—Tienes una guitarra, ¿verdad?
Silvia necesitó un momento para regresar de sus lúgubres pensamientos y responder. —Sí. ¿Quieres tocar?
Jay meneó la cabeza con una sonrisita de costado.
Se había preguntado cuán cruel de su parte sería hacer esto, y su cretino interior argumentó que había prometido enmendar su conducta por la mañana y aún era de noche. Que ella no lo reconociera le molestaba más de lo que estaba dispuesto a admitir, empujando a su ego a aliarse con su cretino interior.
—No, pero seguramente tú tocas —replicó con su aire más inocente.
Silvia lo observó un momento, como preguntándose si estaba burlándose de ella. Al fin se encogió de hombros y asintió.
Jay advirtió que el estuche rígido se veía nuevo, y la guitarra le hizo alzar las cejas. Era una hermosa Fender electroacústica. ¿Quién llevaba una guitarra así en un viaje que no fuera una gira musical? Las yemas de sus dedos picaban por acariciar aquella madera aterciopelada y las lustrosas cuerdas metálicas.
Ella no advirtió su mirada anhelante y acomodó la guitarra sobre su muslo, cerciorándose de que seguía afinada. Alzó la vista hacia él sonriendo.
—¿Y bien? ¿Qué quieres que toque? ¿Sheryl Crow, Sarah McLachlan?
Jay rió divertido. —¡Ahora sé por qué estabas llorando! ¡Hombre! ¡Hasta yo lloraría después de un par de esas canciones de m****a! Vamos, toca otra cosa.
Silvia no ocultó que su respuesta le había caído gorda. —Lo siento, hombre, pero me gusta esa m****a y no sé tocar otra cosa.
—¿Eso era lo que estabas tocando en el corredor?
—Oh, no, allí me dedicaba a arruinar un par de excelentes canciones de rock.
—¿Ves? Sí que sabes tocar otra cosa. Vamos, muéstrame.
Ella se rascó la cabeza. —Temo que no las conocerás. Tal vez ni siquiera has oído hablar de la banda. ¿No Return?
Jay asintió con aire casual, cuidándose de encogerse de hombros, y le hizo gesto de que comenzara. Sabía que no era correcto burlarse así de alguien que no le había hecho ningún mal. Bien, salvo no reconocerlo. Su orgullo herido clamaba por un poco de venganza.
—Ésta es mi favorita de su último álbum —dijo Silvia probando un acorde, los ojos bajos, en el diapasón—. En realidad, creo que es mi favorita de todas sus canciones.
Jay disimuló una sonrisa. Diez a uno que era Esta Noche. Todas las chicas morían por esa balada. Frunció el ceño cuando no reconoció de inmediato el principio de la canción. ¿Qué diablos estaba tocando? Se sorprendió al escucharla cantar, casi en susurros:
Cierro los ojos, intento dormirCuento estrellas, estoy cansado de ovejasDejo pasar los días con la esperanza de hallarOtra pista que me ayude a comprender…
¿Break Free? ¿Ésa era la favorita de la fan? ¡Pero era una de sus canciones más depresivas! ¿Por qué le gustaría?
Aunque era casi una balada, no estaba hecha para una acústica de fogón con acordes de internet, y sonaba chata y opaca, especialmente porque Silvia mantenía la voz baja para no molestar a la familia, que dormía al otro lado de la sala de espera.
De todas formas, Jay podía darse cuenta que cantaba con sentimiento. Lo cual lo irritaba aún más. Depre e ignorada, pero era su canción, sus sentimientos. ¿Qué sabía ella lo que la hiciera componerla?
¿Qué sigue cuando mi cuerpo se quiebre?Porque mi alma ha estado muerta por díasNecesito más alivio que esto…
Y sin embargo, ¿qué mayor placer podía existir para un compositor que ver que su obra tocaba las emociones de otros?
Tras mis ojos hallarás la verdadDe esta vida que fue entregada por tiPero no lo des por seguro, noNunca lo pierdasSólo tienes una oportunidad en la vidaPara mostrarte…
Un par de minutos después, cuando terminó la canción, Silvia meneó la cabeza levemente con lo que parecía un suspiro sentido, sus ojos aún bajos.
—Es una buena canción —dijo Jay con cautela.
—Ni que lo digas. Lo mejor que escuché en años. Siempre me retuerce las tripas.
—¿De verdad? Bien, ¿qué sigue? —Silvia frunció el ceño, pensando, y Jay le obsequió otra sonrisa encantadora—. Sigamos con esta banda. A mí también me gusta.
Ella eligió Weight of the World como para aligerar el tono, al menos en lo que se refería a la melodía. Tocaba con cuidado, advirtió Jay. Siempre con esos acordes simplificados aunque nada terrible. Cantó por lo bajo sólo por hábito y ella se detuvo al escucharlo.
