Ya desde la puerta del corredor, Silvia se dio cuenta que Jay se había quedado dormido. De milagro no había arrojado la guitarra al suelo en sueños.
Dejó los cafés en la mesa, guardó la guitarra en su estuche y revolvió su bolso en busca de su manta de viaje.
La cazadora de Jay todavía goteaba, colgada del respaldo del otro sillón, y saltaba a la vista que él tenía frío. De modo que lo cubrió, recuperó su café y fue a sentarse a su sillón. Sus ojos se perdieron en la hipnótica danza de la lluvia al atravesar los conos de luz sobre las plataformas desiertas.
Hasta que su vista se desvió hacia Jay.
Suspiró con una breve sonrisa.
Nunca había estado a favor del sexo por revancha, pero este gringo hacía que la idea resultara atractiva.
Si tan sólo ella hubiera tenido diez años menos y die
Jay alzó la gorra para mirar alrededor. Había resbalado de lado en sueños y su cabeza acababa de caer sobre el apoyabrazos. Se rascaba el cabello bajo la gorra cuando descubrió que estaba cubierto por una manta de viaje. Y vio a la fan durmiendo en el sillón pequeño, toda envuelta en su chaqueta y hecha un ovillo como un puercoespín.Se estiró para tocarle la pierna. Ella no se despertó, de modo que jaló del ruedo de sus jeans hasta que la vio abrir los ojos. Se sentó erguido en el sofá y le hizo señas de que fuera allí con él. Ella frunció el ceño. Él alzó el extremo de la manta. Ella meneó la cabeza y volvió a cerrar los ojos.—Ven, que hace un frío de mil demonios —gruñó él.—Vuelve a dormir, Jay —replicó ella con otro gruñido.Él estuv
Una breve presión en su hombro despertó a Jay. Lo primero que notó fue que ya era de día. Lo siguiente fue el hombre de pie junto al sofá, mirándolo con una sonrisa apologética. Intentó erguirse y halló la cabeza de Silvia descansando sobre su pecho, y su propio brazo en torno a los hombros de ella.El hombre se dio cuenta que apenas podía moverse y se agachó a su lado para hablar en susurros.—Perdón por molestarlo. Nos estamos yendo, y temo que no queda espacio en la camioneta de mi hermano para llevarlos a ustedes también. ¿Qué podemos hacer para ayudarlos?Jay comprendió que era el padre de la familia que pasara la noche allí como ellos. Volvió a tratar de moverse y le hizo señas para que le diera un momento.—Estaré en el corredor —dijo el hombre.Jay se volvió hacia Silvia. No hab
Escuchar la voz de su hermano fue lo mejor que le ocurriera en siglos. Lo puso al tanto de su situación y de su plan de ir al pueblo en tres o cuatro horas.—Te llamaré cuando llegue.—Tendrás que buscar dónde pasar la noche, porque no puedo ir por ti ahora. Nos advirtieron que los caminos están anegados.—No te preocupes, te aguardaré allí.—Espero que no te aburras, porque te estás perdiendo toda la diversión aquí. Jo trajo a Fay y varias amigas más, y estamos de fiesta desde que llegaron.—Hijos de perra —rió Jay—. Dile a esas chicas que espero una bienvenida apropiada. —Vio venir a Silvia y agregó:— Hablamos luego.—Cuídate, bastardo.Jay cortó y le tendió a Silvia su café con una gran sonrisa, contándole las novedades.Ella demoró un
Jay descansó un hombro contra el ventanal junto a Silvia, dándole su café. Se veía tan serena, tan compuesta, como si no acabara de contarle lo que había vivido, o como si no le hubiera ocurrido a ella. Pero él había visto las marcas.—Ahí estás, con esa canción otra vez —dijo con suavidad.Ella le agradeció el café con una sonrisa y se encogió de hombros. —Sí, es pegadiza.¿Break Free? —¿Pegadiza? —repitió Jay, atragantándose con la palabra.Silvia advirtió que parecía ofendido y se apresuró a agregar: —Sí, es sombría, por eso me resulta pegadiza.—Haces un uso extraño de los adjetivos, ¿sabías?—¿Tú crees?—No me corras, porque no quieres que responda mi cretino interior.
Después de cambiar de posición mientras hablaban, o pararse y caminar un poco, volvieron a sentarse juntos para un lujoso almuerzo de snacks y refrescos de las máquinas expendedoras. Entonces Silvia retrocedió a su extremo del sofá y se hizo un ovillo allí, observando a Jay mientras él hablaba.Quería recordar tanto como pudiera de él. Porque de una forma desprovista de todo dramatismo, la había salvado. Su compañía le había permitido dar el primer paso para dejar atrás lo que le ocurriera. Le había dado qué pensar y qué recordar en su largo camino a casa, algo que no fuera el violento episodio que destruyera sus sueños para siempre.Jay le palmeó las piernas con el dorso de la mano y señaló sus propias piernas. —Ven, apoya tus pies aquí antes que se te entumezcan las rodillas.—¿Qué?<
—¿Hola?Jay y Silvia se incorporaron de un salto y giraron hacia el corredor. Allí encontraron un robusto prototipo del abuelo granjero americano, el agua chorreando del ala de su sombrero para llover sobre su gruesa chaqueta y sus botas de goma.—¿Ustedes son los que necesitan llegar al pueblo?—¡Sí! ¡Somos nosotros! —replicó Jay.—Entonces traigan sus cosas y larguémonos de aquí mientras aún podamos.El hombre giró sobre sus talones y se alejó hacia el estacionamiento.Jay detuvo a Silvia cuando iba a ponerse su chaqueta.—Ten —dijo, dándole su propia chaqueta.—¿Y tú?—Imagino que tendrás que ayudarme a no morir de frío.El bocinazo desde afuera empujó a Silvia a aceptar la chaqueta. Jay reemplazó el gorro de lana por su propia g
Más tarde Silvia se tomaría el tiempo de apreciar plenamente la actitud protectora de Jay. En ese momento, le permitió guiarla por aquella empinada escalera, diseñada especialmente para deshacerse de huéspedes molestos con un simple empujón. Lo dejó hablar y mantenerse siempre entre ella y el viejo, que parloteaba como una comadrona, comentando cuántas veces había llamado el hermano de Jay para saber si ya había llegado. Un muchacho que debía ser su nieto los seguía con su equipaje.Silvia controló su ansiedad hasta que llegaron al segundo piso y recorrieron la galería crujiente hasta la última puerta, en la esquina del edificio. Tan pronto como el viejo la abrió, Jay le indicó a Silvia que entrara primero y se interpuso entre ellos una vez más.Ella sólo miró alrededor en busca del baño. Cruzó el cuarto apresurada pa
Jay seguía recostado, perdido en Twitterlandia, cuando su estómago gruñó con ganas. Maldición, se moría de hambre y Silvia aún no salía de la ducha. Ya había estado bien de esperar. Saltó de la cama, llamó a la puerta del baño y acercó la cara al marco.—¡Voy a pedir la cena! —dijo—. ¿Qué quieres comer?No obtuvo respuesta, sólo el rumor apagado de la ducha.—¿Me oyes?Nada. Gruñó por lo bajo y abrió la puerta sólo lo necesario para asomar la cabeza.—¿Qué quieres cenar?Silvia replicó de inmediato, como si Jay asomándose al baño mientras ella se duchaba fuera lo más normal del mundo.—Mataría por un bistec con papas, si tienen algo así. Y una ensalada. Necesito comer algo fresco.Jay la