Epílogo

La brisa sacudió su largo cabello castaño y su fuerza cubrió su rostro mientras trataba de concentrarse en la lectura, lo que no la interrumpía tanto como las intervenciones de Mary o Candace. En algún momento hasta llegó a creer que ambas se turnaban para hacerla perder el sentido del párrafo, aunque tampoco ayudaban las risas contagiosas o los gritos que provenían de unos metros más allá.

—¡Mamá!, ¡Tío Carlos destruyó el castillo!

—Calma, Dylan, pídele que no lo haga. Dile «por favor» y dejará de hacerlo. ¿No es cierto, tío? —dijo ella por enésima vez en tono cansado.

Su amigo se comportaba como un chiquillo más, aunque de nada le servía llamarle la atención, porque minutos después sabía que lo haría de nuevo. Escuchó su risa, acompañada de la burla de los niños y tuvo que cubrirse con el libro para que no la viesen riendo también.

—¡Mamá!, ¡Dylan haló mi cabello!

—¡No es cierto! ¡No fui yo, fue tío Carlos!

—Violet, sabes que no está bien decir mentiras. Discúlpate con tu herman
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