Se sentó en el sofá soltando sapos y culebras. Que se fueran al infierno las dos, la máquina de café y la fan. Estaba tan enfadado que olvidó fijarse si tenía cobertura en el teléfono. Como si fuera a tenerla.
Se había descargado sus emails en el aeropuerto, de modo que pensó en entretenerse leyéndolos. Subió las piernas al sofá y le dio la espalda a la sala de espera y al resto del maldito universo.
El tercer correo lo hizo sonreír. Era de la presidenta del fanclub de Los Ángeles. Para variar, quería saber cuándo regresarían a casa para organizar una reunión con sus fans allí. Era una loca simpática que seguía a la banda desde antes de que sacaran el primer álbum, y jamás abusaba de su privilegio de comunicación directa con él.
A pesar de que sólo podría enviar su respuesta cuando hallara una forma de regresar a la civilización, comenzó a escribirle. Hasta que algo interceptó la luz. Alzó la vista para hallar a la fan parada delante de él, tendiéndole un vaso de plástico humeante con una sonrisa vaga en su cara, que aún mostraba huellas de llanto.
La miró como preguntándole qué quería. Y mejor que no dijera un autógrafo.
—Dejaste el trasto esperando —dijo ella con suavidad, y no se movió de donde estaba hasta que él aceptó el café.
La observó con mirada suspicaz mientras ella movía sus cosas del sillón al suelo, dejaba el estuche de la guitarra contra el costado del asiento y se sentaba con los ojos cerrados, ajena a todo.
Frunció el ceño. ¿La gorra había bastado para que no lo reconociera? Eso era una novedad. Se encogió de hombros mentalmente y probó el café. Decaf, bien, aunque demasiado dulce. Como si le importara. El calor reconfortante que se expandió por su pecho compensaba el azúcar de más.
Se aseguró de que la fan no le prestaba atención y volvió a sus correos.
Quince minutos después no tenía nada para leer, responder ni beber. Guardó su teléfono y tironeó las mangas de su sweater para cubrirse las manos frías. Su mirada se desvió involuntariamente hacia la fan. Se había sentado atravesada en el sillón, su costado contra el respaldo y las piernas colgando por encima del apoyabrazos, de frente a los ventanales que vibraban en la tormenta tras él.
Le pareció que estaba por llorar otra vez y se prometió huir a los sanitarios a la primera lágrima. Luego juró que dejaría de ser semejante cretino. Por la mañana.
Mientras se preguntaba si echarse otra siesta, su mente regresó a la fan. Su falta de acento delataba que no era de la zona. Entonces, ¿qué hacía allí en esa noche espantosa? ¿Por qué estaba llorando así? ¿Qué podía haberle ocurrido? ¿Había venido a un funeral o algo parecido?
—No temas, no volveré a llorar, al menos por un par de horas.
Sus palabras lo sorprendieron, y sólo entonces se percató de que se había quedado observándola con fijeza como un idiota. Ella ni siquiera lo había mirado, pero había vuelto a esbozar una sonrisa vaga. Ya que lo había descubierto, no intentó negarlo.
—Ésas son buenas noticias.
—Y si llegara a llorar, siéntete en libertad de ignorarme hasta que me largue, ¿de acuerdo?
Ahora sí lo miró, de una forma que lo hizo sonreír también.
—Mi cretino interior dice trato hecho.
Rieron por lo bajo al mismo tiempo. Y ya que ella no parecía reconocerlo, decidió que sería divertido jugar a no ser él esa noche. De modo que agregó:
—Soy Jay, mucho gusto.
A ella siempre le parecía graciosa esa costumbre norteamericana de usar las iniciales como nombres. Como si fueran agentes de los Hombres de Negro.
—Silvia —dijo. ¿O tal vez debería haber dicho Agente S?—. Mucho gusto.
Él advirtió la forma en que lo observaba, el ceño apenas fruncido. No le había durado mucho lo de ir de incógnito.
Pero ella estaba pensando que no lo había visto en la estación antes de que la cerraran. Estaba bastante segura, porque este Jay era demasiado atractivo para pasar desapercibido. Aunque con lo conmocionada que estaba, bien podía haberse cruzado con Chris Hemsworth o Jim Robinson sin darse cuenta.
Se sobresaltó al escucharse a sí misma diciéndolo en voz alta. Por suerte, sólo la primera parte.
—No recuerdo haberte visto por aquí antes.
