiosidad. —Mira —dijo él, señalando el cielo sobre los campos oscuros. —¡Una estrella! —la oyó susurrar, y se le ocurrió que aquel asombro puro, maravillado, sonaba como si ella fuera el primer ser humano que hubiera visto una estrella. Su brazo no lo consultó para subir a rodearle los hombros, y le rozó el cabello con los labios al decir: —Sí, la tormenta ha pasado. Silvia sabía que él percibiría su escalofrío, pero no podía evitarlo. Cierto, ya no llovía y la noche parecía estar despejándose. Pero esas palabras significaban mucho más para ella, y los dos lo sabían. Jay la sintió estremecerse y habló por impu
Black Dog de Led Zeppelin a volumen creciente despertó a Jay un año antes de lo que hubiera querido. Tanteó la mesa de noche hasta que encontró su teléfono y atendió frotándose los ojos.—Vete al carajo.—Levántate, hombre. Estaré allí en media hora.—Dos horas.—Anuncian más lluvia para la tarde. Tienes que salir de allí cuanto antes.Silvia se estiró a su lado como un gato, un brazo sobre el pecho de Jay, una de sus piernas entre las de él. Él sintió la leve caricia de sus dedos y cambió el teléfono de mano para guiar la de ella hacia abajo.—Una hora —gruñó, cerrando los ojos cuando la mano de ella continuó sin necesidad de guía.—¿Tienes a alguien allí contigo?—Una hora. Ven solo.Jay soltó el tel