Silvia respiró hondo cuando el ómnibus se detuvo junto a la plataforma con un último bufido.
Allí estaba.
En pocos minutos habría dejado atrás todos los malos momentos que había vivido allí. Y los buenos momentos también. Pero como los malos aún eran muchos más, y mucho más importantes, no podía experimentar la menor tristeza por irse de aquel rincón del mundo dejado de la mano de Dios para no regresar jamás.
Volvió a la camioneta con los hermanos a buscar su equipaje, y ocupada colgándose la mochila, no vio la cara de Sean al enterarse que aquella guitarra de colección ahora le pertenecía a su hermano.
El hombre del ceño eternamente fruncido se las ingenió para sonreírle al desearle buen viaje.
—Gracias, Sean. —Silvia vaciló—. ¿Puedo pedirte un último favor?
Sean condujo en silencio, dejando que su hermano se abriera una cerveza y reclinara el asiento.—¿Y bien? —preguntó entonces, manteniendo la vista en la carretera.—¿Y bien qué?Sean apagó la música y le arrancó la gorra a Jim de un manotazo. —Habla, hombre.—Luego.—Olvídalo. Tenemos casi una hora hasta el rancho y soy todo oídos.Jim recogió su gorra y volvió a ponérsela, bajando la visera hasta sus ojos. —De acuerdo.—¿Jay? ¿Estás bromeando?—Creí que ella estaba bromeando con lo de no haberme reconocido. Pero casi le da un infarto cuando le mostré mi licencia.—¿Cómo la conociste?—Hace dos días, cuando llegué a la estación de ómnibus.—Pero ayer por la mañana me diji
El ómnibus aceleraba por la Interestatal mientras Silvia luchaba por desenredar sus auriculares. Al fin pudo enchufarlos a su teléfono para escuchar música. Y tuvo que sofocar más risitas nerviosas al escuchar el principio de Save Your Soul y a Jim Robinson (¡Jay, por Dios!) cantar en su oído.No, era demasiado. ¿Cómo era posible que algo así hubiera ocurrido?¿Cómo había podido pasar tanto tiempo con Jim Robinson sin darse cuenta que era él? ¿Y qué demonios hacía allí, en aquella zona rural de Dakota del Norte, en medio de la nada?Ya de regreso en casa, su amiga Paola la ayudaría a comprender que lo que había sucedido era sencillamente imposible de prever o tan siquiera imaginar.—O sea, sabemos que Brad Pitt vino a esquiar una vez, y Roger Waters pasó unos días acá pescando, pero no esperá
Los hermanos fueron recibidos en el Rancho Miller con un almuerzo rápido, servido por Jo y sus amigas, que se dedicaron a alborotar en torno a Jim como moscas de verano. Como si lo conocieran de años, nadie había siquiera mirado el dormitorio principal de la casona, reservándolo para él. Jim dejó que las chicas lo acosaran una hora entera antes de tomar posesión de sus aposentos y pasar otra hora en el hidromasajes.Sean y los demás no lo esperaron para ensayar. En algún momento Jim encontró el camino a la biblioteca, donde habían montado la sala de ensayos, y se reunió con ellos. Los otros notaron que estaba de talante disperso, de modo que pasaron las siguientes horas improvisando más que probando nuevos arreglos.Durante la cena Jim decidió que quería una fiesta de bienvenida como correspondía, y se la montó él mismo. Los viejos relojes de la
Era como esos cuentos de pescadores que presumen de los peces que atraparon. La primera vez que lo cuentan, separan las manos unos veinte centímetros. —¡Era así de grande! —dicen. La segunda vez que lo cuentan, las manos están treinta centímetros separadas. —¡Era así de grande! Diez días después ya arponearon solos a Moby Dick y hasta salvaron al capitán Ahab. El Caso Jay amenazaba con salirse de proporciones en la misma escala. Silvia aún no sabía con quién podía compartir semejante historia. Sí, Paola, por supuesto. Sobre todo porque ella la ayudaría a volver a convertir a Moby Dick en una modesta trucha de criadero. Pero hasta que pudiera sentarse con su amiga, no se sentía inclinada a contarle la historia a nadie más. Regresar a su casa la hizo sentir como si le hubieran sacado una tonelada de rocas de los hombros. Dios, cómo había extrañado a sus hermanos, su perro, su casa, su pueblo. Todavía le quedaban