Jay se encogió de hombros y le contó sobre el auto descompuesto y su genial idea de salir a caminar en una noche así.
Silvia asintió, desviando la vista hacia los ventanales. Seguramente había llegado a la terminal mientras ella estaba en el baño. Se notaba que él tampoco era de la zona. Su acento gritaba Costa Oeste.
—Los Ángeles, ¿verdad?
Jay pareció incómodo con su pregunta y asintió brevemente. Ella volvió a mirar hacia afuera. Galancito raro. ¿Por qué no querría que reconocieran su acento?
Sin embargo, Jay respondió: —Sí, LA ¿Y tú? No logro ubicar tu acento. ¿Holanda? ¿Bélgica?
Raro pero sutil. Qué delicadeza, fingir que la creía europea.
—Sudamérica —respondió con una sonrisa fugaz.
—¿De verdad? No suenas ni te ves latina en absoluto.
—Dijo el confederado.
Silvia se mordió la lengua, arrepintiéndose de su sarcasmo. La sorprendió ver que él alzaba las manos riendo por lo bajo.
—Lo siento —dijo, divertido—. Pero mi limitada educación confederada dice que Sudamérica es un continente, no un país.
Fue el turno de Silvia de reír por lo bajo, concediéndole el punto.
—Argentina. —Por algún motivo, su sonrisa encantadora la hizo ponerse de pie, con una súbita urgencia por alejarse de este gringo atractivo y simpático. Ya había tenido más que suficiente de esa fórmula—. Voy por más café.
Pero él se incorporó también. —Al parecer sabes lidiar con ese maldito trasto —dijo, indicándole que lo precediera hacia el corredor—. Mejor que intente aprender el truco.
Silvia ahogó un suspiro y se dirigió hacia la puerta. Al fin y al cabo se sentía tan herida, tan sola, tan lejos de su hogar y sus amigos, que se hacía difícil rechazar un poco de compañía y de conversación superficial.
La familia había juntado sillas para acostarse y estaban todos dormidos, bien envueltos en sus abrigos. El viejito había terminado de limpiar y desaparecido. Silvia lo imaginó durmiendo en algún cuartito diminuto, con un tocadiscos en el que giraba un vinilo de Sinatra.En el corredor, le mostró a Jay cómo hacer funcionar la máquina expendedora, y su sonrisa triunfal cuando logró procurarse su propio café la hizo volver a reír.—Esta mierda me hizo sudar por nada —dijo, y le dirigió una mirada culpable—. Disculpa mi lenguaje.Ella fingió persignarse. Jay alzó una sola ceja. Cruzaron la sala de espera de regreso a su rincón todavía sofocando la risa.—Así que Argentina —dijo Jay volviendo a sentarse—. Buenos… ¿Aires? Oí decir que es una gran ciudad.—Sí, demasiado grande
—Tienes una guitarra, ¿verdad?Silvia necesitó un momento para regresar de sus lúgubres pensamientos y responder. —Sí. ¿Quieres tocar?Jay meneó la cabeza con una sonrisita de costado.Se había preguntado cuán cruel de su parte sería hacer esto, y su cretino interior argumentó que había prometido enmendar su conducta por la mañana y aún era de noche. Que ella no lo reconociera le molestaba más de lo que estaba dispuesto a admitir, empujando a su ego a aliarse con su cretino interior.—No, pero seguramente tú tocas —replicó con su aire más inocente.Silvia lo observó un momento, como preguntándose si estaba burlándose de ella. Al fin se encogió de hombros y asintió.Jay advirtió que el estuche rígido se veía nuevo, y la guitarra le hizo alzar las
Tocaban una de las canciones viejas de Jay cuando él se dio cuenta que Silvia estaba cantando la segunda voz. La enfrentó alzando una ceja, interrogante y burlón al mismo tiempo. Ella alzó ambas cejas, como preguntando qué le ocurría, y cabeceó para que siguiera tocando. Él lo hizo.—Óyete, mujer, haciendo la segunda voz —dijo cuando terminó la canción.—Oh, es que me gustan tanto sus arreglos vocales. Si no te molesta, prefiero seguir así.—Como gustes.Pero Jay aún no lograba controlar su cretino interior, que eligió Save Your Soul. Y ella cantó la segunda voz aguda con un brillo contagioso de placer en sus ojos. Jay se inclinó un poco hacia ella para cantar:Pero, ¿quién se supone que somos?Ella sonrió en la pausa que siguió y se inclin&oac
