—¿Hola?
Jay y Silvia se incorporaron de un salto y giraron hacia el corredor. Allí encontraron un robusto prototipo del abuelo granjero americano, el agua chorreando del ala de su sombrero para llover sobre su gruesa chaqueta y sus botas de goma.
—¿Ustedes son los que necesitan llegar al pueblo?
—¡Sí! ¡Somos nosotros! —replicó Jay.
—Entonces traigan sus cosas y larguémonos de aquí mientras aún podamos.
El hombre giró sobre sus talones y se alejó hacia el estacionamiento.
Jay detuvo a Silvia cuando iba a ponerse su chaqueta.
—Ten —dijo, dándole su propia chaqueta.
—¿Y tú?
—Imagino que tendrás que ayudarme a no morir de frío.
El bocinazo desde afuera empujó a Silvia a aceptar la chaqueta. Jay reemplazó el gorro de lana por su propia g
Más tarde Silvia se tomaría el tiempo de apreciar plenamente la actitud protectora de Jay. En ese momento, le permitió guiarla por aquella empinada escalera, diseñada especialmente para deshacerse de huéspedes molestos con un simple empujón. Lo dejó hablar y mantenerse siempre entre ella y el viejo, que parloteaba como una comadrona, comentando cuántas veces había llamado el hermano de Jay para saber si ya había llegado. Un muchacho que debía ser su nieto los seguía con su equipaje.Silvia controló su ansiedad hasta que llegaron al segundo piso y recorrieron la galería crujiente hasta la última puerta, en la esquina del edificio. Tan pronto como el viejo la abrió, Jay le indicó a Silvia que entrara primero y se interpuso entre ellos una vez más.Ella sólo miró alrededor en busca del baño. Cruzó el cuarto apresurada pa
Jay seguía recostado, perdido en Twitterlandia, cuando su estómago gruñó con ganas. Maldición, se moría de hambre y Silvia aún no salía de la ducha. Ya había estado bien de esperar. Saltó de la cama, llamó a la puerta del baño y acercó la cara al marco.—¡Voy a pedir la cena! —dijo—. ¿Qué quieres comer?No obtuvo respuesta, sólo el rumor apagado de la ducha.—¿Me oyes?Nada. Gruñó por lo bajo y abrió la puerta sólo lo necesario para asomar la cabeza.—¿Qué quieres cenar?Silvia replicó de inmediato, como si Jay asomándose al baño mientras ella se duchaba fuera lo más normal del mundo.—Mataría por un bistec con papas, si tienen algo así. Y una ensalada. Necesito comer algo fresco.Jay la
El viejo no tardó en traerles la cena, pero no había podido acomodar sus bebidas en la bandeja, de modo que Jay se ofreció a bajar a buscarlas, con la idea de procurarse también cerveza para más tarde. Silvia dispuso la mesa y dejó la bandeja sobre la cajonera, donde descubrió un candelabro oculto tras la televisión. Jay regresó pocos minutos después, y sonrió al hallar las velas encendidas a modo de centro de mesa. Un bonito detalle. Silvia había regresado junto a la ventana, como si no se hubiera movido mientras él iba por la bebida. Se aproximó a ella y apoyó ambas manos en sus hombros, su nariz rozándole el cabello. —¿Cenamos? —susurró. Ella asintió sonriendo. Resultaba tan extraño. La presencia de Jay la ayudaba a serenarse y la hacía sentir más segura. Y al mismo tiempo, no le importaba saber que en la mañana él saldría de su vida para siempre. Porque había jugado su papel con tanta honestidad y buena voluntad, que se había ganado en buena ley e