El video comenzaba con la cara sonriente de Jim llenando la pantalla. —¡Hola! Aquí estoy, en el Rancho Miller, y al fin ha dejado de llover. Acompáñame, te daré la visita guiada. Apartó el teléfono de su cara para mostrar una cocina de estilo rústico que era un caos. —Perdón, la señora de la limpieza se tomó el día. Se aproximó a dos mujeres que preparaban una comida en la sólida mesa de madera en el medio de la habitación, de espaldas a él. —¡Saluden, chicas! Las dos se dieron vuelta, vieron que estaba filmando y saludaron. Jim puso el brazo sobre los hombros de la mayor de ellas, una belleza afroamericana de unos cuarenta años, que apartó a Jim cuando él le besó la mejilla. —Te presento a Deborah Golan, comandante supremo de este ejército —dijo Jim—. También suele oficiar de ángel de la guarda las veinticuatro horas del día. Jim se acercó a la otra mujer, una chica que aún no cumplía los treinta, de cabello muy corto,
Retomar su vida cotidiana le resultó mucho más fácil de lo que esperaba, y ese viernes convocó a una noche de chicas en su casa para contar una sola vez lo que ocurriera con Pat. Cuando terminó, comentó de la forma más casual del mundo que había conocido a alguien antes de regresar, aunque sólo como algo anecdótico y sin mencionar el nombre de Jim. Paola había jurado silencio, y Silvia toleró con sonrisa paciente la dosis de burlas que se había ganado de ley, sobre su aparente fijación con los gringos. Viendo que todas estaban de excelente humor, se le ocurrió que podría comenzar a filmar para el video que Jim le había pedido. Se aseguró de que no se veía demasiado desastrosa y probó una introducción. Durante la semana siguiente se habituó a filmar aquí y allá, un par de minutos cada vez, y para el fin de semana, después de un poco de edición básica, se sintió satisfecha con el video de cinco minutos que había armado. Entonces siguió las instrucciones que le enviara
—Esto es algo que ningún hombre puede presenciar y vivir para contarlo, de modo que guarda el secreto. Porque esto es un cónclave de la Bene Gesserit en la Roca Negra, lo cual en realidad significa noche de chicas en mi casa. Permíteme presentarte a la Hermandad. Ella es la Dama Claudia, nuestra experta en manipulación.—¡Hola, Jay! ¡Mucho gusto!—Ella es la Reverenda Madre Karim, del ala científica de la Orden. Y mi hermana menor Mika, quiero decir la Acólita Lolita, que es una broma en español sobre su delantera.—¡Hola!—¿Cómo estás?—Y ella es Paola, de quien sospechamos que es una espía de las Honoradas Matres que se infiltró para robar nuestros secretos.—Apuesto a que no comprendió una sola palabra de lo que acabas de decir.—Entonces debería leer la saga de Dune.
“Consigna de la semana: un clip musical.” Silvia enfrentó su tablet ceñuda. Hacía una semana que subiera el video para Jim, y ésta era la primera vez que sabía de él desde entonces. ¿A qué se refería con lo de clip musical? Tal parecía que se le había ocurrido alguna clase de juego, y apenas precisaban comunicarse para jugarlo. Eso era lo que más le gustaba a Silvia. Nada de intentos inútiles de conversación en Twitter, fingiendo que eran los mejores amigos y que no estaban literalmente a un mundo de distancia. Lo mejor era que la mantenía ocupada. Igualmente, ¿un clip musical? “Tramposo, tú lo tienes fácil. ¿Cómo se supone que haga uno?” Seguramente Jim tenía su teléfono en la mano, porque respondió de inmediato. “Sencillo. Escoge una canción, filma un poco, roba otro poco de internet, edita, envía.” “Muy bien. Preciso un mes.” “Tienes