Silvia cantaba olvidada del universo.Era como tener a Jim Robinson tocando sólo para ella.Jay era sencillamente irresistible, tocaba tan bien, y su voz le causaba escalofríos.Y como no se conocían y jamás volverían a encontrarse una vez que dejaran la terminal de ómnibus, se sentía extrañamente desinhibida. De modo que cantaba con él como siempre cantaba esas canciones en su casa, mientras limpiaba o se duchaba.No recordaba haberse topado jamás con un hombre tan atractivo, con una personalidad tan magnética, simpático y descortés al mismo tiempo. Un verdadero chico malo, como su hermana menor lo habría llamado. Ella lo catalogaba como un cretino adorable. Exactamente la clase de hombre que siempre fuera su talón de Aquiles.Por suerte todavía tenía ojos en la cara, a pesar de haber llorado tanto. Eso le impedía ignorar l
Ya desde la puerta del corredor, Silvia se dio cuenta que Jay se había quedado dormido. De milagro no había arrojado la guitarra al suelo en sueños.Dejó los cafés en la mesa, guardó la guitarra en su estuche y revolvió su bolso en busca de su manta de viaje.La cazadora de Jay todavía goteaba, colgada del respaldo del otro sillón, y saltaba a la vista que él tenía frío. De modo que lo cubrió, recuperó su café y fue a sentarse a su sillón. Sus ojos se perdieron en la hipnótica danza de la lluvia al atravesar los conos de luz sobre las plataformas desiertas.Hasta que su vista se desvió hacia Jay.Suspiró con una breve sonrisa.Nunca había estado a favor del sexo por revancha, pero este gringo hacía que la idea resultara atractiva.Si tan sólo ella hubiera tenido diez años menos y die
Jay alzó la gorra para mirar alrededor. Había resbalado de lado en sueños y su cabeza acababa de caer sobre el apoyabrazos. Se rascaba el cabello bajo la gorra cuando descubrió que estaba cubierto por una manta de viaje. Y vio a la fan durmiendo en el sillón pequeño, toda envuelta en su chaqueta y hecha un ovillo como un puercoespín.Se estiró para tocarle la pierna. Ella no se despertó, de modo que jaló del ruedo de sus jeans hasta que la vio abrir los ojos. Se sentó erguido en el sofá y le hizo señas de que fuera allí con él. Ella frunció el ceño. Él alzó el extremo de la manta. Ella meneó la cabeza y volvió a cerrar los ojos.—Ven, que hace un frío de mil demonios —gruñó él.—Vuelve a dormir, Jay —replicó ella con otro gruñido.Él estuv
Una breve presión en su hombro despertó a Jay. Lo primero que notó fue que ya era de día. Lo siguiente fue el hombre de pie junto al sofá, mirándolo con una sonrisa apologética. Intentó erguirse y halló la cabeza de Silvia descansando sobre su pecho, y su propio brazo en torno a los hombros de ella.El hombre se dio cuenta que apenas podía moverse y se agachó a su lado para hablar en susurros.—Perdón por molestarlo. Nos estamos yendo, y temo que no queda espacio en la camioneta de mi hermano para llevarlos a ustedes también. ¿Qué podemos hacer para ayudarlos?Jay comprendió que era el padre de la familia que pasara la noche allí como ellos. Volvió a tratar de moverse y le hizo señas para que le diera un momento.—Estaré en el corredor —dijo el hombre.Jay se volvió hacia Silvia. No hab
Escuchar la voz de su hermano fue lo mejor que le ocurriera en siglos. Lo puso al tanto de su situación y de su plan de ir al pueblo en tres o cuatro horas.—Te llamaré cuando llegue.—Tendrás que buscar dónde pasar la noche, porque no puedo ir por ti ahora. Nos advirtieron que los caminos están anegados.—No te preocupes, te aguardaré allí.—Espero que no te aburras, porque te estás perdiendo toda la diversión aquí. Jo trajo a Fay y varias amigas más, y estamos de fiesta desde que llegaron.—Hijos de perra —rió Jay—. Dile a esas chicas que espero una bienvenida apropiada. —Vio venir a Silvia y agregó:— Hablamos luego.—Cuídate, bastardo.Jay cortó y le tendió a Silvia su café con una gran sonrisa, contándole las novedades.Ella demoró un