En el silencio que siguió, Jay ladeó la cabeza. —Escucha —susurró. Silvia prestó atención y no escuchó nada. Jay sonrió al ver su expresión interrogante. —Ha dejado de llover. Se paró y rodeó la mesa, haciéndole señas a Silvia de que lo siguiera. Ella se le unió junto a la ventana y miró hacia afuera con curiosidad. —Mira —dijo él, señalando el cielo sobre los campos oscuros. —¡Una estrella! —la oyó susurrar, y se le ocurrió que aquel asombro puro, maravillado, sonaba como si ella fuera el primer ser humano que hubiera visto una estrella. Su brazo no lo consultó para subir a rodearle los hombros, y le rozó el cabello con los labios al decir: —Sí, la tormenta ha pasado. Silvia sabía que él percibiría su escalofrío, pero no podía evitarlo. Cierto, ya no llovía y la noche parecía estar despejándose. Pero esas palabras significaban mucho más para ella, y los dos lo sabían. Jay la sintió estremecerse y habló por impu
Black Dog de Led Zeppelin a volumen creciente despertó a Jay un año antes de lo que hubiera querido. Tanteó la mesa de noche hasta que encontró su teléfono y atendió frotándose los ojos.—Vete al carajo.—Levántate, hombre. Estaré allí en media hora.—Dos horas.—Anuncian más lluvia para la tarde. Tienes que salir de allí cuanto antes.Silvia se estiró a su lado como un gato, un brazo sobre el pecho de Jay, una de sus piernas entre las de él. Él sintió la leve caricia de sus dedos y cambió el teléfono de mano para guiar la de ella hacia abajo.—Una hora —gruñó, cerrando los ojos cuando la mano de ella continuó sin necesidad de guía.—¿Tienes a alguien allí contigo?—Una hora. Ven solo.Jay soltó el tel
Encontró a Jay ya vestido, filmando el caos que hicieran de la habitación durante la noche. Volteó hacia ella con el teléfono, pero Silvia se cubrió la cabeza con una toalla, ocultando su cara. De camino a su equipaje, le soltó sobre el teléfono la camiseta que le prestara.—¿Tú no te ducharás? —preguntó, revolviendo su bolso en busca de ropa interior limpia.—Estoy a dos horas de un hidromasajes. —Jay quitó la camiseta de su teléfono—. Mierda, apesta, quédatela tú.Jay sabía que ella no había reparado en el logo de su banda estampado en la camiseta, y quería que la conservara y lo descubriera luego. Un pequeño recuerdo. Ella la atrapó en el aire y la arrojó en la bolsa que contenía su ropa usada. Cuando giró para ponerse la ropa interior, él notó por primera v
Encontraron a un hombre frente al mostrador, firmando un recibo. Era un par de años mayor que Silvia, que intentó en vano hallar algún parecido físico entre él y Jay.Sus ojos eran negros como el carbón bajo sus peculiares cejas rectas. Descendían hacia el nacimiento de la nariz prominente, que proyectaba su sombra hacia la barbilla puntiaguda. Se lo veía serio y distante. Su forma de hablar al agradecerle al viejo de la posada era fría.Sin embargo, su expresión endurecida se iluminó con una sonrisa al escuchar sus pasos y girar hacia la escalera. Saludó a Silvia con un cabeceo y una rápida mirada de arriba abajo que la hizo sentir desnuda, y se olvidó de ella para enfrentar a Jay.—Listo, bastardo. Vámonos a la mierda.Al parecer aquella forma de hablar era tradición familiar.Jay descansó una mano en la espalda de Silvia y
Silvia respiró hondo cuando el ómnibus se detuvo junto a la plataforma con un último bufido.Allí estaba.En pocos minutos habría dejado atrás todos los malos momentos que había vivido allí. Y los buenos momentos también. Pero como los malos aún eran muchos más, y mucho más importantes, no podía experimentar la menor tristeza por irse de aquel rincón del mundo dejado de la mano de Dios para no regresar jamás.Volvió a la camioneta con los hermanos a buscar su equipaje, y ocupada colgándose la mochila, no vio la cara de Sean al enterarse que aquella guitarra de colección ahora le pertenecía a su hermano.El hombre del ceño eternamente fruncido se las ingenió para sonreírle al desearle buen viaje.—Gracias, Sean. —Silvia vaciló—. ¿Puedo pedirte un último favor?