—Si sabes la letra, no me dejes cantando sola.
Jay asintió riendo suavemente. —De acuerdo, de acuerdo, cantaré.
—Entonces vamos desde el puente.
—Sí, mi capitán.
Y cantaron juntos:
El tiempo puede hundirtePuede empujarteConsume tu corazónY tu mente…
Ella asintió sonriendo, pero un momento después sus dedos se trabaron en un acorde y volvió a detenerse. Jay habló antes de darse cuenta de lo que hacía.
—Prueba un dedo aquí y otro aquí —dijo, señalando el diapasón.
Silvia lo hizo y volvió a trabarse. —Mierda —gruñó, intentando hacerlo bien.
Jay movió sus dedos. —Comienza el estribillo así y luego ven aquí —volvió a acomodarle los dedos.
Ella se trabó otra vez. —Necesito practicarlo —murmuró, y lo enfrentó muy seria—. ¿Tú puedes tocarla así? ¿Me mostrarías?
—Seguro.
Jay se hubiera palmeado la maldita boca, pero ya tenía la guitarra en sus manos. ¡Condenado necio! ¿Y ahora qué? Pero la guitarra era como seda ligera en sus brazos, y moría por tocarla. Al diablo. Siempre podía alegar que era un fan acérrimo de su propia banda.
De modo que comenzó la canción desde el principio y la cantaron juntos, los ojos de Silvia fijos en el diapasón, como para memorizar los verdaderos acordes.
Con el peso del mundoSobre tus hombrosEs el temor lo que no logramos dejar atrásDeshazte de todos esos miedosNunca los dejes acorralarteCombate el miedo que no puedes superar.
Silvia palmoteó alegremente cuando terminó la canción.
—¡Sí que sabes tocar! ¡Y tienes una voz increíble!
Sí, me lo dicen todo el tiempo. Jay se mordió la lengua y rió. —Seguro. No intente seducirme con halagos, señora.
—¡Ya quisieras, muchachito impertinente! —replicó Silvia riendo con él.
—Toquemos un rato más. No que tengamos nada mejor que hacer.
Ya puesto, Jay prefería tocar sus propias canciones él mismo, en vez de escucharlas reducidas a esos acordes simplones. Y aquella guitarra era una belleza.
Silvia sabía todas las letras, y lo seguía con el entusiasmo justo para no caer en exageraciones tontas. A ella también le gustaban los clásicos de los 80 y los 90, de modo que Jay los incluyó en su repertorio improvisado.
Por algún motivo sentía que podía distenderse. Era como en los viejos tiempos, una de esas noches de verano con amigos en la playa, junto al fuego.
Rondaba la medianoche, restaban aún muchas horas hasta la mañana y la tormenta no mostraba intenciones de ir a ningún lado. Como ellos.
Tocaban una de las canciones viejas de Jay cuando él se dio cuenta que Silvia estaba cantando la segunda voz. La enfrentó alzando una ceja, interrogante y burlón al mismo tiempo. Ella alzó ambas cejas, como preguntando qué le ocurría, y cabeceó para que siguiera tocando. Él lo hizo.—Óyete, mujer, haciendo la segunda voz —dijo cuando terminó la canción.—Oh, es que me gustan tanto sus arreglos vocales. Si no te molesta, prefiero seguir así.—Como gustes.Pero Jay aún no lograba controlar su cretino interior, que eligió Save Your Soul. Y ella cantó la segunda voz aguda con un brillo contagioso de placer en sus ojos. Jay se inclinó un poco hacia ella para cantar:Pero, ¿quién se supone que somos?Ella sonrió en la pausa que siguió y se inclin&oac
Silvia cantaba olvidada del universo.Era como tener a Jim Robinson tocando sólo para ella.Jay era sencillamente irresistible, tocaba tan bien, y su voz le causaba escalofríos.Y como no se conocían y jamás volverían a encontrarse una vez que dejaran la terminal de ómnibus, se sentía extrañamente desinhibida. De modo que cantaba con él como siempre cantaba esas canciones en su casa, mientras limpiaba o se duchaba.No recordaba haberse topado jamás con un hombre tan atractivo, con una personalidad tan magnética, simpático y descortés al mismo tiempo. Un verdadero chico malo, como su hermana menor lo habría llamado. Ella lo catalogaba como un cretino adorable. Exactamente la clase de hombre que siempre fuera su talón de Aquiles.Por suerte todavía tenía ojos en la cara, a pesar de haber llorado tanto. Eso le impedía ignorar l
