Tocaban una de las canciones viejas de Jay cuando él se dio cuenta que Silvia estaba cantando la segunda voz. La enfrentó alzando una ceja, interrogante y burlón al mismo tiempo. Ella alzó ambas cejas, como preguntando qué le ocurría, y cabeceó para que siguiera tocando. Él lo hizo.
—Óyete, mujer, haciendo la segunda voz —dijo cuando terminó la canción.
—Oh, es que me gustan tanto sus arreglos vocales. Si no te molesta, prefiero seguir así.
—Como gustes.
Pero Jay aún no lograba controlar su cretino interior, que eligió Save Your Soul. Y ella cantó la segunda voz aguda con un brillo contagioso de placer en sus ojos. Jay se inclinó un poco hacia ella para cantar:
Pero, ¿quién se supone que somos?
Ella sonrió en la pausa que siguió y se inclin&oac
Silvia cantaba olvidada del universo.Era como tener a Jim Robinson tocando sólo para ella.Jay era sencillamente irresistible, tocaba tan bien, y su voz le causaba escalofríos.Y como no se conocían y jamás volverían a encontrarse una vez que dejaran la terminal de ómnibus, se sentía extrañamente desinhibida. De modo que cantaba con él como siempre cantaba esas canciones en su casa, mientras limpiaba o se duchaba.No recordaba haberse topado jamás con un hombre tan atractivo, con una personalidad tan magnética, simpático y descortés al mismo tiempo. Un verdadero chico malo, como su hermana menor lo habría llamado. Ella lo catalogaba como un cretino adorable. Exactamente la clase de hombre que siempre fuera su talón de Aquiles.Por suerte todavía tenía ojos en la cara, a pesar de haber llorado tanto. Eso le impedía ignorar l
Ya desde la puerta del corredor, Silvia se dio cuenta que Jay se había quedado dormido. De milagro no había arrojado la guitarra al suelo en sueños.Dejó los cafés en la mesa, guardó la guitarra en su estuche y revolvió su bolso en busca de su manta de viaje.La cazadora de Jay todavía goteaba, colgada del respaldo del otro sillón, y saltaba a la vista que él tenía frío. De modo que lo cubrió, recuperó su café y fue a sentarse a su sillón. Sus ojos se perdieron en la hipnótica danza de la lluvia al atravesar los conos de luz sobre las plataformas desiertas.Hasta que su vista se desvió hacia Jay.Suspiró con una breve sonrisa.Nunca había estado a favor del sexo por revancha, pero este gringo hacía que la idea resultara atractiva.Si tan sólo ella hubiera tenido diez años menos y die
Jay alzó la gorra para mirar alrededor. Había resbalado de lado en sueños y su cabeza acababa de caer sobre el apoyabrazos. Se rascaba el cabello bajo la gorra cuando descubrió que estaba cubierto por una manta de viaje. Y vio a la fan durmiendo en el sillón pequeño, toda envuelta en su chaqueta y hecha un ovillo como un puercoespín.Se estiró para tocarle la pierna. Ella no se despertó, de modo que jaló del ruedo de sus jeans hasta que la vio abrir los ojos. Se sentó erguido en el sofá y le hizo señas de que fuera allí con él. Ella frunció el ceño. Él alzó el extremo de la manta. Ella meneó la cabeza y volvió a cerrar los ojos.—Ven, que hace un frío de mil demonios —gruñó él.—Vuelve a dormir, Jay —replicó ella con otro gruñido.Él estuv
Una breve presión en su hombro despertó a Jay. Lo primero que notó fue que ya era de día. Lo siguiente fue el hombre de pie junto al sofá, mirándolo con una sonrisa apologética. Intentó erguirse y halló la cabeza de Silvia descansando sobre su pecho, y su propio brazo en torno a los hombros de ella.El hombre se dio cuenta que apenas podía moverse y se agachó a su lado para hablar en susurros.—Perdón por molestarlo. Nos estamos yendo, y temo que no queda espacio en la camioneta de mi hermano para llevarlos a ustedes también. ¿Qué podemos hacer para ayudarlos?Jay comprendió que era el padre de la familia que pasara la noche allí como ellos. Volvió a tratar de moverse y le hizo señas para que le diera un momento.—Estaré en el corredor —dijo el hombre.Jay se volvió hacia Silvia. No hab
Escuchar la voz de su hermano fue lo mejor que le ocurriera en siglos. Lo puso al tanto de su situación y de su plan de ir al pueblo en tres o cuatro horas.—Te llamaré cuando llegue.—Tendrás que buscar dónde pasar la noche, porque no puedo ir por ti ahora. Nos advirtieron que los caminos están anegados.—No te preocupes, te aguardaré allí.—Espero que no te aburras, porque te estás perdiendo toda la diversión aquí. Jo trajo a Fay y varias amigas más, y estamos de fiesta desde que llegaron.—Hijos de perra —rió Jay—. Dile a esas chicas que espero una bienvenida apropiada. —Vio venir a Silvia y agregó:— Hablamos luego.—Cuídate, bastardo.Jay cortó y le tendió a Silvia su café con una gran sonrisa, contándole las novedades.Ella demoró un
Jay descansó un hombro contra el ventanal junto a Silvia, dándole su café. Se veía tan serena, tan compuesta, como si no acabara de contarle lo que había vivido, o como si no le hubiera ocurrido a ella. Pero él había visto las marcas.—Ahí estás, con esa canción otra vez —dijo con suavidad.Ella le agradeció el café con una sonrisa y se encogió de hombros. —Sí, es pegadiza.¿Break Free? —¿Pegadiza? —repitió Jay, atragantándose con la palabra.Silvia advirtió que parecía ofendido y se apresuró a agregar: —Sí, es sombría, por eso me resulta pegadiza.—Haces un uso extraño de los adjetivos, ¿sabías?—¿Tú crees?—No me corras, porque no quieres que responda mi cretino interior.
Después de cambiar de posición mientras hablaban, o pararse y caminar un poco, volvieron a sentarse juntos para un lujoso almuerzo de snacks y refrescos de las máquinas expendedoras. Entonces Silvia retrocedió a su extremo del sofá y se hizo un ovillo allí, observando a Jay mientras él hablaba.Quería recordar tanto como pudiera de él. Porque de una forma desprovista de todo dramatismo, la había salvado. Su compañía le había permitido dar el primer paso para dejar atrás lo que le ocurriera. Le había dado qué pensar y qué recordar en su largo camino a casa, algo que no fuera el violento episodio que destruyera sus sueños para siempre.Jay le palmeó las piernas con el dorso de la mano y señaló sus propias piernas. —Ven, apoya tus pies aquí antes que se te entumezcan las rodillas.—¿Qué?<
—¿Hola?Jay y Silvia se incorporaron de un salto y giraron hacia el corredor. Allí encontraron un robusto prototipo del abuelo granjero americano, el agua chorreando del ala de su sombrero para llover sobre su gruesa chaqueta y sus botas de goma.—¿Ustedes son los que necesitan llegar al pueblo?—¡Sí! ¡Somos nosotros! —replicó Jay.—Entonces traigan sus cosas y larguémonos de aquí mientras aún podamos.El hombre giró sobre sus talones y se alejó hacia el estacionamiento.Jay detuvo a Silvia cuando iba a ponerse su chaqueta.—Ten —dijo, dándole su propia chaqueta.—¿Y tú?—Imagino que tendrás que ayudarme a no morir de frío.El bocinazo desde afuera empujó a Silvia a aceptar la chaqueta. Jay reemplazó el gorro de lana por su propia g