Ya desde la puerta del corredor, Silvia se dio cuenta que Jay se había quedado dormido. De milagro no había arrojado la guitarra al suelo en sueños.Dejó los cafés en la mesa, guardó la guitarra en su estuche y revolvió su bolso en busca de su manta de viaje.La cazadora de Jay todavía goteaba, colgada del respaldo del otro sillón, y saltaba a la vista que él tenía frío. De modo que lo cubrió, recuperó su café y fue a sentarse a su sillón. Sus ojos se perdieron en la hipnótica danza de la lluvia al atravesar los conos de luz sobre las plataformas desiertas.Hasta que su vista se desvió hacia Jay.Suspiró con una breve sonrisa.Nunca había estado a favor del sexo por revancha, pero este gringo hacía que la idea resultara atractiva.Si tan sólo ella hubiera tenido diez años menos y die
Jay alzó la gorra para mirar alrededor. Había resbalado de lado en sueños y su cabeza acababa de caer sobre el apoyabrazos. Se rascaba el cabello bajo la gorra cuando descubrió que estaba cubierto por una manta de viaje. Y vio a la fan durmiendo en el sillón pequeño, toda envuelta en su chaqueta y hecha un ovillo como un puercoespín.Se estiró para tocarle la pierna. Ella no se despertó, de modo que jaló del ruedo de sus jeans hasta que la vio abrir los ojos. Se sentó erguido en el sofá y le hizo señas de que fuera allí con él. Ella frunció el ceño. Él alzó el extremo de la manta. Ella meneó la cabeza y volvió a cerrar los ojos.—Ven, que hace un frío de mil demonios —gruñó él.—Vuelve a dormir, Jay —replicó ella con otro gruñido.Él estuv
Una breve presión en su hombro despertó a Jay. Lo primero que notó fue que ya era de día. Lo siguiente fue el hombre de pie junto al sofá, mirándolo con una sonrisa apologética. Intentó erguirse y halló la cabeza de Silvia descansando sobre su pecho, y su propio brazo en torno a los hombros de ella.El hombre se dio cuenta que apenas podía moverse y se agachó a su lado para hablar en susurros.—Perdón por molestarlo. Nos estamos yendo, y temo que no queda espacio en la camioneta de mi hermano para llevarlos a ustedes también. ¿Qué podemos hacer para ayudarlos?Jay comprendió que era el padre de la familia que pasara la noche allí como ellos. Volvió a tratar de moverse y le hizo señas para que le diera un momento.—Estaré en el corredor —dijo el hombre.Jay se volvió hacia Silvia. No hab
Escuchar la voz de su hermano fue lo mejor que le ocurriera en siglos. Lo puso al tanto de su situación y de su plan de ir al pueblo en tres o cuatro horas.—Te llamaré cuando llegue.—Tendrás que buscar dónde pasar la noche, porque no puedo ir por ti ahora. Nos advirtieron que los caminos están anegados.—No te preocupes, te aguardaré allí.—Espero que no te aburras, porque te estás perdiendo toda la diversión aquí. Jo trajo a Fay y varias amigas más, y estamos de fiesta desde que llegaron.—Hijos de perra —rió Jay—. Dile a esas chicas que espero una bienvenida apropiada. —Vio venir a Silvia y agregó:— Hablamos luego.—Cuídate, bastardo.Jay cortó y le tendió a Silvia su café con una gran sonrisa, contándole las novedades.Ella demoró un
Jay descansó un hombro contra el ventanal junto a Silvia, dándole su café. Se veía tan serena, tan compuesta, como si no acabara de contarle lo que había vivido, o como si no le hubiera ocurrido a ella. Pero él había visto las marcas.—Ahí estás, con esa canción otra vez —dijo con suavidad.Ella le agradeció el café con una sonrisa y se encogió de hombros. —Sí, es pegadiza.¿Break Free? —¿Pegadiza? —repitió Jay, atragantándose con la palabra.Silvia advirtió que parecía ofendido y se apresuró a agregar: —Sí, es sombría, por eso me resulta pegadiza.—Haces un uso extraño de los adjetivos, ¿sabías?—¿Tú crees?—No me corras, porque no quieres que responda mi cretino interior.
Después de cambiar de posición mientras hablaban, o pararse y caminar un poco, volvieron a sentarse juntos para un lujoso almuerzo de snacks y refrescos de las máquinas expendedoras. Entonces Silvia retrocedió a su extremo del sofá y se hizo un ovillo allí, observando a Jay mientras él hablaba.Quería recordar tanto como pudiera de él. Porque de una forma desprovista de todo dramatismo, la había salvado. Su compañía le había permitido dar el primer paso para dejar atrás lo que le ocurriera. Le había dado qué pensar y qué recordar en su largo camino a casa, algo que no fuera el violento episodio que destruyera sus sueños para siempre.Jay le palmeó las piernas con el dorso de la mano y señaló sus propias piernas. —Ven, apoya tus pies aquí antes que se te entumezcan las rodillas.—¿Qué?<